14. Diciembre del 2001
Tras intercambiar varios e-mails y planificar todo en detalle, decidimos que lo mejor sería realizar mi viaje al 2001 el sábado después del mediodía. Eso sería lo mejor para mí, ya que creía que sería mejor sacarme a Lucas de encima antes de la cena con Adrián, para poder enfocarme en mi novio esa noche y no estar nerviosa pensando en todo lo que podría salir mal si mi misión fallaba.
Para que al volver pudiera asegurarme de que todo había salido como lo planeado, viajaría desde la casa de Lucas. Si al regresar me encontraba en ese mismo sitio, eso querría decir que la misión había sido exitosa y que nada había cambiado en mi línea temporal. Pero, si en cambio despertaba en mi propia casa, eso quería decir que pronto debería usar mi poder secundario para investigar qué había cambiado y de qué cosas no estaba enterada.
Le dije a mis padres que pasaría un rato en casa de Claudia, y me dejaron salir con la condición de regresar entre las cuatro y las cinco para ayudar con los preparativos para la cena.
Lucas me recibió sonriente, pero yo no le devolví la sonrisa. Sabía que su amabilidad era falsa y solo se mantendría mientras yo colaborase con su causa. Además, iba a su casa obligada, para que el desgraciado dejara de boicotearme. Demasiado tenía con la idea de tener que mostrarme amistosa (e incluso romántica) con él cuando tuviera que hacerme pasar por su novia delante de su padre. Si mi viaje lograba salvarlo, claro.
«Las cosas que tengo que hacer para salvar a mi querido Adrián», pensé.
Subimos las escaleras y Lucas me llevó hasta su habitación. Parecía la suite lujosa de un hotel: al entrar te encontrabas con un pequeño comedor que contaba además con una heladera con bebidas frescas. Más adelante había un juego de living, con un equipo de música y estantes llenos de CDs, una biblioteca llena de libros, y el televisor más grande que hubiera visto en aquella época. A un costado la habitación se hacía más ancha, y te encontrabas con la cama, que era matrimonial. La habitación contaba también con un baño privado cuyo interior no pude ver ya que la puerta estaba cerrada.
—Ponete cómoda —me dijo—. Yo voy a recostarme en el sillón mientras vos hacés lo tuyo... Espero que sepas lo que tenés que hacer. Sé que no tenés experiencia, pero deberías encontrar la manera de hacerlo.
—No, en realidad no lo sé —le dije, mirándolo con los ojos un tanto entrecerrados—. Lo único que sé es que lo más importante es la intención. Alguna vez tomé unas clases de meditación... Supongo que puedo modificarlas y en vez de enfocarme en una escena idílica pensar en el 29 de diciembre del 2001 a la hora que tengo que llegar ahí.
—Buena idea... —dijo, y se dejó caer sobre el sofá de cuero negro.
Me quité las zapatillas y me acosté en la amplia cama de Lucas, manteniendo mi mente despejada. Lo principal en la meditación es poner tu mente en blanco y deshacerte de todo pensamiento que pueda cruzarse por tu mente mientras intentas entrar en ese estado de suma quietud.
—¿Un poco de música ayudaría? —preguntó cuando ya había cerrado los ojos y comenzaba a concentrarme.
—Si tenés algo de Enya puede ser... —respondí, molesta porque me había interrumpido—. Pero lo que más sería de ayuda sería que te quedes quieto y callado, por favor.
Lucas no me respondió, pero segundos más tarde comenzaba a sonar Only Time, una de mis canciones favoritas de esta artista. «No parece el tipo de persona que escucha Enya», pensé. Por suerte Lucas no respondió a este pensamiento. O justo no estaba escuchando mis pensamientos, o había decidido respetar mi perdido de que se quedara quieto y callado.
Comencé con técnicas de relajación básicas, imaginando mi cuerpo cada vez más liviano, al punto de llegar a no sentirlo más, como si mi consciencia estuviera flotando en el aire. Cuando mi mente estaba serena y ya me había olvidado de la presencia de Lucas en el cuarto y del resto del mundo, me imaginé entrando en un pasillo lleno de puertas que podrían llevarme a distintos puntos en el tiempo. Todas las puertas tenían un cartel colgando de ellas, pero no podría descifrar lo que estaba escrito en ellos desde donde me encontraba parada. Sabía que debería ponerme de frente a cada una de ellas para hacerlo.
Me di la vuelta y comencé a caminar. Sabía que yendo hacia atrás encontraría las puertas que llevaban a mi pasado, mientras que si iba hacia adelante encontraría las puertas que me llevarían a mi futuro. La luz era tenue y provenía de candelabros que se encontraban en el techo, las puertas eran todas de madera oscura. Las paredes tenían un empapelado de una tonalidad marrón tirando a dorado, y el piso tenía una alfombra roja.
Estaba segura de que ya había estado antes en ese lugar. De manera inconsciente, seguro, pero había estado allí. Me concentré en la fecha y hora a la que debía viajar: 29 de diciembre del 2001, 00:45 hs. Pronto me detuve, segura de que estaba cerca de mi puerta. Caminé hacia una a mi izquierda que llamó mi atención, y me puse de frente a ella. En su cartel estaban escritos la fecha y hora exactas a las que debía ir. La abrí sin dudarlo y entré. Como tenía la intención de regresar, tomé la precaución de no cerrar la puerta, no fuera a ser que luego el haberla cerrado me dificultara las cosas.
Primero me encontré en un espacio negro y vacío, pero un segundo más tarde el suelo que tenía bajo mis pies se desvaneció, y de pronto me hallaba flotando en el aire, en mi habitación. Mi yo de entonces dormía y pude observarme por un segundo, antes de caer en picada sobre mi cuerpo. No vi más nada... Hasta que abrí los ojos.
Encendí mi velador. Debía ser rápida. Tenía el cuerpo algo cansado porque seguramente mi día habría sido largo, pero no podía ceder al sueño. Tenía que actuar como si nada. Mi mente era más fuerte que toda limitación física.
Mis padres solían acostarse antes de las doce de la noche, así que para esa hora estarían dormidos. Me levanté y agradecí que la Florencia de ese entonces hubiera ordenado su habitación. No quería tropezarme con algo y terminar despertando a mis padres. Si lo hacía no podría huir tan fácilmente.
Busqué ropa para ponerme. Hacía calor así que opté por una musculosa blanca con rayas rosadas, y una pollera de jeans que me llegaba arriba de las rodillas. Me miré en el espejo. Podía notar las diferencias respecto a mi yo un año y medio mayor: tenía los pechos más pequeños, la cintura menos marcada y, al parecer, un centímetro menos de estatura. Quizás un kilo o dos más, pero en el tema peso me encontraba bien. Mi rostro era un poco más aniñado; recién estaba convirtiéndome en una mujer.
Después de calzarme las zapatillas procedí a abrir los postigos de mi ventana con sumo cuidado. Que mis padres me oyeran abriéndola, o peor, escapándome de casa, significaría el fracaso de mi misión. Por suerte, pude salir sin hacer nada de ruido.
Iba por la vereda y estaba a punto de cruzar la calle cuando pasó el colectivo urbano que venía del centro; se trataba del último de la noche. Este paró en la garita que se encontraba frente a mi casa, y se bajó una chica un tanto baja la cual tenía el cabello tan oscurso que debía ser teñido. Iba vestida con una pollera negra como su pelo y una remera violeta un tanto sugerente. Se la veía enojada. Detrás de ella bajó un chico. No tardé en reconocerlo: era Adrián.
Con rapidez me oculté detrás de un árbol para que no me viera. Él aún no me conocía, y quería que eso no cambiara.
—¡Laura! Tranquilizate —le decía él.
«Con que esta es la famosa Laura», pensé.
—¡¿Cómo querés que me tranquilice, Adrián?! —exclamó ella, y comenzó a caminar por la vereda. Adrián la seguía. Ambos me estaban dando la espalda ahora, así que me atreví a cruzar la calle.
—¿No te das cuenta que sos vos la única chica que me interesa? —le dijo él.
—¿Entonces por qué estabas hablando con Lucía?
—¡Es una compañera de la facultad! ¿Por qué no iba a saludarla?
—Parece que estabas esperando que me fuera al baño para irte con ella... —reclamó Laura.
Me pregunté qué hacían en el colectivo. Parecían venir de alguna fiesta, y estaban yendo en dirección a casa de Adrián, quien vivía a unas quince cuadras de mi casa. Por algún motivo ella había decidido bajarse antes de llegar a destino. O quizás tenía aquí cerca la casa de algún conocido donde pasar la noche. Ya no tendría colectivos para regresar a su ciudad.
«Loca de mierda», pensé, y me encaminé hacia la casa de Lucas. Por más que me interesaba seguir oyendo la conversación, no podía perder más tiempo. El padre de Lucas estaba a punto de llegar.
Luisa nos había contado que ese viernes de noche Candelaria, la mujer de Roberto, el padre de Lucas, había salido a una fiesta y la había dejado a cargo de los niños pequeños: Cinthia de cuatro, y Lautaro de uno. Luisa recordaba que Roberto había regresado de su trabajo pasada la una de la mañana, y que no se había acostado a dormir hasta que su mujer regresó de su fiesta. Esto había sido ya pasadas las cuatro de la mañana. Ese era un buen momento para hablar con él, ya que lo encontraría solo y nadie más que él me habría visto fuera de casa esa noche.
Llegué y me quedé sentada en un cantero que se encontraba al costado del portón por donde entraban los vehículos. Si estaba en lo correcto, el padre de Lucas llegaría pronto. No quería tocar el timbre; lo increparía cuando estuviera entrando a su casa. Si Luisa no me veía, mucho mejor.
Habré esperado unos cinco minutos cuando apareció la camioneta que Lucas me había comentado que conducía su padre. Cuando subió a la entrada, me paré delante del portón. Segundos más tarde, y al ver que no me movía de ahí, el hombre escendió de su vehículo.
—Por favor correte, querida —me dijo. Se lo notaba molesto, pero hablaba con la voz calma. Era un hombre un poco más alto que Lucas. Su cabello era castaño oscuro como el de su hijo, solo que este había sido invadido por una buena cantidad de canas. No pude ver bien sus ojos con la escasa iluminación que había, pero parecían similares a los míos.
—Disculpe Roberto —le dije—, pero necesito hablar con usted. Es urgente.
El hombre mi miró de arriba abajo. Pareció mostrar cierto reconocimiento.
—¿Vos sos la hija de Jorge López? —preguntó. Yo asentí.
—¿Cómo lo sabe? —quise saber.
—Porque no hay muchas familias de bendecidos en Paraná... Estoy yo, y está él. Y hasta donde yo sé nadie más.
«¿Cómo sabe eso? ¿Cómo es eso de los bendecidos?», me pregunté.
—¿Mi papá lo conoce? —quise saber.
—No, no realmente... Pero eso no viene al caso. Vamos adentro y me contás qué es lo que te trae por acá.
Dejó su camioneta afuera y me guió hasta el interior de la casa.
—Vos ya estuviste acá, ¿cierto? —preguntó, quizás al notar que no me mostraba asombrada al ver todos los lujos que tenía. Yo asentí.
—Sí... Ya conozco la casa —respondí.
—Se nota... Bueno, tomemos asiento y me contás qué es lo que te trae por acá.
Fuimos hasta su estudio, el lugar donde había hablado con Lucas hacía unos días. Estaba igual; se notaba que nada había cambiado en su ausencia. Ese era su lugar. Nos sentamos en los sillones de allí y nos pusimos cómodos.
—Tengo el poder de desplazarme dentro de mi propia línea temporal —le dije, aunque me resultaba extraño pronunciar esas palabras—. En el 2003 conocí a su hijo, Lucas... y él me pidió que volviera a advertirle algo importante. El cinco de enero del 2002 usted viajó a Concordia. Encontraron su camioneta en el campo, pero no lo encontraron a usted...
—Eso es raro... —dijo—. Porque de ninguna manera me acercaría a Concordia...
—¿Y eso por qué? —quise saber.
—Porque no puedo ni debo. Larga historia. Pero ya me imagino qué podría haber pasado. Deberé tomar precauciones a partir de ahora... Gracias por venir a advertirme.
—Otra cosa —dije, yendo a lo más importante—. Sé que puede ser algo complicado y quizás no quiera aceptar, pero necesito que mi línea temporal no se mueva un solo poquito. En un rato vuelvo al 2003 y voy a despertar en esta casa, en la habitación de su hijo. Si no despierto aquí sé que todo ha cambiado para nosotros... Y para que no cambie, usted debería ausentarse y dejar su camioneta abandonada en Concordia. No puede volver hasta el trece de septiembre del 2003 a eso de las tres de la tarde. Sé que quizás sea mucho pedir... Pero si no sucede, Lucas y yo no nos hubiéramos conocido —dije, mirando al suelo. Me costaba mentirle, y estaba agradecida de que la telepatía no fuese uno de los poderes de este hombre.
—¿Mi hijo y vos están enamorados? —preguntó, mostrando sumo interés. Asentí y seguí con mi parte del relato.
—Él me encontró. Primero interesado por mi poder, pero luego nos fuimos conociendo y nos terminamos enamorando... Yo primero me negaba a viajar, pero después de enamorarnos yo misma me ofrecí a ayudarlo.
—Podrías buscarlo igual... Yo podría contarle sobre vos —sugirió.
—Pero ya no sería lo mismo, y yo recordaría haber vivido cosas con él que él no recordaría. No me parece justo —dije.
Al parecer fui lo suficientemente convincente, porque Roberto terminó aceptando. Discutimos los mejores planes para su desaparición. Dijo que quizás desaparecer del mapa sería lo mejor si alguien estaba detrás de él. Se iría a Europa con documentos falsos que pronto podría conseguir, y regresaría para la fecha acordada.
Yo esperaba que fuera un hombre de su palabra y que cumpliera. Ni siquiera su mujer debía saber que estaba vivo, ni Luisa. Si alguna de las dos lo sabían, Lucas podría leer sus mentes.
Habían pasado unas dos horas cuando decidí que era buena idea regresar. Tenía que volver primero a casa y acostarme otra vez en mi cama. Mi ventana había quedado con los postigos cerrados desde fuera, para que no se notara que estaba abierta, pero podría abrirla con facilidad. Rogaba que ningún ladrón hubiera entrado a casa durante mi ausencia.
Cuando caminaba frente a la ventana de la habitación de mis padres, vi que la luz se encendía. De inmediato me recosté contra la pared y me quedé quieta y con los dedos cruzados, rogando que no me descubrieran.
La luz del baño se encendió y suspiré aliviada. Pronto ambas luces se apagaron, pero de todos modos esperé media hora quieta allí hasta considerar que quien se había levantado estaría ya dormido.
Regresé a mi cuarto, cerré la ventana y dejé todo donde estaba y como estaba, incluyendo la ropa que me había puesto, la cual por suerte no había ensuciado. Me acosté y cerré los ojos. Esta vez me imaginé haciendo el proceso que me había llevado hasta allí, pero a la inversa. Y funcionó. Pronto estaba flotando en el aire sobre mi cuerpo, luego estaba en una habitación oscura, con la puerta abierta frente a mí. La crucé y regresé al pasillo. Luego sí, la cerré. Ya no podría regresar a ese exacto punto en el tiempo, así que el cartel ahora aparecía tachado. Esa puerta jamás se volvería a abrir.
Una vez en el pasillo me concentré en regresar a mi cuerpo, y pronto estaba abriendo los ojos. El disco de Enya seguía sonando. Me senté en la cama. Lucas se dio la vuelta al oír que me había incorporado.
—¿Y? ¿No funcionó? —preguntó. Al parecer había durado demasiado poco tiempo en ese estado meditativo.
—Sí —le dije—. Acabo de regresar...
—Espero que hayas tenido éxito —me dijo.
—No creo haber fallado —respondí.
Miré el reloj en la mesa de luz. Este daba las tres en punto. En eso oímos un vehículo ingresando a la propiedad. Lucas caminó hacia su ventanal y miró al exterior. Me levanté y fui donde él estaba. Un auto negro había ingresado al patio... Cuando la puerta se abrió, un hombre vestido de traje descendió: era el padre de Lucas.
—¡Funcionó! —exclamó él, y me dio un abrazo que me hizo sentir muy incómoda.
De inmediato salió corriendo de la habitación, para recibir a su padre. Yo lo seguí, pero a paso más lento.
—Es papá, chicos —la madrastra de Lucas les decía a los niños, mientras los guiaba para bajar las escaleras.
Bajé detrás de ellos y observé la cálida bienvenida que le dieron a Roberto, quien tendría muchas cosas que explicarle a su mujer. No veía la hora de marcharme, pero debía quedarme y cumplir con lo prometido: debería fingir que era la novia de Lucas, al menos por un rato. Luego regresaría a casa y retomaría el curso de mi misión más importante: salvar a Adrián.
***
¡Hola! Espero que hayan disfrutado el capítulo. Lamento la demora en actualizar. Estuve trabajando en una historia para un desafío, y después de escribirla me costó horrores volver a inspirarme. Fue terrible. Nunca más me inscribo en un desafío cuando vaya muy bien con la escritura de una novela... :(
Bueno, ahora espero demorar menos para la próxima actualización. Debería tenerla en menos de un semana. ¡Un abrazo!
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