[3.] Un páramo olvidado









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Lan Xichen no sabía qué era ese lugar, si es que estaba en alguno.

Nada tenía forma, nada transcurría allí. Ante sus ojos sólo había un eterno vacío sin color o forma, sin ningún indicio que pudiera ser percibido. Tampoco sabía si flotaba o volaba; simplemente existía y ya.

Bajó la vista hacia su herida, pero para su completo asombro, descubrió que incluso ésta había parado de sangrar. Podía ver la carne hendida por la herida, el color rojo que se había abierto paso entre la brecha y había manchado sus previas túnicas prístinas; pero no sangraba.

Lan Xichen entonces recordó a Wanyin. Sus últimos recuerdos incluían a un coloso cuyas ramas se agitaban con furor y un dolor muy extremo que le había quitado la consciencia, probablemente la vida.

¿Acaso estaba muerto?

No lo sabía, pero no le importó. No cuando ante sus ojos se hizo visible la figura acurrucada de un cuerpo que temblaba y se retorcía. Lan Xichen quiso apresurarse a ayudar; un extraño punzar dividía su pecho y hacía que su angustia incrementara. ¿Quién era la figura? ¿Por qué le dolía verlo y estar tan lejos de él?

Lan Xichen comenzó a moverse hacia esa dirección justo en el momento en que la figura levantó la cabeza y abrió la boca en un grito sin sonido que detuvo su respiración. Las venas de su cuello se veían oscuras, se extendían por su rostro, pecho y brazos como si la sangre estuviera batallando por explotar. Sus manos terminaban en garras afiladas que enrollaban su torso en un agarre mortal y se hendían en la carne para aferrarse con más determinación.

Aunque solamente lo había visto una vez a través de su vista brumosa, Lan Xichen no tuvo problema alguno en reconocerlo. Lo sintió en su corazón como un peso siempre presente que no paraba de presionar contra su caja torácica, lo sintió latir con vida en cada parte de su esencia porque, aunque no fuera igual al ser que había prometido proteger, seguía siendo Wanyin.

Wanyin, a quien Lan Xichen quiso proteger con su propia vida pero había herido con una de sus flechas.

Consciente de sus acciones, Lan Xichen quiso acercarse para ayudarlo, para detener su dolor de alguna manera; sin embargo, no avanzó en absoluto.

Al no existir espacio o tiempo, Lan Xichen no tenía idea de cómo avanzar ni de acercarse a Wanyin. Sentía que siempre estaba frente a un cuadro de pintura cuyo contenido no podía alterarse sin importar lo mucho que se esforzara. Vio que un nuevo grito de dolor cruzó por el rostro de Wanyin, así que se puso más frenético. Gritó el nombre del otro una y otra vez, incluso convocó su poder de Sílfide para impulsar sus pasos; pero todo fue inútil.

Lan Xichen siguió gritando hacia Wanyin mientras trataba de avanzar sin éxito alguno. Lo llamaba por su nombre con una desesperación palpable, para nada igual a los susurros que le habrían bastado allá en su refugio.

Se odiaba más que nunca porque no había cumplido ninguna de las promesas que había hecho; su palabra no valía nada. Inútil, patético, despreciable. ¿En que se diferenciaba esto de la forma en la que había actuado en la guerra contra el Sora? Con sus compañeros cayendo alrededor, con sus manos sujetas a flechas que no alcanzaban nada. Como de costumbre, lo único que le quedaba era quedarse quieto mientras se limitaba a mirar sufrir a alguien más.

¿De qué servía que estuviera allí? ¿Por qué seguía vivo? Si tan solo...

Una mano cálida se posó en su hombro.

Lan Xichen dirigió su mirada atrás y se encontró con un extraño. Un ser de cabellos largos y ojos grises estaba allí, transmitiendo el mismo tipo de energía que había sentido en Wanyin. Era algo que le invitaba a confiar y aligeraba el letargo en su mente.

—Hey, pequeña hada, ¿qué es esa expresión en tu rostro? Tan fea... Oh, ¿quieres llegar a ChengCheng? —le preguntó, mirándolo a los ojos y transmitiéndole el mensaje tal y cómo Wanyin lo había hecho en su tiempo juntos, sin necesidad de sonido. Sin embargo, su sonrisa ladeada y su tono cantarín era mucho más difíciles de interpretar, apenas y pudo asimilar la última oración. Así que Lan Xichen sólo asintió, inseguro de si "ChengCheng" era su Wanyin.

El ser frente a él parecía tener una reserva ilimitada de sonrisas, como si no hubiera nada en el mundo capaz de perturbarlo. Como si todo estuviera bien, lo sostuvo de una de sus manos mientras que con la otra hacia algo ridículo y extraño, algo que a cualquiera le habría resultado ilógico. Lan Xichen vio la mano del extraño mientras éste buscaba algo en el espacio vacío frente a él. Luego, como si de un tapiz se tratara, la imagen de Wanyin se plegó hacia ellos.

Lan Xichen se lanzó hacia él en cuanto tuvo la oportunidad, desesperado por ayudarlo. Una de sus manos acunó su cabeza y la otra comenzó a inspeccionar su cuerpo. Sus dedos volvieron carmesí, el líquido simplemente no paraba de brotar de cada uno de sus siete orificios. Lan Xichen presionaba aquí y allá mientras oraba para que se detuviera. Basta, basta, basta. No me quiten a Wanyin.

No supo qué hacer para detener aquel flujo constante, no pudo dilucidar ni una sola solución para aquella situación. Él no poseía nada más que un poder que hacía daño, él no era más que un inepto.

En cada una de las veces que se imaginó o soñó con tocar el cuerpo de Wanyin, siempre hubo flores alrededor. Una brisa fresca, el canto de alguna ave y el picor característico de la felicidad infinita que se arremolinaba alrededor de los ojos y se deslizaba cálidamente por sus mejillas. Sus manos alrededor de su cintura, su nariz explorando la piel que de seguro sería más suave que la seda, un aroma desconocido inundando su ser mientras sus cabellos se enredaban en uno solo. Quizá hasta se habrían reído de sí mismos en el momento de desenredarse de la maraña creada por ambos. Esa sola imagen tenía el poder de sacar las pocas sonrisas genuinas que guardaba dentro de él. Mientras cargaba cadáveres, mientras forjaba flechas, mientras corría entre ellos para rematar a cualquier compañero hada que estuviera herido o los veía arder, esa imagen ideal siempre estuvo presente; llena de cosas imposibles.

Pero en ese momento... deseó desde lo más hondo no estar allí. Era la primera vez que Lan Xichen podía tocarlo sin atravesarlo como si fuera niebla, pero se sentía como una pesadilla. Su imagen ideal yacía hecha tiras y todo lo que le quedaba era un cuerpo frío cuya energía vital se escurría sin control. Era físico y podía tocarlo, pero todavía se estaba desvaneciendo entre sus dedos. Su mayor anhelo se había convertido en una realidad de la que deseaba deshacerse a toda costa.

Mientras tanto, el extraño que lo había ayudado continuó en silencio; pudo sentir su mirada intensa sobre ellos. Lan Xichen, sin tener idea de si el tiempo realmente transcurría, vio que al final se agachaba a su altura para llamarlo por ese nombre que le era desconocido.

—A-Cheng, debes dejar de hacerlo —le dijo, pero pareció una orden.

Wanyin no respondió en absoluto, la sangre sólo continuó fluyendo sin remedio. Algunas gotas flotaban alrededor de ellos como si tuvieran vida propia.

—No puedes mantener el Ma [1] para siempre A-Cheng, te está destrozando. —Su mano se posó en su frente a modo de consuelo—. Sabes tan bien como yo que no puedes sostener esto con sólo fuerza de voluntad... morirás en cualquier momento si permites que continuemos en este vacío atemporal.

El extraño se detuvo, su sonrisa esta vez se transformó en algo ligeramente distinto, algo un poco genuino. Aflicción y arrepentimiento teñían su tono de voz mientras extendía su mano para sostener la de Wanyin.

—Si el mundo está llegando a su final, no podemos hacer nada para detenerlo —continuó—. Tal vez la hora de descansar por fin ha llegado

Lan Xichen sintió que algo le era arrebatado de su corazón al dilucidar la palabra muerte en esas últimas palabras. Tanto tiempo había estado rodeado de aquel ambiente lleno de rabia, dolor y sangre que consideraba que ya estaba acostumbrado a eso, a avivar llamas que alcanzaban el cielo siempre oscuro y observar quieto mientras se desvanecían en nada más que un montón de cenizas.

Pero con Wanyin era diferente. Lan Xichen no comprendía sus sentimientos del todo, pero si de algo estaba seguro, era que no podría soportar algo así, no creía ser lo suficientemente fuerte para ver al otro perecer. Si estaba a su alcance, él haría cualquier cosa para impedir que aquello ocurriera.

Lan Xichen decidió poner en práctica un recurso que hacía mucho había dejado de ser de utilidad para las hadas pero todavía había aprendido a escondidas en su búsqueda a través de los papiros cuando aún era joven.

La realidad es que la restauración y tratamiento de heridas no siempre había sido un tema tabú. Es sólo que el Sora jamás había podido ser curado una vez infectaba a las hadas; aquellos que lo habían intentado en el pasado tan sólo habían terminado enloqueciendo. Quizá esa era una de las razones por las que sus números habían diezmado a pasos agigantados hacia el final de esta era; sólo un hada lo suficientemente ignorante se habría arriesgado a también terminar infectada por tratar de curar a un ser amado.

En la guerra contra el Sora no había habido cabida para los heridos, sólo muertos atravesados por sus flechas o las de alguien más.

Sin embargo, antes de siquiera ponerse a la obra, ese otro ser lo detuvo.

—Este no es un tipo de herida que pueda curarse tan fácilmente. Mi hermano está más allá de...

—¿Sabe usted cómo funciona la restauración?

—Llámame Wuxian para ahorrarnos el "usted". —Wuxian se le hacía cada vez más irreal conforme más lo trataba, la sonrisa de lado estaba de vuelta en su rostro—. Y sí, se cómo funciona el proceso, pequeña hada; yo fui quien instruyó a tus antepasados.

Lan Xichen se le quedó viendo, pero no dejó de hacer las preparaciones para comenzar su cometido. Las poses de mano debían ser precisas y su mente tenía que estabilizarse.

—Por eso te digo que no funcionará. Las hadas ofrecen un poco de su energía vital y la canalizan con la ayuda del elemento que manejan a cambio de sellar las heridas de su gente. Pero pasa que nosotros somos elfos, ¿de acuerdo? No importa cuánto lo intentes, ese poco de energía que puedes manejar sin hacerte daño en el proceso no será suficiente.

—¿Quién dijo que utilizaré sólo un poco?

—¿Qué? ¿Acaso tú...?

Lan Xichen no se molestó en explicar su plan, simplemente agachó su cabeza para juntar su frente con elfo en sus brazos. En algún sueño lejano, posiblemente habría estado extasiado y sentido que ese toque era acogedor, igual a las flores que se hacían paso entre las estalactitas de hielo que abundaban en los árboles de su refugio. Pero la realidad era otra. Cuando sus ojos se entrecerraron en un indicio de sonrisa, toda la energía vital oculta en su cuerpo salió en oleadas y se abrió paso por cada uno de los poros de Wanyin.

Lan Xichen siempre había sido consciente de que el equilibrio debía ser mantenido, así que la salvación de una vida sólo podía darse a cambio de la de otra. Ni siquiera estaba seguro de poder ganar, tan sólo decidió confiar y creer que podía salvar a Wanyin.

No supo el momento en que pasó, ni tampoco cómo lo había logrado, pero Lan Xichen finalmente sintió que el fluido de la sangre se detenía y que las heridas de Wanyin eran sanadas poco a poco. El color regresando a sus pálidas mejillas y las venas regresando a su estado original. Sólo entonces Lan Xichen sonrió contento, feliz de seguir ese destino aun si moría en el proceso.

Wuxian lo miró lleno de asombro.

—¿Qué estás haciendo? ¿Qué es lo que estás haciendo? —le cuestionó con urgencia, pero Lan Xichen no pudo hacer otra cosa que negar con la cabeza, igual de ignorante ante lo que estaba sucediendo. Ni siquiera él lo entendía del todo; tan sólo quiso salvar a Wanyin y eso fue todo lo que impulsó sus acciones.

Wuxian sonrió entonces, genuinamente.

Lan Xichen vio sus movimientos, vio la forma en que agitaba el cuerpo de Wanyin y lo traía del mundo de los sueños. Susurraba más para sí mismo, palabras incomprensibles sobre haber encontrado la solución a todos sus problemas. Lan Xichen había empezado a perder las fuerzas, su mente embotada y sus brazos y piernas tan pesados que estaban a punto de separarse de su tórax, pero creyó entender que estaban describiéndolo, que se referían a él como un hada ilusa que no tenía idea de lo que acababa de lograr.

Wanyin entonces abrió los ojos, tan amplios y brillantes que Lan Xichen se sintió extasiado. Hace algún tiempo, Wanyin no había sido más que un chico hecho de estrellas, alguien de un monocromático color azul. Pero ahora había muchos más colores en él, muchos más detalles que Lan Xichen podía grabar en su memoria.

El azul intenso y brillante permanecía en sus ojos, pero a él se le añadieron mejillas afiladas, labios delgados, orejas puntiagudas y un largo, largo cabello ébano cuyas puntas se enredaban en los que parecían marañas llenas de flores de cuatro estaciones y espinas. Un montón de espinas...

Lan Xichen sintió a Wanyin moverse con dificultad entre sus brazos, sobre su regazo, lo sintió incluso en medio de sus cortas y cada vez más débiles respiraciones. Luego, sintió también la forma brusca en la que fue empujado, manos firmes apoyadas en su pecho. Sintió también que las intenciones de Wanyin eran detenidas, que alguien le estaba impidiendo alejarse de Lan Xichen.

—Sé lo que debemos hacer, A-Cheng —escuchó. Wuxian tenía una gran sonrisa esperanzada cruzando sus facciones, aunque Lan Xichen también notó la resignación en su tono—. Sé cómo salvar nuestra tierra.

****

Lan Xichen había quedado drenado de toda su energía vital al curar a Wanyin, pero incluso en el último minuto de su existencia, no creyó que aquello fuera suficiente para expiar sus culpas. A pesar de que había corrido hasta ese lugar para no perder a Wanyin, lo cierto es que había terminado siendo el principal culpable de toda aquella catástrofe. Lan Xichen había eliminado todo el equilibrio que los elfos se habían encargado de mantener con tanto esfuerzo por incontables estaciones. Su vida jamás sería suficiente para compensar el hecho de que puso la vida de Wanyin y de su tierra en peligro.

Pero era precisamente por eso que no entendía el plan de Wuxian. No entendía por qué lo había mantenido vivo o para qué. Tan sólo le había ordenado a Wanyin que le diera algo de su Rei [2] a Lan Xichen para así salvar su miserable existencia una vez más. Un intercambio que jamás se había hecho, no uno del que las hadas supieran al menos. Pero trascendería la historia como un hito en el que el Sora había estado a punto de aniquilarlos a todos antes de que el salvador de ese mundo creara el intercambio.

—¿Yo? ¿El salvador de este mundo? —Tenía que ser una broma. De Wuxian podía esperárselo al fin y al cabo.

—La historia sólo la escriben los vencedores y tú eres uno de ellos, pequeña hada. Has vencido a la muerte y de paso me diste esta gran idea. Los niños del futuro seguro alzaran estatuas en tu nombre y te considerarán algún tipo de dios supremo caído del cielo.

—Mientras ustedes serán los demonios que serán maldecidos sin descanso.

—Bueno, si lo pones de esa manera...

Dado que el total de la energía negativa había sido absorbido por los elfos, era cuestión de tiempo para que renacieran como seres malignos cuyo único propósito sería el de destruir lo poco que quedaba de su mundo. El tiempo no retrocedería ni los errores serían borrados, así que debían poner una solución definitiva. Una que cambiaría el orden del mundo que Lan Xichen conocía para siempre.

Wuxian había dicho que, si bien era cierto que los elfos como él estaban totalmente contaminados, podían ser purificados. Lan Xichen lo había demostrado al curar a Wanyin, había dado la totalidad de su Ki [3], su energía vital, para restaurar la del otro. Lan Xichen ahora sólo era capaz de sostenerse y mantenerse con vida gracias al Rei, la energía universal perteneciente a la naturaleza y que Wanyin le había proporcionado. El hada entendió vagamente que había hecho una especie de intercambio de energía con el elfo. Al fin y al cabo, nada podía ser recibido sin dar algo a cambio.

Y lo que Wanyin y Lan Xichen habían hecho era lo que todas las hadas y elfos harían a partir de ese momento. Hasta la eternidad.

Lan Xichen terminó de comprender que el poder de las hadas no era otra cosa que una simple manifestación, un tipo de proyección que había provenido de la única y principal energía que poseía la naturaleza: el Reiki. Un poder tan asombroso que era capaz de dar forma a los elementos y a la naturaleza. Un poder que, incluso, podía superar al Sora de ser debidamente enseñado.

Con el propósito y misión de purificar la esencia de los elfos, las hadas debían obtener la capacidad de manipular el Reiki. La energía negativa era más poderosa de lo que nadie había imaginado y el único poder que podría equiparársele era el Reiki.

Las hadas y elfos debían trabajar juntos, debían luchar por eliminar el Sora lado a lado, aunque no con las mismas condiciones.

Uno de los aspectos contra los que Lan Xichen estaba más en contra era el hecho de que serían los elfos quienes más sufrirían ahora. Siempre atrapados entre las garras del Sora, su esencia consumiéndose y diluyéndose con la energía negativa mientras perdían su identidad y su conexión con la tierra.

Los elfos no se convertirían en otra cosa que carceleros de la energía del Sora, pero a cambio, también perderían su libertad.

Así fue que todo cobró sentido. Lan Xichen terminó comprendiendo que, a partir de ese momento, las hadas purificarían la esencia de los elfos utilizando la totalidad de su energía vital, pero que cuando ésta se acabara y la esencia del elfo estuviera limpia, sería la energía universal del elfo la que terminaría manteniendo viva al hada que lo había purificado. Ninguno podría sobrevivir sin el otro, ninguno lograría nada sin el otro.

Lan Xichen vio el mismo tipo de resistencia en Wanyin, pudo notar su dolor al comprender que Wuxian también sería otro de los prisioneros del Sora. Su esencia ya había sido contaminada, ya no había cura para su alma; la única razón por la que no había perdido la razón por completo era porque estaban en ese vacío que Wanyin había creado.

Para infortunio de Lan Xichen, las primeras emociones que logró ver en Wanyin no fueron la felicidad o la paz. Primero había sido la ira, luego la agonía de tratar de mantener el Ma y ahora el desconsuelo y la desesperanza. Quizá un hito sería escrito en la historia, pero menudo inútil era su salvador. No había nada que hacer, Wanyin perdería al único amigo que le quedaba, el único remanente de una vida tranquila en la que había sido feliz.

Un poco antes de que el Ma fuera detenido, Lan Xichen fue el único testigo de la despedida de los verdaderos héroes de su tierra, los guardianes que no pidieron nada a cambio de su colosal sacrificio. El espacio a su alrededor se fue diluyendo junto a la figura de Wuxian, tal y como el óleo se disolvería por la antigüedad y la crueldad del paso del tiempo. Pero antes de que se desvaneciera por completo, Lan Xichen fue capaz de ver aquello en lo que se convertirían los elfos. Los ojos negros sin pupilas, las venas llenas de energía negativa y la piel grisácea y decadente.

Ni siquiera pudo pedirle perdón. Hasta en ello lo superó Wuxian.

—Lo... siento... pequeña...

Ese mundo alternativo quedó atrás, dejando solos a un par de seres rodeados de cientos de miles de capullos rezumantes de pestilencia y humo negro. La raza de los elfos había sido extinta por la mano, arco y flecha de Xichen; para las generaciones futuras ellos serían los Sishen [4]. Odiados sin descanso y sin posibilidad de redención.

Wanyin tardó bastante en moverse, su mano inmóvil sobre el capullo que contenía lo que quedaba de Wuxian. No pareció querer moverse de allí jamás. Xichen sólo pudo ver su espalda, pero esa sola vista hizo que todo a su alrededor se cristalizara en filamentos brillantes que lastimaban sus ojos. Sus manos deseosas de alcanzar y sostener, pero ocultas tras su espalda bajo un agarre sangrante. Ya suficiente daño habían provocado, la culpa era demasiada como para siquiera intentar desvanecerla.

Wanyin entonces murmuró algo, tan bajo que Xichen no pudo escuchar antes de que lo que quedaba del Sora terminara de ser absorbido por los elfos y luego sellado dentro de ellos, encerrando y atrapando del todo la energía negativa en sus esencias. La pútrida peste invadió sus sentidos e hizo que quisiera vomitar mientras las enormes raíces del árbol salían despedidas de la tierra y elevaran a cada capullo en una imitación maldita de espigas demoniacas portadoras de desastres.

Wanyin ni siquiera concibió la idea de tomar un descanso.

—Vamos —ordenó secamente antes de iniciar su travesía. Lan Xichen lo siguió en silencio, primero lejos del árbol y luego lejos de las interminables hileras de capullos oscuros. Hacia la aldea con los niños hada refugiados.

Un tintineo en sus oídos; Lan Xichen no estaba seguro de qué era lo que estaba olvidando.

No tardaron en llegar al campamento y encontrar a las hadas refugiadas allí. No todos estaban a salvo, muchos habían tardado demasiado en escuchar la alarma y asegurarse un lugar en el centro de los campos de protección. Una hilera de cuerpos precedía el camino; Lan Xichen tuvo que esquivar y dar pequeños saltos sobre los cadáveres, siempre con la inseguridad de no saber si lo que estaba pisando era realmente fango y hojas. Cualquier crujido lo ponía tenso. Hubo un momento en que ya no se vio capaz de seguir observando o escuchando, así que prefirió cerrar los ojos y cubrir sus oídos mientras seguía a Wanyin en silencio.

Sin embargo, terminó chocando contra su cuerpo.

Abrió los ojos de repente y se enfrentó directamente al rostro de Wanyin, su mirada intensa y su ceño fruncido.

—No huyas —le ordenó.

Enfrenta el peso de tus acciones.

En otra vida, mucho antes de conocerlo, Lan Xichen de seguro habría podido sonreír por toda respuesta, sus labios estirados y sus ojos entrecerrados en la personificación de uno de los gestos más falsos de su repertorio. Porque así era más fácil continuar viviendo, sin pensar ni analizar demasiado sus acciones o en el pozo negro en la esquina más recóndita de su mente (allí donde guardaba todas sus inseguridades y egoísmo).

Una sonrisa era la máscara perfecta para un monstruo.

Pero allí delante de Wanyin, delante del ser por el que había decidido dejar todo y todos atrás sin importar las consecuencias, la máscara habría resultado inútil porque su verdadera naturaleza ya había salido a la luz. Ya no tenía nada que esconder.

Nunca antes la vergüenza había tenido esta presencia casi física, casi desquiciante. Ni siquiera merecía llorar, no cuando eran sus manos las que creaban ráfagas que transportaban a los pocos niños hada que quedaban hacia el centro de la tierra. Inconscientes del destino que los esperaba y que ninguno de ellos había tenido la oportunidad de escoger por su propia voluntad. No cuando estuvieron tan cerca de un futuro sin luchas ni masacres de haberse cumplido el sacrificio total de los elfos.

No cuando una parte diminuta y enterrada profundamente en el corazón de Lan Xichen agradecía que así hubieran terminado las cosas. Porque sólo de esa manera es que Wanyin se había podido mantener con vida.

No paso mucho antes de que terminaran el transporte. Cada niño y niña terminaron a los pies de los capullos, su piel pálida resaltaba entre la sangre que rezumaba de sus estómagos a causa de los cortes que Lan Xichen había tenido que hacerles bajo las órdenes de Wanyin.

El elfo se posicionó a la cabeza de cada hilera y comenzó el ritual de enlace que ataría a cada niño hada con un elfo. Las raíces de cada capullo se dieron paso en ondas circundantes hasta que terminaron atravesando cada estómago para poder imbuirles un poco de la energía negativa. Ellos serían parte de la pre-generación, aquellos que engendrarían vástagos cuya alma estaría vinculada a la de cada elfo. El Sora quedaría retenido en los elfos y las hadas a su vez purificarían esa energía negativa a través de un entrenamiento riguroso; un círculo virtuoso que, por el bien de todos ellos, jamás debería detenerse.

Lan Xichen tuvo que quedarse detrás de Wanyin con una mano sobre su hombro, pues la conexión entre ambos era lo que hacía posible el manejo del Reiki. De allí en adelante, ya no podrían separarse sino hasta el momento de su muerte. Eso... muy a pesar de lo erróneo que se sentía, consoló a Lan Xichen. Sobre todo cuando Wanyin se alejó bruscamente de su toque una vez que el ritual fue terminado. Su presencia no era bienvenida en la vida del elfo y su existencia seguramente estaría reducida a la de una simple herramienta.

Pero con el tiempo... quizá... quizás las cosas cambiarían. Lan Xichen no descansaría hasta que cada elfo estuviera libre y entonces... sólo entonces sería capaz de rogar perdón.

La sensación de contar con algo esperanza lo alivió un poco.

De todos modos, el viaje no terminaba allí. Lo primero que necesitarían en su trabajo mutuo, era enseñar a los niños hada sobre su nuevo poder, la forma en que mantendrían el equilibrio y salvarían a los elfos de su triste destino. Aquel parecía un buen prospecto para comenzar a crear una relación, sino amistosa, al menos cordial. Esperaba no estar pidiendo demasiado.

Sin embargo, Wanyin no parecía pensar igual a él.

—Él que hará ese trabajo serás tú —aclaró una vez que las heridas de los niños fueron suturadas.

Eso lo inquietó. La figura de Wanyin lucía lo suficientemente apagada como para preocuparlo, como para levantar sus sospechas. No sabía a qué se refería Wanyin, no sabía qué esperar de él.

Sólo deseaba que no fuera demasiado insoportable.

—Cargamos con demasiada culpa, tú por dejarte cegar y yo por... —dudó. Apretó los dientes y dejó salir un gruñido bajo antes de comenzar a arañar la piel de su hombro izquierdo.

—¡Wanyin! —exclamó Lan Xichen, el pánico presente una vez más en su tono. Se movió sin pensar y trató de detenerlo, pero sólo terminó siendo expulsado con violencia, estrellándose una y otra vez contra la grava.

—¡No te atrevas a tocarme, sucio y vil ser! ¿Por qué tuviste que enamorarte de esa parte de mi alma? Debí pulverizarla cuando tuve la oportunidad, ¡así nada de esto hubiera pasado! —Se acercó a grandes pasos y comenzó a golpearlo. La tierra lo recibió una y otra vez a causa de sus puños ardientes. Lan Xichen lo dejó ser, incapaz de decir o hacer otra cosa. Se lo merecía—. Tuve que partir las almas de Wuxian y todos los demás sólo para que tu gente pueda dominar los cuatro elementos y así purifiquen la tierra. ¡Ustedes! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¡¡Por qué?!!!

No lo hizo a propósito, pero cuando la sangre salió despedida de su boca, manchó el rostro y parte de las túnicas de Wanyin. Esa pequeña pausa fue suficiente para que Wanyin se derrumbara a su lado, con los hombros hundidos y las manos presionadas contra sus ojos.

Pero cuando lo volvió a ver, su rostro devastado hizo trizas cualquier esperanza que Lan Xichen había almacenado en él.

Era... era la peor criatura que había pisado la tierra.

¿Cómo podía anhelar un futuro en que el trato de ambos fuera cordial? ¿Cómo podía siquiera pensar que podía expiar sus pecados con tan sólo el hecho de liberar a los elfos? ¿Cómo se había atrevido a tanto cuando Wanyin lo odiaba con una pasión incomparable y, sobre todas las cosas, justificada?

Aún en ese momento era preso de su egoísmo, de su sordidez al sentirse agradecido de que Wanyin estuviera vivo. ¿Acaso se sentía feliz de que estuviera allí con él aun cuando estaba sufriendo tanto?

—¿Es que no podíamos morir pacíficamente? ¿No hemos hecho ya suficiente por ustedes, pequeñas ratas avariciosas? —siguió divagando, su mirada perdida quizá en sus recuerdos, quizá en sus propios anhelos—. No dejaron de crear guerras inútiles por más que intentamos detenerlos, les advertimos tantas veces que estaban creando un enemigo contra el que no podrían ganar. Pero los de tu calaña son todos iguales, son incapaces de mirar más allá de sí mismos. Son expertos en ignorar lo que es realmente importante.

Wanyin se subió sobre él. Sus muslos a ambos lados de su torso. Sus manos deslizándose a través de su cuello en un cálido agarre que comenzó a apretarse y apretarse antes de que fuera acompañado por un choque de labios seco.

Rodeado de hileras de elfos de quienes manaba energía negativa y niños hada con los estómagos recientemente suturados, Lan Xichen se quedó quieto allí mientras lo asfixiaban y besaban al mismo tiempo. Su corazón punzante y sus lágrimas derramándose porque no se sentía bien en lo absoluto. Tan sólo quería gritar, quería que dejaran de torturarlo con tanta crueldad, que la persona sobre él se detuviera y le dijera que lo odiaba y que nunca dejaría de hacerlo. Así habría sido más fácil de asimilar, así habría prevalecido su capacidad de soñar e imaginar un universo en el que podría devolver el beso sin sentirse asqueado consigo mismo.

Cuando Wanyin se separó de él, apenas y le quedaba aire. Pero aflojó su agarre y más bien comenzó a acariciarlo, sus dedos trazando círculos en la piel enrojecida de su cuello.

—Esto era lo que querías, ¿verdad? —se mofó, con una mueca de lado en sus labios—. Creaste todo este infierno por esta pequeña tontería...

Lan Xichen no podía encontrar su voz, el nudo en su garganta era demasiado grande. Sólo alcanzó a sacudir la cabeza. La vergüenza llenaba cada espacio de su ser.

—Espero que haya valido la pena, Lan Xichen —remató, su cuerpo meciéndose sobre él igual a una serpiente—, porque ha llegado la hora de que tú y yo paguemos por nuestros errores.

Un estruendo sacudió la Tierra. Lan Xichen fue pillado desprevenido y lo único que pudo hacer fue mirar, anonadado.

—¿Wanyin? —cuestionó en medio del retumbar. La Tierra se sacudía terriblemente desde su centro mientras una serie de monstruosas enredaderas hechas de espinas y flores salían desde el fondo de la tierra y se llevaban a Wanyin, envolviéndolo y retorciéndose a su alrededor en un agarre vicioso hasta convertirse en una gran vid que apuntaba al cielo. Cada centímetro luciendo completamente aterrador.

—Yo sobrellevaré parte de la carga de mis hermanos —dijo Wanyin por toda respuesta. Las ramas no dejaban de moverse, de enredarse entre ellas. Lan Xichen no tardó en incorporarse, aunque con dificultad. Abría y cerraba la boca, incapaz de armar una frase coherente. Cuando tocó la gran vid, la tanteó frenético tratando de reconocer algo, de que algún ente supremo le susurrara qué debía hacer para liberar a Wanyin.

Pero no existía tal ente, nadie estaba allí para escuchar sus súplicas como siempre había sido. Porque siempre había estado solo, un guerra de un solo lado contra las consecuencias que crearon sus antepasados y sus propias decisiones.

No le quedó más que usar sus manos. Arrancó ramas por doquier, las espinas clavándosele profundamente en las palmas, las muñecas y los brazos. De continuar así, era posible que perder los brazos o los movimientos de los dedos. Sus manos nunca más sostendrían flechas o espadas, quedarían inútiles. Pero no le importó porque ni siquiera se le pasó por la cabeza.

—Es suficiente, tu patético espectáculo no servirá de nada. Ya he tomado mi decisión.

Lan Xichen ignoró sus palabras; no estaba pesando racionalmente. Lo único que sabía es que Wanyin estaba en peligro y que debía quitarle todas esas ramas de encima antes de que fuera demasiado tarde...

Se oyó un crujido. Luego otro y otro más...

Sus manos quedaron suspendidas en el aire, inmóviles. Tenía miedo, miedo de alzar la vista y encontrarse con el origen de esos crujidos. Pero todavía se movió, mientras algo dentro de él le gritaba que se detuviera, aun así se movió y presenció un cuadro de pesadilla.

Wanyin parecía un muñeco de títere cuyas cuerdas estaban rotas, la sangre manaba de su boca y cuello rotos y manchaba por completo su barbilla. Sus extremidades, de lo poco que podía distinguir entre tanta madera, lucían retorcidas en ángulos erróneos, rotas y pulverizadas.

Y su voz, su débil y cansada voz, se deslizó a través de su mente, de esa forma única en la que habían hablado en el pasado por tanto tiempo.

—Ahora por fin soy el centro de sus lamentos —susurró; sonaba bastante aliviado. Lan Xichen cayó de rodillas, sus ojos abiertos de par en par—. Estoy unido a su dolor. Ahora tienen a donde dirigir su resentimiento además de su desesperación.

Lan Xichen sacudió la cabeza, incapaz de asimilar lo que estaba delante de él. Cubrió sus oídos una vez más, sin ningún resultado. No había escondite posible para escapar de sus palabras si estas se deslizaban hacia su mente con tanta facilidad.

—Voy a ser la panacea que alivie el sufrimiento de mis hermanos aunque sea un poco.

Entonces, sus ojos se enfocaron en él.

Tan inmerso estaba en escapar de esa pesadilla, repitiéndose sin descanso Despierta, despierta, despierta. Te lo suplico, sal de aquí ahora, que no se dio cuenta que un grupo de enredaderas más pequeñas se habían estado envolviendo alrededor de sus piernas y tobillos hasta que fue demasiado tarde. Su cuerpo se elevó junto a las ramas y formo parte de una de las dos vides que surgieron desde la tierra y eran semejantes a las de Wanyin. Una, aquella cuyas espinas desgarraron su carne e hicieron que soltara gritos de agonía, imparables como el fuerte agarre que la naturaleza tenía sobre su cuerpo, le pertenecía a él.

La otra... La otra albergaba a su hermano pequeño, inconsciente.

Todo el aire que quedaba en sus pulmones fue expulsado en un alarido que le desgarró la garganta.

«¿Tienes miedo del mundo allá afuera?

Tranquilo, mientras yo esté aquí, no te pasará nada, Wangji. ¡Promesa de hermano mayor!»

Lan Xichen lo había olvidado, completa e irrevocablemente. En sus hombros no sólo había cargado con la responsabilidad de cumplir una promesa, sino dos. Dos seres a quienes había jurado proteger y había fallado de la manera más cobarde. Era justo, pensó, era lo había estado buscando desde el principio al desear ser el pilar de otros cuando ni siquiera podía sostenerse a sí mismo. Las dos promesas llenas de un silencioso fervor, el supuesto amor que les profesaba a ambos; todo eso fue falso.

Unas suaves palabras se introdujeron en su mente.

—¿Verdad que no es divertido ver a tus amados sufrir?

Allí frente a él, con la cabeza ladeada y la mirada de un desquiciado, Lan Xichen por fin comprendió que la pesadilla tan sólo acababa de comenzar. Y se la merecía, merecía todo esto y aceptaría cualquier tipo de castigo, cualquiera, menos verlos sufrir.

No a ellos.

—W-Wanyin —tartamudeó, las orillas de su visión tornándose oscuras; estaba al borde del colapso—. Por favor, te lo ruego, deja... Deja que yo tome tu lugar. El de ambos. No importa que me quede atrapado aquí por el resto de la eternidad, de verdad no me importa. Solo, por favor.... Tú no tienes la culpa... Wangji no tiene la culpa... Tiene que haber alguna manera...

—No la hay.

Lan Xichen alzó la mirada súbitamente al notar lo cerca que estaba Wanyin en ese momento, su aliento cálido chocaba contra su nariz y se esparcía hacia sus mejillas. Wanyin junto sus frentes con los ojos cerrados y luego le dio ligeras caricias con su nariz, con una gentileza muy poco característica de él. No se atrevió a asumir nada, ya no, pero quizá en otra vida habría creído que era su extraño gesto de consuelo.

—Wanyin... por favor... —le imploró una vez más—. Déjame ser quién pague por sus errores.

Wanyin entonces abrió los ojos y le ofreció una larga mirada contemplativa, su expresión tan carente de emoción como Lan Xichen había empezado a acostumbrarse.

—Pero lo harás, Lan Xichen —declaró Wanyin, su voz una vez más áspera y cruel retumbando en cada esquina de su mente, haciendo eco en el hueco sin fondo de sus emociones negativas que no hacía más que expandirse sin control—. Todos lo haremos, pagaremos por lo que hemos hecho; ya te dije que no se puede recibir sin dar nada a cambio. La naturaleza siempre es justa con todos.

—¿Q-qué? —casi exclamó Lan Xichen. Ya de nada servían sus movimientos ni sus intentos por escapar. La naturaleza ya no lo obedecía, sus poderes de Sílfide estaban ausentes, como si nunca hubieran existido.

—Olvidarás todo sobre nosotros, Lan Xichen —sentenció Wanyin, ajeno a la devastación en la mirada del hada—. Olvidarás la verdad completa detrás de toda esta tragedia y olvidarás que alguna vez tuviste un hermano o que yo existí en este mundo. Tendrás la consciencia de haber errado y creado este infierno, pero no sabrás cómo ni cuándo ni por qué. Tu penitencia es la expiación sin fin y el luto por seres que jamás recordarás. Todas las generaciones futuras te alabarán como un dios por ser el creador del intercambio de Rei y Ki entre nuestras especies mientras tú te atormentarás en silencio y sin opción a descanso.

Vacío infinito lo engullía, el único hilo de cordura que lo ataba a la realidad era ese toque en su rostro, ese aliento cálido sobre su piel marchita.

—Tú hermano, por otro lado, está destinado a renacer vidas incontables hasta el día en que logré reparar en su totalidad el alma de mi Wuxian. —Esta vez, se deslizó un poco más hacia su costado, hacia su oreja rodeada de cabellos blancos, drenados por completo de la energía vital que le había brindado a Wanyin—. No será nada fácil porque él tampoco olvidará cada una de esas vidas, el conocimiento y el sacrificio son las únicas cosas que me darán la oportunidad de al menos liberar a mi hermano.

—La ley del talión...

—Al menos alguien aquí debería ser feliz —aceptó Wanyin; de seguro era este el hilo de esperanza al que había decidido aferrarse—. Y quien sabe, quizá tu hermano pueda encontrar un camino distinto que pueda alterar nuestro destino.

Una risita carente de sentimiento se escapó de Lan Xichen.

—Vaya, y pensar que creía que yo podría liberarlos. Que yo podría... Qué tontería...

Wanyin no dijo nada, no pareció que pudiera hacerlo. No cuando las vides comenzaron a deslizarse y hacerse camino hacia el fondo de la tierra, a engullirlos en un agarre que duraría incontables siglos.

El último contacto que ambos tuvieron, lo último que la naturaleza les permitió tener antes de su despedida y antes de que cada uno olvidara al otro, fue una mirada dividida. Wanyin y Lan Xichen sólo tenían un ojo descubierto entre todas las ramas y las flores de cuatro estaciones entre las que cierto ser luz gustaba bailar; el último resquicio de luz. La madera había terminado de cubrirlos como capullos; el color de las flores no era vibrante como en los recuerdos de Lan Xichen, sino pálido e igual al invierno, como el tiempo donde Lan Xichen había nacido y como el tiempo donde su amigo Mingjue había muerto.

Él no pudo odiar las flores más en ese momento.

Wangji se quedaría sólo y perdido, vagando eternamente hasta que pudiera reparar el alma de Wuxian. Ya no podría arroparlo en las noches heladas ni calentar sus manos entre las suyas. Nadie estaría allí para hacerle su trenza favorita ni para interpretar todas las cosas que guardaba en su corazón como una cajita de pandora. Nadie se interesaría lo suficiente para tratar de entenderlo y nadie lo sostendría cuando cayera enfermo. Nadie, nadie... porque Lan Xichen había soltado su mano y lo había dejado atrás.

Y Wanyin... Oh, Wanyin. Una vez que él fuera tragado por la tierra, ya nada quedaría de él. Ni su naturaleza cruel ni sus acciones bondadosas que lo habían salvado del abismo hace ya tanto tiempo. Tampoco el brillo de sus estrellas o el resonar de sus palabras. Mucho menos el beso sádico que no pidió y aun así temía olvidar, como cada uno de los pequeños detalles que conformaban uno de los seres a los que amaba.

—Si recuerdo...

—No pasará —aseguró Wanyin.

—Pero en caso de que por algún milagro lo hiciera, ten por seguro que no descansaré hasta sacarte de allí.

—¿Y crear un caos aún peor que este? Pues espero que eso nunca pase.

Lan Xichen se limitó a cerrar los ojos y sonreír por última vez.

—Nunca dije que no había considerado eso, Wanyin. Tal vez y hasta pueda sorprenderte.

Un resoplido en su mente.

—De promesas vacías y expectativas imposibles está lleno el abismo que nos aguarda, Xichen. Pero está bien, así es como fuiste creado.

Unas últimas palabras demoledoras.

—Así es el ser de quien se enamoró una parte de mi alma.





****

...Y cuando las grandes huestes de seres malignos y sin alma llegaron a nuestro hogar, el caos se generalizó.

Miles de hadas murieron en la guerra contra los Sishen. Sus huesos y sangre bañaron nuestros prados verdes y marchitaron cada árbol y cada flor. El aire se tornó pútrido, el agua se contaminó con la muerte y la distribuyó a cada uno de nuestros hijos; no había ni un solo lugar habitable, pero continuaron luchando. Ninguna de sus muertes fue vana, pues en nuestro corazón aun guardamos dolor y agradecimiento por su sacrificio.

Nuestra Tierra, nuestra raza y nuestra vida se enfrentaban a su final inevitable, pero fue en ese momento que nuestro gran salvador llegó para ayudarnos en nuestra causa. Él, con su infinito poder, desvió la oscuridad y purificó nuestras almas; nos dio la oportunidad de comenzar de nuevo.

Nos regaló el poder de purificación, nos dio la oportunidad de curar la enfermedad de nuestra Tierra y de nosotros mismos; nos dio el poder de enfrentar el mal eterno que nunca ha dejado de acecharnos.

Es por eso, por todo lo que hemos recibido y por tanto que nos ha sido dado, que es nuestro honor y deber recordar a Lan Xichen y su legado.

FIN...





****

ACLARACIONES

[1] Ma (): Término japonés que podría traducirse como pausa, espacio, abertura o intervalo. Yo decidí usar el término para representar el vacío, la ausencia de todo. Para expresarlo de manera sencilla, es equivalente, por ejemplo, a los silencios que hay en la música. Los silencios son nada de sonido, pero su presencia es esencial para mantener el equilibrio en el ritmo de la música.

[2] Rei: Energía Universal

[3] Ki: Energía Vital

[4] Sishen (死神): El término original chino aluce a una criatura mitológica (tipo la parca) encargada de tomar las almas de los muertos. Me pareció bastante poético. XD



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NOTAS DE LA AUTORA

No  me maten todavía que esto tiene explicación???

Muy bien, sucede que este en realidad es un Tree-Shot de otro fandom que tenía abandonado en borradores. También pasa que estoy luchando por actualizar una historia que tengo sin actualizar desde hace meses, así que me dije, hey, ¿por qué no haces una adaptación de esa otra historia? Tal ves te inpire lo suficiente.

El plan era sencillo, sólo tenía que abrir word y hacer un simple copia, pega y reemplaza nombres. Genial idea, ¿no?

Pues nop.

Pasó que me llené de cringe con muchas de las escenas y la forma de narración. Lo juro, parecía una lista de hacer compras más que una historia supuestamente trágica. Así que fui editando "ligeramente" al principio y COLOSALMENTE HACIA EL FINAL. De hecho, este tercer capítulo esta resscrito en casi un 80%...

Pero bueno, ¿y qué pasa con ese final tan abierto?

Pues, como ya dije, esta es la historia reciclada de una especie de trilogía súper épica que tenía planeada para escribir algun día y este Three-Shot era algo así como la precuela...

Ahora, tantos años después, estoy segura como el infierno que no será una trilogía, sino solamente un libro algo larguito y ya. :)

Así que eso, esta precuela está completa, pero la continuación apenas y está en pañales. Y como me niego a subir otra historia larga antes de terminar las que tengo pendientes, pues esta pequeña historia tardará un poco (mucho) en tener continuación, pero la tendrá así sea lo último que haga.

Espero les haya gustado, y mil gracias por todo su apoyo. Significa mucho para mí y me da energía para seguir escribiendo. Gracias, gracias. ♥♥♥ 

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