[1.] Un páramo anhelado
Te conocí en el instante en que ya comenzaba a olvidar a qué sabía la felicidad
****
El primer recuerdo de Lan Xichen se remontaba a una mañana oscura en la que su tío le pidió que esparciera las cenizas de sus padres.
Fue repentino. Primero se recuerda a sí mismo esforzándose al máximo para levantar unas pocas piedras en el aire y hacer pequeños remolinos una y otra vez. Luego todo se difumina a su tío entregándole una cajita antes de pedirle que lo acompañe a decir el último adiós a sus padres, señalando con su cabeza la caja en manos de Lan Xichen, esa que le entregó sin más, antes de girarse para dirigir el camino.
No es que su tío tuviera falta tacto, sólo sucedía que escenarios como esos se repetían tan a menudo, decenas de miles de veces en cada estación, que hacerlo ya no provocaba ningún tipo de reacción en Lan Qiren. Era lo usual en su mundo.
Lan Xichen trató de decir algo, pero el paso de Lan Qiren era tan veloz que ni siquiera le dio tiempo a formular una oración coherente. Su hermano se asomó por detrás de un árbol con una mirada inquisitiva, pero por primera vez en su vida, Lan Xichen no pudo ni ofrecerle una sonrisa. Se quedó quieto por un par de segundos antes de dar un paso atrás; su cabeza sacudiéndose y su corazón palpitando. Al final, no tuvo más remedio que desviar su mirada e ignorar a su pequeño hermano mientras tragaba el nudo atorado en su garganta. Sólo entonces es que recuperó su sentido común y siguió la estela de Lan Qiren. Sus manos aferradas con fuerza a la caja, sus nudillos pálidos y sus ojos casi desorbitados.
Luego de ello, la ceremonia no duró más de un minuto. La caja fue abierta y Lan Xichen sólo pudo quedarse allí parado por unos cuantos minutos antes de que fuera obligado a regresar al campo de entrenamiento.
Esa era su realidad, todo porque había nacido en un mundo al borde del colapso; escaso de la luz del sol y aire puro. Un mundo que, debido a errores pasados, se había llenado de una esencia extraña que contaminaba y destruía todo a su alrededor: Sora. Un tipo de energía negativa tan poderosa que con nada más que un suspiro era capaz de contaminar el agua, marchitar los árboles y sumir a las hadas en una densa oscuridad, provocándoles la locura. Era un poder descarnado, cruel e imparable.
Las hadas no poseían otro recuerdo o memoria donde no estuvieran luchando contra aquel mal. Los abuelos, los hijos y los nietos nacían con el único propósito y deber de ofrecer su vida y enfrentar en una guerra interminable al Sora. Utilizaban su conexión con la Tierra y de ella se prestaban el poder con el que sus cuerpos eran afines.
Cada hada poseía la virtud de utilizar uno de los cuatro elementos, y cada una era tan distinta a la otra que era increíble que pudieran colaborar entre ellas. Las circunstancias los habían unido, para vivir y para morir por la causa. Lan Xichen, en algún momento, había escuchado historias antiguas y leyendas que decían que alguna vez, hacia eones de distancia, se habían enfrentado entre ellos para librar guerras absurdas, las cuales habían sido el origen del Sora. Seguramente habían sido tontos, lo suficientemente ignorantes para no notar que un enemigo mucho más poderoso acechaba sus vidas.
Por supuesto, muchos aprendices como Lan Xichen no creían en tales tonterías. Ese tipo de leyendas sonaban tan lejanas y descabelladas que ni siquiera valían la pena comentar. La única realidad de cada hada era que la oscuridad había estado allí desde siempre y que no tenían otro propósito más que proteger lo que quedaba de sus hogares y el poco territorio que era apto para vivir. Su vida no tenía otro destino: luchar y morir en el intento era el único camino posible.
Lan Xichen, como todos, también tenía ese propósito en su corazón. Si bien la muerte tan repentina de sus padres había sido un golpe del que no logró recuperarse con facilidad, eso no hizo sino encender la llama de la lucha en su interior. Después de todo, habían sido sus padres quienes le enseñaron a amar la naturaleza desde el momento en que había dado sus primeros pasos; su conexión con el corazón de la Tierra era tan profundo que dolía, porque el sufrimiento de la naturaleza era el suyo propio. Y con cada batalla perdida, con cada lágrima que era derramada en los rostros de sus hermanos, su corazón sangraba más y más. Él no quería que sus compañeros siguieran sufriendo el mismo tipo de pérdida que él había experimentado; Lan Xichen anhelaba un mundo en el que la guerra ya no existiera más.
Pero Lan Xichen era demasiado joven para pelear. Los adultos se lo repetían en cada ocasión que había intentado escabullirse entre ellos, diciéndole una y otra vez que necesitaba más entrenamiento y más fuerza para poder ser de alguna utilidad en la batalla. Siempre trataban de convencerlo de que los males que lo esperaban allá, en medio de la guerra, no se comparaban en nada a todo lo que por relatos le era transmitido. Que era mil veces peor ver y experimentar en carne propia el dolor y sufrimiento de su Tierra, la que con el paso del tiempo, iba muriendo más y más.
Y sin embargo, Lan Xichen todavía no comprendía. No era capaz de hacerlo cuando, en cada ocasión que los veía regresar, notaba como sus hombros hundidos sólo declaraban otro territorio perdido, otra derrota. Y también estaba el dolor de las muertes, los cientos de hadas que ni siquiera podían ser sepultadas o lloradas. Primero porque sus cuerpos eran incinerados en el acto para evitar, aún más, la proliferación del Sora; y segundo, porque no tenían el suficiente tiempo para lamentarse. La guerra nunca acababa. La guerra siempre seguía y seguía y ni siquiera había un enemigo físico al que odiar.
Lan Xichen no podía hacer otra cosa más que sentirse frustrado e impotente. De nada servía que diera todo de sí en su entrenamiento si de todos modos no lo tomaban en cuenta. De nada servían sus suplicas si estas tan sólo era ignoradas una y otra vez.
Lan Xichen sólo deseaba ayudar a sus hermanos. Sólo quería luchar junto a ellos y buscar la ansiada libertad que tanto deseaban.
Y fue en ese momento de su vida que lo vio por primera vez.
Lan Xichen no tenía más de once inviernos cuando su profundo deseo de servir y sentirse útil lo había llevado hasta ese lugar. No estaba seguro de cómo había llegado ni qué tipo de magia había intervenido en el proceso de su extravío, pero no le importó de todos modos, no cuando registró por primera vez lo que lo rodeaba.
Estaba en un gran prado, un espacio más verde de lo que alguna vez había visto en toda su vida. Había flores en el aire, flotando sin ningún sentido. Destellaban sus colores al tiempo que agitaban sus pétalos cual alas de mariposa. Había también carámbanos de hielo en los árboles, y Lan Xichen vio con sorpresa que comenzaron a derretirse antes de dar paso al florecimiento de pequeñas flores de color plateado. El aire tenía un olor dulzón pero picante, lo que lo hizo estornudar y casi ser lanzado en el aire por la fuerza con la que lo hizo. Estaba flotando boca abajo. Lan Xichen se sorprendió tanto que quiso gritar al mirar hacia el suelo, pero de pronto, sintió que toda su piel era inundada por pequeños hormigueos que se expandieron por su pecho y estómago. Y para su completa sorpresa, su cuerpo se llenó de vibrantes carcajadas por ello.
Nada de aquello tenía la más mínima lógica. La naturaleza parecía evadir todas las leyes naturales de las que Lan Xichen había sido testigo desde niño. Había cosas que tenían una orden y función específicas, pero ese lugar parecía ignorarlas todas; Lan Xichen no pudo hacer más que sentirse dichoso con ello. Rodeado de un ambiente tan... vivo, fue sumamente sencillo olvidar las cosas afuera. Fue sencillo olvidar los silencios alargados, los gritos lejanos y el pesar inacabable.
Jamás se había sentido tan relajado, tan vivo. Aquel pequeño prado era tan perfecto en su locura que su pecho no tardó en llenarse de gozo exquisito. Incluso por un pequeño momento, se sintió feliz de estar vivo. Feliz de que, aún envuelto en tanta tragedia y miseria, todavía fuera capaz de disfrutar de un lugar tan mágico y especial aunque sea por un pequeño periodo de tiempo.
Pero ya era tiempo de regresar a la realidad, así que, invocando un poco de su poder, Lan Xichen decidió poner orden en su entorno. La sensación era débil, casi imperceptible. Se decía que cuando un hada utilizaba alguno de los elementos con los que era afine, su cabello relucía de un color distinto, se decía que todo a su alrededor cobraba vida y que era una de las mejores sensaciones que se pudiera sentir.
Sin embargo, en Lan Xichen no fue así. No sintió mucha diferencia porque su poder era pequeño y débil, apenas suficiente para dirigir su cuerpo hacia el suelo. Al menos esa era una parte que disfrutaba de sus entrenamientos, el saber que mientras más fuerte se volviera, más pronto podría utilizar por completo sus poderes de Sílfide.
Mas, al tocar tierra, su cuerpo se hundió de pronto en una acolchonada superficie, tan blanda que la mitad se su cuerpo quedó cubierta con ella.
Estando en esa posición, Lan Xichen recién notó que las flores se habían desvanecido en forma de pétalos, montones de ellos. Su color ahora se parecía al dorado y café de otoño. Lan Xichen una vez más se sintió estar en mundo surreal. Terminó desplomándose entre los pétalos, hundiendo su cuerpo por completo; preso de una alegría incontenible mientras su vista era desprovista de luz. Sus risas y sus patadas llenas de diversión lanzaron por los aires varios pétalos, una porción de su rostro quedó al descubierto por el movimiento.
Ese pequeño espacio fue el que le permitió ver una suave luz pasando frente a él, coloreando el aire. Fue tan veloz que casi no la vio. Luego otra y otra le siguieron en un rápido vórtice de destellos hasta que formaron una vaga silueta de líneas cada vez más regulares, aunque casi transparentes.
Y cuando tomó una forma completa, Lan Xichen descubrió que estaba ante un ser hecho de luz.
Se quedó paralizado. Era como si estuviera viendo una constelación en movimiento, el tipo de figura que únicamente su imaginación podía crear y que era tan hermoso que opacaba el paisaje vibrante a su alrededor. Algo único y especial, pulsando energía pura y viva con cada movimiento. Tan diferente de la oscuridad a la que Lan Xichen había terminado acostumbrándose. Y cuando una ligera corriente de aire elevó uno cuantos pétalos del suelo, a Lan Xichen le pareció ver una sonrisa cruzando las suaves y débiles facciones azules, si es que eso eran.
Los pétalos y la naturaleza parecieron sentirse de la misma forma que ese ser, porque comenzaron a girar y revolotear alrededor de la figura, quien comenzó a moverse con ellos. Flotando sin ninguna lógica, bailando con el viento, los pétalos y la naturaleza. Lan Xichen nunca había visto nada igual, ni siquiera en sus sueños, así que quiso acercarse, quiso ver más detalladamente cuando se incorporó del suelo.
Sin embargo, el movimiento inesperado hizo que la figura se girara a verlo, sobresaltada. Lan Xichen logró distinguir una expresión casi aterrorizada antes de que ese ser se diera la vuelta y desapareciera en un suspiro. Las luces titilaron y volaron lejos de su vista antes de esconderse lejos, entre las hojas de los árboles.
Frustrado, Lan Xichen convocó su poder una vez más y envolvió con una ventisca hecha de hojas y pétalos a una de las luces. No tardó en dirigirla hacia una de sus manos, pero ya que no estaba acostumbrado a usar su poder de esa manera ni en esa cantidad, el esfuerzo lo dejó con las rodillas débiles. Sus piernas fueron incapaces de sostener su peso, así que se descubrió tendido sobre sus piernas, en el suelo hecho de pétalos. Se rio débilmente de su torpeza, sintiendo un extraño júbilo en su interior.
Pero cuando abrió la palma de su mano, la pequeña luz había desaparecido.
****
A lo largo de las siguientes estaciones, Lan Xichen visitó el extraño sitio en cada oportunidad que tuvo.
Se sintió asustado al no recordar el camino la primera vez que quiso volver, pero poco después descubrió que podía acceder a ese sitio gracias a una pequeña grieta formada por la esencia de las hadas que habían fallecido en batalla. Normalmente, las cenizas de sus muertos eran lanzadas al aire tan pronto como ellos podían hacerlo, pero por alguna razón, un cúmulo de ellas se había formado en el hueco de un árbol, protegiendo la entrada de ese pequeño lugar. Lan Xichen lo supo en el momento que puso un pie allí, porque era como estar rodeado de sus hermanos a pesar de que ya no tenían presencia física.
Porque un hada no dejaba de luchar incluso después de morir.
Todavía lo inquietaba el hecho de que estas cenizas pudieran ser usadas como un escudo y no terminaran convirtiéndose en un conductor del Sora. Aunque había intentado convencer a su tío de que este nuevo uso era posible, él pronto le demostró que estaba equivocado. El experimento resultó fatal y Lan Xichen no tuvo más remedio que quedarse callado. Aparte de las cenizas, seguramente se necesitaba algo más para poder formar el escudo que resguardaba ese páramo. Muy posiblemente a ese ser de luz.
Lan Xichen se había sentido particularmente emocionado por descubrir qué otro nuevo secreto o cosa maravillosa descubriría en ese lugar, siendo que la primera visita había sido tan imprevisible y divertida. Pero también, muy en el fondo de su corazón, Lan Xichen sabía que esperaba encontrarse otra vez con aquel ser de luz. Sus recuerdos de estrellas y líneas azules lo asaltaban incluso en momentos inesperados. La extraña figura parecía haberse grabado en sus retinas.
Lan Xichen lo encontraba en cada ocasión que regresaba, siempre danzando o jugando con la naturaleza. Otorgando vida y luz a cada cosa que tocaba, sirviendo de protector en ese pequeño espacio que lo llenaba de esperanza y lo lanzaba hacia la creencia ingenua de que un mejor futuro era posible para un hada como Lan Xichen. Ajeno a todo lo que le rodeaba, la figura hecha de estrellas saltaba de árbol en árbol y dejaba estelas de luz azul a su paso.
Pero ni una sola vez le había permitido acercarse. Escapaba ante el menor ruido que Lan Xichen hiciera.
Cuando eso sucedía, Lan Xichen se consolaba a sí mismo viendo el extraño florecimiento de los árboles o la forma en que el viento jugaba con los pétalos que no parecían decidirse por alguna estación. Muchas veces, el color plateado de esos brotes salidos del hielo habían manchado sus cabellos marrones. Tiempo después, Lan Xichen descubrió con creciente ilusión (infantil en todos los aspectos posibles) que aquellas flores podían cambiar el color de su cabello un poco, aclarándolo de forma irregular.
Lan Xichen sabía que todas las hadas compartían el mismo color de cabello y ojos, que todas las hadas podían ser confundidas unas con otras porque todas eran prácticamente iguales. Sabía que las hadas eran naturaleza y se cubrían con ella para poder defenderla y atesorarla.
Pero más que nada, Lan Xichen era consciente de que volver a aquel sitio sólo demostraba lo inmaduro que todavía era. Que había cosas mucho más importantes allá afuera, cosas por las que sus hermanos estaban muriendo en ese mismo momento. Sin embargo, cualquier distracción que mantuviera su mente ocupada y lejos de los eternos chirridos de espadas y llantos infantiles, incluso fugazmente, era gratamente bienvenida.
Así que un día, inesperadamente, descubrió al ser de luz jugando con su largo cabello. Lan Xichen se había quedado dormido entre las flores plateadas; sus manchas ya lo tenían cubierto por completo, su cabello siendo el más afectado. Primero había sentido ligeras cosquillas en su cabeza, mismos que se convirtieron en tímidos tirones. Lan Xichen fingió que seguía durmiendo, pero le costó un gran esfuerzo no gritar o saltar de la emoción al sentirlo tan cerca.
El calor contrastante de su calor fue algo que realmente lo sorprendió. Contra toda la belleza etérea y sorpresas que guardaba ese prado verde y mágico, Lan Xichen había descubierto que el ambiente era frío en cierta forma. Como si, a pesar de la vida que rebosaba la naturaleza, algo le faltara. O como si algo le hubiera sido arrebatado.
Pero esa figura, la que estaba hecha con estrellas y formaba constelaciones, era cálida. Lan Xichen no sintió que estuviera siendo tocado de forma directa, pero la calidez aun así emanaba de aquel ser.
Impaciente, decidió intentar una vez más. Quería saber tantas cosas, quería acercársele aunque fuera una vez y tener un nombre para recordarlo en las largas y solitarias noches que lo esperaban en su aldea (porque su hermano menor, su pequeño Wangjin, ya se había hecho lo suficientemente mayor para también unírsele en su entrenamiento). Quería guardarlo en su memoria como parte de un tiempo en que, por primera vez, se había sentido bien, feliz. Porque estaba convencido de que esa calidez no podría olvidarla jamás.
Pero cuando se movió, notó con tristeza que la figura hacía ademán de irse una vez más. No tuvo tiempo de reflexionar sus acciones. En un acto casi desesperado, Lan Xichen saltó hacia la figura con ayuda de su poder. Quizá así podría retenerla, quizá así tendría la oportunidad de explicarle que no pretendía hacerle daño, que eso sería lo último que alguna vez se le ocurriría hacer.
Lan Xichen sólo quería una oportunidad, pero cuando creyó que por fin lo alcanzaría, su cuerpo pasó a través de las estrellas y la figura se disolvió como el aire. Tan sorprendido como Lan Xichen estaba, no pudo frenar su caída, ni tampoco pudo evitar el golpe antes de estrellarse contra un árbol.
Cuando recuperó la consciencia, el oscuro cielo ya se había tornado rojizo, un signo de que ya era de "noche". Un dolor sordo le palpitaba en las sienes, haciéndolo sentir enfermo y patético. Lan Xichen tuvo serias ganas de llorar en ese momento, pero se detuvo al sentir que un chorro de agua se deslizaba lentamente por su cabeza. La sensación fue refrescante. Al elevar su mirada, curioso, se sorprendió descubrir al ser de luz deslizando el agua directamente del rocío de las hojas, dirigiéndola directamente hasta su cabeza.
El rostro de Lan Xichen se arrugó, pequeñas lágrimas se amontonaron en sus ojos; su corazón se llenó de júbilo y tristeza; no pudo distinguir qué sentimiento era más poderoso.
—¿Por qué no puedo tocarte? —fue su primera pregunta. Le inquietaba esa información más que ninguna otra cosa, sobre todo porque él, ese ser que brillaba con luz propia, se había sentido tan cálido y sólido al mismo tiempo.
La figura sacudió su cabeza en negativa. Lan Xichen quiso insistir, pero las palabras de la figura azul se filtraron directamente en su mente antes de que pudiera abrir la boca.
—Soy diferente a ti —dijo. En la mente de Lan Xichen, sus palabras fueron suaves, reconfortantes, aunque no tuvieran sonido.
—Pero entonces, ¿cómo tocaste mi cabello? Sentí que jugabas con él y por eso... —La voz de Lan Xichen se desvaneció, el asombro se coló en su cuerpo cuando vio que la figura movía sus dedos de forma extraña antes de que una brisa de viento agitara los cabellos de Lan Xichen. Un pequeño tironcito fue suficiente para reafirmar su respuesta.
Lan Xichen estaba sorprendido. Cómo era posible, él no lo sabía. Tenía entendido que sólo dominar un arte de la naturaleza ya era lo suficientemente complicado, a él ya le costaba suficientes dolores de cabeza y lo tenía privado de poder ayudar en la guerra por no dominarlo a la perfección todavía. Muchas hadas ni siquiera lo lograban en todo el transcurso de sus existencias, quedándose estancadas en medio de su entrenamiento y teniendo que resignarse a ser simples asistentes de los guerreros.
—¿Cómo...? —quiso preguntar, pero otra vez fue interrumpido.
La figura entonces hizo algo imposible, ilógico en todas las formas posibles: reunió un pequeño remolino de viento, hojas y flores que rodearon a Lan Xichen y terminaron incendiándose frente a sus ojos. Mas no fue todo, porque poco después, el fuego fue consumido por un poco de agua antes de caer y ser tragado por un hueco en la tierra.
Lan Xichen se quedó boquiabierto, incapaz de procesar la información de lo que aquello implicaba. Tanto tiempo había visto decenas de caras tristes e impotentes entre sus hermanos y toda su raza. El deseo de ser más fuerte ardiendo en cada uno de sus ojos, una llama que poco a poco había ido extinguiéndose con el tiempo. El rencor, la rabia y la frustración tomando el lugar de ese deseo, porque las hadas estaban cansadas de ver a sus amados morir en una lucha que parecía nunca terminar.
Lan Xichen había comenzado a entender aquello, lo había hecho cuando descubrió que uno de sus mejores amigos jamás volvería. Jin GuangYao se había vuelto adulto más antes que Lan Xichen, y también había muerto con más prontitud. Sus cenizas volando entre el viento y volviéndose en nada más que un recuerdo. Incluso podía recordar el aroma del aire que sintió ese día, colándose en sus sentidos y adormeciendo todo su cuerpo.
Sintió una envidia amarga, burbujeante. Deseó tener aquel poder para poder luchar por su Tierra y por sus hermanos allá en el campo de batalla. Con ese tipo de poder quizá sería suficiente para ganar su derecho, para hacer alguna diferencia en la guerra que ya todos consideraban perdida aunque nadie se atreviera a decirlo en voz alta.
La figura debió notar el cambio en sus sentimientos, pues las luces titilaron y comenzaron a desvanecerse. Lan Xichen se ordenó control en ese mismo momento, alejando esos sentimientos negativos y egoístas de su corazón.
—Lo lamento —se disculpó, su cabeza inclinada en resignación—. Es sólo que mi pueblo está desesperado. Ya no sabemos qué otra cosa hacer aparte de ir a morir como idiotas, sin poder hacer nada para detener esta pesadilla.
Vio como esa extraña figura inclinaba su cabeza, un reflejo perfecto de Lan Xichen, como diciéndole que le entendía a pesar de todo.
—Vi tu corazón y escuché tus pensamientos. Amas este lugar tanto como yo lo hago.
Lan Xichen asintió, al tiempo que respondía.
—Lo hago, por eso me duele. Y por eso amo lo que has creado aquí, me siento tan feliz de poder ver un sitio tan verde en estos tiempos de oscuridad. —La mirada de Lan Xichen vagó entre el espeso follaje de los árboles y los siempre eternos capullos plateados; las flores sin estación ahora lucían azules y verdes, como llamando y burlándose de la primavera. Lan Xichen soltó un suspiro de satisfacción por el aire puro, libre de angustia o contaminación.
—Tú construiste esto, ¿no? Tú almacenaste las cenizas de las hadas para formar una especie de escudo que protegiera este sitio.
La figura asintió con su cabeza, un movimiento leve y casi imperceptible.
—Tardé mucho, más de lo que puedo recordar. Gran parte de la esencia de las hadas flota en este lugar y resguarda la entrada de la energía negativa. Y a pesar de lo mucho que busqué, esto fue todo lo que pude lograr.
—Pero, ¿quién eres? —Lan Xichen le preguntó de nuevo, genuinamente interesado—. ¿Qué eres? No logró comprender tu esencia o de dónde proviene.
La mirada hecha de líneas y estrellas azules cayó por un momento, sumiéndose en un silencio repentino. Lan Xichen esperó pacientemente, hasta que su mente fue inundada otra vez por los pensamientos del extraño ser.
—Soy algo difícil de comprender —le explicó—. Soy como todos aquellos deseos y anhelos que fueron suprimidos y eliminados de un ser superior. Él no me necesitaba, no para la misión a la que estaba destinado, así que me desterró directamente de su esencia. Necesitaba ser fuerte y yo era la principal fuente de sus tentaciones y debilidades; soy aquello con lo que nació y tenía el poder de desviar su camino.
Lan Xichen no entendió del todo, sólo que, tal y como la figura decía, eran diferentes.
—Pero, ¿tienes un nombre? ¿Alguna forma en la que pueda llamarte?
Lan Xichen creyó ver sus facciones arrugándose en concentración, como si la pregunta formulada fuera una de las cosas más difíciles que le hubieran pedido hacer.
—Yo... nunca necesité de ningún nombre —respondió por fin. Seguía luciendo algo triste, y Lan Xichen quiso quitar aquel sentimiento de su rostro. Le gustaba verlo reír y saltar entre los árboles, bailando sin música al ritmo del viento.
—Pero... recuerdo algo vago. Quizás pudo ser mi nombre.
—¿Y cuál es?
La figura alzó la mirada entonces. La sonrisa que Lan Xichen extrañó más de lo que esperaba se hizo presente. Aclarando las líneas, haciendo que las estrellas resplandecieran con una renovada energía que le robó el aliento.
—Wanyin —le respondió con un susurro.
Lan Xichen no lo supo en aquel entonces, pero con aquel nombre, su destino acababa de sellarse.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top