VEINTISÉIS
Belmont caminaba ansioso y varias veces había querido precipitarse dentro de la habitación en donde los espaciados gritos de mi madre se escuchaban. En esos momentos, tomaba mi falda y caminaba hacia él para agarrarlo por el brazo y arrastrarlo conmigo hacia el sillón.
Tenía que decir que las circunstancias no eran buenas: en principio, el cuerpo de mi madre se había debilitado por el embarazo y; en segundo, había forzado su cuerpo en una discusión en la que la tensión y los nervios habían terminado por lastimarla; sobre todo porque, contra toda razón, ella había decidido destrozar la casa no de forma normal, sino con magia.
Todavía sentía el estómago revuelto y no había tenido tiempo de cambiarme; de hecho, seguía utilizando la chaqueta de Dean que se había manchado con algo de sangre.
Mamá volvió a gritar y de inmediato caminé y agarré la mano del ansioso hombre; apreté con fuerza y lo miré a los ojos tratando de transmitirle algo de calma mientras lo arrastraba de nuevo a los sillones. Su mano sudaba y se notaba ardiente, estaba en extremo nervioso y yo también; pero tenía confianza en que todo saldría bien.
Miré hacia el ventanal a un lado y vi que la noche se había profundizado, debía ser ya más de media noche y el parto seguía su curso. Encontraba irónico que el hijo del nuevo matrimonio de mamá naciera en la mansión Blanchett; pero no hubo tiempo para trasladarla, ya había sido un milagro que nada en exceso malo hubiera pasado.
«Gracias a Dean», pensé.
Con más calma, pude pensar y reconocer que lo que le había dado a mamá, eran píldoras medicinales. Al igual que los sellos, las píldoras se hacían con magia, pero no requerían de ella para funcionar. Eran algo caro, raro y muy valioso; pero él había entregado una sin vacilar.
Apreté el puño libre y observé alrededor de la habitación, no había nadie aparte de nosotros. Así lo había dispuesto yo y ninguna persona se había atrevido a desafiar mis palabras.
Mis pies descalzos mostraban unas gruesas vendas y tras la inspección del médico, y la conveniente medicina, era casi incapaz de sentir la incomodidad. Subí las piernas al sillón para buscar mayor comodidad y seguí sosteniendo la mano de Belmont.
—Ese chico —dijo—, el que te salvó... me gustaría agradecerle por lo que hizo.
Asentí, pero no dije nada, solo sentí un ligero arrepentimiento al tener que dejarlo marchar. Las cosas estaban hechas y Dean no podía quedarse más; sin embargo, me había prometido encontrar la forma de volver a verme lo antes posible.
Apreté con más fuerza la mano del hombre a mi lado y lo miré con una sonrisa que seguía expresando disculpas. Sentía que había sido mi negligencia lo que había provocado todo.
La puerta se abrió de golpe y bajo el gran umbral se paraba un alterado Belmont que había venido a buscar a su esposa luego de que esta no volviera y al no haber servidumbre que lo recibiera, se había precipitado dentro. No podía imaginar lo que podría haber pensado al entrar y encontrar el mismo desastre con el que me había encontrado yo.
En un fugaz pensamiento me pregunté qué habría sido de los guardias en la entrada.
Lo vi palidecer y tropezar dos pasos antes de correr a sostener a mi madre, que seguía en mis brazos y los de Dean. Fue entonces cuando todo empezó a tomar un color más apresurado, casi pude ver el fuego en los ojos de Belmont y me estremecí antes de ordenar que despejaran mi propia habitación para recibir al niño.
Conocía el procedimiento, participé de varios partos cuando viví en el norte y pronto me encontré dando órdenes.
Agua caliente.
Sábanas limpias.
Paños limpios.
Camisones y mantas.
Me paré y me tambaleé, el dolor que se había adormecido fue reactivado por la brusquedad de mis movimientos. Una mano me sostuvo antes de caer y un par de ojos dorados me miraron con reproche.
—Tonta —murmuró por lo bajo, pero yo, aunque era inadecuado, me permití poner todo mi peso sobre su cuerpo; él había encontrado la forma de no cargarme mientras lo hacía, mis pies no tocaban el suelo, pero seguía erguida.
—¡Hermana! —Un grito cortó el movimiento acelerado de los pies que me conducían escaleras arriba y me di la vuelta para mirarla aprovechando la pausa. Las manos de Dean se tensaron y pude notarlo vívidamente cuando los dedos hicieron presión sobre mi talle.
Fruncí el ceño y no contesté nada, había un sentimiento de profundo desagrado chorreando groseramente por mis irises. Nada fue dicho entre nosotras antes de proseguir; ni los sirvientes, ni las doncellas, ni siquiera mi padre había emitido palabra, él, sobre todo, tenía la boca cerrada.
«Ja».
Mi mente se reía en la patética imagen que dibujaba. De alguna forma, en mis ojos, la imagen de él el día que llegó con la niña que había tenido con una criada y ésta se superpusieron. Sus ojos no me ubicaban, pero sí seguían la silueta desaparecida de la pareja y el anhelo se veía en ellos.
Volteé la cara y sonreí al mirar a Dean; mi corazón que se había sentido congelado, se encontró derretido.
Había estado mirando fijo un punto y solo me desperté cuando una mano se posó sobre mi cabeza. Los ojos rojo brillante del esposo de mi madre me miraban.
—Es bueno que la pequeña reina esté bien, no lo pienses tanto.
Sonreí y me acerqué un poco a él antes de apoyarme contra su hombro, de todos modos, no había nadie para reprender mi conducta.
—No seré reina, mamá ya debe habértelo contado —comenté con ligereza mientras observaba los dedos de mis pies sobresalir por debajo de la falda rota.
—Mmm, me dijo; pero siempre serás una pequeña reina —respondió y noté que el contacto aumentó cuando él también dejó caer parte de su peso sobre mí; habíamos hecho del otro un soporte. Mi físico había comenzado a resentir todos los golpes y heridas que había sufrido, por mucho que el médico me hubiera tratado, el cansancio me vencía y a su vez, Belmont parecía sufrir bajo el yugo de sus nervios—. ¿Qué harás de ahora en adelante?
—Los haré sufrir, por supuesto.
Belmont enmudeció y luego se escuchó una risa ronca.
—No es lo que preguntaba, pero me parece una buena opción.
Cerré los ojos y me permití relajarme unos segundos que al instante fueron interrumpidos por un nuevo grito, esta vez, acompañado de un fuerte llanto que rompió la tranquilidad de la noche. Cualquier signo de fatiga se desvaneció y ambos nos incorporamos mirándonos el uno al otro.
Mi estómago burbujeó y me acerqué con lentitud hacia la puerta cerrada; mi mano seguía sostenida por los dedos de Belmont y no sabía quién empujaba a quién. Momentos después, la puerta se abrió y la partera salió con un bulto en los brazos.
—Es un niño —anunció sonriente—, tanto él y la señora están muy sanos.
Sentí que el hombre a mi lado suspiraba el aire que ni veinte pulmones habrían podido sostener y yo me encontré haciendo lo mismo. Miramos por encima de la manta y mi corazón se derritió; era bastante feo, pero me encontré sonriendo de forma estúpida frente al pequeño bollo que aún estaba un poco rojo y arrugado.
Me reí en voz alta y el peso me abandonó. En algún momento, mi padrastro me soltó y quitó al niño de los brazos de la mujer que volvió al interior del cuarto; no obstante, el tiempo que mi hermano permaneció en sus brazos fue escaso y de inmediato fue puesto en los míos.
Lo miré correr dentro de la habitación y comprendí que, lamentablemente, mi hermano había perdido relevancia frente a mi madre. Al menos lo había visto y cargado.
—No te preocupes bebé, la hermana te amará mucho —dije divertida mientas lo miraba. Quizá todavía no se daba cuenta de que había sido tirado al mundo, porque luego del primer y estridente llanto, se calló.
El calor de su cuerpo se filtraba a través de la tela y me encontré a mí misma abrazándolo más contra mi pecho al tiempo que caminaba hacia el interior. Las sábanas ya habían sido cambiadas, y mi madre aseada y cambiada de ropa. Tenía los ojos cerrados y su pecho subía y bajaba con lentitud delatando el estado inconsciente del que gozaba. Por supuesto, ese hombre que antes había estado muriendo de los nervios, ahora permanecía sentado apacible a su lado. Una de sus manos repasaba las hebras rojas desparramadas en la almohada.
—Qué suerte tienes bebé —murmuré—, tú vivirás rodeado de amor.
Me arrastré fuera de la habitación en cuanto comprobé que mi madre estaba en perfectas condiciones; si bien peligroso, al final todo había salido bien y ahora, tanto ella como mi nuevo hermano y Belmont descansaban.
Me miré la mano y moví los dedos, el calor suave del bebé aún me besaba las manos. Sonreí chiquito, mi corazón se sentía ligero y cálido, pero sabía que este sentimiento se agotaría en cuanto las cosas que tenía que hacer empezaran.
Quería bañarme.
Quería bañarme con tantas ganas.
Miré hacia el frente y encontré el pasillo oscuro; me las arreglé para llegar al cuarto que en realidad había sido de mi madre antes del divorcio y abrí la puerta. Fruncí el ceño cuando el olor a encierro me llegó a la nariz y miré alrededor, las pesadas cortinas tapaban por completo la pobre luz de la luna.
—Nana —llamé a Margot por inercia. Mi intención había sido pedirle que me ayudara a arreglar la habitación y al verme sola, caí en cuenta de que en realidad no la había visto desde que llegara. Nerviosa como estaba por lo ocurrido con mi madre, perdí el hilo normal de mis pensamientos.
Tampoco había visto a Yvan.
Mi rostro se ensombreció y me di la vuelta al instante; dejé la habitación y caminé directo hacia una de las puertas más alejadas. Mi puño golpeó con fuerza y rapidez sobre la madera, tanto, que temí que no solo la persona en su interior se despertara.
La puerta se abrió de repente y la cara de mi padre apareció; no había signos de sueño sobre él y pude ver la sorpresa en sus ojos al verme. Delineaba una imagen bastante lamentable dado que no me había cambiado y permanecido tan desastrosa como había llegado.
No esperé a que dijera nada y abrí yo la boca.
—¿En dónde están mi caballero y Margot? —Mi pregunta fue casi un gruñido y me di cuenta de cuán a la defensiva estaba.
Un silencio áspero se estableció luego de que hablara y levanté más la barbilla, no sabía cuándo me había vuelto tan valiente o, mejor dicho, tan presuntuosa; o de cuándo había dejado el acto de víctima, pero era un hecho que mi paciencia había llegado al límite tanto con él como con Clarice.
—En el calabozo. —Sus palabras confirmaron lo que me había temido y sentí la sangre abandonar mi rostro. Yo sabía cómo eran los calabozos subterránea debajo de la mansión, la había visto y sabía que no era un lugar agradable, ni siquiera sería soportable para Yvan.
Mis pies giraron sobre los talones y di un paso dispuesta a buscarlos. Sin embargo, antes de que lograra avanzar más, una mano me detuvo y sentí a mi padre presionar con fuerza mi hombro.
—Serán castigados por su negligencia.
—No hay nadie en esta casa más negligente que tú y no te veo encerrado allí. —Solté lo que mi mente gritaba y lo miré desafiante; quizá, solo el toque faltante era enseñarle los dientes como algún animal salvaje. Con tal aspecto desalineado, sería un toque extra.
—Insolente. —Lo vi levantar la mano y me reí. No tenía la fuerza física para detenerlo, pero podía alejarlo con magia y supuse que se dio cuenta en el momento en que yo misma puse mi mano frente a mí de forma defensiva.
—Estoy esperando —solté cuando el movimiento de su brazo levantado se detuvo.
—No podrás entrar sin mi permiso.
Entrecerré los ojos y miré directo al opaco celeste de los suyos, me sacudí de su agarre que se había aflojado y me di la vuelta para seguir mi camino. Mis pies hacían un sonido inexistente, se había vuelto mi mal el no encontrar la necesidad de un par de zapatos.
—Entraré, con tu permiso o sin él —con la distancia formando una barrera entre nosotros hablé; de alguna forma, mi voz, mi tono, incluso mi cuerpo, se helaron. Con esto había terminado, había abandonado cualquier consideración hacia él—. ¿De verdad crees que no puedo forzar mi entrada?
Lo miré de reojo y sonreí.
Mi pie se adelantó al otro y con cada paso que daba mi corazón tiraba un poco menos.
«Quizá así se siente el verdadero desapego».
Sabía que su orgullo no le permitiría seguirme, y que las cosas serían hechas por las malas. Pero estaba bien, el papel de la villana siempre había sido el que mejor me quedaba y no era como si quisiera cedérselo a mi media hermana.
—No es divertido ser la buena.
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Los amo!
Flor
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