VEINTIOCHO
Quise abrir los ojos y me encontré con el peso de mi brazo sobre ellos. Me sentía por completo entumecida, de pies a cabeza; como si un carruaje me hubiera pasado por encima. Moví el brazo que me tapaba la claridad que entraba por la ventana y este cayó laxo a mi lado, totalmente dormido y pronto, ese hormigueo característico me terminó por espabilar.
Pensé en los eventos de la noche anterior y no pude evitar mirarme a mí misma, que era un desastre. No sabía qué hora sería, pero sí que me había dormido al amanecer luego de derrumbarme en el momento en que puse un pie dentro de la habitación. Estaba sucia y cansada, así que luego de dar las instrucciones pertinentes para la seguridad de Margot e Yvan... me dormí.
Me incorporé con lentitud y miré a mi alrededor, la habitación apenas había sido aireada desde que mi mamá se fuera, por lo que todo seguía de la misma forma, incluso las cortinas que a ella le gustaba usar.
«¿Me pregunto si de verdad se arrepiente?»
Era un pensamiento recurrente que tenía, una curiosidad asentada en la leve melancolía que a veces podía presenciar en los ojos de mi padre cuando, sin que se diera cuenta, lo veía mirar la puerta cerrada del cuarto.
Suspiré e hice una mueca de incomodidad al momento en que intenté pararme, la vista se me nubló ante el mareo repentino y me sostuve la cabeza. Un dolor punzante justo en la frente me hizo jadear y el estómago me gruñó en protesta.
Si bien Dean me ofreció parar en el camino para comer algo más que el pan que llevaban provisorio en sus bolsos de viaje, me negué; quería llegar cuanto antes y luego me olvidé. No era alguien que perdiera el apetito ante nada, pero la tensión de los momentos posteriores a mi llegada me había obligado a mantenerme en ayunas contra mi voluntad.
Reprimí el malestar general que sentía y caminé hacia la puerta, abriéndola y asomándome hacia el pasillo. Las cortinas de los ventanales ya habían sido abiertas y todo parecía estar en paz, me figuraba que el orden ya se había reestablecido; aunque no sabía qué estaría pasando con el estado mental de la servidumbre. No es que los hubiera visto en buen estado, pero tampoco había tenido el tiempo para preocuparme.
Parecían bastante aterrorizados la noche anterior.
Di un par de pasos fuera y entrecerré los ojos cuando el sol me dio de lleno; debían de ser las tres o cuatro de la tarde en este punto.
—¡¿Señorita?! —Escuché el llamado alarmado de alguien y me di la vuelta para encontrarme con el rostro sorprendido de una de las jóvenes doncellas.
—No grites, me duele la cabeza. —Podía ver que el estado lastimoso de... toda yo, había descolocado a la pobre joven—. ¿Puedes prepararme el baño y algo para comer? También, ve a comprobar el estado de Yvan y Margot. Voy a estar en esta habitación temporalmente.
La vi asentir y me di la vuelta para volver a entrar, pero me detuve de repente.
—Manda a alguien con tinta y papel. —Sonreí y pensé que no se los haría fácil.
Tenía cosas pendientes por hacer, entre ellas, quería comprobar el estado de mi madre y mi hermano; aunque todo había salido bien, no me fiaba del todo de la gente de la casa. Lo pasado con Anette me confirmaba que cualquier documento podría ser falsificado con facilidad, sino, no hubiera confiado en ella como una estúpida.
Pensé que mantenerme alerta con la servidumbre que provenía del ducado y controlar a aquellos que vivían aquí era suficiente; pero era evidente que la suavidad con la que había transcurrido mi tiempo, me había hecho descuidarme.
También, quería ver a Dean.
Sonreí sin quererlo, aunque sabía que su presencia, si bien deseada, suponía la llegada de problemas. Más que nada, temía lo que pudiera pasar con Silvain y mi corazón se volvió pesado al pensar en él. Era cierto que las cosas no sucedían igual que antes y sentía, de cierta manera, que su afecto hacia mí se había intensificado; pero no de buena manera, era más como el deseo de poseer algo. La sola idea de verlo me mortificaba más de lo que quería reconocer.
Recién había despachado a la cautelosa doncellita con mi carta cuando la puerta se abrió. Cuatro doncellas entraron trayendo consigo algunos recipientes con agua y un cambio de ropa. El vestido violeta parecía el epítome de la gloria comparado con mi estado harapiento.
La criada a la cual le había ordenado preparar las cosas, se acercó para informarme lo que se le había dicho sobre mi nana y mi caballero. Margot ya se había despertado, pero se le había ordenado permanecer en cama, mientras que Yvan... el médico seguía con él.
—Tsk. —Chasqueé la lengua y me di cuenta que se me había hecho una mala costumbre. No era aceptable de ninguna forma que lo hiciera, me había vuelto cada vez más y más floja en cuanto a modales se refería—. Iré a verlo en cuanto termine.
Las vi moverse con diligencia sin mirarme y yo me senté en el alfeizar de la ventana, observando el movimiento acostumbrado de sus acciones al tiempo que pensaba en el resto de las cosas que tenía por hacer durante el día.
—Señorita. —Una quinta doncella entró después de golpear la puerta, su cabeza se asomó y me llamó—. El Señor desea verla.
—Ya veo, bueno, iré en cuanto termine. —La despedí con un gesto de mi mano y me miré los puños de la chaqueta—. Espera un momento.
Volví a llamarla y me desprendí los botones, viendo apenada el estado desastroso de la prenda.
—Llévala a lavar, que la traten con el mejor cuidado, la quiero impecable. —En cuanto me desprendí de ella para dejarla en las manos de la joven, pude ver su rostro sorprendido. Cuando miré hacia abajo caí en la cuenta del corsé expuesto y del pecho del vestido que con precariedad se sostenía de uno de los lados de su costura.
—Señorita, ¿usted...? —La vi sonrojarse y tartamudear una pregunta sin terminar; entendía la implicancia del sonrojo y negué severa.
—No dirás una palabra. —Le di una mirada dura y asintió con rapidez; si el rumor de que llevaba la chaqueta de un hombre y que debajo de ella mi ropa interior estaba expuesta se extendía, mi reputación sería destrozada.
Luego de verla irse con pasos rápidos, les dirigí una mirada igual de dura a las demás presentes. Había sido amable con la servidumbre, pero había impartido los castigos pertinentes siempre que se hubiera dado el caso. No había duda de que, si una palabra se filtrara, nada bueno pasaría con ellas. Presurosas bajaron la cabeza y me dispuse a esperar que todo estuviera listo, mi estómago había vuelto a quejarse; pero me negaba a comer en tal sucia condición.
Vi complacida cuando la gran bañera, dispuesta en un espacio aparte anexado a la habitación, estuvo llena. Me despojaron de los trapos que llevaba y ordené que los tiraran antes de sumergirme en el agua perfumada; de inmediato sentí el cansancio desvanecerse junto con la suciedad.
Una doncella lavaba mi cabello masajeándolo paciente con agua de menta mientras que otra lavaba mis pies que habían estado cubiertos de vendas. El médico había aplicado medicina de alta calidad hecha con hierbas mágicas; por lo que casi no había vestigio de lo lastimados que habían estado, pero había cierto dolor remanente.
Cerré los ojos y me dejé atender sintiéndome adormecida; sin embargo, los insistentes golpes en la puerta me molestaron lo suficiente como para detener el trabajo de las jóvenes. Hice un gesto con la cabeza para que alguna comprobara quién estaba allí y fruncí los labios en un mohín disconforme al ver la silueta de mi hermana pararse en la entrada del baño.
—¿Autoricé tu entrada? —La miré de reojo y me hundí un poco más en el agua al tiempo que ordenada reanudar las acciones de quienes me atendían.
—Lo siento tanto, hermana, estaba ansiosa por saber cómo te encontrabas; así que no pude esperar.
—¿Necesitabas algo? —Ignoré el gesto preocupado y ansioso sobre sus bonitas facciones y cambié mi mano dado que las uñas de la otra ya estaban limpias. Una criada había estado cepillando y limando con diligencia dado que varias se habían quebrado.
—Solo quería comprobar cómo te encontrabas, es tan lamentable lo que paso... ah... soy negligente, no sé cómo administrar un hogar y los sirvientes... de verdad lamento tanto lo que pasó. —Hizo una pausa y pareció ganar determinación—. Quiero resarcirme, déjame tratar el castigo de Anette y Adam.
—¿Oh? —Sonreí superficial al tiempo que giraba la cabeza para mirarla directo—. No te preocupes, no es molestia alguna para mí tratar con ellos. Ya que te encuentras incapaz de administrar un hogar, ¿no sería conveniente que Jerome siga haciéndolo como siempre? Aparte, creo que sería adecuado para mí, que soy la víctima, tratar con ellos.
—¡Pero deberías descansar! —Clarice levantó la voz y la ansiedad en su voz se hizo notable. Si bien parecía una hermana sinceramente preocupada, el miedo se notaba y yo sabía que no era por mi estado, sino por lo que pudiera descubrir.
—¿A qué le temes, hermana? —pregunté casual y tiré la cabeza hacia atrás, sintiendo el agua bajar y limpiar mi cabello.
—Por supuesto, temo que te sobre esfuerces y que sea perjudicial para tu cuerpo, estabas tan mal cuando llegaste ayer... papá ya estuvo de acuerdo con que sea yo quien trate este asunto.
Estreché los ojos y la interrogante se asentó en mi gesto cuando la miré; luego me reí entre dientes.
—Lo siento, si esperas que te los entregue, estás equivocada. Ellos siguen bajo el cuidado de mi gente y solo serán entregados a mí para el castigo, así lo dispuse ayer. —Mi gente, por supuesto, no era otra que los caballeros disfrazados que Dean había dejado conmigo; pero era reconfortante llamarlos así.
Clarice palideció y me miró asombrada.
—Pero papá-
—Hablaré con él en cuanto termine, no deberías preocuparte. No haré nada que manche la reputación de esta casa, por el momento al menos.
Sonreí y me levanté, el agua cayó a mi alrededor mientras las doncellas me ayudaban. Dos recipientes de agua fueron vaciados sobre mí, terminando de aclarar cualquier rastro de suciedad y Clarice, en la entrada, retrocedió tres pasos.
Bajo el peso tembloroso del agua, mis pestañas se elevaron dejando a la vista el color helado de mis irises. No sabía lo que pensaba ella, pero era placentero, a un nivel absoluto, ver las emociones mezclarse y revolverse en sus ojos, haciéndola palidecer aún más.
Moví mi cabello para dejarlo descansar sobre mi hombro. Las gotas caían una tras otra sin demora mientras mi cuerpo permanecía a la vista, esperando por una bata y un paño para secarme.
De repente, había perdido cualquier debilidad, cualquier cansancio.
—Comeré algo y hablaré con padre al respecto en cuanto termine de hacer lo que necesito; sin embargo, no te preocupes, no dejaré que nada salga mal. —Mis ojos se volvieron una media luna y el único hoyuelo que poseía se marcó con fuerza sobre mi mejilla.
Me paré frente a la puerta del despacho de mi padre y golpeé tres veces consecutivas antes de que su voz me diera el paso. En mi mano, había una carta.
Mi estómago estaba lleno y mi vestido se movía a mi alrededor con ligereza, como debía ser. Me sentía cómoda y en paz, incluso cuando entré y vi que no solo mi padre, sino también Jerome y Clarice se encontraban allí. Le sonreí amable al mayordomo antes de dirigir mi vista hacia los demás.
No hice amago de cortesía al sentarme en unos de los sillones y esperé con paciencia a ver lo que se diría.
—Tu hermana, como la mayor, en ausencia de una esposa, es quien tiene el derecho de castigar a los sirvientes en casos como estos —dijo mi padre, en su rostro se marcaba la profunda línea del entrecejo.
—Me niego —respondí llanamente. En ningún momento, la paz de mis gestos se había perdido.
Había visto a Yvan antes de dirigirme a este lugar y aunque dormido y de aspecto enfermizo, había obtenido una perspectiva favorable de parte del doctor. Lo mismo con Margot, quien me había abrazado y llorado largo rato al ver que estaba a salvo.
Luego, había ido a ver a mi madre y como tal, había sostenido de nuevo a mi hermano, que ahora lucía mucho más bonito que la noche anterior. Entonces, no era fácil quitarme la sensación dulce, que me había quedado en las manos, luego de haberlo tenido entre mis brazos.
—No es algo a lo que puedas negarte, la reputación de esta casa-
—Jerome —llamé e interrumpí las palabras de mi padre; casi me reí cuando un color rojizo se pintó en su cara—. ¿Podrías entregarle esto a mi padre por favor?
Levanté la carta en mi mano y esperé hasta que el mayordomo la entregara, en todo momento mantuve una cara entre impasible y amable, como a quien no le afectaba en nada lo que pasaba; no obstante, recibí orgullosa la mirada sorprendida y enojada del duque.
—Como puede ver, padre, esta mañana informé de lo acontecido al palacio y recibí la aprobación de la reina para disponer del castigo yo misma —comencé y sonreí inocente—. Es bueno que la reina haya considerado el bienestar de nuestra familia y omitido el castigo público.
—Pero... hermana... em... no creo que el cuñado esté satisfecho cuando se entere que llevaste a cabo semejante acto, no, deberías dejármelo a mí.
Mi padre la miró y entrecerró los ojos al ver el nerviosismo patente no solo en su tono, sino también en su rostro. De alguna forma, pensé que era bueno que hubiera obtenido una hija tan estúpida, ella sabía actuar dulce y débil; pero era pobre para actuar por su cuenta y aunque me pesara, sabía que esta vez, ese hombre sentado al otro lado del escritorio, no había participado en la jugada. Quizá, el que no hubiera participado tendría que haberme reconfortado, pero tendría que ser tonta para no darme cuenta que ese alguien que había mandado caballeros a tapar el asunto, incluso si con eso se llevaban mi vida; era la única persona que podía dar órdenes a los caballeros de la familia Blanchett. Él.
Pestañeé tranquila y me sentí gélida ante el pensamiento. Después de todo, aquellos caballeros no habían alcanzado a ver la luz del día luego de que Dean se hubiera hecho cargo de ellos.
—Es bueno que tomes en consideración mi estado, veo que lo sabes; sin embargo, dudo que mi prometido esté disconforme con tal nimiedad. No te preocupes más hermana, cuando el príncipe vuelva, será informado de todo.
Me levanté e hice una ligera reverencia antes de salir. La había visto tambalear y me burlé interiormente. La perspectiva de que Silvain, quien había estado fuera por un mes haciendo una inspección en algunas ciudades, se enterara de todo al regresar, la había golpeado fuerte. Bueno, sería divertido de ver.
Caminé hasta la entrada del jardín interior y allí me encontré con los cuerpos maniatados de Anette y el conductor; a su lado, dos corpulentos sirvientes los mantenían quietos mientras ellos se revolvían en el suelo.
—¿Qué desea que hagamos con ellos? Mi señora.
—Átenlos a los pilares y descúbranles la boca. —Me senté cómoda en una mesa dispuesta ya con té y unos bocadillos ligeros. Al amparo de una sombrilla, esperé paciente a que ambos fueran atados; en sus rostros demacrados se notaba que el buen trato había sido una ilusión distante para ellos.
Me serví té yo sola y me llevé el borde de la taza a la boca; fruncí el ceño y volví a dejarlo sobre la mesa. Le faltaba leche. Alcancé la jarra y dejé caer el líquido blanco sin prisa y solo entonces, cuando mi bebida estuvo lista, levanté la mirada.
Sus espaldas estaban expuestas a mí y los vi tratar de mirar en mi dirección. Había elegido este lugar porque era el más alejado de mi habitación, en donde mi madre y mi hermano descansaban; pero también era el lugar que daba al despacho de mi padre y en donde el tráfico se daba de forma natural.
Necesitaba que todos vieran, que todos comprobaran que meterse conmigo solo podía acabar en desastre y por ello, había omitido el proceder común de castigo en el interior. Además, ¿quién querría volver a ese sucio e infernal lugar? No quería ver esos calabozos nunca más.
Pronto, el sonido de gritos llenó la tarde, al principio fueron moderados y pude apreciar cómo sangraban sus labios bajo un inútil intento de mantenerse acallados; pero era una tarea casi inhumana mantener el silencio bajo el golpe del látigo.
Elegí un medio casi viejo para tratar con ellos, doloroso y que llevaba al cuerpo a un debilitamiento continuo. Estaba siendo cruel y despiadada con toda intención.
—Usted es... una bruja... —La exclamación ahogada del hombre me llegó en el mismo momento en que la ácida crema de limón se derritió en mi boca.
—Mmm. —Asentí sin prestarle atención y miré el sauce que crecía silencioso año a año. A sus pies se encontraba una modesta plaquita de madera. Mi corazón sangraba al recordar que horas antes había tenido que pararme allí y ver la tierra removida.
Una de las primeras doncellas en darse cuenta de que algo iba mal conmigo, y quien había anunciado que estaba desaparecida, hoy se había acercado a mí para informarme que ella había enterrado a Denu allí.
Cualquier esperanza de verlo se había desvanecido y me dolió tanto, tanto, tanto, que mirar la tela rota, empapada en sangre, de la espalda de Anette no dejaba en mí sino un sentimiento de satisfactoria retribución.
Levanté la mirada y me encontré, por tercera vez en el día, con los ojos desorbitados de mi hermana. Se había tapado la boca en un gesto horrorizado en cuando puso un pie en el jardín. Quizá, si yo no hubiera experimentado la crueldad de los castigos en un calabozo, también me hubiera impresionado.
El chasquido del látigo volvió a sonar y el gemido lastimero de la mujer llegó a mis oídos al tiempo que invitaba a la poseedora de esa dorada cabellera a sentarse conmigo.
—Hermana, ¿quisieras sentarte conmigo a tomar té? El día está más que espléndido, ¿no te parece? —Sonreí y animé con la mano a que se acercara y ya fuera por inercia o quién sabe por qué, lo hizo. Desde la ventana superior, mi padre miraba y también lo saludé con el semblante contento.
—¡Mi señorita! ¡Por favor! ¡Sálvenos! —Quien gritó, contrario a lo esperado, había sido el hombre, mientras que Anette permaneció solo en la monotonía de gritos agonizantes. Admiraba el que aún se mantuviera firme en la determinación de protegerla.
Serví otra taza de té y la puse delante de mi media hermana.
—¿Sabes lo que dijeron? —pregunté de forma casual—. Que ella, esta mujer desvergonzada y traicionera, era tu tía.
Clarice pareció despertar en ese momento de la impresión de la escena y sus pupilas se encogieron; su rostro se llenó de desprecio por unos segundos para volverse en una expresión llena de incredulidad y pena.
—¿Cómo podría ser eso? No estoy relacionada con esta mujer por sangre. —Su voz no tembló al hablar rápido y continuó—: Sin embargo, creo que estás siendo cruel con ellos, ¿no puedes perdonarlos?
—Podría si es que sus palabras hubieran sido ciertas, después de todo, tienes tan poca familia que, si de verdad Anette fuera la hermana de tu madre, no me atrevería a castigarla tan mal; pero como niegas cualquier relación, solo puedo seguir con el castigo. —Tomé otro sorbo de té y encontré mi mirada con la temblorosa de la mujer atada al pilar—. Es lo que debo hacer, aunque me parece horroroso tener que recurrir a este método para educar a la servidumbre.
En lo que hablábamos, hice un gesto disimulado para que el ritmo de los latigazos aumentara y, como resultado, los jadeos se hicieron más potentes.
—¡Mi señorita! Por favor, hicimos esto por usted-
—¡Ca-cállate! —Anette silenció a su compañero en castigo de forma rápida y tajante, pero el hombre no parecía dispuesto a cumplir.
—¡Es verdad! Es verdad... agh...
—Detente, no lo golpees, quiero escuchar lo que dice. —Detuve el castigo y bajo el silencio muerto que se había hecho, los esfuerzos por respirar de ambas personas fueron audibles. En ese segundo, miré arriba, supuse que mi padre ya sabía esto; porque no noté sorpresa, pero sí que su tez se había vuelto grisácea—. Depende la información que me des, puedo considerar el librarte de la muerte.
—Somos los hermanos de su madre... mi señorita... simplemente... —Tosió y un líquido espeso y caliente cayó de su boca. Miré la cara de Clarice y la vi ponerse verde, era comprensible; porque según Anette, ella no sabía que este hombre también era su tío, y yo tampoco.
—Cállate Adam... solo cállate...
—¡No! ¿Por qué debería callarme? —No sabía de dónde obtenía la fuerza para abrir la boca y hablar tan alto, pero lo estaba haciendo y yo estaba disfrutando del desacuerdo—. Ella es nuestra sobrina, la hija de Jolie.
—¡Es mentira! —Me sobresalté cuando escuché un grito a mi lado y vi a Clarice pararse de repente.
—Es verdad, tu madre nos encomendó tu cuidado. —Adam la miró y contestó sin vacilar, mientras que Anette la enfocó con el dolor rebalsándole de los ojos.
—¡Es mentira! Deja de mentir. —Los ojos de Clarice se clavaron en mí—. Es mentira hermana, ¿cómo podríamos estar relacionados? Mi madre no tenía hermanos.
Mis labios se volvieron una línea y fingí sentirme angustiada.
—De hecho, qué descaro. ¿Ahora entiendes la importancia de educar a los criados? —pregunté.
—Yo... lo entiendo...
—¿Puedo seguir con el castigo entonces?
Ella volvió a mirar a ambas personas y giró la cabeza, ignorando las miradas suplicantes en sus rostros.
—¡Clarice! —El conductor volvió a hablar, esta vez llamando a mi hermana por su nombre haciéndola crisparse.
—Tápenle la boca, ya no quiero oír sus mentiras. —De forma audible, aunque con cierta debilidad, habló y yo asentí en dirección a los criados.
Con las bocas ya silenciadas, lo único que pudo escucharse fueron los jadeos y los gemidos adoloridos. El piso, en principio blanco, se tiñó de rojo y sentí algo de lástima en cuanto observé las lágrimas de Anette resbalar, marcando un camino limpio en su mejilla sucia.
«Yo te dije que ella nunca lo admitiría».
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Los amo!
Flor
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