VEINTINUEVE
El castigo siguió hasta entrada la noche, en el momento en que ambos cuerpos sucumbieron ante la pérdida de sangre y la fatiga. No habían muerto, pero su estado no era suficiente para augurar una larga vida.
—Hermana. —La voz tejida de sollozos de Clarice me hizo voltear a verla. En lo que el castigo duró, la mantuve tomada por la mano; como una falsa muestra de apoyo y un agarre que me garantizara, ante todo, que permanecería sentada conmigo hasta el final.
Cada vez que había hecho un movimiento que mostrara su voluntad de retirarse, mi mano ejercía más presión sobre la de ella; al punto en que sabía que mis uñas habían cavado marcas rojas sobre su piel. Me había mirado lastimosa, sin embargo, no la solté.
A cada mirada lacrimosa, había resuelto una contestación adecuada:
"Sé que sus palabras te lastimaron, pero no llores. Sé fuerte y no dejes que nadie vea tu dolor. Sigamos presenciando el castigo, es lo justo para que aplaques tu ira".
"En verdad, hermana, tu corazón es suave que me es casi imposible verte en este estado lamentable por semejante escoria".
"Oh... sigues mirándome de tal forma, ¿de verdad me compadeces? Debo estar agradecida por tus sentimientos; pensé que moriría en sus manos".
Cada oración había torcido las intenciones de mi hermana por escapar. Sabía que había cierto dolor en su conciencia sino, sus ojos no mostrarían tal pena; pero, ante el dolor, no podía disfrazar el hecho de que en ningún momento había pedido que el castigo cesara; ni siquiera se había atrevido a aceptar el parentesco entre ellos.
La sangre era un elemento muy preciado desde que se había descubierto que las habilidades se transmitían por medio de ella y esto había hecho que los nobles de alta cuna prescindieran de los hijos bastardos tan pronto como su existencia fuera conocida; y en caso de que no se deshicieran de ellos, terminaban siendo herramientas utilizadas para el beneficio de las familias.
Así que Clarice era un caso raro entre muchos. Había sido una niña nacida de un romance fuera del matrimonio y no había heredado la habilidad de la casa Blanchett; no obstante, había sido amada. Sin embargo, ahora que la miraba, sabía muy bien que el amor de mi padre no suplía el rechazo que la sociedad sentía por ella. Antes, este rechazo había sido inhibido por el contraste que nuestros personajes habían supuesto.
Todo brilla cuando hay algo más opaco al lado.
Mi carácter frío, adecuado y aburrido, había sido el epítome de una dama noble, mientras que ella había sido la brisa refrescante.
Ahora que mi persona era bien apreciada, ella no brillaba. Su origen no podía ser escondido y la existencia de estas personas no hacía más que reafirmar el hecho de que el vientre del cual había venido no era el de una mujer de la aristocracia.
Mal que le pesara, aunque quizá hubiera encontrado consuelo en la familia que había descubierto, el miedo al rechazo había sido más fuerte.
¿Qué pasaría si descubrieran que sus tíos eran simples sirvientes?
Casi podía escuchar los engranajes de su cabeza girar con pensamientos de esta clase.
En la otra línea de tiempo, pese a que se había mostrado cariñosa y paciente con los plebeyos, ni una sola de sus amistades había caído de la posición de un conde.
Quise reírme. Ahora lloraba, pero por qué lloraba exactamente, no era capaz de descifrarlo.
—Supongo que ya es tarde —comenté al aire, pero sin levantarme.
Hacía mucho que algunas doncellas con la suficiente valentía para caminar frente al cruento escenario, se habían aventurado a traer un par de chales. Las tendría en cuenta, aunque era una lástima que ya hubiera decidido irme de esta casa en cuanto me fuera posible.
Sobre nuestras cabezas las estrellas se veían opacadas por las farolas que habían sido prendidas a petición mía. La ventana del despacho de mi padre hace mucho que había sido cerrada y no había ni la más mínima evidencia de que alguna vez hubo mirado con el gesto ceniciento.
—El cielo está precioso. Sin dudas, un día agradable, debe culminar de forma agradable. —Todavía me rehusaba a soltarla, pese a que sentía su temperatura baja contra mi palma igualmente fría.
—¿Por qué eres tan cruel? —Clarice preguntó con la voz entrecortada y pude decir con total claridad, que no era un tono quebrado por la angustia; sino, uno lleno de resentimiento.
—¿Mi hermana cruel?
Las palabras no, pero la persona que las dijo, tuvo la capacidad de hacerme soltar la mano de la rubia niña a mi lado. De inmediato miré a mi costado y descubrí la alta figura de Bastia brillando bajo la cálida luz del fuego.
—¡Hermano! —La alegría me inundó y segundos después ya estaba frente a él, con las manos puestas sobre sus hombros, obligándolo a agacharse. Quería verlo de cerca, ver qué tanto había cambiado en los dos años que no nos habíamos visto.
Sobre su cara se abrió paso una disimulada sonrisa, si no lo conociera, quizá me habría pasado desapercibida. Su mano se apoyó sobre mi cabeza y acarició con suavidad.
—Corrí hasta aquí en cuanto supe lo que había pasado, es una fortuna que estés bien. —Lo vi soltar un suspiro y luego, para mi sorpresa, un fuerte abrazo me cubrió el cuerpo.
Amplié los ojos sorprendida antes de relajarme. Todo este tiempo había estado lidiando con los problemas sola, Dean me había ayudado en la medida que le fue posible; pero Bastian podía quedarse, podía hacerme compañía, podía abrazarme y quererme con libertad. Entonces, mi cuerpo tenso perdió sustancia.
El contacto se prolongó durante largos segundos hasta que el movimiento detrás nuestro nos avisó que aún había una presencia más.
Me di la vuelta y observé a Clarice a unos pasos de nosotros, una de sus manos sostenía con fuerza la falda de su vestido, era comprensible, después de todo, el espacio parecía haberse dividido en dos; mientras Bastian y yo estábamos parados uno junto al otro, ella permanecía sola junto a la mesa.
Mi hermano gruñó por lo bajo y casi me reí. ¿Qué? ¿Le saltaría encima?
Tiré de su manga y señalé con la cabeza a ambos sirvientes todavía atados a los pilares. Quienes se habían encargado de impartir el castigo se habían retirado en cuanto les di permiso; ya no había espacio que hubiera para azotar.
—El castigo fue... muy leve.
Bastian habló y Clarice palideció, quizá porque pese a que sus palabras hablaban sobre ambas personas inconscientes, su mirada estaba fija sobre ella. La vi temblar de pies a cabeza antes de forzar una sonrisa, en sus ojos había un anhelo que antes no había visto y la idea me asombró terriblemente.
Mi hermano nunca se había acercado a ella, ni en esta ni en la anterior vida, entonces, cuando las maquinaciones elucubradas por Clarice terminaron por condenarlo, no me sorprendí. Él no pasaba tiempo en la mansión y se había mostrado mucho más reticente que yo a aceptarla. Entonces: ¿Qué era ese sentimiento burbujeando bajo sus irises celestes?
Me aferré con más fuerza a la mano de mi hermano y lo miré de soslayo. En sus ojos no encontré más que desprecio y un ápice de asco. ¿Él también lo había notado?
—Hermano. —La cristalina voz de Clarice se hizo eco en el silencio que se había formado y la vi avanzar unos pasos hasta que estuvo cerca de nosotros. En todo momento, desde que la había obligado a presenciar el sangriento espectáculo, su tez había permanecido drenada de sangre; ahora, había un color rosado sospechoso en sus mejillas.
Bajo el calor anaranjado, su llamativa figura se volvió cautivante y el estómago se me revolvió. Quise empujarla lejos.
Bastian asintió y se giró hacia donde el piso permanecía manchado de un rojo furioso y sacando una pequeña daga de su ropa, cortó con habilidad los amarres. Ambos cuerpos cayeron al suelo y me sorprendí al escuchar un jadeo doloroso de su parte; a estas alturas pensé que su inconciencia era irremediable.
Con la punta de la bota, les dio la vuelta y los miró durante unos segundos.
—Tómenlos y tírenlos en la plaza pública con un cartel que detalle sus crímenes; sin embargo, omitan el nombre de la casa. Quien se atreva a ayudarlos también será castigado. —Bastian dio una orden y solo entonces noté a los dos hombres que habían permanecido en la sombra. Llevaban la insignia de la casa Roux.
—Sí, Señor.
—¡Hermano! ¿No es esto demasiado cruel? —Clarice caminó unos pasos en su dirección y quiso tomarlo por el brazo.
Pero Bastian se dio la vuelta y la evitó, en sus ojos había una dureza que solo el odio podía otorgar.
—¿Crees que no lo sé? ¿Me cree estúpido? Lady Clarice —escupió remarcando el título de cortesía—. Eres una mujer intrigante y llena de trucos, pero no comprendes los límites que puedes y no, superar.
Ella dio un paso atrás y la vi temblar. Había querido manejar esto con discreción; un enfrentamiento frontal no era de mi gusto, quería devolver el truco de la misma manera. De todas formas, para el acto final aún faltaba mucho y yo quería que ella viviera tranquila y feliz hasta entonces.
Mientras más fuera la dicha, peor sería la caída. ¿No funcionaba así la tragedia en los grandes clásicos?
—Yo no... no quise...
—Si no quisiste...
—Bastian —llamé—, es suficiente.
No la estaba compadeciendo, pero no creía necesario seguir hablando.
Por unos segundos se hizo un silencio plano solo cortado por el ruido que hicieron ambos hombres al retirar los cuerpos. La tez un poco más sana de mi hermana se volvió a blanquear en cuanto las gotas de sangre cayeron y le mancharon el vestido al pasar por su lado.
Yo misma clavé mi mirada en las huellas que su paso había dejado. Había sido la causante de esto, había atentado contra la vida de dos personas; pero no encontraba ni el más mínimo remordimiento.
—Empaca tus cosas, nos vamos a la casa del abuelo. Me temo que si te dejo aquí no sabré cómo moriste. —Mi hermano se dirigió a mí con una orden que no permitía réplica.
—No puedo —dije—, mamá sigue en la mansión.
—¿Mamá? —El desconcierto tiñó su tono y facciones dándole un aspecto mucho menos aterrador del que había tenido.
Suspiré y conté de forma breve lo que había pasado y la razón por la cual nuestra madre se había visto obligada a quedarse en la mansión.
No había pasado ni un día desde el parto y aunque parecían encontrarse bien, el médico le había recomendado reposar por un par de días más.
—Tsk. —Chasqueó la lengua y se llevó la mano al puente de la nariz, presionándolo—. Nos quedaremos aquí hasta que ella pueda moverse, luego nos iremos.
No tenía intención de contradecirlo así que asentí antes de indicarle que entráramos.
Di vuelta la cabeza de forma disimulada y vi a Clarice todavía parada, clavada en el lugar, con los ojos mirando hacia el piso y las marcas que habían dejado las botas de mi hermano al pasar por sobre la sangre y vi... la única lágrima que se deslizó por la lechosa piel.
Todavía tenía una sensación irreconciliable al verla, no podía quitarme de la cabeza los ojos que habían mirado a mi hermano, ni tampoco podía evitar pensar en el trágico final bajo el cual él había muerto.
Tenía la sensación de que me había perdido de algo importante.
Acompañé a Bastian durante un tiempo porque sabía que se sentía en conflicto con la presencia de Belmont, era un hecho que nuestro padrastro no podía caerle mal; sin embargo, se esforzaba por parecer distante de él, incluso, había tomado a nuestro hermanito durante unos segundos, para luego devolverlo a los brazos de mamá.
Yo me había reído por lo bajo mientras que ella se carcajeaba sin limitación alguna.
Me tranquilizaba el que pudiera reír así y al parecer, aunque Bastian había sido el objeto de su burla durante largos minutos, se sentía igual. Había alivio exudando de su cuerpo.
Con esa vista fue con la que me retiré. Belmont se había sentado afuera haciendo espacio para que tanto mi madre como mi hermano pudieran hablar; después de todo, hacía demasiado tiempo que no se veían personalmente y yo no pude menos que sonreírle en apoyo. Había un largo camino que recorrer si de verdad quería ganarse a ese obstinado caballero que tenía por hermano, lo peor era que estaba segura de que él no tenía conflicto con este nuevo esposo de nuestra madre, solo era su carácter infantil y travieso abriéndose paso.
Mis pasos se dirigieron de nuevo al jardín y vi que la sangre ya había sido limpiada y la mesa retirada. No le escatimé una mirada más antes de avanzar hasta estar frente al sauce. Una ligera brisa movía las hojas del árbol y casi pude escuchar la melodía inaudible de la naturaleza al pasar por sus ramas.
Me agaché y puse una mano sobre la tierra.
Una lágrima tras otra cayó directo hacia al suelo, algunas otras se perdieron en la tela de mi falda y otras se deslizaron sobre el dorso de mi mano. Mi corazón dolía, se comprimía y me dejaba sin aliento.
—Perdón... tu ama es tan inútil, ni siquiera pude protegerte bien —susurré y pensé que las palabras no podían expresar mi arrepentimiento y mi pena. Experimenté más de una vez este sentimiento de impotencia e ingenua como era, o quizá tonta fuera el término adecuado, pensé que esta vida sería diferente. Que no habría pérdidas ni peligros que pudieran superarme.
Me mordí el labio inferior reprimiendo un sollozo y me dispuse a levantarme. La noche se había vuelto fría y comencé a temblar. Cuando me di la vuelta, un par de brazos me atraparon y abrí la boca para gritar. No había sentido movimiento detrás de mí.
—Tranquila, soy yo.
La voz de Dean me llegó a los oídos y perdí rigidez al instante. Le devolví el abrazo en cuanto la nariz se me llenó de su aroma y hundí más mi cara en su pecho, rozando mi mejilla contra la tela de su camisa.
—¿Cómo es que estás aquí? —pregunté aún con la cabeza baja.
—Me colé sin que me vieran. —Se rio por lo bajo y supe identificar esa risa como la de alguien que creía haber hecho una gran hazaña digna de elogio. No me sorprendería si estuviera esperando uno.
Sonreí y levanté la cabeza para verlo. La luz de las farolas no llegaba a iluminar esta esquina del jardín y la copa del sauce nos escondía.
—¿Por qué lloras? —Sus dedos, más calientes que mi cuerpo, limpiaron la humedad persistente en mis ojos y yo miré la marca reciente de la tierra removida.
—Mi Denu. —Me ahogué con las palabras y me reprendí por saber que no podía siquiera mencionar el hecho en voz alta. Permanecí impasible un día completo y, sin embargo, me deshice en lágrimas en cuanto pude aferrarme a Dean.
—¿El gato? —preguntó y lo miré impresionada; sin embargo, afirmé con la cabeza.
Él suspiró de forma audible antes de volver a abrazarme sin dejarme decir más palabra; tampoco quería hablar. Cerré los ojos y me dejé estar en esa sensación apacible que me transmitía el latido de su corazón junto a mi oreja.
Me sentí casi dormida en el momento en que me dejó, no habíamos dicho casi nada y tampoco era momento ni lugar para que pudiéramos conversar en libertad de lo que deseábamos; si alguien viniera, por mucha oscuridad que hubiera, había una posibilidad de que nos vieran.
—Volveré a verte mañana en la noche, espérame Fée.
Se fue dejando el rastro suave de un beso sobre mi frente y la expectativa ansiosa de una noche que se mostraba increíblemente distante. Quería más que breves minutos de encuentro.
Me di la vuelta para regresar y me ahogué ante la presencia de una persona parada justo detrás de mí. Di un paso atrás y sentí la sangre abandonarme el rostro.
—Yo...
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Los amo!
Flor
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