VEINTIDÓS
Una, dos, tres, cinco, veintitrés, cuarenta y nueve, ochenta y cinco...
—¡Ay! —exclamé cuando la punta de un alfiler me pinchó y me hizo perder la cuenta de las flores en el empapelado de la habitación.
—Oh querida, lo siento. —Madame Coté me sonrió apenada y no pude menos que tranquilizarla. Ya era bastante grandioso que hubiera accedido a confeccionar mi vestido.
—No se preocupe, no fue nada —dije y volví a contar, estaba muy aburrida, llevaba una hora parada sobre un pequeño banquito mientras mi madre tomaba té y la modista se dedicaba a... coser sobre mí, que estaba haciendo el trabajo de un maniquí.
Observé las paredes y suspiré antes de mirar a la mujer que estaba sentada de forma cómoda sobre un mullido sofá mientras bebía té de jazmín con una mano sobre el abultado vientre. Todavía estaba extasiada ante el radical cambio en lo que respectaba a la vida de mamá, en la que no había previsto un niño más.
Pero debí suponerlo, después de todo, tanto Belmont como mi madre eran personas sanas y vivaces.
—Florecita, ¿con quién vas a entrar esa noche? ¿Ya lo pensaste?
Hice una mueca y miré a mi madre vacilante. Sabía que ella estaba ilusionada respecto a mi debut en sociedad, pero yo no lo esperaba tanto; había pasado por uno desastroso y no era como que, el hecho de que Silvain hubiera afirmado que se quedaría para verme, fuera algo por lo cual me encontrara contenta.
—Aún no lo sé, si Bastian llega a tiempo, quizá entre con él.
—Debería llegar, ya pidió el permiso en la academia y tu abuelo también, le informé a ambos con tiempo... aunque tu abuelo puede que no venga. —Suspiró y me concedió una mirada de disculpas.
—Ya veo. —No me molesté con la realidad; aunque me decepcionaba un poco no ver al abuelo, sabía que no podía pedirle que dejara de lado sus obligaciones.
—Lady Fleur no debería temerle al debut, es usted lo suficiente hermosa por sí misma, y con mi ropa, usted brillará, no habrá dama que no la envidie.
La acotación de la mujer logró sacarme una sonrisa. Para aquel infortunado debut, había buscado todas las formas posibles para contactarla y; sin embargo, no había podido hacerlo. En esta vida, se lo tenía que agradecer a Belmont, quien luego de haberlo comentado de pasada una tarde en que nos habíamos reunido, la había buscado y encontrado. Ella era una de esas pocas personas especiales que poseían magia sin pertenecer a ninguna gran familia.
Estaba contenta en este punto, no podía negar que mi parte vanidosa estaba siendo alimentada por los halagos de la mujer y por la perspectiva de poder llevar una de sus creaciones; después de todo, nada podía ser más fantástico que tela imbuida en magia.
Cada prenda era una obra inesperada, con un detalle único, y moría por saber qué haría a mi vestido azul marino, más encantador de lo que ya se apreciaba; aunque el diseño no estuviera completo.
Muy bien, puede que este baile no fuera tan desastroso. Había un punto bueno y perfectamente reconocible si podía llevar un bonito vestido y no lastimar a ningún invitado cuando me sentara a tocar el piano.
—Bueno, esto es lo último por hoy.
Sonreí rendida ante esas palabras y con cuidado me deshice de las capas de tela que me cubrían. Me estremecí cuando la brisa de la ventana del segundo piso se hizo paso en la habitación; me tapé el pecho desnudo con algo de vergüenza y busqué la ayuda de la aprendiz para recolocarme el corsé que había abandonado bajo el pedido de un vestido que no implicara comprimirme a la fuerza.
Agradecí en mi interior cuando estuve vestida y me acerqué a mi madre que estaba tratando de levantarse sin mucho éxito. Le ofrecí mi mano como apoyo y miré de nuevo a ese lugar en donde un pequeño hermanito o hermanita crecía.
No solo el hecho de que madre estuviera embarazada era algo que celebrar, sino también el gesto descompuesto que había puesto mi padre cuando se había enterado.
¿Qué era el arrepentimiento ahora, cuando no había sabido quererla?
Sonreí de lado cuando miré el delicado perfil de mamá, era muy hermosa, muchísimo más que la madre de Clarice y; sin embargo, bueno, no había por qué ponerle peros a esta situación que ya había llegado a su fin hace rato. Belmont era un buen hombre y yo misma lo había alentado a quitarle su mujer a mi padre, por muy mal que sonase.
—¿Qué quieres hacer ahora? ¿Quieres que vayamos a Rumeurs a comer algunos dulces? —Me miró con los ojos brillantes y no pude más que asentir en respuesta. No estábamos lejos del lugar; pero me parecía casi profano verla caminar como un pato, por mucho que dijera que no le representaba ninguna dificultad hacerlo.
Temía que mi hermano naciera en medio de la calle.
Me enganché de su brazo y le hice una seña a Yvan para que nos siguiera desde atrás en lo que nosotras caminábamos.
Algunos vendedores ambulantes se habían acercado para ofrecernos diferentes cosas, y de vez en cuando habíamos parado frente a las vidrieras de las pequeñas tiendas; como resultado, la corta caminata se había convertido en un largo tour por la avenida de la ciudad.
—Falta menos de un año para tu matrimonio. —El comentario dicho con serenidad me hizo trastabillar y casi caer de forma vergonzosa sobre el pequeño puesto de flores que estábamos por pasar y frente al cual, a fuerza de obligación, nos detuvimos para que lograra recomponer mi equilibrio.
—Ya lo sé, mamá. —A regañadientes, solté la respuesta.
—¿Y cuándo piensas romper ese compromiso?
—¿Perdón? —Volteé la cabeza desconcertada, para ver el par de ojos plateados que me observaban atentos para luego posarse sobre las flores.
—¿Cuándo romperás ese compromiso, Fleur? ¿Ya pensaste en alguna forma?
—Mamá, tú-
—Me di cuenta hace algún tiempo, ya lo sospechaba; pero de verdad no quieres casarte con el príncipe, ¿no es así?
Hice silencio en lo que pensaba en cómo responderle de una forma que justificara mi negativa y no pude encontrar ninguna razón válida que ofrecerle.
—Yo... no quiero.
—No lo hagas, entonces.
Enmudecí por completo y solo fijé la mirada en las pequeñas no me olvides que había frente a mí. Estiré la mano y acaricié los pétalos celestes con la yema de los dedos. Una ausencia de palabras solo cortada por el sonido de las personas alrededor nuestro no nos sumía en la parquedad total.
Mi madre suspiró y tomó mi brazo antes de caminar la poca distancia que quedaba hasta el salón de té más famoso de la capital.
Tal cual como le hacía honor a su nombre, apenas traspasar la puerta, los murmullos de las mujeres en la primera planta se dejaron oír y contrario a nuestra costumbre común, Francis, el encargado, nos dirigió a una sala privada.
Este silencio que se había asentado en nuestras gargantas se prolongó hasta que el té y los primeros postres fueron servidos. No tenía en claro qué decir, cómo decirle que yo ya sabía que el compromiso sería roto por mi propio prometido y que por eso no había hecho la gran cosa; aunque mi convicción respecto a este hecho, flaqueaba.
—¿Sabes Fleur? —dijo—. Tenía la misma edad que tú tendrías al casarte cuando yo lo hice, no es que tuviera muchas opciones, las cinco familias principales del reino se casan entre ellos para preservar la pureza de sus respectivas peculiaridades; cuando me tocó hacerlo, solo tu padre y yo teníamos la edad apropiada para hacerlo.
—Mamá...
Me detuvo con un gesto de su mano y volvió a hablar.
—No me casé por completo enamorada; pero tenía la convicción de ser una buena esposa y de quererlo con todo lo que tenía. No tenía razones para no hacerlo de todos modos. —Se encogió de hombros, se rio y yo no supe identificar con qué tipo de sentimiento lo hacía—. Aprendí a quererlo, me obligué a amarlo, a esperar sus llegadas y lamentar sus partidas, a sonreír, aunque no quisiera y a hacer de mediadora con la demás nobleza, para jamás mostrar sus fallas en todo lo que se equivocara, yo lo cubriría porque era su esposa, y eso tenía que hacer.
»Los di a luz a ti y a tu hermano y créeme cuando te digo que es una de las cosas que ese matrimonio me dejó sin que me arrepintiera jamás; soy muy feliz de tenerlos, fui muy feliz en ese momento, y pensé que, aunque tu padre fuera un poco hosco, también estaba feliz de haberme casado con él... Sin embargo, Fleur, no deseo eso para ti. Lo veo en tus ojos cuando lo miras, no brillas, no lo amas, mereces amor verdadero, no aceptación, no obligarte a amar y es cierto que será complicado romper el compromiso, pero no te obligues a querer a alguien... por mucho que el príncipe parezca amarte. Mis propios padres me dieron esa opción y elegí porque era conveniente, porque era lo estipulado y aunque quería a tu padre, no pude obtener su amor a cambio, por mucho que lo intenté; así que no lo culpes, nadie debe contentarse con ser amado si tenemos la posibilidad de amar y ser correspondido.
La voz apacible que había llenado la habitación, pincelando el ambiente de palabras que me hubiera gustado escuchar alguna vez, cuando realmente era una niña de quince años, cayó y solo entonces fui consciente de que estaba llorando. Quizá no tanto por el agua que me caía por las mejillas, pero si por la taza temblorosa en mis manos.
—Mamá... yo...
—Está bien, buscaremos una forma, aunque a tu padre no le guste; tiene otra hija a la cual molestar, aunque a esa niña no creo que le moleste mucho tomar tu lugar.
—No la quiero mamá. —De repente subí la cabeza que había bajado y apreté el asa de la taza con fuerza—. No quiero casarme, pero tampoco quiero que tenga las cosas que son o fueron mías, ¿soy egoísta?
—Es probable que sí, pero no es como si estuviera del todo mal. En mi interior, me alegro de seguir viva mientras esa mujer está bajo tierra; no está bien, pero nadie puede impedirte sentir.
Me reí ante el gesto satisfecho de mi madre y pensé que, en efecto, si bien la fachada era impecable, la pequeña maldad asentada en mi cuerpo la había heredado de ella.
—Aparte, ¿no deberíamos cobrarnos ese golpe que te dio? ¿Quién le dio esas agallas?
—Ese hombre idiota del que te divorciaste.
—Es tu padre, Florecita.
—No le quita lo idiota.
—No, no se lo quita. —Rio.
Era de noche ya cuando llegué a la mansión y como si de un rayo se tratara, una bola de pelo negra se precipitó escaleras abajo con el par de ojos dorados brillantes como estrellas. Desde hacía unos días se encontraba inquieto, miraba hacia un lado y hacia el otro, corría sin sentido y aunque al principio me había asustado, el pequeño no tan pequeño, estaba en perfecto estado.
—¿Te portaste bien? —Lo alcé y, con cariño, acaricié mi nariz con la suya al tiempo que lo acunaba entre mis brazos, sabiendo que dejaría pelo negro enlazado a las finas hebras de la costosa seda que llevaba puesta.
De repente se tensó logrando desconcertarme.
Detrás de mí, el ruido fuerte de unas botas resonó contra el suelo pulido, avisándome que la persona a la cual impunemente había llamado idiota horas atrás. Había llegado con unos segundos de diferencia.
Volteé para ver el cabello blanco que siempre se había mantenido peinado de forma pulcra y el rostro severo, pero todavía hermoso, de mi padre. Llevaba una mano sobre la empuñadura de la espada y un estuche aterciopelado en la otra.
Subí una ceja y formé una línea con los labios.
—Buenas noches, padre. —Saludé por mera cortesía. Nuestra relación había llegado al punto de congelación luego de que permitiera que mi caballero levantara una espada en su contra y de que, por supuesto, hubiera tenido el descaro de devolver la bofetada que Clarice me había dado, producto de un "exabrupto" en su momento de preocupación.
—Buenas noches. —Me devolvió el saludo y se paró a unos pasos de distancia. Denu seguía tenso, con las garras clavadas sobre mi vestido.
Devueltas las palabras, di un paso adelante dispuesta a irme primero y,;sin embargo, me vi frustrada por la mano que se posó en mi hombro con más fuerza de la necesaria.
—¿Necesita algo? Padre. —Con voz risueña, lo miré y pregunté. Había puesto una medialuna en mis labios.
—¿Ya has pensado con quién entrarás el día del debut?
«¿Oh?»
Incliné la cabeza hacia el costado y acaricié la cabeza del gato, intentando apaciguar su estado de alerta.
—Lo más probable es que entre con Bastian.
La mano en mi hombro se aflojó y sentí un pinchazo en el pecho cuando la luz en sus ojos se opacó un poco.
¿Había pensado que lo elegiría?
—¿Tu hermano volverá?
—Eso le dijo a mamá.
La mano que aún permanecía sobre mi hombro terminó de soltarse y cayó a un lado de su cuerpo.
—Eso... eso es bueno, por fin dejará de tontear en la frontera y podrá retomar su entrenamiento como caballero.
Quise sonreír sarcástica. Bastian ya no sería un caballero y no tenía ninguna intención de complacer el deseo de nuestro padre de que regresara; por muchas órdenes que hubiera mandado en numerosas cartas que, de vez en cuando y con mucho disimulo, había logrado ver.
—Si no hay nada más-
—Tu madre, tu madre cómo... ¿cómo está?
Levanté una ceja en mi corazón ante su inusual comportamiento.
—Embarazada —tajante, respondí—, pronto dará a luz.
Sonreí tratando de que mi rostro reflejara una alegría inocente y por completo ajena a los dedos que se habían puesto blancos, producto de la presión sobre ese estuche aterciopelado.
—¿Qué crees que sea papá? Yo espero que sea una niña, siempre quise una hermana.
—Ya tienes una.
—¿Oh? Por supuesto. —Me disculpé avergonzada y me llevé la mano a la boca, acompañando el falso sentimiento que sentía, al declarar que había olvidado que Clarice era mi hermana. No era que lo hubiera olvidado de verdad, por supuesto, lo recordaba; pero estaba encantada de recordarle de forma indirecta a aquella chica, que desde un principio nos había estado viendo desde la escalinata, que nunca la había reconocido.
Desde el principio era consciente de su presencia, justo desde el momento en que dudó en dar un paso abajo y se detuvo. Fue cuando la mano del duque me paró en mi objetivo de seguir camino.
—Nunca la aceptarás, ¿verdad?
La pregunta no logró hacerme vacilar en lo más mínimo, porque esta pregunta, una vez en una situación similar, la había recibido. Lo supe desde el momento en que vi aquella cajita azul colgar entre sus dedos.
Pero a diferencia de ese momento, mantuve la compostura.
—¿Había algo que aceptar?
Volví a sonreír y le di la espalda. Había respondido de forma correcta; pero los tres sabíamos la implicancia de lo dicho. No había nada que aceptar, porque nunca hubo tal opción.
—Buenas noches, que tenga un buen descanso, padre.
Subí las escaleras y pasé junto a ella.
—Buenas noches... hermana.
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Los amo!
Flor
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