VEINTICUATRO

La oscuridad nos tragaba por completo, al punto en que no me era posible distinguir a la persona que tenía delante; sin embargo, no había forma de que no reconociera la mano que se posaba sobre mi mejilla, ni la voz que me acompañaba en recuerdos, en sueños, en anhelos. 

Levanté mi propia mano y la puse sobre la que me acunaba el rostro.

—¿D-Dean? —Como la niña que aparentaba ser, el tono me tembló sumido en la expectativa, con el corazón revuelto y la mente espesa.

—¿Me conoces? —La voz mostró una jubilosa sorpresa—. ¿Eres capaz de reconocerme?

El detalle de su oración, del juguetón y dolorido "¿Pensabas dejarme solo otra vez?" me cayó como un rayo, rompiendo el atontamiento del que era presa.

Apreté los labios y ahogué un hipido al tiempo que presionaba con más fuerza esa mano, que había extrañado como una loca, que ahora podía tocar y no imaginar. Era Dean, mi Dean. ¡Y me recordaba!

—¿Fée*?

—¿De verdad eres tú, Dean? —No pude resistirme a preguntar, quizá solo estaba soñando, tal vez había escuchado mal; pero no era posible, ¿verdad? Solo Dean me llamaba así, solo él.

—Soy yo, Fée. —El calor de sus manos me abandonó haciéndome gemir de descontento y de forma inconsciente estiré los brazos buscando retenerlo. No obstante, no hizo falta puesto que la calidez volvió a envolverme, esta vez mucho más cerca, con los brazos rodeándome por completo—. Tonta, ¿si no llegara a tiempo planeabas hacerme esperar una vida más?

No contesté nada y negué. Froté mi frente contra la tela de su camisa y ese aroma tan suyo, como a hierba fresca, se me metió por la nariz. Me quedé así, en silencio, escuchando la respiración sobre mi cabeza, el latido de su corazón; me aferrpe a su ropa con fuerza, con los brazos alrededor de su espalda, con los dedos haciendo presión y con la cabeza atrofiada en pensamientos confusos.

«Es Dean».

«Mi Dean».

«Me recuerda».

«Sabe quién soy».

«Dean... ¿cómo?»

Me había dormido tantas veces con lágrimas de frustración anudándome la existencia ante la idea de que todos nuestros recuerdos no fueran nada para él una vez que lo viera y ahora descubría, gratamente, que mi preocupación había sido un sufrimiento sin sentido. Por esta persona que me abrazaba con tanto anhelo, que me transmitía un calor abrazador a través de la ropa, por esta persona que me mantenía en su pensamiento... sentí paz.

Paz por primera vez en años.

Abrazada por él... sostenida por él... mi cuerpo olvidó la carrera desesperada; los pulmones que había sentido prenderse fuego ante el ejercicio forzado; el corte sangrante en el cuello; el tirón de cabello; los pies lastimados; el desastre que era y el que casi fui, a solo un segundo de ser asesinada por segunda vez.

—Te extrañé tanto... tanto... tanto... —El murmullo de su voz contra mi cabello me hizo levantar la cabeza de su escondite y mirarlo; pese a que solo distinguía vagas sombras, contornos apenas iluminados y el imperceptible destello de sus ojos dorados.

Toqué su rostro con la punta de mis dedos y los sentí húmedos. No dije ni una palabra al respecto y me limité a limpiar con cuidado los caminos transparentes en su piel sin tener éxito. Gruesos lagrimones seguían haciendo su camino hacia abajo sin detenerse. Había un silencio solo cortado por el sonido tenue de algunos animales escondidos entre las copas de los árboles.

—Yo también te extrañé... cada día... pero pensé que tendría que esperar aún mucho más tiempo para poder verte y que incluso entonces, tú no me recordarías.

Mi boca, que había permanecido sellada durante largos minutos, volvió a abrirse. No estaba esperando una respuesta; pero quería expresar aquello que me había arrebatado el buen ánimo muchas veces.

—Eres tan cruel, Fée. —En ningún momento había retirado su toque alrededor de mi espalda, ni yo había quitado las manos de sus mejillas—. ¿Tienes idea de cuánto tuve que hacer para poder encontrarte?

—¿Me estuviste buscando?

—...a mi forma.

—¿Qué-

No llegué a terminar de preguntar por ese confuso "a mí forma" cuando el sonido de más caballos se abrió paso en la noche y se detuvo de forma abrupa cerca de nosotros. Me tensé y miré alrededor en alerta. No me di cuenta de que había soltado la cara de Dean para clavar mis dedos sobre sus brazos.

Había un nerviosismo patente en mis reacciones.

—Tranquila.

La voz calma se filtró en mis oídos y me relajé al instante. Qué peligroso era este hombre para mí, que aún después de no habernos visto durante una vida, seguía teniendo el mismo efecto. Si me dijera que saltara por un acantilado y que cuando lo hiciera estaría completamente sana, era probable que lo hiciera, no, lo haría.

Había comprobado que mi confianza podía ser traicionada de forma indolente, causa por la que había terminado corriendo en un camino desolado y; no obstante, seguía eligiendo entregarla. Ahora, con más cautela, pero a Dean no. Porque era Dean, no había otra explicación.

Pronto, el conocido sonido que hacían las botas de los caballeros, amortiguadas por la hierba fina, estuvo a mis espaldas. No me atreví a voltear y permanecí dándoles la espalda. Estaba relajada, pero atenta a lo que pudiera pasar.

Hubo unos cuantos saludos de cortesía y el notable "Su Excelencia" que provino de los labios de los hombres hacia la única persona que se encontraba en el lugar aparte de mí y de los ahora, inconscientes secuestradores; de los cuales me había olvidado, para mi vergüenza.

—¿Qué haremos con los dos sujetos?

—¿Qué quieres hacer con ellos? —Incluida de repente en la conversación, me sentí desconcertada. Medio apoyada contra el pecho de Dean y con la mente algo espesa, me había adormecido al sentirme relajada después de todas esas emociones, aunque el hecho me abochornara terriblemente.

Miré hacia arriba y me sentí desconcertada solo unos segundos. Siempre había sido de mente rápida, un poco perezosa; pero no por ello me faltaba ligereza. Entendí que me preguntaba qué hacer respecto a Anette y el conductor.

—Los quiero vivos —dije al fin.

No iba a dejar que algo tan sencillo como la muerte fuera el final. No era estúpida, sabía que no había forma en que pudieran haberme sacado de la mansión con tranquilidad; por mucho que Yvan no hubiera podido defenderme, alguien más tendría que haber visto si la señorita de la mansión era llevada fuera, y no en las condiciones adecuadas, mucho menos sin escolta.

Había cómplices, por supuesto, y quería ver cómo harían para encubrirse una vez que atara a estos dos a los pilares de la entrada.

Sonreí torcido e hice el amago de volverme para mirar a los que habían venido, pero fui detenida en el intento. Fruncí el ceño y miré a la persona que me había retenido sin tener la cortesía de ver mi gesto devuelto.

—Ya escucharon a su Señora, átenlos y esperen en el camino, nos pondremos en marcha en unos minutos.

En el corto lapsus de tiempo que a estas personas les tomó atar a los dos desmayados, estuve incapacitada de moverme y solo cuando el silencio volvió a ser la compañía común fui liberada del agarre. Dean se alejó y rebuscó entre su ropa hasta sacar un pequeño cuchillo. La punta del filo fue introducida en la cerradura de los grilletes y después de algunos segundos, cayeron con torpeza, haciendo ese ruido desagradable al choque de cadenas.

—¿Te duele? —Las puntas calientes de sus dedos tocaron tentativas mis muñecas. Siseé por lo bajo cuando el ardor reactivado, por el roce y por encontrar ya fuera de mi sistema el acelerado estado de hacía un rato, hizo efecto.

«Me duele todo», pensé. Empero, me guardé el pensamiento para mí y negué.

En la poca claridad que empezaba a iluminar, podía ver el gesto doloroso en sus ojos.

No sabía qué clase de cara estaría haciendo, pero sí sabía que un sentimiento cálido se había instalado en mi pecho y se había expandido alrededor, deslizándose con lentitud por cada parte de mi cuerpo. Por unos segundos había olvidado, producto de la interrupción que, en realidad, ahora, delante de mí, tenía a la persona que había estado deseando ver desde hacía casi una década y que nuestro último encuentro había sido una vida atrás.

«Es... tan natural».

Todo se sentía familiar: el gesto, su mirada, sus palabras.

—¿Cómo es que me recuerdas?

De repente, las oscuras pupilas que se dirigían a mis manos, se elevaron y se clavaron en mi rostro. Una expresión compleja y angustiosa pasó por su cara y no me la perdí. Fui consciente de ella y mi corazón se saltó un latido amargo.

«¿Qué hiciste?»

No contestó a mi pregunta y sus labios se apretaron en una fina línea. Se levantó y casi me estiré para retenerlo; no obstante, lo vi quitarse la chaqueta y de forma silenciosa ponerla alrededor de mis hombros. Me hizo pasar los brazos por las mangas y abrochó cada botón.

Hasta el momento, no había notado el deplorable estado en que mi vestido había quedado; ni siquiera el hecho de que llevaba el corsé a la vista y la mitad del pecho descubierto. Sonrojada, entendí por qué no me había dejado voltear.

—Vamos. —Me tomó por los antebrazos e hizo algo de fuerza para ayudarme a levantar.

Seguía sin contestarme y yo sin levantarme.

—Fée...

—¿Y cómo sabías dónde estaba?

—Solo levántate, Fée. ¿No puedo responder luego?

Quise reírme por el tono entre angustioso y desesperado que me había dado. No es que no quisiera levantarme o estuviera haciendo un berrinche, literalmente no podía hacerlo.

—No puedo.

—Fleur. —Su tono se endureció y yo lo miré con la queja expresa en el rostro. No quería decirme, bien, podía contarme cuando él quisiera, no estaba enojada, no estaba ofendida, no estaba forzándolo a decir nada.

—No me puedo levantar, Dean. No puedo, no tengo fuerza en las piernas.

Me solté de sus manos y señalé mis piernas flexionadas debajo de mi cuerpo. Ya fuera por el cansancio, el entumecimiento propio de haberlas estado presionando o por la carrera que había hecho, la realidad era que no las sentía.

Sonreí cuando la iluminación del asunto lo golpeó y la culpa le llenó los ojos, ¡era tan tonto! Levanté los brazos y amplié la sonrisa mientras esperaba que respondiera a mi pedido.

—Te comportas como una niña. —Se quejó, pero no se negó a cargarme.

—Soy una niña.

La mirada que recibí de su parte me hizo saber que mi oración había sonado más ridícula de lo que pensaba. Quizá estaba siendo demasiado descarada para el poco tiempo en que nos habíamos reencontrado.

Escondí la cara en el hueco que había entre su cuello y su cabeza y me dejé llevar. Ahora que Dean estaba aquí, todo estaría bien... o mal.

—Su Excelencia, estamos listos, los sujetos ya fueron atados. Si lo desea, podemos conseguir un carruaje para que madame-

«Madame».

—No es necesario —contesté y por primera vez levanté la cabeza para observar al grupo de hombres. Varias edades se mezclaban en cabellos y caras más o menos blancas, más o menos arrugadas— Gracias.

—Mi esposa y yo montaremos camino a la capital, dos de ustedes adelántense y lleven a ese par al frente de la casa de la familia Blanchett; los demás síganos a una distancia adecuada.

«Mi esposa». Enrojecí por completo.

—Como Su Excelencia ordene.

Los caballeros se retiraron, algunos partieron y otros se alejaron lo suficiente como para poder preguntar, con claridad y sin moderarme, a qué se refería llamándome por tal falso título. E incluso más, esos hombres habían reconocido ese estatus como verdadero sin chistar palabra.

—No soy tu esposa.

—Lo serás.

—¿Quién te lo asegura?

—Lo prometiste.

—En otra vida.

—¿Y no cuenta?

—No.

Un pequeño diálogo en que peleábamos sobre la validez de su extraña propuesta en un momento que podíamos considerar perteneciente a nuestros imaginarios y no como una realidad, se dio en los pocos pasos que había hasta el caballo negro, quien permanecía apacible mientras Dean me colocaba sobre su lomo.

—Mi señora es injusta con este pobre servidor.

—¿Y qué harás al respecto si tu señora no está conforme? —Siguiendo el juego, permití que tomara mis manos en acto de súplica mientras yo lo observaba arrogante desde la favorecida estatura del animal.

—No me queda más que pedirle a mi dama, mi señora, que sea piadosa conmigo.

—Estoy dispuesta a oír tus ofertas, si me convences, puede que muestre misericordia.

La risa me burbujeó en la garganta. ¿Desde cuándo no me sentía así de aliviada y contenta?

Me reí en voz alta dejando escapar ese burbujeo cosquilloso e intenté soltarme de sus manos para acomodarme mejor; pero sin importar cuánto tiré, mis dedos mucho más pequeños que los suyos, no me liberaron.

—Dean. —Desconcertada, lo miré y me encontré con sus ojos, ahora sí por completo brillantes bajo la luz de amanecer. Era oro líquido que fluía en oleadas por sus irises.

—Fée...

Sus labios dibujaron un mote de cariño y me senté más derecha; por alguna razón mi estómago sintió un pequeño vértigo asentarse. Había una emoción expectante que hacía latir mi corazón sin control alguno.

Estaba sucia, despeinada, cansada, con el vestido hecho tiras, con una chaqueta gigante y montada sobre un caballo en el medio de la nada, siendo, quizá, la versión más desaliñada y fea que había sido jamás en mi vida e incluso entonces, dijo: 

—Nos encontramos de nuevo en esta vida, ¿ahora sí serás mi esposa?

El precioso dibujo fue hecho por    no sé cómo agradecerte ya!

*Fée: Hada.

Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

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Los amo!

Flor

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