TREINTA Y SEIS

Malva.

Cuando la miraba a los ojos solo podía ver el malva profundo debajo de su par de oscuras pestañas. Dentro del pequeño salón interno de Rumeurs, Mirella tomaba con delicadeza el asa de la taza. Sobre sus labios había una capa de humedad caliente y aunque daba pequeños sorbos, su mirada permaneció clavada en la mía desde que había llegado.

En mi interior no sabía si debía reír o llorar.

—Respecto a mis hermanos... —comenzó y yo sonreí llevándome mi propio té a los labios.

—Creo que Su Alteza debe saber por lo que la cité hoy. —Dejé la taza sobre el plato y la miré mientras sonreía—. Sinceramente no tengo intenciones de escondérselo: no deseo morir en nombre de su familia.

—Ya veo.

—Está bien, no hay necesidad de hablar, déjeme comentarle hasta el final, usted decida qué hacer —dije al tiempo que alzaba la mano para detenerla. Sabía que estaba frente a una princesa; pero no había demasiada sensación de respeto por ella. De hecho, la palidez casi enfermiza de su tez me inspiraba algo de lástima—. Sé que conoce muy bien lo que pasará conmigo si me caso dentro de su familia, no intente negarlo, entre todos los miembros de la familia real, no hay ni una sola persona que no sea astuta, ¿estoy en lo cierto?

La insté a contestar mientras apoyaba los codos sobre la mesa y a su vez sostenía mi cabeza entre mis manos. A cambio obtuve un asentimiento seguro. Quizá su físico pareciera débil, pero sus miradas no temblaban.

—También debe saber que mi matrimonio no es el único problema, es lo que puede salir de él... no estoy dispuesta —afirmé—. Ahora que hay una alternativa, mi hermano y yo podemos extender una mano para proteger al príncipe Nathan; si usted está de acuerdo en cooperar, hay espacio para que tanto usted como el principito tengan una salida... y yo también.

—¿Qué le hace pensar que accederé? —preguntó enderezándose un poco en la silla.

Le di una mirada aburrida, con los labios formando una línea, antes de suspirar y ofrecerle una mueca aún más sonriente que la que había tenido.

—Porque a usted le interesa este reino y su gente.

—¿Y a lady Blanchett no?

—Por supuesto que no —respondí liberando una mano para hacer un gesto desdeñoso; a cambio obtuve una mueca de sorpresa de su parte y sentí el impulso de reírme—, pero tengo gente querida a la que sí le importa, en cualquier caso, solo estoy preocupada por mi cabeza. Si el matrimonio del príncipe Nathan se resuelve de forma exitosa, estaría encantada de presenciarlo. Existe la posibilidad de que la paz siga sin perturbaciones; sin embargo, ambas sabemos que su hermano no es una persona con un corazón lo suficiente grande como para abandonar sus ambiciones. —Me tomé un momento para observar las emociones confusas sobre su rostro y continué—: Yo soy una parte importante para el cumplimiento de ellas, no se resignará y tomará las cosas acostado.

La observé con atención, contentándome mentalmente por el hecho de verla apretar con fuerza una de las servilletas sobre la mesa entre sus manos.

—Si su hermano no se rinde, sus padres tomarán cartas en el asunto y no será la cabeza de su hermano la que peligre sino la mía, a su vez, si yo vivo... alguien más tiene que morir. —Pestañeé sin quitar mi vista de ella en ningún momento. El cabello castaño y ondulado estaba suelto enmarcándole el rostro haciéndola parecer aún más pálida—. No moriré.

Dejé de hablar y esperé tranquila a que me respondiera. Había tomado el enfoque más frívolo que pude encontrar para hablar con esta mujercita de aspecto endeble, porque sabía que, después de todo, de esa familia, era la que más amaba esta tierra. Si se dijera que Silvain tenía la mente fuerte de un rey, Mirella tenía el corazón de una reina.

—¿Qué opciones me ofrece? —Al final, levantó la cabeza y me miró. Esta vez, había un brillo suplicante bailando en sus pupilas.

—Puedo proporcionarle un lugar seguro tanto a usted como al principito, si está dispuesta a salir del reino yo-

—¿Salir del reino? —Pareció sobresaltarse y su mirada se volvió vigilante.

—¿Por qué se sobresalta? Es sabido que no puede quedarse aquí.

—Pero... no... madre y padre jamás darían su consentimiento.

Resoplé y me hice hacia atrás para dejar mi espalda pegada al respaldo. Mis ojos se detuvieron en el cristal tintado de la ventana. Este pequeño saloncito era uno de los tantos hechos para esto, para el intercambio de información delicada y no hacía mucho que había sido completado.

Los cristales estaban hechos para que se pudiera ver hacia afuera, pero no hacia adentro y el sonido era incapaz de salir.

—Muy bien, le seré franca como hasta ahora, si usted no colabora, el príncipe Nathan muere. Estoy haciendo esto porque es la vía más pacífica considerando a mis personas amadas; pero si no quiere ayudar, el compromiso se romperá de la forma que sea y que la corte caiga en desorden, no me importa.

Me fingí enojada y solté palabra tras palabra, al tiempo que apreciaba el cambio en la cara de la princesa. Había elegido contactarla por el simple y llano hecho de que ella había sobrevivido al lado de Silvain, inclusive en momento en que yo había muerto. Una persona así, por muy débil que se mostrara, no era tonta.

La escuché suspirar y volví a mirarla, quitando mis ojos de la ventana.

—Déjeme pensarlo, esto implica muchas consideraciones y...

—Dos días. ¿Le parece suficiente? —Le mostré la expresión sonriente de un comerciante, que parecía estar a punto de cerrar un buen trato.

—Muy bien, dos días —dijo, aceptando sin ofrecer resistencia antes de pararse.

Aunque ella era la superior y no hacía falta, hizo una leve reverencia ante mí que seguía sentada sin intención de acompañarla a la puerta.

—Confío en que la princesa se mantendrá a salvo hasta entonces y no le comentará esto a nadie. —La vi detenerse frente a la puerta y asentir.

—Si este problema no existiera... me hubiera gustado tenerla de cuñada, lady Fleur es lo suficiente fuerte como para ser la compañera de mi hermano. —Se giró a medias y vi un destello de sinceridad en la comisura de sus labios elevados.

—La princesa es demasiado buena, esta humilde no se atreve a tener tal honor —dije desdeñosa—. Incluso sin este problema, yo no podría ser la pareja de su hermano, mi corazón no contiene el amor suficiente para amar a cada persona de este reino, además... yo ya tengo un compañero.

Me reí con ligereza cuando su boca se abrió un poco, sin embargo, no dijo nada y salió alcanzando la capa del perchero. La habitación volvió estar tan silenciosa como al principio y pese a que fuera de las ventanas se notaba ajetreado, ni un solo sonido perturbó la paz del lugar.

—¿Qué piensas? —pegunté al tiempo que tomaba un bocado del pastel de limón frente a mí.

Bastian abrió la puerta del pequeño cuarto oculto y se sentó en la silla enfrentada a la mía. Sus ojos desde un principio habían estado clavados en la salida y noté una pizca de anhelo en ellos. Mi corazón pareció suspirar al apreciar esto, pero no dije nada.

—Lo hará.

—¿Estás seguro?

—Mir... La princesa puede parecer frágil, pero es una mujer decidida, entre el príncipe Silvain y el príncipe Nathan, es seguro que elegirá la opción más segura.

—¿Oh?

Mi expresión se volvió divertida y quise burlarme de él, pero estaba un poco cansada. Estaba agotada de lidiar con un problema detrás de otro. Pese a que lo había perdonado y entendía sus razones, todavía había un cierto punto de decepción por su silencio.

—¿Es verdad lo que dijiste?

—¿Qué cosa? —Fruncí el ceño con suavidad.

—Que ya tienes un compañero. —La mirada de Bastian pareció atravesarme de lado a lado y yo me encogí de hombros antes de reírme entre dientes.

—Cierto.

—¿No pensabas decírmelo? —Hubo un indicio de reproche en su tono y yo levanté una ceja inquisitiva.

—Cuando fuera el momento los hechos hablarían por sí mismos. Aparte, no puedo creer si me dices que no lo habías sospechado ya. —Me reí y, sin embargo, desvié la mirada. Tenía un poco de vergüenza al estar hablando sobre mi vida amorosa con mi hermano mayor.

Guardó silencio al tiempo que tomaba la taza que la princesa había abandonado a medio tomar y le daba un sorbo al té.

—¿Es ese extranjero?

—Mm. —Le mostré un gesto inocente mientras asentía y tomaba otro bocado de pastel.

—¿Te das cuenta de lo peligroso que es?

—¿Cuál es el peligro? —Lo miré entre mis pestañas, sintiéndome algo divertida por el gesto hosco en su rostro de facciones afiladas.

—Es probable que solo quiera usarte debido a tu estado, después de todo, no sería extraño que estos extranjeros estuvieran interesados en ti. En la actualidad, nuestras familias son las que tienen el mayor poder militar...

Mi expresión, en principio relajada, se fue agriando a medida que las palabras iban empujando otras más y más desagradables hasta que ya no pude soportarlo. Apoyé mi mano con fuerza sobre la mesa captando su atención.

—Incluso si así fuera, estaría feliz de ser usada.

La mirada de mi hermano se endureció y su expresión se volvió solemne al momento.

—No sabes lo que dices Fleur, incluso si tú estás dispuesta, este reino-

—Sé lo que digo perfectamente Bastian, y no fue solo respecto a esto en lo que no mentí. —Tragué saliva de forma imperceptible antes de seguir hablando—. Esta tierra no me importa ni un poco, ni la tierra ni sus habitantes.

Me levanté acomodando los pliegues invisibles de mi falda.

—Si tú quieres preocuparte por este reino, es tu problema, mi principal preocupación es mantener mi cabeza pegada mis hombros. Es suficiente que tenga el corazón para preocuparme por mi propia familia, pero si lo que te inquieta es que pueda arrastrarlos hacia abajo, prometo romper relaciones con la familia antes de irme.

Letra a letra, sílaba a sílaba, palabra a palabra, lo vi palidecer y me reí en mi corazón sintiéndome arrepentida. Todavía estaba herida y se notaba en mi completa dificultad para mantener mis sentimientos en calma.

Yo entendía sus imposibilidades y no lo culpaba, pero me dolía no solo su imposibilidad, sino los sentimientos por los cuales se había visto arrastrado a esa situación y los mismos que me habían arrastrado con él.

Clarice lo había amado y él se había dejado amar excusándose bajo este sentimiento para mantener su conciencia tranquila. Bastian no era malo, yo no era mala, pero ambos éramos egoístas. Nos amábamos lo suficiente como para sacrificar la vida por el otro, pero mientras yo ponía mi corazón en él, él había puesto su deber por sobre mi cabeza.

Sabía que nuestro pensamiento no era el mismo, que él se movía guiado por los códigos de honor y lealtad por sobre la familia y que haber confabulado para romper mi compromiso en el pasado había sido el acto de mayor rebeldía que había podido concebir.

Negué con lentitud y la pena me inundó unos segundos. Todo había sido muy tranquilo hasta el momento y ahora era muy turbulento.

—No es de ahora. —Levanté la cabeza que había bajado un segundo y lo miré—. Nos íbamos a casar en el pasado.

Mientras miraba los ojos de mi hermano que estaban llenos de cierto horror por mis palabras anteriores, por completo desamoradas por lo que él y mi familia consideraban importante, hablé:

—Quizá soy demasiado egoísta incluso para ti, pero en esta vida no estoy dispuesta a dejarlo ir. —Caminé hacia la ventana dándole la espalda. Me sentía incapaz de mirarlo—. Luego de que murieras, hice cosas muy estúpidas ¿sabes? Me sentía tan indignada, tenía tanto dolor... mi hermano, el hermano que me prometió que todo iba a estar bien mientras estuviéramos juntos, estaba muerto y había muerto bajo acusaciones tan viles... ¿cómo crees que me resignaría Bastian? Tenía tanto odio.

Me llevé la mano al pecho y casi pude sentir la vibración de una risa irónica que nunca salió. Aunque aún ahora no me arrepentía, quizá, en algún lugar de mi alma, lo resentía y, por consiguiente, me resentía a mí misma.

—Traté de matarla... Y morí yo también. —Esta vez sí me reí y me contenté en la completa falta de palabras que me ofrecía mi hermano—. No me arrepiento, de todo corazón lo hubiera vuelto a hacer cuantas veces pudiera, pero yo lo amaba Bastian... lo amo... y le había prometido que lo esperaría.

Me di la vuelta y miré a la persona que estaba sentada observándome. No tenía clara cuál era su expresión, tenía la vista borrosa desde que había comenzado a hablar; probablemente porque nunca había tenido la oportunidad de decirlo en voz alta. De decir lo mucho que me dolía no haber podido cumplir esa promesa.

—Entonces, por favor, ya no hables y déjame ser feliz con quien yo elija. Es mi derecho.

Levanté la barbilla al tiempo que me limpiaba la humedad de los ojos con las mangas del vestido, sin percatarme del momento en que se había parado frente a mí.

—Lo siento. —Su mano se apoyó sobre mi cabeza en un intento por consolarme.

—No es tu culpa, no tengo nada por lo qué perdonarte; todo fue mi propia decisión. —Me hice hacia atrás y tomé mi propia capa del perchero. Las emociones eran algo ajeno a nosotros, por mucho que quisiera controlarlas, quizá lo mejor que podría hacer sería esconderlas—. Me voy primero.

Lo miré una vez más antes de abrir la puerta y salir directo al pasaje detrás del establecimiento. Sin embargo, no llegué a dar ni un paso antes de que un par de manos me taparan la boca y me tiraran hacia atrás.

En mi desesperación, lo primero que atiné a hacer fue mover mi mano para golpear a la persona.

—Si me golpeas, pasarás a un siguiente nivel de maltrato contra tu esposo. —La risa ronca resonó contra mi oído y mi cuerpo tenso se relajó. No sabía si era por la conversación anterior o por el hecho de haber dicho algo que me había guardado durante tanto tiempo, pero no tenía la fuerza para quejarme por sus bromas.

Me liberé de su agarre y lo miré con una sonrisa sincera pero cansina.

—Lamento mucho no haber podido cumplir nuestra promesa en el pasado. —Arrastrando las palabras, hablé con un tono de voz moderado y ante mi disculpa, ese rostro risueño se enserió. Lo evalué profundamente, notando el inusual cabello rojo sobre su cabeza y el atuendo común.

—¿Por qué mencionarlo ahora? No hay necesidad. —Pareció contrariado cuando lo dijo, pero noté el destello de tristeza que le ensombreció los orbes dorados—. Pasara lo que pasara en el pasado, es irreversible, ahora tenemos y tendremos mucho más que antes.

Amplié un poco más la sonrisa, pero era incapaz de hacerla llegar a mis ojos.

—Mi Feé es infeliz y no sé quién fue lo suficiente valiente como para entristecerte. —Una expresión de descontento se marcó en sus labios antes de que tomara con firmeza mi mano, instándome a caminar hacia las pequeñas calles interiores de los barrios comunes—. Es bueno que haya venido.

Tenía la capa bien afianzada y la capucha de la misma cubriéndome el cabello; sin embargo, no era prudente caminar tan libre por allí. Cuando estaba a punto de mencionarlo, Dean se detuvo bajo el alero de una casa ubicada en una calle sin salida y del bolso que llevaba colgado, sacó una mata de cabello verde oscuro.

Entre divertida e incrédula miré la peluca que se me entregaba y no dudé en usarla, dejando que él acomodara el cabello blanco que amenazaba con escaparse.

—Bien preparado. —Me reí contenta mientras tocaba los mechones lacios, no era diferente de mi propio cabello; solo que el color resultaba algo chocante, sino artificial, quizá porque este tono era verdaderamente raro, aunque no inexistente.

—Sabía que hoy te reunirías con la princesa y tenía la tarde libre, ¿no es bueno aprovechar entonces para pasear con mi esposa?

—¿Cómo es que de una vida a otra te volviste tan descarado? —No sabía si lo estaba haciendo de forma deliberada o no, pero el sentimiento de incomodidad en mi corazón se desvaneció en gran medida.

—Temo que mi Feé me abandone si no la mimo lo suficiente. —Una sonrisa socarrona se asentó sobre sus labios al momento en que, dispuesto el precario disfraz, comenzó a tirar de mi mano para volver a las calles principales.

—Desvergüenza y adoración se volvieron lo mismo en tu boca, me temo que mañana dirás que el blanco es negro y no pueda negarlo. —Negué, pero no me resistí en lo absoluto a seguirlo. Los caminos se habían llenado de gente y los puestos de los comerciantes se habían abierto hace mucho tiempo. La primavera estaba ya comenzada y se notaba en las flores frente a las ventanas de las casas.

—¿Cómo fue el asunto de hoy? —En lo que caminábamos uno al lado del otro, recibiendo miradas de tanto en tanto por el par de manos entrelazadas, preguntó.

—Le di dos días para pensarlo, pero creo que la respuesta será positiva; la princesa Mirella no es tonta y sabe muy bien qué es lo que conviene hacer —respondí sin vacilar; estaba muy segura del resultado.

Dean asintió y no le dio mayor importancia, aunque él sería una parte importante dentro del esquema, no estaba demasiado interesado. Si no hubiera una familia que cuidar, yo tampoco estaría interesada y tan solo lo seguiría a Branan. Además, él ya había dejado en claro que mientras yo estuviera a salvo, lo demás no era importante. Con el poder actual de su reino, enfrentarse a Ársa no era un problema mayor; aunque siempre era mejor evitar problemas.

Ahora, al mirar el perfil de su rostro no pude evitar pensar en lo distorsionado que se había visto en el momento en que dejé que leyera el contenido de la carta de Bastian. Había estado tan furioso que había quebrado la mesita en el jardín de la embajada, que no era más que la gran mansión dispuesta para su uso.

Fue la primera vez que vi su rostro agriarse hasta ese punto y también había sido la primera vez que había notado un par de ojos tan duros, llenos de un intenso aire asesino.

En cualquier caso, el momento había pasado y los planes que había ideado se llevarían a cabo con lentitud y cautela.

—¡Es tan bonita! —Un pequeño grito vino de más adelante captando nuestra atención. Una niña pequeña sentada sobre los hombros de un hombre joven parecía saltar mientras aplaudía. Y no era la única.

Un grupo denso de gente se había juntado en un lugar de la calle y los comentarios se elevaban en un gran murmullo.

—Parece que hay algo interesante, ¿quieres ir a ver? —Los ojos de Dean me observaron con una sonrisa gentil y aunque al principio mi interés había sido superficial, terminé por acceder.

—...y entonces, la joven calzó zapatillas de cristal, hermosas y relucientes antes de encaminarse al baile. Sin embargo, la belleza no estaba solo en lo que podía verse, sino que, la magia se escondía dentro de ellos. —Una voz masculina, acompañada por el sonido fino de las cuerdas de un laúd se oyeron fuertes sobre el murmullo.

—¿Magia? —La misma niña que en un principio había alabado algo bonito, preguntó.

A este punto, mi expresión se había vuelto seria y con la ayuda de Dean, me hice paso entre la multitud para quedar lo suficiente cerca como para ver el improvisado escenario, instalado al final de una calle cerrada. Sobre este escenario, una joven mujer se paraba vestida de forma hermosa y en sus pies se veía el reflejo del cristal.

—Así es, magia —el hombre contestó—, más hay que saber los peligros que de ella provienen. —Alzando un dedo y deteniendo la música hizo una advertencia, al tiempo que pasaba los ojos por el público. Y fue en ese momento que otra voz exótica y conocida se dejó oír.

—Ahora estás lista, más has de escucharme, los zapatos adornan tus pies y marcarán tus pasos, los pasos hacen un camino y el camino hace un destino... si tu deseo es elevarte a los cielos, habrás de saber que no hay destinada tal cosa; pero puedes, si estás dispuesta, enaltecerte por sobre los otros si fuerzas tus pasos sobre los de alguien cuyo destino sí sea grande.

Mis ojos se abrieron de sorpresa al ver la oscura melena larga y rizada de Viorica, a su vez, las palabras dichas tuvieron la capacidad de impactarme como una piedra rompiendo una ventana.

—Hada madrina, ¿tal cosa se puede hacer? ¿De verdad seré capaz de revertir mi pobre destino e intercambiarlo con el de alguien más? —Los ojos de la otra mujer brillaban esperanzados y sobre la tez rubia se adivinaba un aspecto antes lamentable.

—Se puede, si es tu deseo este; solo debes lograr que aquella persona a quien admiras, camine los zapatos en tus pies. Los pasos de esa persona te serán dados y el destino te será conferido.

Palidecí de repente al entenderlo y la mirada verdosa sobre el escenario se clavó en mí. 


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Los amo!

Flor

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