TREINTA Y CUATRO

Esa noche, cuando regresé, la oscuridad reclamaba cada pasillo. De nuevo, salvando a Margot que había permanecido despierta para recibirme, y a la mancha negra que caminaba enredándose en mi falda, estaba sola.

El abuelo se había ido hace algunos días y mi hermano casi no estaba en casa, las pocas veces que lo estaba, yo lo rechazaba; y los ojos de mi nana, que ahora me ayudaba a desvestirme, me miraban con la duda en los ojos.

Una tarjeta había sido enviada a la mansión en la tarde avisando que no había necesidad de preocuparse o buscarme. Aunque mis acciones no eran adecuadas, no había alma que se atreviera a cuestionarme, ni siquiera esta mujer que había permanecido a mi lado desde el nacimiento.

Y pese a que las preguntas parecían querer escapar de su garganta a torrentes, solo el silencio nos acompañó hasta que, antes de retirarse, una carta me fue entregada. En el reverso del grueso sobre, los trazos finos pero decididos, delinearon el nombre de mi hermano: Bastian.

Me cubrí con la manta y Denu se acostó en mi regazo, dio una vuelta sobre sí mismo y frotando su cabeza contra mi mano, cerró los ojos y se durmió.

«¡Quién pudiera llevar una vida tan despreocupada!»

Miré el sobre todavía sin abrir.

«Hombre sin paciencia», pensé y resoplé.

Por un momento dudé en rasgar el sobre; cuando me encontré con Bastian por última vez, y pese a que evité permanecer mucho tiempo juntos, tuve la lógica de pedirle que me diera un tiempo para serenarme; no era que no estuviera dispuesta a escucharlo, era que, aunque yo quisiera, muy probablemente, a cualquier cosa que él dijera, le encontraría un pero.

Sin embargo, mi hermano tuvo el tino de buscar este método; sin él delante, no tendría la oportunidad de encontrarle fallas o interrumpirle. Cosa de la que me creía capaz.

«Sin paciencia, pero inteligente».

Inhalé llenándome los pulmones de aire antes de soltarlo. Rompí con cuidado el sello lacrado que mostraba el escudo de la casa Roux y no pude evitar la pujante y sonora risa que se me escapó de los labios. Si esto no era darle la espalda por completo a la casa Blanchett, ¿qué lo era?

Negué divertida y me decidí a mirar el contenido. Las cejas se me arquearon de ilógica incredulidad porque, pese a que el sobre se veía abultado, no había imaginado que la cantidad de hojas dentro superara mis expectativas. ¿Quizá me había enviado los borradores de una novela y no la verdad que buscaba? Si no, no me explicaba el grosor.

¿Tan larga era la verdad?

Di vuelta la cabeza y miré la vela que se encontraba un poco lejos de mí, lo suficiente como para que las letras sobre el papel me resultaran algo borrosas y; no obstante, me parecía casi una locura moverme cuando Denu dormía profundamente en mi regazo. Sonreí de lado, irónica al saberme rendida ante él y derrotada, no pude hacer menos que empujar la vela valiéndome de una suave ventisca. Si no fuera viento, sino fuego, como el de aquella familia perdida, quizá me preocuparía menos quedarme a oscuras.

Con la vela ya cerca, por fin pude distinguir los trazos fuertes con que había sido escrita la carta; y esos trazos me decían que, pese a todo, no había vacilación u engaño en aquello que se leía.

Levanté la barbilla desconcertada cuando en la primera página no encontré destinatario. Omitiendo mi nombre y con completa direccionalidad, como un cuento sin título, los párrafos se deslizaron frente a mis ojos y mi gesto se tornó cada vez más oscuro.

"He sido caballero de Su Alteza la totalidad de una vida. Compañero de juegos y luego guardia de su seguridad y por lo mismo, he visto, oído y sabido cosas que en su momento hubiera preferido no saber. Ahora lo agradezco.

Sabes que la reina dio a luz un príncipe a una edad en la que ya no se esperaba nada y en la que no había necesidad. Un príncipe y una princesa eran suficientes, pero lo acontecido no puede borrarse.

No lo sabes y si alguna vez fue de público conocimiento, tampoco lo sé, pero lo que sí sé, es que las formas de elección de un consorte para cada miembro de la realeza, es especial. Desde que este reino fue fundado por las seis familias, cinco quedamos y de esas cinco, una reina por encima de las demás.

Entre las cuatro que no tienen la corona, se elige una consorte que sea adecuada para el heredero. Parece ser, que adecuada o no, fuiste la única elección. No hay otras mujeres que puedan ser emparejadas con el príncipe y conservar la línea de magia real.

No parecía mal, después de todo, tenías la vida asegurada y yo sería tu respaldo. Ahora me cuesta comprender si de verdad te respaldé o solo te condené al guardar silencio.

Nunca pensé, que la misma persona a la que servía, te lastimaría de tal forma".

Un punto de tinta se distinguió en el mar de trazos finos, que hasta entonces habían sido sus palabras, como si la punta de la pluma hubiera permanecido más tiempo del necesario allí.

No sabía si reír o conmoverme. Bastian siempre había sido así, leal al punto de la estupidez; de pensamiento lineal y simple, al punto en que le fue imposible prever que, aunque el matrimonio podía unir a dos personas, esto no precisamente significaba que esos dos individuos se preocuparan por el otro. A Silvain y a mí solo nos unía un compromiso arreglado, preocupación, incluso amor, era pedir demasiado... para él.

Fue tonto, el ejemplo lo tenía en casa.

Apoyé la cabeza contra la madera del respaldar y miré el fino brocado que cubría los doseles. Él quería ser un respaldo pero, ¿cuándo había sido sencilla la corte? Si así lo fuera, no habría pasado parte de mi corta vida protegiéndome detrás de las palabras, hilando y tejiendo esquemas, que la final, no me sirvieron de mucho. Me dieron la espalda en cuanto ya no tuve nada que ofrecer.

Mucho menos un caballero, por muy alto que estuviera su señor.

Suspiré y seguí leyendo, en este punto, no podía volver y explicarle las cosas.

"Las cosas que no pensé entonces, no importan en realidad, pero Fleur ¿Lo pensaste? ¿Pensaste más en profundidad sobre tu compromiso o nuestra familia? ¿Alguna vez hubo una reina de nuestra sangre?"

La pregunta me desconcertó y mis cejas se juntaron al darme cuenta de que tal cosa jamás había pasado. No había ningún registro que nos pusiera junto a algún miembro de la familia real; pero tal detalle, ni siquiera entró en mis ojos. Y si pensé que era desconcertante, la siguiente línea me dejó más perpleja.

"Las hubo, pero fueron borradas de los memoriales. Reyes con madres desconocidas y niños con antecedentes dudosos. Deberían haber despertado la curiosidad de muchos y, sin embargo, nadie preguntó ni dijo nada al respecto; quizá porque solo la familia real y la nuestra saben que cualquier mujer de la línea de sangre Blanchett que se una con un miembro de la casa Mauve, está destinada a morir.

Desestimamos y tratamos las leyendas como cuentos fantasiosos, pero son demasiado reales.

Mauve y Blanchett, que recibieron la bendición de las diosas gemelas, muerte y vida, jamás han podido juntarse, porque el primero siempre consumirá al segundo. Nuestras mujeres no son existencias compatibles con sus hombres. No serías esposa ni reina, serías un sacrificio".

Sentí que mi corazón se saltaba un latido y el pensamiento de que había leído mal me asaltó pese a que la llama de la vela, inamovible, me acompañaba solícita en la lectura.

"Su Alteza siempre lo supo, que llegaría el día en que tú, como reina, solo servirías para lo que él estimaba algo natural y esperado: un heredero perfecto.

Fue demasiado tiempo cargando con la certeza de que, si te dejaba seguir con ese matrimonio, vería el día en que el embarazo te consumiría y que quizá, ni siquiera podrías pasar con bien el parto. No, tenía la certeza de que no vivirías, porque las madres de esos niños no sobreviven y las criaturas les son arrancadas del vientre".

De nuevo, la tinta pareció engrosarse y las palabras se mancharon con círculos oscuros.

"Lo escuché todo de la boca de a quien yo servía. Su Alteza creía que era algo que yo aceptaría con naturalidad, al igual que él; quizá mi decisión de ofrecerle mi vida le hizo pensar que estaría satisfecho sabiendo que mi hermana sería usada y descartada de tal forma.

Me estremezco al recordar que ya todo estaba pensado: lo que se diría luego de tu muerte, lo que yo debía decir y cómo actuaríamos. Lo escuché tantas veces que, si me lo preguntaras, podría reproducirlo palabra a palabra y, sin embargo, tengo el mismo nudo en la garganta que en ese entonces.

No parecía tener opción, estaba atrapado junto al el príncipe y aunque parecía tener algo de poder, él nunca fue ingenuo. ¿Para qué contarme, sino para probarme? No podía encontrarme contigo sin supervisión y tampoco escribir nada sin que pasara antes por sus ojos.

Ahora que lo pienso, más que un caballero, era su prisionero. Pero en algún momento lo llegué a considerar un amigo.

No pude advertirte, incluso si lo quise y, cualquier manera en la que pudieras escapar, habría estado bien. Pensé en todas las formas posibles de obtener un minuto contigo, y cuando tuve la oportunidad de hablar con nuestro padre, me di cuenta de que él ya lo sabía".

Mi postura se volvió rígida al momento y di vuelta la quinta hoja. Cada palabra solo logró lastimarme un poquito más.

La reunión con los embajadores extranjeros se estaba llevando a cabo en este mismo momento en el salón del trono mientras yo me sentaba a tomar té en el jardín bajo el sauce. Las sirvientas iban y venían una detrás de la otra. Por alguna razón, sentía que, en vez de servirme, me vigilaban.

Me reí impotente en mi corazón. ¿Qué estaban esperando que hiciera? ¿Q quizá pensaban que escaparía?

De cualquier forma, me llevé la taza a la boca con expresión tranquila. Ya llevaba aquí una hora y pese a que, por lo normal, me hubiera ido, hoy estaba aquí con otro propósito. Mis pensamientos iban y venían sobre lo que había leído en la carta de Bastian, si todo era cierto, había algo que tenía que proteger.

Un tirón repentino en mi falda me hizo mirar sobresaltada y detrás de mí, el grito de una mujer me avisó que este niño que me miraba con ojos curiosos, no estaba solo. Mi mano bajó hasta posarse sobre la mejilla rubia, dejando una caricia.

—¡Mi príncipe! —Una mujer regordeta llegó a paso apresurado desde el camino lateral, tenía la respiración agitada y las mejillas rojas; pero en el momento en que me vio, luchó por mantener la compostura y hacer una reverencia.

—Está bien, no hay necesidad. —Despreocupada, le indiqué que cortara con las formalidades; pero la detuve cuando estuvo a punto de tomar al niño en brazos—. Yo lo sostendré, mantente al margen.

La mujer me miró desconcertada antes de que mi propia mirada la hiciera retroceder.

Solté las manos del niño que se mantenían firmemente aferradas al vestido, arrugando los finos bordados de flores y lo senté en mi regazo. De inmediato, una de las madalenas sobre la mesa fue arrebatada por sus pequeñas manos y el calor en mi pecho se sintió doloroso.

Este niño...

—El pequeño Nathan ha crecido mucho desde la última vez que lo vi —le hablé con la sonrisa marcándome el único hoyuelo que poseía y obtuve en respuesta un gesto igual, pero lleno de inocencia.

La reina había dado a luz tres niños, Silvain, la princesa Mirella y el pequeño príncipe Nathan, quien había resultado ser un milagro dada la edad que tenía al concebirlo. Aún podía recordarlo, antes también solía correr por el palacio sin que sus niñeras pudieran controlarlo; era un bebé vivaz y dulce, que me sonreía incluso a mí, que tenía un aspecto duro e inaccesible.

—Fle. —Una mano llena de los restos de la madalena se posó sobre mi mejilla, como queriendo llamar mi atención y cuando lo miré, el dulce a medio comer me fue ofrecido. Una mirada seria se superpuso a los adorables irises malva, como si estuviera haciendo una acción muy importante.

—No, no, ya comí. —Negué y sonreí al tiempo que presionaba una de sus mejillas con mi dedo índice. Apenas tenía dos años y su carita regordeta seguía tan llena como siempre.

—Fle come. —Empujó de nuevo la madalena hacia mí y al final, aunque no quería, terminé por morder el dulce. A cambio, obtuve una radiante sonrisa.

Me quedé absorta en su imagen y solo una indeseable voz me sacó de mi observación. La cabeza del pequeño príncipe también se volteó y miró a Silvain, que aún llevaba su traje oficial.

—Vain. —Nathan se removió inquieto en mi regazo y exclamó.

Mi prometido se acercó y dejó un beso en mi mejilla, como si el acto fuera natural y acostumbrado y luego acarició la cabeza del niño en mi regazo, en sus ojos no podía captar más que afecto, pero ¿de verdad solo había afecto? No fui capaz de distinguir nada más en sus ojos.

Lo seguí en cada movimiento que hizo hasta que se sentó frente a nosotros y una sirvienta se acercó para servirle té. Había pequeñas marcas oscuras debajo de sus ojos, como si no descansara y por inercia pregunté.

—¿Has descansado bien estos días?

—Mi prometida es una mujer considerada. —Su sonrisa no logró conmoverme, ni siquiera cuando su mano atravesó la distancia de la mesa y tomó la mía, acariciándola con suavidad—. Aunque es verdad, no he descansado bien. —Concedió—. Pero no debes preocuparte.

Asentí y no agregué nada más. Cuando pensé que el silencio lleno por los sonidos de las tazas y los infantiles movimientos que se efectuaban sobre mi regazo se prolongaría, su voz se abrió paso y me estremecí de forma involuntaria.

—¿No crees que un niño nuestro sería perfecto?

Levanté la cabeza, que hasta entonces había permanecido baja al observar al pequeño apoyado contra mi pecho, que miraba absorto la galleta en su mano, y me forcé a sonreír antes de preguntar.

—¿Cuántos niños desea Su Alteza?

—Con uno es suficiente. Mientras tú seas la madre, será un niño sobresaliente. —El gesto radiante con que lo dijo me revolvió el estómago. No era la primera vez que mencionaba de pasada este tema, pero ahora era diferente.

Tragué con suavidad y abracé un poco más al niño en mis brazos.

—Decir tal cosa...

Casi guiada por un sentimiento de horror, mi mano viajó hacia mi vientre. Nathan no alcanzaba a esconderlo tal como estaba, sostenido por mi brazo izquierdo. El sentimiento de inseguridad al ver la mirada de Silvain, me llenó de pánico.

"...son niños perfectos..."

—Solo podría ser así, nuestro hijo por sí mismo ya será una gran bendición.

"...pero su nacimiento es tan dual como su origen: la paz y la gloria o la ruina y la muerte. Ningún soberano coherente se arriesgaría a poner su reino en peligro por un niño si existe otra opción".

Yo tenía la otra opción en los brazos. 


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Los amo!

Flor

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