EPÍLOGO

—¡Señora! ¡¿A dónde va sin los zapatos?! —gritó Margot, pero yo solo me reí y seguí persiguiéndolo. Con los ojos clavados en la pequeña figura que se abría paso hacia el jardín, sonreí cuando su cabeza giró en mi dirección y su boca hizo un puchero. En mis manos colgaba el pequeño pantalón que momentos antes había intentado ponerle.

El sol estaba bien arriba en el cielo y muy pronto las fogatas comenzarían a encenderse.

Las plantas de mis pies tocaron el césped suave y aligeré el paso a sabiendas de que en cualquier momento, aquella figura pequeñita caería en pro de escapar de mí. Bordée el jardín y lo vi esconderse detrás de un peral cuyas flores blancas me llenaron la nariz de un aroma agradable.

Me detuve a unos pasos y simulé ver alrededor y decepcionada, inflé las mejillas y me senté en el suelo.

—¿Dónde está mi pequeño Theo? No lo encuentro por ningún lado... estoy tan triste.

Me tapé la cara con las manos y simulé llorar antes de que el sonido amortiguado de pacitos acercándose me hiciera sonreír, pero no levanté la cabeza hasta que el tacto suave de deditos gorditos me cubrió las manos e hicieron fuerza por descubrirme el rostro.

—Mami, no llores.

—Mi bebé no me quiere. —Aspiré profundo por la nariz y me mordí los labios antes de detenerme al escucharlo, estaba a punto de llorar y en vez de sentirme apenada por eso, solo pude pensar en lo adorable que era y lo mala que era yo por disfrutar de jugar con él.

—Yo quiero a mamá. —Con un profundo puchero sobre su cara blanca lechosa, me miró con lágrimas en los transparentes ojos dorados y mi corazón se derritió. Incapaz de seguir jugando, lo arrastré a mi pecho para aspirar el aroma a bebé que todavía parecía no querer desprenderse de él, o quizá era solo mi deseo el que permaneciera de esa forma.

Que se mantuviera pequeño entre mis brazos, tan pequeño como lo era ahora, tan pequeño como para que no siguiera creciendo y al rozar su mejilla regordeta contra la mía, dejé los pantalones a un lado y lo acomodé sobre mi falda.

—Mamá también te quiere, no, mamá te ama.

—¿Y a mí quién me ama? —Una voz divertida llegó desde atrás y al darme la vuelta con dificultad, me encontré con la figura de Dean que, cruzado de brazos, nos miraba desde arriba. La cabecita que se escondía en mi pecho, se levantó y espió desde mis hombros.

Mi hijo miró así durante unos segundos antes de tirar levemente del cuello de mi vestido y llevando su boca a mi oreja dijo:

—Mami, si no le dices a papá que lo quieres, se pondrá triste.

—¿Sí? —Al tiempo que me moría los labios con gravedad, reprimí la risa—. Pero mamá te dio todo su amor, ¿quieres compartirlo con papá?

Sus ojos se abrieron por completo y lo vi dudar un segundo antes de asentir a regañadientes.

—Papi. —Mientras apoyaba sus pies sobre mi regazo y se sostenía de mis hombros, se levantó y miró con decisión a Dean, que seguía en su lugar, totalmente enterado sobre el pequeño intercambio entre nosotros; Theo no sabía susurrar—. Para que no estés triste, te compartiré un poquito del amor de mamá y también del mío.

Asintió con toda seriedad y el cabello oscuro sobre su cabeza se sacudió, mostrándome en el proceso ese único mechón blanco que con mucha pena alcanzaba a verse medio escondido entre las hebras negras. Mi corazón suspiró derrotado y abracé una vez más a esta pequeña copia que había dado a luz.

La carcajada que se extendió en el aire no vino de mí, sino de Dean que, rendido, se sentó en el suelo y al mirarle los pies, los encontré tan descalzos como los míos. Se encogió de hombros cuando se lo señalé y se apoyó contra mi hombro con toda tranquilidad mientas pinchaba con el dedo la mejilla de Theo.

—Acepto... pero no creas que siempre podrás acaparar a tu madre. Primero es mía, luego tuya.

Me reí y acepté que, en el rato siguiente solo escucharía un intercambio infantil en el que mi hijo sería jugado tontamente por su padre y no estaba equivocada, porque el intercambio siguió hasta que el niño en mis brazos acabó por dormirse.

Dean lo quitó de mi regazo, lo sostuvo y acomodó con sus manos el pelo despeinado, volviendo a colocar a la vista el mechoncito blanco que todos los día peinaba sin éxito alguno y me sonrió de forma socarrona antes de extender una mano hacia mí para ayudarme a levantar. .

—¿Lo llevaremos?

—Mm. Se despertará dentro de un rato y ya le había prometido que iría. —Suspiré derrotada y me levanté antes de ayudarme de mi esposo para, por fín, ponerle los pantalones.

Hoy, los gitanos estacionados en los terrenos circundantes a la mansión, estaban celebrando y la invitación había sido extendida a nosotros por una Viorica que llegó reclamando el cumplimiento de mi promesa pasada de darle alojamiento y mi hijo, que de inmediato sintió una curiosidad innata por su aspecto se sintió ilusionado cuando esta le llenó los oídos con cuentos sobre lo divertido de sus fiestas.

Pero yo tampoco podía negar que sentí mi corazón saltar emocionado con la escena que nos recibió al llegar: las manos arriba y el sonido de los aplausos, el movimiento de las faldas al revolotear junto al fuego, las pesadas botas de los hombres resonando contra la tierra y el humo relleno de chispas moribundas se alzaba al cielo.

Se escuchaba un canto general que invadía la noche acompañado del sonido de los dholaks y kartals* en cuyo centro, una mujer hacía resonar una pandereta por encima de las cabezas de la gente generando un círculo más grande al de los bailarines y recorría la multitud arrastrando a los más tímidos al centro; la larga cabellera oscura le bailaba detrás mientras la acompañaba en aquella enérgica danza.

Sus ojos verdosos se fijaron en nosotros y la sonrisa le adornó las doradas facciones cuando se acercó y abandonó el instrumento a un lado para mirar con ojos divertidos nuestros pies manchados de tierra.

—Vinieron. —Sonrió—. Ya decía yo que la lady todavía tenía un corazón libre.

—¿Cómo estás, Viorica?

—Ah... tan bien como se puede estar. —Me miró y luego a Dean antes de pasar sus ojos sobre Theo, que aún dormía incluso con el fuerte ruido—. Sabe algo mi lady preciosa, tenía algo para usted.

—¿Qué cosa?

—Unas pocas hojas rotas.

Mis cejas se levantaron y esperé, pero fue como si nunca hubiera dicho nada, porque la sonrisa en su rostro, así como vino, se fue, al igual que ella, que se alejó mientras se metía entre las personas y se perdía entre ellas.

—Es una mujer extraña. —A mi lado, Dean siguió la figura mientras suspiraba y volvía a acomodar bien a nuestro hijo, procurando que su cabeza quedara bien apoyada sobre su hombro.

—Es buena —afirmé—. Sin ella, quién sabe qué habría pasado.

—Es cierto...

Lo escuché suspirar y miré su perfil iluminado por las llamas de la gran fogata en el medio antes de sonreír y extender mi mano.

—¿Bailas?

Miró mi mano y luego a mí antes de reírse y aceptar.

Solo tenía una mano para mí, la otra sostenía a un Theo que se negaba a despertar y, sin embargo, las vueltas de mi falda no bajaron en proporción al ritmo avasallante de la alegre música, enredándose entre mis piernas y las suyas. Acercándonos y alejándonos, establecimos un ritmo propio en el que cada acercamiento significaba un pequeño beso, en las mejillas, en los labios o en las manos, allí donde se pudiera y me reí cuando los brillantes ojos del niño se abrieron confundidos y luego maravillados.

Saltó entre los brazos de Dean, su cabeza giraba en todas direcciones y su boca estaba abierta en asombro. Parecía que quería correr a ver todo lo que veía pero, lamentablemente para él, los brazos en los que estaba no tenían intención de bajarlo.

—Mami... —Lloroso, me miró y estiró los brazos. Sus intenciones visibles en su rostro.

—¿Por qué la llamas? —Dean sostuvo la pequeña barbilla y frotó su nariz contra la del niño un par de veces antes de suspirar—. Hagamos algo —propuso y Theo lo miró con los ojos abiertos de par en par con sus pequeñas manos apretándose una contra la otra—. Te bajaré, pero tendrás que tomar nuestras manos.

Me tapé la boca y fingí seriedad ante la cara concentrada que puso Theo y Dean parecía tan serio como él, pero el leve temblor en sus labios lo traicionaba. Cuando vi el suave cabello negro moverse siguiendo el curso de su respuesta afirmativa, observé a mi esposo inclinarse y dejarlo en el suelo.

A mis ojos, era como ver otro Dean, pero pequeñito.

Me sorprendí cuando mi hijo se alejó dos pasos de su padre y caminó hacia mí antes de mirarme desde abajo. Solo tenía tres años y su estatura no llegaba siquiera a mis caderas.

Alcanzó mi mano y la juntó con la de un curioso Dean, luego, se metió entre nuestras piernas y tomó mi otra mano antes de señalar a los demás y tomar la de su padre que, para su infortunio, tuvo que encorvarse un poco antes de poder alcanzar su manito.

Theo comenzó a tirar de nosotros y nos arrastró en una ronda que no respondía a ritmo alguno, pero la risa que se escapó de su boca fue lo suficiente contagiosa como para pegársenos en los labios. La noche en que nació, también encendieron fogatas y solo pude vislumbrar su brillo desde la ventana mientras apretaba con fuerza la mano de un Dean pálido que se tambaleó al escuchar el llanto penetrante que rompió la tensión del momento.

Siempre pensé que todos los niños cuando nacían eran feos, pero comprendí de inmediato que mis ojos eran parciales y el nombre que tanto nos costó decidir, no fue difícil de decir en cuanto lo sostuve.

—Theo —dije e ignoré los ojos llorosos de mi esposo y el cansancio. Era probable que yo también estuviera llorando, porque ambos teníamos un problema importante con las lágrimas, pero aun así, la garganta, que sufrió durante horas, encontró la fuerza para decirlo.

Inhalé el aire fresco de la noche y bajé la mirada para pasarla por el niño que nos arrastraba en una ronda a pasos desequilibrados y luego la subí para dejarla en el rostro de Dean. Seguiría colocando ladrillos junto a él lo que me restara de vida, porque ver su mirada indulgente, sus mejillas sonrojadas y escuchar su risa cada mañana, hacía que todos los desvíos y obstáculos del camino valieran la pena.

Y quizá estaba tan sumergida en estos pensamientos, que no me di cuenta de los ojos verdes que nos observaba a nosotros desde lejos. En sus manos sostenía un par de hojas con marcas de rotura que se desvanecieron en el fuego de la fogata.

Si hubiera prestado atención, o si me las hubiera dado, quizá habría sabido el final de la historia, aunque a estas alturas, no valía la pena.

Cada quien hace su propio cuento.

*Instrumentos musicales, el dholak se parece un tambor y los kartal son un descendiente de las castañuelas.

Muchas gracias por acompañarme hasta ahora, de quedarse para leer incluso este pequeño epílogo que es más un capricho por satisfacer mis ganas de contar un fragmento de la vida de Dean y Fleur después del final. Y nada, eso, no sé qué decirles aparte de gracias y espero podamos vernos en otras historias, porque, aunque esta historia terminó, hay muchas otras que esperan contarse. 

Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

Si les gustó, no se olviden que pueden apoyar mi trabajo adquiriendo el libro en cualquiera de sus formatos y/o compartiéndolo, ya sea en capturas, citas, redes sociales o con amigos para que llegue a más personas y la historia tenga oportunidad de crecer y ser más reconocida.

Los amo!

Flor


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