EL DUQUE II

—Ali... —Una noche me acerqué a ella, pensé que debíamos arreglar nuestras diferencias dado que la relación se había vuelto insostenible. Su tono siempre era austero, lleno de desinterés, tanto, que me era imposible no darme cuenta de que ya no estaba en sus ojos. Este estado prolongado de tensión me recordó a ese tiempo, cuando todavía éramos recién casados y no me habló por un mes.

El recuerdo de aquello me resultó ambiguo y casi desconcertante.

Me paré frente a su puerta y abrí sin golpear, era un reflejo y para mi sorpresa, la vi sosteniendo un ramo de flores, con un rubor encantador sobre las mejillas. Parecía esa Ali que paseaba conmigo por la ciudad antes de casarnos.

Cuando me vio, dejó el ramo y le ordenó que escogiera un florero bonito antes de hacerla salir con las flores.

—¿En qué puedo ayudarle? —La sonrisa se apagó y en su lugar, el gesto se volvió desdeñoso.

—Quiero que hablemos, Ali.

—Alizeé, Mi Señor, Ali me dicen mis amigos.

—Soy tu esposo, soy más que tu amigo.

—Los amigos confían entre sí, yo no confío en usted. —Sus palabras se clavaron profundo en mi pecho, pero no pude mostrar cuánto me afectaba.

—No pensé que fueras una mujer tan estrecha de mente que no puede aceptar a una pequeña niña e hiciera un berrinche por eso. —Esperaba que esa cara cambiara, esperaba que se disculpara, esperaba que me mirara... un poco mejor.

—Pff. —Contrario a lo que esperaba, ella rio, pero su risa no fue tierna, no fue delicada, tampoco fue elegante como solía ser—. ¿Mi señor cree que soy estúpida? Usted piensa que soy de mente estrecha, que no acepto a una pequeña niña, pero el problema no es la niña, el problema es que usted me mintió, me engañó, me dejó pensar que me valoraba y ahora incluso desprecia a los hijos que tuvo conmigo. Es mi culpa y su desgracia tener un padre como usted.

Cada palabra fue un golpe duro dado con una sonrisa desprovista de cualquier encanto. Estaba allí para recordarme que nunca más me sonreiría genuinamente.

Se había ido.

Me pidió el divorcio y aunque no estaba dispuesto, el rey lo aprobó. No pudo negarse bajo la presión de mi suegro, de ese suegro que me miraba como si fuera basura. Todo mi honor se desvaneció y me convertí en una burla incluso dentro de los cuarteles. Los caballeros que estaban bajo mi mando murmuraban que la duquesa me dejó porque había traicionado su confianza.

Era un chiste y una deshonra, porque yo era un caballero y su líder, el honor de un caballero residía en su lealtad y rectitud y aunque la sociedad era dura para una mujer divorciada, ella ahora se paseaba del brazo de quien decían, era su amante.

Cuando vi a ese hombre, debí saber que nunca la dejaría ir.

Me sentí avergonzado cuando me lo crucé y recibí sus palabras.

—Aunque ella no me recuerde, yo nunca la olvidé. Me prometiste que la cuidarías porque yo no era apto para ser su compañero, pero lo único que hiciste fue lastimarla. —Belmont me miró en silencio durante un tiempo mientras yo lo analizaba, ya no vestía ropas desgastadas de plebeyo y su complexión se había vuelto fuerte—. Si todavía te queda algo de respeto por ella, no volverás a molestarla.

Por primera vez en mi vida, me sentí realmente avergonzado y por eso, cuando Fleur me preguntó si alguna vez había querido a su madre, elegí no responderle. A comparación de ese chico tonto que siempre la había querido, mi amor por ella había sido un chiste.

Otra vez estaba parado frente a su tumba y mi hija estaba a mi lado. No supe decir qué sentimiento me provocaba ahora, que ya habían pasado años, el que su apariencia se hubiera convertido en una placa de piedra fría.

—Papá, tú nunca me dejarás, ¿no es así? —Sosteniéndose de mi manga, como cuando era pequeña, esta niña que ya había crecido bastante, me miró. El marco de su cara estaba hecho por ese brillante cabello rubio que era igual al de Jolie.

—No lo haré. —Se lo había prometido y era incapaz de alejarla, mi sol, eso era esta niña, la única que se quedaba a mi lado y a la que había amado en cuanto la vi. Sin embargo, cuando miré el desolado escenario del cementerio, pensé que no era muy diferente de la mansión. Mi hijo no había vuelto en años desde que se hubo ido a la frontera con mi suegro y mi hija más pequeña había tomado el mismo camino no hace demasiado.

No habría podido frenarla incluso si quisiera. Sus ojos, cuando me miraban, estaban llenos de desdén y rechazo, a veces me miraban con decepción y un ligero tinte de tristeza, pero jamás la había visto hacer un berrinche para llamar mi atención.

Había sido una niña muy tranquila desde el momento de su nacimiento, pero sabía que estaba viva cuando me miraba; ahora se sentía como una muñeca.

Tampoco me sentía en condiciones para reclamar algo, no después de que el compromiso hubiera sido anunciado.

No era inconsciente, sabía muy bien qué era lo que pasaba al mezclar la sangre real con la de una mujer de la nuestra, pero nunca pensé que sería mi propia hija la única opción... No, en realidad había una más y estaba a mi lado. Ella hubiera sido la inversión más segura, aunque su sangre no era pura y su estado no era el mejor, la mitad de nuestro linaje se había pasado a ella y si se casara con algún otro noble de las familias principales, esa mitad sería suficiente para contener un niño adecuado.

Pero no podía.

Estaba bien así. Al mirar la tumba de la mujer que había amado, pensé que era lo correcto, porque, incluso si su vida fuera corta, no carecería de nada. Era lo correcto, ¿no?

Esa sería su elección incluso si lo supiera, porque era igual que su madre. Porque ella no pondría el amor por sobre su responsabilidad, ni siquiera su vida.

No obstante, Clarice era y debía ser diferente, debía ser feliz antes que responsable. Jolie lo habría querido así.

—¿Tú también lo crees? —Sin embargo, aunque preguntara, ese nombre tallado en la piedra no me respondería.

Cuando mi hija volvió de la frontera se volvió cada vez más y más distante. Su actitud que siempre había sido impecable, se volvió casi igual a la que tenía su madre cuando la conocí y me desagradaba. Me desagradaba verla, porque me recordaba que me había abandonado. No podía soportarlo, no podía soportar esa mirada indiferente y desdeñosa que nos dirigía a mí y a Clarice.

¿Ella pensaba que estaba por encima de su hermana solo porque su madre había nacido en una familia mejor?

De alguna forma, sabía que mis pensamientos no iban por el camino correcto; pero no podía evitar pensar así. Aún con todo, a veces no podía controlar el impulso de mirarla con mayor atención, porque ella era la única que se había quedado.

Bastian se había ido.

Ali se había ido.

Pero ella se había quedado.

Eso significaba que todavía tenía algún espacio...

Me reí por lo bajo mientras revisaba unos papeles, que patético sería si alguien fuera consciente de mis pensamientos. Estaba lamentándome por el afecto de mi hija menor que no era más que otra muñeca perfecta de esta sociedad mecánica. Si no hubiera sido por estas creencias arraigadas, por estas costumbres, quizá jamás hubiera conocido a mi ex esposa, y esos niños... nunca hubieran existido.

Pero existían, eran reales, sobre todo la menor de ellos que hacía sonar el piano durante las tardes. En algún punto me había acostumbrado a las melodías que acompañaban la bajada del sol, y más de una vez me acerqué a verla. Ese caballero que trajo con ella desde el sur no parecía dejarla ni a luz ni a sombra y tampoco decía nada cuando me detenía algunos segundo frente a la puerta del salón que contenía el piano, incluso si sus ojos me criticaran.

—Hazte a un lado. —Ordené en cuanto llegué a las puertas, iba a entrar. Esta vez sí.

Desdeñoso miré el emblema de la casa Roux en su uniforme y mi gesto se agrió un poco, ella no confiaba en la casa en la que había nacido. Quise reírme. Aunque no confiaba, todavía se quedaba.

Miré el interior en cuanto la puerta fue abierta y me paré de forma deliberada contra la pared, en un espacio no demasiado visible. Desde allí escuché lo inusual de su conversación con el profesor.

—¿Qué sentimiento desea que transmita?

—El que su corazón desee lady Fleur, pero expréselo por favor, se lo pido. Tocará en la fiesta de debutantes dentro de medio año, mi reputación está en juego.

—Entonces el profesor deberá perdonarme, pero le pido que se retire. Puede escuchar desde el otro lado de la puerta así el efecto será menos dañino.

—Me quedaré a escucharla sin importar lo que pase.

—Si siente que no puede soportarlo, retírese.

Mis cejas se tejieron en cuanto el intercambio terminó y su figura elegante se acomodó bien frente a las teclas. Me recordó los primeros pensamientos que tuve sobresobre Alizée.

"¿Qué? ¿Sabía tocar el piano, leía poesía y bordaba pañuelos?"

«Una belleza rígida». Sin embargo, esta belleza rígida resultaba encantadora cuando se veía bajo la luz de la ventana. Hace mucho que no la miraba con cuidado, quizá desde que era una niña, quizá cuando ya no volvió a mirarme.

Estaba bien, un trato correspondiente.

Abrí los ojos sorprendido cuando el hombre, que había estado escuchando atentamente, de repente cayó al suelo y yo mismo comencé a sentir la presión del ambiente. Era un sentimiento asfixiante. Me llevé la mano al pecho y presioné; mi corazón dolía, dolía como si estuviera siendo tomado con una mano y lo apretaran sin piedad.

Me pareció ver una cara cubierta de escarcha y un par de ojos miserables, una espalda que, aunque recta, parecía demasiado solitaria. No era este ambiente, no era este salón, no era, pero la persona sentada en el piano era la misma y no. De forma inexplicable, los ojos se me llenaron de lágrimas y el dolor se intensificó. Había emociones ajenas clavándose en mi propio pecho.

Soledad; tristeza; rabia; decepción; odio.

Las notas pesaban tanto que mis piernas no lo resistieron y caí sudando. Entendí que era la música y reuniendo la fuerza que flaqueaba la detuve. Los sentimientos en los ojos de mi hija estaban alborotados, era la primera vez en mucho tiempo que veía la viveza de una persona en ella. Incluso si estaba sudada y su mirada parecía un poco desenfocada.

Me sorprendí, pero no pude hacer ni decir nada cuando se levantó y me ignoró antes de pasar junto a mí y arrodillarse junto al hombre inconsciente. Todo en ese día había sido desastroso, pero sentí que tenía una nueva comprensión de ella... hasta que la bofetada de Clarice se estrelló contra la cara de mi hija menor.

No supe qué decir, pero entendí que la preocupación le había nublado los sentidos.

Lo que pasó después, no valía la pena mencionarlo, aunque lo mantuve en mi mente.

Mi esposa... mi ex esposa estaba embarazada. La noticia había corrido como pólvora por la capital y los rumores llegaron a mis oídos. Una nota de ironía se escuchó en mi mente. Ella tendría un hijo, un hijo con otro hombre, pero de alguna forma, el que ella lo hiciera era menos miserable que yo. Seguramente mi madre la aplaudía desde donde fuera que estuviese.

Sonreí de lado al recordar cuánto la había amado y cuánto la había alabado mientras estuvo viva. No parecía ser yo su hijo, sino ella.

Desde que eso había pasado, solía perderme con frecuencia en mis pensamientos y la tumba de Jolie recibió muchas más flores. Hacía viajes en los fines de semana solo para sentarme junto a ella.

—¿Desde donde estás me culparás? ¿Me culparás si te digo que si tuviera la oportunidad esta vez... ya no te elegiría? —La humedad se hizo espacio en mi cara y me sentí estúpido—. De verdad, lo siento.

Fuera como fuese, me di cuenta de que no ha reversa y pensarla me dolía más de lo que podía imaginar. Tal vez por eso me acostumbré a esquivarla si sabía que ella estaba presente y no esperaba que ella misma fuera la que se presentara en la mansión.

Su gran y abultado vientre me paralizó en el instante en que la vi. No hace mucho había llegado de visitar la tumba de Jolie y el estado de la mansión era terrible. Fleur había desaparecido de su propia habitación y tanto su nodriza como su caballero habían sido encerrados en los calabozos subterráneos.

Estaba enfurecido al saber que mi propia hija había sido tan fácilmente arrebatada en el lugar donde se suponía que estaba segura y llegué a la conclusión de que no pudo haber sido hecho sin ayuda interior. Las únicas dos personas que eran en verdad cercanas a ella lloraban mientras preguntaban por qué, en vez de buscarla, nos enfocábamos en ellos.

—Si la hermana desapareció, debieron ser ellos, papá. Ese caballero siempre me pareció sospechoso. —Cuando comencé a creer que sería mejor liberarlos, las palabras de Clarice me hicieron pensar que, de hecho, ellos eran los más probables.

En ese momento Alizeé interrumpió y vi una parte que no conocía, que no era la dama elegante y refinada, tampoco la mujer que se rio de mí cuando quise hacer las paces. Ella estaba tan desesperada que su pecho subía y bajaba de forma incontrolable.

Cada palabra venía acompañada de espinas que me hacían retroceder un paso. Desde la entrada hasta el salón, los jarrones, las pinturas, las copas y cada adorno había estallado en pedazos luego de que esa magia suya arrasara con ellos.

Siempre me maravillé de la forma hermosa en que la habilidad de los Roux se manifestaba, que era la perfecta manipulación de algo tan etéreo e invisible como el aire. No supe cuán hermoso y peligroso era, pero supuse que algo tan vital, terminaba por matarte cuando faltaba, incluso si te rehusabas a aceptarlo.

—Ali...

—No me digas Ali, no me nombres, me repugnas. Pensé que al menos, aunque sea un poquito, quizá por consideración al hecho de que mis hijos llevan tu sangre, los protegerías, ni siquiera me atreví a desear que los amaras; pero me doy cuenta de que en tus ojos nunca existimos, ¿verdad? Me arrepiento, me arrepiento mucho Alexandre, del tiempo en que pensé que al menos me tenías algo de respeto. ¡Perdiste a mi hija! La perdiste, desapareció y nadie tiene respuestas, ¿crees que soy tonta?

—Ali, solo cálmate, escúchame. —No sabía qué quería decirle, quizá solo quería que se callara.

—¿Para qué quieres que te escuche? De tu boca nunca sale nada bueno, de hecho, nada bueno vino de ti salvo mis hijos; pero te olvidas que también son los tuyos, por eso Bastian te odia y Fleur y ella... y ella ni siquiera está. ¿Es que mi hija vale menos que la tuya? ¿Por eso no moviste ni un dedo? ¿Con quién crees que estás tratando?

«Por favor, ¡solo cállate!»

¿Creía que no lo sabía? ¿Creía que no sabía que mi propio hijo se había ido porque me odiaba?

—¡Ah!

Mi gesto se volvió complejo y no supe qué contestar hasta que la oí gritar. Mi cuerpo se tensó y me apresuré a sostenerla cuando la vi caer. El vestido se empapó con sangre oscura y el pánico creció dentro de mí.

Fue en ese momento que Fleur entró y una fuerza me separó con brusquedad del cuerpo de Alizée, ella me reemplazó al sostenerla y Clarice se apresuró a ayudarme, sin embargo, la detuve. No tenía fuerza para hacerlo ya. Miré a las dos mujeres, ambas estaban desaliñadas y la sangre las manchaba, pero parecían mucho más limpias que yo. Mucho más dignas.

Esos eran mis pensamientos cuando un joven desconocido entró y más tarde, él. Belmont se la había llevado, ahora tenía derecho, así como una vez yo lo tuve.

No presté demasiada atención a lo que pasó después, pero cuando me di cuenta, el salón ya estaba vacío; mi hija mayor y yo nos quedamos recortando una figura lamentable.

La había arrastrado conmigo a esto y me sentía culpable. De nuevo.

Ali estaba en casa. Aún no podía moverse después del parto y estuve de acuerdo en que quedarme encerrado en el estudio era una mejor perspectiva, que encontrarme con Belmont que le hacía compañía. Ese hombre no solo se había robado a mi esposa, sino que también se había robado a mi hija. Los había visto conversar en el jardín y la sonrisa sincera en los labios de Fleur cuando hablaban.

Ella se dejaba guiar por el brazo y de vez en cuando él dejaba una caricia modesta sobre su cabeza. Quizá era como yo, que pensaba que se parecía mucho a su madre, pero en sus ojos no había ningún rechazo. Seguro él no tenía conflicto con su forma de ser.

¿No le parecía aterrador que una niña se sentara a ver como dos personas eran torturadas? Me sentí asqueado con ella, pero todavía recordaba las palabras de la noche anterior.

—No hay nadie en esta casa más negligente que tú y no te veo encerrado allí.

—Insolente. —Levanté la mano y de repente me detuve, estaba a punto de golpearla.

—Estoy esperando —dijo altanera mientas me mantenía la miraba. Había una burla sin fin en ellos.

—No podrás entrar sin mi permiso.

—Entraré, con tu permiso o sin él. —Se alejó unos pasos y volvió a mirarme mientras decía— ¿En verdad crees que no puedo forzar mi entrada?

Y lo hizo, en realidad sacó a esas dos personas. Lo hizo y más tarde se fue junto con su madre. Al final, la única persona de esas tres que alguna vez estuvieron junto a mí, se fue.

La historia completa llegó mucho después y mi visión sobre mi hija, cambió. La ficha que representaba mi autoridad como caballero y de la cual solo había dos, una de ellas destinada a mi esposa, asiento que ahora estaba vacío, no estaba. No habría sido consciente de su desaparición si los cuerpos de varios de mis soldados no hubieran sido tirados frente a la puerta de la mansión junto con una nota anónima.

Caballeros que deberían haber permanecido en los cuarteles, me fueron devueltos como cadáveres. Ninguno de ellos pudo testificar, pero los que estaban vivos sí: los sirvientes que vieron a Clarice tomar la ficha y dirigirse a ellos.

Apreté los dientes y arrugué la nota en mi mano.

"El Duque es tan insensible como para querer la vida de su propia hija, esto no lo compensa, pero si es la pérdida de una vida lo que desea, ellos la perdieron. No olvide comentárselo a su bastarda, quizá quiera poner flores en sus tumbas".

Aun con todo. No tuve el corazón para reprenderla, era mi culpa, la había descuidado y no había podido lidiar con la presión que suponía su propia hermana.

La noche de debut pasó y ese muchacho, el mismo que habían dicho que la salvó, bailó con ella. Había sido deslumbrante, pero, de principio a fin, nunca me miró. Ni a mí ni a su hermana. Supuse que había esperado en vano, ella misma me lo había dicho, que nunca la aceptaría.

Bastian se comprometió con la princesa y Clarice pareció perder la compostura ante ello. Una noche regresó llorando y lo ocurrido en la reunión de la Condesa Joubert llegó a mis oídos. El enojo me trepó desde el estómago al escuchar las palabras que habían salido de la boca de mi hijo. Había humillado a su hermana por una niña cualquiera, incluso si fuera la princesa.

No podía ni quería soportar la cara llorosa de mi hija, no podía verla con ese rostro ceniciento, por lo que resolví presentarme y exigir una disculpa. Sin embargo, cuando llegué ellos desayunaban con tranquilidad, la armonía y un ambiente de familiaridad me recibieron. Siempre había pensado que se parecían, pero sentados uno junto al otro como hace años no los veía, compartiendo una mesa que pese a ser dos, parecía llena, me sobrecogió.

Tragué incómodo antes de hablar, recriminando su falta de tacto y me retiré de allí sintiéndome insensible a lo que me rodeaba. Los reclamos de mis hijos que habían decidido dejar de serlo, que habían decidido que yo era una figura innecesaria.

De repente, me sentí cansado.

Abrí la puerta del salón interior, vi la cabellera rubia de mi hija mayor y las palabras de Fleur volvieron a resonar: "No olvide nunca que sacrificó a su familia completa por ella y que ahora, es la única que tiene".

Verdad. Ahora, era todo lo que tenía, pero incluso si me sonreía, la sensación de vacío, no se fue y esa noche, en la oscuridad de la habitación, soñé con una cuchilla que bajaba y una hoguera que se consumía en lamentos, después, la imagen de una soga colgando de la lampara del techo pareció volverse más y más atractiva. Caminé hacia ella, la puse alrededor de mi cuello y empujé el banco que estaba bajo mis pies.

Contrario a lo imaginado, la desesperación por el aire se tornó natural, casi como si estuviera bien que faltara, porque con su falta me llegó el alivio.

Alivio que se esfumó al despertar por la mañana.

La ciudad estaba en caos debido a la desaparición de la princesa y el pequeño príncipe, y los funcionarios fuimos convocados al palacio. Las medidas tomadas eran expuestas a una reina enajenada y a un rey furioso. Yo mismo no entendía cómo había pasado, pero así era. Ambos miembros de la familia real desaparecieron bajo las narices de los guardias, y ahora no se los encontraba.

En medio de ese bullicio tenso, la graciosa figura de mi hija apareció e intercambió palabras afables con ambos reyes antes de quedarse junto al príncipe. Ella parecía tranquila, pero quizá no lo estaría si supiera qué tan peligroso era quedarse junto a él, pero me olvidé del pensamiento cuando desaparecieron y el ruidoso estado de ánimo se volvió más y más desagradable.

Las reprimendas hacia los caballeros, las medidas a tomar, la negligencia, las amenazas.

Todo eso se detuvo cuando uno de los enviados extranjeros llegó sosteniendo a una mujer con un niño.

—Su Majestad, estoy siendo insolente, pero mis hombres encontraron a Sus Altezas. —Era ese chico, ese que cada vez que estaban en una misma habitación, miraba a mi hija menor con un sentimiento fuerte de ¿amor? Quise reírme cuando pensé en ello, hasta ahora nunca pude comprender ese sentimiento, pero lo había visto en otros ojos.

Ese chico y Belmont miraban de la misma manera.

Que irónico. Madre e hija eran iguales.

Sentí pena por el príncipe, seguramente sería abandonado, como yo.

La reina interrumpió el hilo de mis pensamientos cuando se paró y perdiendo cualquier gracia, caminó frente a la mujer y al niño y sin censurarse, abofeteó la cara del joven. Un jadeo de sorpresa general se alzó y el rey se tensó en su asiento.

—¿Es gracioso? ¿Te divierte jugar con nosotros? Es claro que esta mujer y este niño no son mis hijos, ¿tus ojos necesitan que los revisen? ¡Insolente! —La mujer se había vuelto una pequeña bestia salvaje al enfrentar la mirada helada del muchacho. Me dijeron que era un general, un chico que había ascendido a fuerza de sangre y espada y me sentí avergonzado, igual que los presentes, al presenciar una escena tan lamentable.

Incluso si la reina lloraba y gritaba, este chico la miraba, con su mejilla roja, como si estuviera viendo un payaso de circo; sin embargo, había algo de simpatía en lo dorado de sus orbes.

—¿Es así? Este general ha sido insensible con Su Majestad, me temo que he hecho mal mi trabajo y no tuve el suficiente cuidado de memorizar los importantísimos rostros de la familia real. —Como enviado, era cierto que su deber y las consideraciones eran importantes, pero la burla estaba allí, como si nadie valiera la pena.

El ceño del rey se crispó y uno a uno fuimos saliendo del salón.

La lluvia no paraba desde la noche anterior y ahora se había intensificado. Los funcionarios se retiraron uno a uno y en mi camino me topé con la figura del príncipe heredero que me pasó de forma apresurada sin escatimarme una mirada, pero Fleur no estaba con él.

Un sentimiento de incomodidad se hizo espacio hasta que no pude resistir el preguntar si sabían en dónde estaban. Era una regla que nadie debía decir una palabra sobre los pasos del príncipe, sin embargo, estaba preguntando por mi hija y el lugar me fue indicado sin demasiada precaución. De inmediato supe que algo estaba mal cuando al llegar a la habitación, los muebles volcados, los cristales y el vino derramado me recibieron.

La ventana estaba abierta y el agua fluía desde fuera. Me acerqué a ella y me paralicé al ver, en el pasto mojado del exterior, la delgada figura de Fleur. El vestido desacomodado, el cabello revuelto empapado y las marcas en su cuello y brazos me helaron. Sentía que la sangre se me congelaba en el cuerpo.

Me sentí en pánico, desesperado y sin pensarlo, salté al exterior y la tomé entre mis brazos. Se revolvió y sollozó con fuerza antes de quedarse quieta. Siempre pensé que parecía una muñeca, fría y vacía, pero hermosa. Ahora, esa muñeca se había vuelto viva, pero rota.

Un tipo de agua diferente, cálida a comparación de la lluvia helada se acumuló en mis ojos. Ella me reclamó nunca estar con ella, pero yo todavía la quería, o quizá era porque sosteniéndola así, viéndola pequeña y frágil me recordó a cuando nació.

La vida no era como ahora. Era diferente.

La sostuve contra mi pecho, pero no tuve oportunidad de tenerla conmigo más tiempo. Su hermano, que al igual que yo, saltó por la ventana, me miró solo unos segundos antes de arrebatármela. Sus ojos se habían compenetrado con el cielo, se veían tormentosos.

—No la toques, si no fuera por ti, ella nunca estaría así. —Lo vi apretarla contra él y mirarme con un odio creciente—. Ella no es tu hija, no lo es desde que decidiste acceder a este compromiso sabiendo las consecuencias, así que ya no te acerques. Nunca.

Los vi desaparecer bajo la lluvia luego de dejarme esas palabras y me reí a carcajadas. Tenía razón. Yo solo tenía una hija, una hija que, como el sol, permanecería a mi lado día a día. Era mejor que la espuma del mar, después de todo, la espuma del mar tocaba inconstante sobre la costa y desaparecía, porque era frágil y porque era etérea, no estaba hecha para ser disfrutada siempre.

También, ese niño que había movido las manos en mi dirección y que, en un principio, esperé que fuera en verdad un niño admirado, justo y audaz, me dio la espalda. Ninguno de ellos me necesitaba.

—Está bien. —Miré al cielo antes de incorporarme—. Los días soleados siempre fueron más hermosos. 

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Los amo!

Flor

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