EL DUQUE I

El día que la conocí, pensé que no había nada fuera de lo normal, era una noble más, común y corriente, como las demás. Quizá, si había algo para destacar, era el brillante cabello rojo que le cubría la cabeza y que nada tenía que ver con ese tono glaciar en sus ojos.

Era bonita, muy bonita. ¿Pero no había un montón de mujeres hermosas?

Por supuesto, aunque había un montón, está en particular era mi prometida; pero no pude evitar sentirme renuente a ella al recordar que había alguien, lejos de la capital, que solía llamarme por mi nombre con una cara que exudaba adoración y que no tenía similitud con el aspecto de la joven frente a mí. De forma inconsciente las comparé.

Mientras la niña esa que vivía en el ducado, era de una belleza gentil y de sonrisa pura, esta que mi madre había elegido, era... era diferente. Cuando la miraba no había inocencia, sino, la mirada de una chica que se había criado como las demás, con lo mejor de todo, dando por sentado lo que comía y vestía, que se había limitado a aprender lo básico. ¿Qué? ¿Sabía tocar el piano, leía poesía y bordaba pañuelos?

En vez de esta belleza rígida, me gustaba más esa niña con la que jugaba desde siempre. Le había prometido a Jolie, que una vez que creciéramos, ella sería mi esposa; entonces ¿por qué estaba tomando el té con esta supuesta prometida cuando ya había dejado en claro que no deseaba casarme?

—Sé que no me ama. —Para mi sorpresa, esta chica, que se mantuvo en silencio mientras tomaba el té, habló mientras me miraba a los ojos, de hecho, bonitos ojos—. Yo tampoco lo hago, pero dado que el matrimonio es inevitable, llevémonos bien. Daré lo mejor de mí como su esposa.

Sonrió y de repente me sentí avergonzado por mis pensamientos que desde un principio habían buscado fallas, ella en verdad parecía ser una persona muy honesta.

Ese fue nuestro primer encuentro y para entonces, yo ya tenía un puesto fijo dentro de la guardia real y no tenía tiempo de volver al ducado; ella, como mi prometida, se quedó junto con su madre en la capital y por ende, la frecuencia de nuestras interacciones aumentó.

Uno se convirtió en dos, un encuentro para el té pasó a ser un paseo por la ciudad y una sonrisa derivó más pronto de lo que pude advertir, en un agarre de manos.

Alizée no era aburrida, estaba llena de ideas, de comentarios interesantes e incluso decía que a esta capital tan bulliciosa le hacía falta algo, un lugar en donde la información fluyera.

—No me crees, pero es la boca de una mujer la que puede causar que la fortuna se revierta.

En ese momento, me reí, pero esa simple conversación se convirtió en su sueño y antes de que me diera cuenta, los comentarios sobre cuan ingeniosa y espléndida era la única hija de los Roux, resonaron en cada reunión. Rumeurs era la mejor creación, el centro de encuentro para todas las nobles de cualquier estatus. De alguna forma, me sentía orgulloso y el recuerdo de la niña del ducado perdió peso.

—Mi señor, la señora ha dado a luz un niño sano. —La partera, que había pasado horas encerrada con Ali en la habitación, salió por fin mientras sostenía un pequeño bulto envuelto en mantas blancas.

Me acerqué a verlo y no pude contener el pequeño temblor que me asaltó cuando me lo entregaron. Era un niño pequeño, que movía sus manitos sin sentido al tiempo que abría y cerraba los puños; pero el punto más importante, era que esa pequeña pelusita blanca sobre su cabeza, indicaba que este era mi hijo.

Entré a la habitación mientras lo sostenía, allí mi esposa que ya había sido aseada, estaba recostada, con el gesto somnoliento, pero con una sonrisa pequeña. Me senté a su lado y pensé que, después de todo, no había sido una mala idea seguir con el compromiso, incluso... incluso si había tenido que dejarla.

Un rastro de culpabilidad me cubrió el pecho mientras miraba al niño en mis brazos y a la joven en la cama que ya se había dormido con la mano sobre el borde de la manta del bebé. Quizá debería volver y disculparme con ella.

«Estoy seguro de que entenderá».

Sin embargo, parado una vez más frente a Jolie, que sonreía como una muñeca rota, no pude decir nada. Mi corazón se retorció en el mismo momento en que nos encontramos y pude ver el gesto demacrado que portaba. Había pasado mucho tiempo, pero aún podía ver el afecto en sus ojos al verme.

De forma inexplicable, todo lo que había pensado decirle, quedó trabado en mi boca sin que pudiera obligarlo a salir, no me atrevía. La chica que me miraba era tan lamentablemente bonita y yo la quería. La había querido durante toda nuestra infancia, habíamos crecido juntos, incluso si ella era la hija de la sirviente y se convirtió en una, todavía no podía dejar de adorarla.

Tal vez por eso, cuando se abalanzó hacia mis brazos, no la alejé.

—¡Mi señor es tan injusto! Esta sirvienta sabe que está pidiendo algo atrevido y que ya ha formado una familia con la señora... pero... pero mi único deseo es tener un recuerdo de usted conmigo y ya nunca lo molestaré, lo juro. —Sus palabras tenían el rastro del sufrimiento y la desesperación marcados tan profundamente, que mi determinación por solo ofrecerle una disculpa a esta chica que me había esperado, flaqueó.

Limpié las lágrimas de sus mejillas y observé el enrojecimiento de su nariz antes de inclinarme y besarla. Ella era distinta, distinta de mi esposa que jamás había tenido ese halo de inocencia tan puro sobre ella, que afrontaba los besos de forma diferente y que, en definitiva, no se deshacía con una simple caricia.

Por esa noche no pensé demasiado, sin embargo, cuando mi madre descubrió lo que había pasado, no supe enfrentar esa mirada decepcionada y furiosa. No tuve más remedio que prometer que no volvería a encontrarme con ella y volver a casa junto a la esposa que había engañado y a mi hijo que ni siquiera había dejado el pecho; sin embargo, ¿no era normal? Los nobles tenían amantes y no dejaban a sus esposas, yo no dejaría a Ali, pero si aun así pudiera quedarme con la persona que amaba, que bueno sería.

Lejos a esos pensamientos, volví a la capital y reanudé mis obligaciones, el puesto como capitán se decidiría muy pronto.

La segunda vez que esperé frente a una puerta cerrada tan ansiosamente, fue cuando mi esposa dio a luz por segunda vez.

Mi hijo gesticulaba en los brazos de su nodriza, pero miraba la doble hoja de madera que bloqueaba la vista al interior de la habitación con mucha atención y luchó por liberarse de su agarre. El par de ojos plateados que tenía a veces me miraba con interrogación, dando la impresión de que en realidad comprendía la situación y ahora que lo miraba de pies a cabeza, me di cuenta de cuánto había crecido.

Mi observación se interrumpió en cuanto las puertas se abrieron y la partera salió con expresión cansada, el parto se había prolongado lo suficiente como para que la noche se hubiera convertido en día y este le diera paso a la tarde. Era verano, pero lloviznaba y hacía frío.

—Mi señora ha dado a luz una pequeña niña. —Aunque lo había dicho, no había ningún bebé entre sus brazos. Un incipiente pánico se apoderó de mí al pensar que tampoco había sonido en el interior, pero cuando entré, me quedé estático.

Me demoré un tiempo antes de avanzar, Ali, que pese al cansancio estaba medio sentada, sostenía un bulto que era incluso más pequeño de lo que había sido Bastian. En su mirada había adoración y afecto y cuando levantó la mirada para verme, pronunció mi nombre con un cariño emocionado.

Bastian, que había sido dejado en el suelo y caminó con pasos torpes hasta el borde de la cama en donde luchó por subir sin resultado. Me reí por lo bajo antes de ayudarlo y mirar, junto con él, el rostro pequeño de facciones que todavía no se definían; como no lo habían hecho, el nombre también se pospuso.

Los días revelaron una cara preciosa, el semblante de una flor había dicho mi esposa; pero para mí, que la sostenía casi con miedo, era como la espuma blanca del mar, demasiado frágil y etérea.

Fleur Geneviève.

Una flor blanca como la espuma del mar*.

Mi hija era preciosa y, al igual que su hermano, parecía haber sido hecha completamente de blanco puro. Mientras más la miraba, más me gustaba, más pensaba que era una criatura hermosa y frágil.

Esta niña me amaba y a medida que creció, me persiguió por los pasillos de la casa, pidiendo que la cargara, que jugara con ella e incluso si me negaba, solo se quedaba sentada en los sillones del estudio y jugaba en silencio, sin molestar.

Pero lo que más me gustaba, eran sus ojos, muy puros y llenos de adoración en cuanto me veía regresar de cualquier lugar. Bastian era un poco más cercano a su madre, no obstante, también solía quedarse en el estudio o a veces se acercaba a preguntar sobre los uniformes de la guardia o las espadas.

¿Cuándo se terminó todo eso?

Un día, ya no me miraron más, ya no me persiguieron, ya no insistieron en que jugara con ellos, parecían haber crecido de la noche a la mañana.

Esa niña vestida de manera sencilla y con el cabello rubio, era mi hija. Yo tenía una hija ya, pero esta niña, indudablemente, era mía. Miré de forma alternativa entre la delicada mujer que se presentó ante mí sosteniéndola y no pude resistir el impulso de dar un paso atrás.

—Es tu hija y ella te necesita. —Posé la mirada sobre ese par de labios que hablaban y la bajé hasta encontrarme con los ojos celestes de la niña, que me miraban con curiosidad. Guiado por un sentimiento inexplicable en el pecho, avancé hasta sostenerla entre mis propias manos.

—Lo siento.

Había terminado por hacer lo que mi madre y yo mismo consideraba correcto, no quería tener una amante, tampoco pensaba que Jolie debiera estar atada a mí y, sin embargo, esta niña en mis brazos ahora era un lazo irrevocable.

—Ya no nos dejes, ¿está bien? Yo no puedo sola con ella, te necesita... te necesito. —La vi acercarse y al ver el par de aureolas oscuras bajo sus ojos me sentí culpable, voces de reclamo se alzaron en mi cabeza. Yo amaba a esta mujer y la había dejado sola, era un hombre despreciable que traicionó su amor y sus promesas para abandonarla más de una de vez.

Acepté la caricia que dejó sobre mi mejilla y apreté con más fuerza a la niña rubia en mis brazos; era muy similar a mí, excepto por el cabello rubio sol, la prueba viviente de nuestra relación.

—La nombré Clarice, porque cuando nació, la luz entraba por la ventana maravillosamente. —Jolie volvió a ponerla en sus brazos y, mientras besada la mejilla regordeta, me señaló al mismo tiempo que la miraba—. Papá.

Las cejas rubias y finas de la bebé se fruncieron y sus labios se volvieron un puchero pensativo antes de repetir. Mi pecho se sintió inexplicablemente cálido cuando el reconocimiento de mi persona se impregnó en sus ojos.

—Mi Clarice, mi hija... mi sol. —Me acerqué, dejé un beso sobre su frente antes de mirar a su madre y pensar: «Mi amor».

No las iba a abandonar. Esta vez, haría las cosas bien.

Pero la promesa implícita nunca se cumplió, las visitas se volvieron más largas, y los ojos de mi madre se volvieron terriblemente acusadores. Nunca dijo una palabra, fue la única concesión que me hizo por ser su hijo, pero jamás reconoció que había una niña más que llevaba mi sangre.

—¿Cómo están mis nietos? Debería hacerles una visita, a veces me siento demasiado sola. —Mientras cocía paciente una muñeca, me dijo sin mirarme a los ojos.

—Clarice está aquí.

—¿Mm?

—Mi hija, madre.

—Si no mal recuerdo, mi única nieta se llama Fleur. ¿Decidieron rebautizarla?

—Sabes muy bien que no es a lo que me refiero. —Con la vista fija en la muñeca a medio terminar entre sus manos, mi corazón se sintió pesado. ¿Era muy difícil reconocerla?

—¿Mi nuera dio a luz otra vez?

—¡Madre! ¿Por qué la rechazas? ¿No es ella mi hija también? ¿Por qué haces esta diferencia?

—Si decidiste reconocerla, es tu hija. —Al verla asentir, un rastro de esperanza se encendió y se apagó con igual rapidez al escuchar sus próximas palabras—: Pero yo solo tengo una nieta.

—¿Por qué la diferencia? ¿Es tan difícil dejar de compararlas?

—¿Hay algo que comparar? Mi nieta es una hija legítima de una mujer virtuosa, esa niña que tuviste, es solo producto de tu espíritu débil, es una desgracia. —Al final, levantó a mirada de los puntos desiguales de su costura y me observó—. Tu padre y yo ofrecimos nuestra espada a la familia real y vivimos con rectitud, pero nunca pensé que mi propio hijo sería así de decepcionante.

—Yo quería casarme con ella, madre, con ella, no con la mujer que escogieron. —Repliqué y me sentí profundamente humillado cuando la mujer, que estaba sentada tan tranquila sobre el sillón, rio como si mis palabras le resultaran muy graciosas.

—No me equivoqué, eres decepcionante. —Siguió riéndose unos segundos más y, cuando paró, pude ver que en realidad no había signos de nada divertido en su par de ojos azules—. Nosotros la elegimos, cierto, pero si hubieras tenido convicción en tus afectos, te habrías negado y la habrías elegido. No quiero a la hija nacida de una relación ilícita... la niña no tiene la culpa de nada, es verdad, y que hayas elegido aceptarla, es tu acción más loable; pero que la aceptes a escondidas de tu esposa y la mantengas a la sombra de todo, eso, es de cobardes. Cuando hagas las cosas como se debe, miraré a esa niña como mi sangre, mientras tanto, ella y su madre, no son mejores que vagabundos en la calle.

Tensé la mandíbula, me di la vuelta y dejé a la solitaria mujer seguir dando puntadas a esa cosa que apenas si tenía forma.

Las palabras de mi madre nunca se cumplieron. Aunque muchas veces estuve a punto de confesar la verdad, Jolie siempre me detuvo.

—¿Y si le hacen daño? Tu esposa es una noble, no dejará a mi hija vivir tranquila.

Mi ceño siempre se fruncía cuando la escuchaba, quería replicar que mi esposa no era una mala mujer, pero ella lo decía con tal convicción y preocupación, que terminé por creer que por algo lo decía.

Si ella lo decía, debía tener razón.

Mi mirada hacia Alizée cambió gradualmente, incluso si una parte de mí se deleitaba con sus atenciones, la voz de la mujer que amaba me recordaba que debajo de sus sonrisas y cariños, había alguien distinta, que quizá la lastimaría si se enterara.

"Divórciate. Divórciate y quédate con nosotras, te aseguro que seré una madre amorosa para tus hijos".

"Solo tú puedes proteger a nuestra hija, no la abandones otra vez".

"Ellos lo tienen todo, nosotras solo a ti".

Era verdad, debía protegerlas. Jolie y Clarice solo me tenían a mí.

***

—Papi ¿Mami no regresará? ¿Estoy sola? —Miré a mi hija que se agarraba del puño de mi camisa y mi pecho que ya se sentía muerto, crujió de dolor. Ahora que Jolie se había ido, su existencia que se había guardado con tanto cuidado, debía ser revelada.

Sin embargo, al ver los ojos de mi esposa y las expresiones de mis hijos, supe que era la única persona que podría protegerla. Mi amor me lo había dicho, que ellos no serían buenos con nuestra hija.

Cuando bajé del carruaje no tuve el valor de levantar la mirada, mucho menos cuando reconocí ese sonido desacompasado de zapatos, unos grandes, otros pequeños. Era ese mismo paso apresurado que siempre me recibía cuando regresaba, una parte muy minúscula de mí, una parte de mi pecho que creí indolente luego de que la madre de Clarice muriera, se calentó y se volvió helada al siguiente segundo.

—¡Querido! Te estábamos esperan... —Mi esposa, que siempre había sido un remolino de alegría, se detuvo de forma abrupta y miraba alternativamente entre mi hija y yo. Sentí el cuerpo de Clarice temblar y mi semblante se endureció. Comprendí que no podía esperar demasiado de ella.

—¿Quién...? Querido... ¿Quién es ella? —Una mota de pánico se asentó en mi garganta cuando la vi forzar una sonrisa.

Aunque había simulado no mirarla hasta el momento, lo vi todo, vi cada gesto. Cerré los ojos por un momento, consciente de que tenía que hacer una elección, y se lo había prometido a ella: la cuidaría. Luego, la miré.

—Mi hija, Clarice. —Paseé la mirada por los alrededores notando la estupefacción en los rostros de los presentes; sentía que éramos monos de circo—. Su madre murió y la traje para que viva en la mansión, espero que puedas cuidarla también.

Cuando expresé mi pedido, miré alrededor, no estaba pidiendo demasiado, le había dado todo lo que la rodeaba, pensé que era justo que cuidara de mi hija, así como cuidaba de Bastian y Fleur; no obstante, no tuve respuesta y la tos de una pequeña que se había parado junto a su madre, desvió mi atención. Mi hija, como una gota de puro blanco nos miraba, al igual que esa mujer a la que tanto se parecía, salvo que no había estupefacción, sino, unos ojos que no le pertenecían a una niña, llenos de desdén.

Me sorprendí y quise comprobar si esa era la misma niña que solía prenderse a mi pierna tan pronto como llegaba. Mi hijo me miraba igual e incluso, advertí algo de asco en su mirada; pero el sentimiento se hizo más intenso en cuanto miró a la niña a mi lado, era un rechazo repugnante y verlo, me hizo querer llevarla detrás de mí.

Ambos se adelantaron e hicieron una reverencia, mantuvieron su distancia y el sabor de mi boca se volvió amargo. ¿Por qué? ¿Por qué la rechazan?

—Bienvenido, padre —dijeron al unísono. Sus posturas eran perfectas y sus rostros estoicos, como muñecos desprovistos de vida. Bastian ni siquiera me miró antes de acercarse a su madre y arrastrarla dentro. Ali parecía rota.

Cuando Fleur levantó la cabeza, noté que su mirada era odiosa y me sorprendí, no me atreví a acercarme. Sentía que sus ojos podían desentrañar cada pensamiento dentro de mi cabeza y sin advertirlo, mi mano apretó el agarre que tenía sobre la pequeña a mi lado. Ella era pequeña y delicada.

—Papá, ¿ella es mi hermana? —preguntó una vocecita desde abajo y me llené de orgullo por esta niña que podía comportarse con tanta amabilidad.

—Sí, es tu hermana menor, Fleur —Al contrario, mi hija más pequeña hizo una reverencia y se presentó de forma distante. Mi percepción se heló al instante, era un molde de su madre, una aristócrata hasta los huesos.

—Ella es tu hermana, ¿hay alguna razón para ser tan distante? —reprendí.

—Lo siento, padre, —No noté el menor arrepentimiento.

—¡Ella es tan linda! —Clarice se acercó a Fleur y la vi abrir los ojos espantada al retroceder y caer el suelo.

El sol iluminó el cabello dorado de mi hija en el mismo instante en que, dando un paso hacia atrás, gritó espantada y los ojos de la menor se tornaron amenazantes. Me llené de desdén por ella y la regañé sin querer acercarme a ella. Solo lo hacía como un berrinche y no pensaba consentirlo.

—Mi señor, la señorita fue descuidada, es culpa de esta sirvienta el no haberle enseñado bien, por favor no la culpe. —La nodriza se acercó y ayudándola se disculpó en su lugar.

Aunque Fleur se disculpó después, se retiró dándonos la espalda y; pese a que era pequeña, sentí que, de alguna forma, sus sentimientos habían cambiado.

Pude comprobarlo luego en la mesa, no había cariño, no había ninguna intención de hablar. Bastian también, el niño que, emocionado, solía preguntar por los caballeros, era distante y silencioso. De alguna forma, toda la situación era extraña, pero quizá, lo que más me molestaba era ver la silla al otro lado de la mesa, vacía.

Alizée se encerró en esa habitación suya que en algún momento había quedado abandonada luego de aquella primera pelea y reconciliación, porque ella había dicho que los esposos dormían juntos. Ahora me había abandonado. Su lado de la cama, al igual que esa silla en el comedor, nunca más tuvo su perfume.

Cuando nos encontrábamos, la decepción y la tristeza en su mirada me resultaban devastadores; su mirada se helaba cada vez un poco más, hasta que solo hubo indiferencia. Noté que eso pasaba cuando Clarice estaba involucrada.

—No... no pasa nada, papi. —Sorbió la nariz y me miró con las pestañas húmedas—. Yo me caí recién cuando estaba practicando y... la hermanita se rio de mí... después de todo la hermanita es tan perfecta, yo no puedo igualar sus muchos años de educación...

Mi corazón se contrajo y la rabia se acumuló en él al verla.

—No necesitas igualar a nadie, eres perfecta así como estás.

Mientras miraba las mejillas sonrojadas por el llanto y acariciaba su cabello rubio, me llené de desprecio por estas mujeres y pensé que esa niña que lloraba en los brazos de su madre estaba siguiendo sus pasos. Quizá sería mejor si volviera a pasar más tiempo conmigo, sin embargo, ahora jamás la cruzaba. No se acercaba a mí y ya no golpeaba la puerta del despacho para jugar con esa muñeca que mi madre había hecho para ella.

Parecía odiarme.

Me sorprendí cuando la vi llorar y correr a los brazos de mi esposa. Fue en ese momento cuando comprendí que entre Alizée y yo, una barrera que antes no estaba, se había formado. Cada uno, sosteniendo una niña, dejó en claro su postura. Sus ojos plateados, que para mí siempre se habían derretido, se volvieron tan duros como la plata a la que le habían robado el color y el disgusto se asentó en ellos de forma permanente.

Una punzada de dolor me atravesó el pecho y no fui capaz de explicarme el porqué.

*Fleur: Flor. Geneviève: Aquella que es blanca como la espuma del mar.

Entonces sería: Una flor blanca como la espuma del mar.

¡Hola fées! Me parece oportuno decir algo que siempre me preguntan: No, Fleur no se llama Fleur porque yo me llamo Flor (en realidad me llamo Florencia). El nombre de Fleur nació de buscar una combinación como la de arriba, que la representara, aparte, si leen Ali van a entender un poco más. 


Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

Si les gustó, no se olviden que pueden apoyar mi trabajo adquiriendo el libro en cualquiera de sus formatos y/o compartiéndolo, ya sea en capturas, citas, redes sociales o con amigos para que llegue a más personas y la historia tenga oportunidad de crecer y ser más reconocida.

Los amo!

Flor


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top