DOCE
Llevábamos cuatro días de viaje, pasando pequeños poblados y zonas en las que ni un alma parecía asomarse. En cualquier caso, solo se escuchaba el sonido de las pequeñas piedras golpear contra las ruedas del carruaje; el relincho de los caballos y de vez en cuando, la conversación de los caballeros que nos escoltaban.
Por lo demás, todo se daba en silencio y yo no tenía muchas ganas de romperlo. Sentada junto a la ventana, el paisaje que pasaba frente a mis ojos era novedoso, atractivo y vivaz. No había tenido mucha oportunidad de conocer lugares fuera de la capital y cuando había salido de ella, había sido inconsciente, sedada y medio atontada.
No había visto nada del camino.
Cuando regresé, lo había hecho en un estado frenético que no me había dado el lujo de disfrutar del paisaje.
Ahora la situación era diferente y viajaba con calma, sin apuro y con cierta pereza si se quiere. Lo mejor era que nadie ponía queja alguna por el ritmo que llevábamos. Me sentía algo egoísta por obligar a Margot a permanecer dentro del carruaje durante tanto tiempo y a los caballeros a demorar más su llegada, alargando las noches de guardia. Sin embargo, podía ser egoísta ahora, y dejar la culpa de lado, aduciendo a que era una niña curiosa. Bueno... lo era.
Ahora mismo estábamos pasando por una de esas zonas entre poblado y poblado en que no había nada, salvo árboles medio pelados por el frío, lo más seguro es que en dos o tres semanas comenzara a nevar. Era una lástima, me había perdido el cumpleaños de Bastian.
—Nos detendremos en la siguiente aldea para descansar, Señorita. —Uno de los caballeros más jóvenes del grupo se acercó en su montura hasta estar a la altura de mi ventana.
Sonreí y asentí. No era extraño este acomodo, veníamos haciéndolo así desde que partimos y ni una sola noche nos había tocado dormir bajo las estrellas... sí, muy bonitas, pero no era aficionada a dormir sobre el suelo.
—Nana, ¿crees que esta vez podamos salir a recorrer? —Estaba aburrida de solo permanecer en la posada cada vez que pasábamos por un pueblo nuevo a descansar; pero esta vez había tiempo, no demasiado, pero sí había uno considerable hasta que el sol cayera.
Ella me miró con marcada indecisión ante mi propuesta; no obstante, no la dejé dudar más cuando, de forma sorpresiva, me bajé del carruaje apenas pasar la entrada del lugar obligándola a bajar atropelladamente y perseguirme. Como suponía, la ciudad no era demasiado grande ni bulliciosa; no tenía mucho para recorrer, pero me sentía satisfecha. El aire era mucho más puro que en la capital y las mujeres paseaban con sus hijos tomados de la mano mientras hacían las compras.
Era una vista conocida y desconocida a la vez.
Juraba poder verme a mí misma ahí en medio de un grupo de plebeyas que caminaban por la empolvada carretera hasta posarse frente a un puesto que vendía pequeños accesorios para el cabello. Con los usuales trabajos manuales, era casi un delirio adornarse las manos, por lo que esa era la mejor opción.
—¿Podemos ir a ver? —Aunque pregunté, en realidad no esperé a obtener la aprobación de Margot quien parecía mortificada ante mi inusual falta de modales.
Me hice lugar entre las adolescentes, que miraban con brillo indisimulado las cintas que me adornaban el vestido y el cabello, hasta poner mis orbes plateadas en los broches y horquillas. Ninguna era demasiado llamativa, pero un broche en particular, con un cuarzo blanco común pero resplandeciente, me llamó la atención.
No era aficionada a atarme el pelo, no me gustaba la redondez de mi cara; aunque tanto Margot como mi madre insistieran en que me quedaba precioso. No me quedaba precioso, me quedaba horrible.
—Señorita, no creo que encuentre en mi humilde puesto algo que sea para su gusto, si está buscando algo adecuado, quizá pueda probar en la siguiente ciudad. Hay varias joyerías.
Posé los ojos en la vendedora y sonreí sin darle importancia a la implicancia de sus palabras. Ya no le daba demasiada importancia al valor de los objetos, amaba la calidad, e incluso estaba dispuesta a pagar exorbitancias si había algo que quería... pero las cosas que quería antes, habían perdido su valor y me había encontrado usando pequeños abalorios hechos con madera, vidrio, piedras y rocas talladas...
...aunque ahora llevaba seda importada.
Me reí ante la ironía y dejé sin dudarlo cuatro monedas de cobre –que consideraba suficiente- frente a la mujer; que un poco perpleja, pero bastante satisfecha, me entregó el broche. Quité la cinta que mantenía una trenza bien hecha sobre mi cabeza y se la di a la joven que estaba a mi lado y luego me até el cabello, que había caído apenas ondulado, en un moño que a Margot le pareció horroroso.
Más tarde en la posada, la escuché murmurando por lo bajo que su señorita parecía perder la elegancia mientras más lejos de la capital nos encontrábamos.
Me reí sin limitar el tono, no era que perdiera elegancia, en realidad perdía peso sobre los hombros; tampoco era que mis gustos se hubieran degradado, era que, en realidad, ese broche me recordaba a uno que me había regalado y el moño... el moño era igual de desastroso que los que él hacía.
—Quizá debería cortarlo para que ya no moleste. —Sostuve las puntas desprolijas de mi cabello y miré apenada en lo que se había convertido mi cuidada melena.
—Por supuesto que no —negó—, así está bien.
—Es un nido de pájaro, mira —señalé indignada—. Parece paja.
—Entonces átalo. —Lo vi mirar alrededor y después tomar y tirar de mi mano sin ninguna vergüenza hasta un puesto no muy alejado. Con recelo miré las baratijas que vendían—. Toma, este te quedará bien, es igual de blanco que tu cabello.
En sus manos, el broche que era de un tamaño considerable, había tomado una proporción diferente; me parecía casi diminuto, igual que mi mano que todavía seguía en la suya. Lo vi pagar y agradecer mientras yo seguía observando esos cinco dedos que me mantenían cautiva. Poca importancia le había dado al accesorio en la otra.
—Bien... vamos a ponértelo. —De repente y sin darme tiempo a reaccionar, me había dado la vuelta y agarrado mi cabello, alisándolo de forma precaria para luego enrollarlo en... algo... y afianzarlo con el broche—. Perfecto.
Toqué desconfiada lo que me había hecho sobre la cabeza y caminé hacia la vidriera de una pequeña tienda de vestidos para verme. Hice una mueca cuando me vi en ella y la vendedora dentro me hizo un gesto interrogante con la mano.
Sonreí avergonzada al verme reconocida por la joven empleada y negué con la cabeza ante la risa que se formaba en sus labios.
—¿Y bien? —Dean se había parado a un lado y sonrió. Tuve que levantar la cabeza y achicar mis ojos para poder observarlo desde mi pequeña estatura, cosa complicada si sumaba el molesto reflejo del sol.
—Sí, perfecto. «Horrible».
Pero no tenía por qué saberlo.
—De hecho, era espantoso. —No entendía todavía cómo había dejado que recogiera mi cabello así tantas veces; hubiera sido preferible seguir con el cabello hecho una paja.
Me senté sola sobre la cama, había dos caballeros haciendo guardia fuera de la puerta y Margot se había ido a buscar la cena en lo que yo me quedaba a esperarla. Tenía muchas ganas de decirles que en vez de al sur, debíamos ir al norte; pero me figuraba que incluso si me fuera ahora, no lo encontraría.
Tendría que esperar.
Cuando por fin llegamos a las tierras de la familia de mi madre, quedé maravillada con lo que me parecían campos infinitos. El invierno no había afectado el lugar todavía; aunque, según Bastian, la nieve se precipitaba de un momento a otro sin que nadie lo esperase.
Claro, él hacía seis años que prefería quedarse aquí a volver a la capital. No podía culparlo.
—Mi señorita, la casa del general está allá. —El caballero que montaba junto al carruaje me hizo un gesto con la mano señalando a una distancia considerable; pero era capaz de ver sin problemas la prominente construcción sobre terreno elevado. Eso no era una casa, era una fortaleza.
Sentí un burbujeo en el estómago pensando en que iba a ver a mi hermano quien no se había aparecido ni en la boda de mamá, razón por la que ella le había enviado una carta completamente indignada. Sin embargo, no podía culparlo del todo porque había sido demasiado repentino y aunque se envió una carta para notificarle del suceso, ya era demasiado tarde como para que Bastian llegara a tiempo.
Al final, esa carta había terminado con un: "Espero que estés comiendo bien".
Creo que mamá en realidad le estaba reprochando más su decisión de no venir a visitarla, que su ausencia en su boda.
—Ya veo, es más grande de lo que esperaba —contesté al joven y apoyé mi cabeza contra el marco de la ventana. Esta vez, la gente era el doble o el triple de la que habíamos visto en las otras ciudades por las que habíamos pasado. El mercado era más extenso y se disponía en puestos colocados de forma estratégica a los costados del camino.
Había una mezcla de aromas y voces que por un momento me dejó aturdida.
Las miradas se habían clavado sobre el carruaje que pasaba con la escolta de los caballeros y, de inmediato, las voces bajaron a susurros; no obstante, no vi recelo, sino curiosidad. Aunque mi nana había sugerido bajar la cortina, me negué a hacerlo, no tenía ninguna intención de esconderme.
Y quizá fue por esta decisión que pude observar con claridad una cabellera blanca moverse a lo lejos; al parecer no estaba esperándome pacientemente como yo creí.
Los caballos siguieron avanzando con calma y cuando estuvimos cerca de él, hice lo que me pareció adecuado.
—Te apartarías un poco por favor —dirigiéndome a mi escolta, le hablé suave y; aunque confundido, hizo a su caballo aplacar un poco el paso.
Mi hermano no estaba a más de cinco metros de mí; pero no se había detenido a ver el carruaje y yo sentía que eso era imperdonable. Levanté la mano mientras me mordía los labios y, con calma, envié una ráfaga de viento lo suficiente fuerte como para dejarlo sentado en el suelo a una distancia aún mayor que la de antes.
—Pffffff. —Me reí tan fuerte, que incluso las personas a mi alrededor, que habían concentrado su atención en el niño, que ahora estaba tirado y empolvado, se dieron la vuelta para mirarme. Había perdido mucha compostura y ganado, con seguridad, una reputación dudosa.
El caballero que se había movido más atrás tenía una expresión que me hubiera gustado grabar en un cuadro. La boca por completo abierta le hacía competencia a sus ojos redondeados en sorpresa.
—Dioses. —Su mirada me enfocó y creí ver un atisbo de admiración.
Me tapé la boca, avergonzaba ahora que pensaba en lo que había hecho, pero sin arrepentimiento. No usaba demasiado mi magia, por lo menos no mientras estuviera en casa; pero eso no significaba que no fuera ni hábil ni fuerte con ella.
El carruaje paró junto a Bastian a pedido de Margot quien me había mirado con reproche; pero era obvio el tinte de diversión diluido en sus pupilas... juraba que estaba reprimiendo una sonrisa.
Bajé con la ayuda de uno de los caballeros y caminé un par de pasos hasta estar frente a mi sucio y despeinado hermano. Le tendí la mano y me reí de su expresión oscura. No había duda de que mi acción no le había generado la más mínima gracia; sin embargo, no se negó a tomar mi diestra.
—Te extrañé —dije al momento en que tuve la oportunidad de abrazarlo, había crecido al punto en que ya me sobrepasaba por más de una cabeza; nunca había sido alta, pero ahora me sentía pequeña. Apreté mis puños contra la camisa de mi hermano y me quedé un rato así. Sabía que seguro estaba incómodo por la muestra pública de afecto; pero no se había negado a corresponderme, ni siquiera había hecho el amago de alejarme.
—Yo también. —Sentí mi pecho calentarse al instante con sus palabras y casi le perdoné el que lo único que hubiera hecho en años, fuera mandarme escasas y cortas cartas, que más bien parecían informes.
"Ocúpate de mamá".
"Estoy bien".
"Cuídate".
"Sí, me va bien"
¿Se iba a morir si escribía algo con más contenido?
La única carta que se había extendido, era la que me había instado a venir.
—Hueles a tierra —comenté al tiempo que lo soltaba y ponía cara de asco; aunque estaba lejos de sentirlo.
Su expresión se agrió y me empujó sin miramientos hacia el carruaje subiéndose él también.
Margot tenía los ojos cristalizados y supuse que había sido un gran golpe ver a mi hermano después de tantos años. Quizá fuera porque yo ya lo había visto de adulto; pero no estaba tan sorprendida...solo me sentía... bajita.
Cuando llegamos, el abuelo nos estaba esperando, había sido informado de mi llegada en el mismo momento en que habíamos traspasado las puertas de la ciudad y; por tanto, lo habían llamado del cuartel en donde estaba "torturando" a los nuevos reclutas.
Su aspecto siempre había sido estricto, pero en realidad, tenía una personalidad muy jovial y en este momento portaba una sonrisa notable. De forma obvia, el desconcierto se hizo presa de él cuando vio el estado deplorable en que había dejado a mi hermano. Aunque no me había dado cuenta, con la caída, la camisa se había roto y los pantalones negros estaban empolvados a un nivel miserable.
Podría haberse arreglado si lo deseara, su magia, pese a no haberla entrenado a profundidad por haber elegido avocarse a la espada, no era tan pobre como para no poder quitarse el polvo de encima.
Sospechaba que no lo hizo por ese aspecto dramático de su persona que esperaba mostrar lo que había sufrido y cuando se le interrogó por su estado, solo me señaló con los ojos.
—¿No te parece desconsiderado de tu parte no estar esperándome como el abuelo? —Me quejé y a regañadientes realicé yo la acción, dejándolo medianamente presentable, pero con el cabello hecho un revoltijo. Sonreí maliciosa y volví la vista hacia el hombre mayor en la habitación.
El abuelo se tapó la boca y nos miró con un gesto que no supe descifrar, había incredulidad, diversión, satisfacción, un poco de queja y más sentimientos.
—...bueno, veo que el viaje no te sentó tan mal como esperaba. —Había una burla escondida en su tono que no me pasó desapercibida.
—Fue bastante entretenido. —Hice un gesto que estaba entre la travesura y la sonrisa; pero lo suficiente marcado como para hacer notar el hoyuelo en mi mejilla izquierda.
Mi nana, quien todavía no había tenido oportunidad para hablar, dejó escapar un cansado suspiro.
—Ya veo... bueno, quizá quieras ir a asearte antes de cenar, todavía queda una hora...tu hermano te llevará a tu habitación. —El abuelo habló mientras paseaba sus ojos entre mi hermano, notablemente más presentable, mi nana, los escoltas y yo.
Asentí un par de veces antes de acercarme y abrazarlo de forma breve, antes no había tenido la oportunidad de pasar demasiado tiempo con él. Por aquel entonces, el rey había decidido que era un potencial peligro y luego fue emboscado por un grupo de ladrones en su camino hacia la capital un año después de que mamá muriera. Esta era la gran obra de mi padre aprovechando y tirando de los hilos, escudándose con la paranoia del monarca.
Por un momento me quedé en blanco y fue Bastian quien tocándome el hombro me sacó de mi ensoñación. Nadie más se había dado cuenta de este lapsus que había tenido. No obstante, aunque ya estábamos subiendo las escaleras, seguía con la mente en ese recuerdo. Nadie podía asegurarme que el rey no encontraría a la familia Roux una molestia, ya fuera que mi padre le llenara la cabeza con pensamientos en su contra o no.
—No lo pienses tanto, todavía falta. —Mi hermano, como siempre, había podido descifrar mis pensamientos, aun cuando hacía años que no nos veíamos la cara.
—Sí... —Le di una sonrisa fugaz y continué caminando a su lado, las habitaciones eran diferentes a las de la mansión Blanchett, si bien ninguno de los dos lugares carecía del lujo; las decoraciones del castillo eran mucho más toscas, más rudimentaria, aunque lo encontraba refrescante.
—¿No tuviste problemas para venir?
—¿Problemas? —Fruncí el ceño y lo miré.
—Con él y con el príncipe. —Lo vi hacer una mueca complicada al nombrarlos; pero sospechaba que le era más difícil pensar en mi actual prometido que en nuestro padre. Después de todo, más que su caballero, había sido su amigo.
Una punzada dolorosa me atravesó el pecho al pensar de nuevo en la resignación de su muerte y en el sentimiento de profunda traición que debió haber tenido. Me enganché a su brazo y apoyé la cabeza en su hombro, o por lo menos lo intenté; apenas llegaba ahora a esa altura.
—Con él no, ni siquiera vino a despedirme cuando partí, pero ella sí, la hubieras visto, llorando como una fuente... como si fuera a morirme, aunque pienso que en ese caso no lloraría; pero la cuestión es que ni te imaginas lo que fue esa escena, hasta los caballeros del abuelo se pusieron incómodos, se me colgaba del brazo y no me dejaba ir —conté airada, haciendo aspavientos con la mano libre.
—Es una niña bastante peculiar —comentó y me sentí aliviada al ver la comisura de su labio mirar hacia arriba.
—Peculiar no es lo que yo diría, sino desagradable y hablando de desagradables... —Hice una pausa antes de seguir con las cejas arqueadas y la sonrisa ladeada—. Silvain me preguntó si él me agradaba.
Bastian, desconcertado, giró su cabeza hacia mí y me miró.
—¿Él te preguntó eso? —Asentí—. ¿Y qué le contestaste?
—Que a veces.
Lo vi abrir los ojos sorprendido y luego estallar en una carcajada. El rubor le había subido a las mejillas y una mano se posó sobre su estómago.
—¿Se enojó?
Me encogí de hombros dándole a entender que no me interesaba demasiado; pero después lo pensé un poco más y abrí la boca.
—Se enojó cuando le dije que iba a pasar unos meses aquí, me acusó de abandonarlo y creo que, si no fuera porque Su Majestad se lo prohibió, habría venido conmigo.
Bastian que ya había parado de reírse, hizo una mueca extraña; pero no habló y solo se limitó a caminar el par de pasos que faltaban hasta la que sería mi habitación por una temporada. Yo tampoco tenía la intención de preguntarle algo, pero si era sincera, nada en ese semblante confuso me tranquilizaba.
—Bueno, báñate o duerme hasta la cena, vendré a buscarte cuando esté lista.
Abrí la puerta y observé con atención alrededor. Le agradecí de forma perezosa, pero no había alcanzado a dar ni un paso cuando sentí como tocaba mi cabeza y un comentario inesperado le abandonaba los labios. Cerré detrás de mí y caminé hasta el espejo que había en una de las esquinas.
De hecho, era feo.
Pero no tan feo como los moños que hacía Dean.
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Los amo!
Flor
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