CUARENTA Y TRES

Miré la copa sobre la mesa y supe que nada bueno saldría de esto si seguía bebiendo y; sin embargo, bajo la mirada de Silvain, parecía que no había opción.

—¿No bebes?

—Ya lo hice, Su Alteza. —Sonreí sin mirarlo, pasando los dedos por el cuerpo de la copa de forma desinteresada. Allí donde el vino me había robado un toque, un calor parecía extenderse, era leve y casi cómodo, pero no me atrevía a pensar en convertirlo en algo mayor.

—Solo tomaste un sorbo y esta es una ocasión alegre, ¿mi prometida no me acompañará a festejarlo? —Se sentó frente a mí, tomó la mano que estaba en la copa e imprimió una caricia suave.

—¿Es necesario hacerlo así? Alteza. —Levanté la mirada sin evitar su agarre, ni siquiera traté de sofocar la incertidumbre asombrada y asustada que sentía revolverse implacable en mi pecho.

—Debemos aprovechar, Fleur, ahora que esa pequeña molestia desapareció. —Apoyó la palma caliente de su mano sobre mi mejilla y siguiendo su contorno, sus ojos se llenaron de delicadeza; como si cada palabra dicha viniera desde lo más profundo de su corazón—. ¿No dijiste que lo entendías? ¿Que me ayudarías?

El tono endulzado y suave que usaba para hablar era casi hipnótico, parecía arrastrarte alegremente hacia el abismo y si no lo conociera, quizá hubiera saltado sin dudarlo. A esta altura de la situación tenía claro qué era lo que deseaba y que, si no encontraba una salida, todo se arruinaría.

Lo miré profundo mientras fruncía los labios, dando la impresión de estar considerando con seriedad sus palabras. Cerré los ojos y apoyé el peso de mi cabeza sobre esa mano, que daba más frío que calor, antes de suspirar.

—A Su Alteza le gusta ponerme en situaciones difíciles... ¿qué pasará si bebo? —pregunté sin abrir los ojos, mi mente estaba buscando algo que me diera la oportunidad de salir bien librada. Podía sacármelo de encima sin contemplaciones, y los años que tanto Bastian como yo habíamos invertido en avivar las llamas detrás de escena se desperdiciarían.

¿De qué habría servido si al final los actos reproducidos se echaran a perder?

¿Podía sacrificar mi cuerpo por el bien de vengarme?

No, no podía.

—Si bebes, estaremos juntos aún más rápido.

—¿No podía esperar un poco más? Nuestra boda está a menos de un año... además... ¿afrodisíaco? —reproché quitándome su mano de la cara, me levanté de repente de la mesa y le dirigí una mirada ofendida. Con el ceño fruncido, los labios haciendo un mohín furioso y las manos apretadas al frente de mi falda, era la viva imagen de una lady caprichosa—. ¿Qué quiere decir Su Alteza al darme eso?

«Dioses... que ridícula».

Las mejillas se me encendieron de vergüenza, pero Silvain lo había interpretado como enojo en el segundo en que, levantándose de su lugar, alcanzó mis hombros y apretándolos con suavidad, dio una sonrisa de disculpa.

—¿Soy así frente a sus ojos? —Estaba harta de llorar pero, aun así, forcé las lágrimas a acumularse y borronear mi visión—. ¿Soy alguien así de fría?

—No, no, no, Fleur, por favor, no digas tonterías. —La nota de frustración se notó al momento de hablar—. No es así. A mis ojos eres perfecta, pero...

—¿Pero? —Negué desconsolada deshaciéndome de su agarre y caminando hacia la puerta de la habitación, en mi interior, suspiré de alivio.

—Lo siento, pero no puedo esperar más tiempo, discúlpame, juro que te compensaré. —Detrás de mí, las disculpas fueron dichas y mis pasos se hicieron más rápidos mientras pensaba que estaba en palacio y que cualquier cosa que hiciera podría mandarme directo a la guillotina, a mí y a toda mi familia.

Eran unos cuantos pasos más, si saliera al menos tenía más posibilidades, pero en el último segundo... tropecé.

El borde de mi falda había sido retenido y mis piernas no encontraron la forma de mantenerse estables antes de caer. Caí sobre mis manos y volteé a mirar la bota que se mantenía sobre el bajo del vestido y a la persona que me miraba desde arriba. Había disculpa y algo de remordimiento en aquel par de pupilas, pero la copa que sostenía, bloqueaba cualquier buen sentimiento.

—¿Silvain? —Intenté sonreír y llamarlo por su nombre en una interrogación lastimosa; pero la alarma me invadió cuando se agachó y agarrándome por el cabello quiso obligarme a abrir la boca.

—Bebe, juro que no te trataré mal.

Negué con rapidez e hice fuerza para liberarme. Había algo de familiaridad en estas acciones que me recordaron a esos días en los calabozos. Había tantas cosas que quería decirle y; sin embargo, si abría la boca, la copa que tan cerca estaba, vertería su contenido sin que tuviera tiempo de evitarlo.

Mis manos se aferraron a la muñeca del príncipe tratando de alejar la bebida, si fuera más capaz, podría hacer algo con ella, pero no sabía qué contenía y yo no era tan habilidosa como Bastian con nuestra magia paterna. Estaba acostumbrada a jugar con la magia heredad de mi madre, pero no con la que evidenciaba mi pertenencia al linaje de los Blanchett. Azúcar en sal, té en veneno... pero afrodisíaco en nada... no sabía cómo hacerlo, no sabía, no lo veía, era incapaz de adivinar su aspecto, sus componentes... no podía lidiar con algo que desconocía y aunque lo intenté con todas mis fuerzas, supe que había fallado de forma miserable al siguiente momento.

—¿Por qué tienes que hacer las cosas tan difíciles? Después de todo, serás mi esposa, ¿qué cambia que sea ahora o después? —Empujó impaciente el borde de la copa hacia mis labios firmemente cerrados y volvió a tirar de mi cabello con más fuerza; el gemido de dolor ante su acción me dijo que había perdido.

Me ahogué con el líquido cayendo por mi garganta y la desesperación que había estado reteniendo se hizo más grande y descontrolada. Cerró mi boca y mantuvo un agarre fuerte sobre mi mandíbula, evitando que lo escupiera. Las lagrimas se agolparon en mis ojos y la rabia de lo que estaba sucediendo rompió con todas mis consideraciones.

Luché por soltarme en vano; no obstante, deslicé las manos sobre su pecho y sentí la rudeza del aire empujándolo hacia atrás, arrastrándome varios pasos junto con él antes de que me soltara.

Vi el cuerpo del príncipe chocar contra la mesa quebrándola en el proceso y supe que no tenía tiempo para quedarme, me levanté presurosa y me abalancé sobre la perilla de la puerta, girándola sin efecto.

Estaba cerrada.

—¿También romperás la puerta?

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al escucharlo y mirándolo por inercia, descubrí que ya se había incorporado y que más que encontrarlo algo desaliñado y con un pequeño corte en la frente, nada más parecía estar mal.

—Silvain... —A veces deseaba que hubiera sido un niño por siempre, que fuera la persona que había querido y que sonreía sorprendido cuando me arrastraba a las calles fuera del palacio—. ¿Por qué?

—¿Por qué no? No puedo entenderte, dijiste que obedecerías.

Pero no lo era.

Me llené de impotencia ante esa pregunta y forcejeé un poco más con la perilla comprendiendo que mi fuerza sola no podría contra una puerta cerrada y tampoco podría romperla, aunque quisiera. La burla en su pregunta anterior sobre ello residía en que no había magia que pudiera contra la estructura del palacio. Paredes, puertas y ventanas estaban hechas para la seguridad de la familia real... y para respaldar lo que deseasen hacer en su interior.

Me di la vuelta para enfrentarlo y vi que no había ni el más mínimo indicio de enojo o rabia en su expresión al acercarse. Esperaba que estuviera furioso luego de haberlo golpeado, pero en vez de eso, había una sonrisa torcida.

Peiné la habitación buscando una salida, centrándome en la ventana al otro lado de la habitación y cerré los ojos cuando un mareo me golpeó volviendo ese cuadrado luminoso que me mostraba el exterior, un borrón indefinible.

—No puedes, Fleur —dijo, avanzando un paso—. Mírate, ya estás jadeando y tu rostro está rojo, mientras más te muevas peor será. ¿Por qué no dejas que te calme?

Retrocedí y sentí la necesidad de desatar los lazos del vestido. Mi cuerpo en general era más frío que el de la persona promedio; pero ahora parecía que había fuego corriéndome por las venas, un calor que parecía aumentar un poco a cada segundo.

Cerré los ojos con fuerza y volví a abrirlos determinada a llegar a esa ventana sea como sea. Me sentía débil y sudorosa, pero no lo suficiente como para perder la noción de lo que pasaba. Observé al príncipe que se limpiaba la mancha de sangre con un pañuelo y adelanté un paso al otro lo más rápido que pude.

En la nebulosa que se había convertido mi cerebro, no entendía que, con mi estado actual, me hubiera sido imposible llegar sin esfuerzo a la ventana y sin embargo lo había hecho.

—Siempre fuiste tan persistente y obstinada. —Los dedos de Silvain se posaron sobre mi hombro y me dieron la vuelta—. ¿Por qué me miras así? No te haré daño.

Me sentí pesada y desconsolada cuando descubrí que una simple droga era incluso más poderosa que un par de grilletes; porque había perdido casi al completo el control de mi cuerpo y un pequeño hilo de resistencia mantenía mi mente lo suficiente clara como para seguir esquivando, cada vez con más lentitud, su cercanía.

—Por favor... no... —Desde que había renacido, nunca había sentido la necesidad de suplicar, ni siquiera al borde de la muerte, pero ahora, sin fuerza para sostenerme bien, con la mitad del cuerpo apoyada sobre él y con su mano metida dentro del corsé, me sentí desesperada. La fuerza era inútil, la magia era inservible en un cuerpo cuyo control era casi nulo.

Lo mordí cuando su mano se acercó a borrar las lágrimas y hubo una risa divertida a raíz de ello.

—Puedes morder más fuerte. —Se acercó y apoyó su cabeza en el hueco entre mi cabeza y mi cuello para, en el siguiente segundo, morder con fuerza.

El estallido de dolor me aclaró por un momento y empujé con más fuerza. Mi mano golpeó esa cara, que ahora me parecía repugnante, dejando tres largas marcas rojas sobre la mejilla blanca.

—Que feroz.

Cada vez hacía más calor.

—Mi princesa es...encantadora. —Sentí la frescura que llegó cuando la tela de la falda fue levantada y peleé ligeramente por bajarla. Era tan fresco, que en realidad no sabía si quería bajarla... ¿no estaba bien si lo quitaba?

Miré a la persona frente a mí en una rendija entre lo tupido de mis pestañas y no pude delinear del todo, entre la bruma de las lágrimas y los espeso de mi mente, la totalidad de sus rasgos; pero ahí estaba, manchado, ese malva brillante en sus ojos que no me dejaba perder del todo la razón.

Pero, razón o no, la realidad era que, aunque mi mente conservara un nexo con la realidad, mi cuerpo había perdido conexión con ella.

—Te odio —murmuré y como si de un conjuro se tratara, las manos le temblaron y me dejó caer al suelo.

Su expresión se había desencajado y la mirada en sus ojos temblaba incontrolable.

El silencio se tragó la habitación con solo el sonido de mi respiración agitada rebotando en las paredes, hasta que fuertes y acelerados golpes sacudieron la puerta, acompañados de una voz de mujer.

—¡Su Alteza! ¡Su Alteza! —Silvain despertó y frunció el ceño mientras me miraba—. ¡Han encontrado a Sus Altezas! ¡Han encontrado a la princesa y al príncipe!

—¿Qué?

La visión de sus botas dándome la espalda y yendo hacia la puerta fue lo que capté en medio de la bruma, conversaciones agitadas y un portazo que sacudió mi pensamiento.

Pestañeé algunas veces, con fuerza y más rápido. Me agarré del alfeizar de la ventana y luché por levantarme unos cuantos minutos antes de ayudarme con la tela de la cortina. Apoyé la cabeza en el cristal frío y alcancé con pesadez el pestillo que me mantenía cautiva antes de destrabarlo con paciencia casi divina, dado el estado en que se encontraba este cuerpo lento y torpe.

Cuando el frío del exterior me llegó, me balanceé hacia adelante y como en la estúpida escena de una comedia en el teatro, me caí de la ventana con la cara completamente metida en el pasto húmedo.

Grandes gotas de lluvia golpearon sin piedad contra cada parte de mí sin salvar ninguna y me acomodé mejor, de cara al cielo, buscando apagar ese calor que todavía persistía. En mi semi consciencia, capté el sonido que hacía el agua al impactar contra los tejados, en las plantas, cayendo en cascada por las esquinas de los balcones y también, el sonido de los charcos perturbados bajo el peso apresurado de pasos.

Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

Si les gustó, no se olviden que pueden apoyar mi trabajo adquiriendo el libro en cualquiera de sus formatos y/o compartiéndolo, ya sea en capturas, citas, redes sociales o con amigos para que llegue a más personas y la historia tenga oportunidad de crecer y ser más reconocida.

Los amo!

Flor

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top