CUARENTA Y OCHO

—Yo... no estaría entendiendo.

—Es muy simple, no veo qué no entiende. ¿Se lo explico con tazas de té?

—No... no... yo... yo entiendo, pero... ¿de verdad solo desea que me pruebe un zapato para salvar a mi familia?

—No querida, solo te salvaré a ti. —Sonreí afable, pero no pude evitar repasar la vista que tenía enfrente. Una mujer tan bonita y tan talentosa había caído tan bajo.

—Es muy amable, pero creo que entenderá que no puedo aceptar lo que me dice, mi familia es... mi familia, no puedo soportar dejarlos.

—¿Oh? Muy bien. —No la detuve y la dejé levantarse, observé la postura hermosa y el perfil de nariz fina y recta y suspiré inaudible. Escondí mi boca detrás del borde de la taza y solo hablé cuando el dulce sabor del té me abandonó los labios—. Si se arrepiente, puede venir a buscarme.

Esta conversación estaba presente en mi cabeza de forma regular, no estaba ansiosa porque sabía que, si Celine Desrosiers no era estúpida, vendría a buscarme.

Al principio, no estaba del todo decidida, sobre todo porque al mirar ese par de zapatos me llené de pensamientos complicados. Había muchas opciones, romperlos era un deseo que me desgarraba las entrañas, pero en cierto punto, los apreciaba. Este par había cambiado todo lo que conocía y me había dado nuevas oportunidades.

Podía decirse que los amaba y los odiaba, sin embargo, no estaba dispuesta a devolverlos sin ningún daño. No era tonta, sabía que por algo habían sido enviados; pero no sabía que sería tan temprano, todavía faltaban más de dos meses para el baile. Aunque las tarjetas ya habían sido enviadas, pensar que la ansiedad la había superado se me hacía divertido.

Era probable que los rumores sobre que el príncipe me favorecía enormemente se hubieran expandido como pólvora. Ramo tras ramo había sido usado por los jardineros para abonar el jardín, pero los demás solo los veían llegar y tan solo unos pocos sabíamos que estas flores estaban empapadas en disculpas que no aceptaría. No había ningún "favorecer", ningún "amor".

Me reí un momento en silencio y volví a mirar los zapatos. Todavía no había venido a buscarlos y yo no tenía intención de devolverlos; planeaba quedármelos hasta que Lady Celine aceptara probarlos, independiente de si venía por ellos o no. Después de todo, poner una excusa, no era algo que no pudiéramos permitirnos.

—¿Está contenta, Señorita? —La pregunta vino desde el joven que recién se había incorporado una vez más como mi guardia.

—Estoy contenta Yvan, muy contenta. —Volví a reírme y tomé una pequeña masa del plato del medio, mientras le indicaba a una doncella que volviera a servirme té.

—¿Se puede saber el motivo de su alegría?

—Muy pronto tendremos una invitada. Una invitada que me va a hacer un gran favor.

—¿Un favor a la Señorita? —La incredulidad le tiñó el tono y casi quise burlarme de su pensamiento, en sus ojos, quizá no había nadie en este mundo que pudiera hacerme un favor, porque ya suficientes medios tenía como para lograrlo todo por mí misma. Más o menos sí, pero en algunas cosas, todavía seguía necesitando ayuda.

—Un favor gigante. —Remarqué subiendo las cejas.

«Me estará dando su destino».

No sabía por qué el pensamiento sonaba tan emocionante, pero casi sentía que las manos me hervían y que el corazón se me aceleraba ante la perspectiva. El destino de Lady Celine era todo lo que yo quería para Clarice, lo ansiaba.

Y como esperaba, no me decepcionó, porque mientras mantenía una pequeña charla con mi escolta, Klaus entró con una señorita de brillante y lustros cabello negro. Desde lejos se podía ver el rojo en sus ojos y la delicada textura de sus mejillas luego de haberse secado las lágrimas una y otra vez. Le sonreí al mayordomo y los insté a retirarse, quería hablar a solas con ella.

—La estaba esperando. —Frente a la cara demacrada de la joven, no pude reprimir la felicidad en mi voz; pero ella no pareció notarlo y como si hubiera perdido toda la fuerza, cayó de rodillas delante de mí, sobresaltándome.

—Lo acepto, si puede salvarme, haré lo que me diga. —La mirada en sus ojos me decía que la desesperación se había apoderado de su mente y las manos que se aferraban a la tela de mi falda, que me había convertido en su última opción.

—Ya te lo había dicho, te salvaré, no es necesario que te arrodilles, ¿pero qué pasa con tu familia? —Estaba siendo vagamente cruel al meter el dedo en la llaga; pero estaba de verdad interesada en saber qué era lo que pensaba. Antes, yo no había estado para tender la mano, lo que había llevado a un irremediable final.

—Ya no me interesan. —Se rio y se llevó las manos a la cara. Los delicados dedos le ocultaron el rostro durante un rato y yo no tenía un corazón tan vicioso como para no concederle unos minutos para calmarse. Tampoco me atreví a tomar o comer mientras la observaba, le estaba dando más atenciones que a nadie, porque de algún modo, ella y yo, nos parecíamos.

Suspiré y me agaché frente a ella antes de poner una mano sobre su hombro. Sus manos bajaron de inmediato y me miró desconcertada.

—La sangre no determina la familia, a veces, no tiene que haber ni una sola gota de por medio para que alguien te ame. Aquello que es real y aquello que no, lo determina el tiempo, las emociones y las acciones, en tu corazón deberías saber si miento o no. —Hablé con lentitud y pensé que de haber alguien que me hubiera dicho estas cosas a mí, quizá la vida no me habría resultado tan dolorosa—. Si ellos no te toman en cuenta, no hay nada que lamentar; incluso si los querías, no puedes forzar el corazón ajeno, vive por ti, pelea por ti y no tendrás arrepentimientos.

Luego de mis palabras, un silencio pesado se hizo antes de verla asentir, había cierta resolución en el par de ojos oscuros. Era difícil reconciliar la imagen de la Lady Celine que había sido una pequeña estrella en la sociedad, con aquella muchacha cuyo escándalo había sido tan grave como fugaz. Tan fugaz y efímero como duradero había sido el de que el príncipe se había enamorado de cierta mujer que había abandonado un zapato en las escaleras luego de huir.

Semejante cosa, podía cubrir cualquier otra.

La observé unos segundos más antes de incorporarme y le tendí la mano, que aceptó de forma vergonzosa luego de frotarla contra la tela de su vestido y cuando ya todo estuvo tranquilo, la invité a tomar y comer lo que había sobre la mesa. Podía asegurar sin temor a equivocarme, que no había comido nada desde hace un tiempo, porque las mejillas se le sonrojaron al momento en que su estómago gruñó y yo tuve que taparme la boca para no ser grosera y reírme. No había nada de gracioso en el hambre, pero su cara sí que lo era.

—Klaus. —Levanté la voz y llamé a la persona que sabía, todavía permanecía afuera—. Tráeme los zapatos.

No esperé a que entrara y preguntara y de esa forma, no hubo necesidad de perder el tiempo. De nuevo, la emoción me invadió y me removí inquieta, casi me temblaba la taza que sostenía.

—Los he traído, Señorita. —La voz de este hombre jamás me había sonado tan gloriosa y con rapidez, lo insté a que me los entregara. En mis manos, pesaban una tonelada menos de lo que habían pesado antes.

—Muy bien, puedes retirarte. —Al mirar lo que había ahora en la caja, delineé el contenido una vez hube dejado a un lado la tapa. Eran hermosos—. Esto es lo que debe probarse.

Dejando a un lado mis pensamientos, los puse sobre la mesa y los empuje en la dirección de la joven. Sus ojos se abrieron de sorpresa y la admiración le llenó las pupilas. Pude ver la misma apreciación que yo tuve sobre ellos la primera vez. ¿Era esto siquiera real?

—De verdad, ¿Ppdo? —Las palabras se le llenaron de emoción y bajó la taza colocándola sobre su plato con rapidez.

—Por favor. —La alenté, la vi tomarlos con mucho cuidado y me miró de soslayo como para confirmar que no me arrepentiría. Era una acción innecesaria, quería, quería más que nada que los usara.

Bajo mi mirada, las acciones parecieron en extremo lentas, casi me impacienté, pero cuando noté el calce perfecto en los pequeños pies femeninos, mi corazón que latía con fuerza, se relajó. Como era de esperarse, la cara de Lady Celine palideció y el ceño se le frunció. Podía entender que este era el efecto de sentir como aquello que se suponía era tuyo, de repente se te era arrebatado.

Sus ojos se clavaron en mí buscando respuestas y yo negué.

—No habrá daño para ti, solo ventajas. Confía.

Hubo un rastro de duda, pero terminó por asentir. Luego de eso, los zapatos fueron devueltos a su caja y esta mujer que me había entregado su destino, se fue con la promesa de ser salvada. Dentro de tres días, partiría junto con mi hermano, Mirella y el pequeño príncipe. Los arreglos ya habían sido hechos por Dean y su futuro, cambiaría.

Días después de nuestra despedida, una carta llegó desde una provincia cercana. La letra de Bastian era fuerte y clara.

"Estamos bien".

Era todo lo que necesitaba saber. Estaba conforme, conforme por cómo progresaba todo y, sobre todo, estaba conforme por haberme deshecho de esos zapatos. Ahora que todo estaba decidido, el ritmo de mis latidos se mantenía constante apoyado en la certeza de la seguridad.

Me acomodé mejor sobre el sofá cerca de la ventana y miré el jardín, el calor del verano comenzaba a extenderse y el sol se había vuelto más y más fuerte. Faltaba poco y nada para mi cumpleaños. Si esta hubiera sido mi vida anterior, habría estado extasiada, porque significaba que, dentro de poco, los preparativos de la boda comenzarían.

No era equivocado decir que estaba extasiada ahora también, pero la razón era diferente. Hacía unos días, tal como esperaba, Clarice se presentó sin siquiera enviar una tarjeta de antemano para avisar de su visita. Su excusa era recuperar algo que era suyo y supuse que temía que, si respetara la cortesía básica, la rechazaríamos.

Nuestra interacción había sido corta, pero tal y como yo la pinté en mi cabeza. Usando la excusa de que el paquete había sido enviado al lugar equivocado, no tenía más remedio que ser desvergonzada y recuperarlo. Sus pretextos me dejaron boquiabierta por lo simples que habían sido.

Había comprado un par de zapatos y estos debían llegar a la mansión, lamentablemente, nos habían confundido y luego de esperar en vano durante días, no había tenido más remedio que ir a preguntar por ello, razón que la había traído hasta mi puerta.

¿Cómo alguien en su sano juicio nos confundiría?

La cara avergonzada que tenía era casi creíble, pero la expectación en sus ojos cuando me preguntó si los había probado, era un poema. La pregunta era casi grosera y fuera de contexto, pero respondí afirmativa, con un rostro que delataba mi desagrado al entregar la caja casi con asco.

Los dioses sabían que no sentía asco alguno por ellos y que ahora solo quería ponerlos en un pedestal. Al menos ahora.

Sonreí cuando el sol a través del cristal comenzó a pegar sobre mis pies descalzos y la idea de que muy pronto, las cosas se solucionarían, me animaron. El golpe en la puerta y Margot entrando me dijeron que debía esconder urgente mi par de pies; sin embargo, no alcancé a hacerlo y tanto ella como la conocida cara de Madame Coté se presentaron en la habitación.

Como excepción, había accedido a tomarme las medidas en casa. No tenía ningún interés en ser el centro de atención esa noche, por lo cual, aplacé el asunto hasta dejarlo en el fondo de mi mente; sin embargo, mi madre no lo había hecho y me regañó por no mostrar la más mínima muestra de interés.

Toda madre quería que su hija fuera la más hermosa.

Ella no estaba contenta con el príncipe, pero luego de saber las cosas que se habían planeado, se mostró contenta. Mi madre, que era la hija de un general respetado, que se había criado bajo esa idea de lealtad absoluta, nos miró de forma tranquila mientras declaraba que tanto ella como mi abuelo, no harían nada para detenernos. Los agravios en sus corazones no eran menores que los nuestros.

La realidad era clara, todo rey temía a su propia gente y lo único que nos mantenía en la posición que teníamos eran factores que, en la otra línea de tiempo, se habían ignorado. Una frontera con una seguridad inestable y una guerra habían sido el resultado de arrancar desde la raíz a la familia Roux, y el pensamiento, no era ajeno. Desafortunado o no, ahora estaba yo de por medio, y también la amenaza que Branan, con su enviado extranjero que, de forma casual, había extendido su estadía, no era menos que alarmante.

No podían permitirse ofendernos, pero si mi abuelo no lo supiera, sería un tonto, y no lo era. No sabía cuán traicionado se sentía y mamá... mamá odiaba a Silvain quizá tanto como yo. Decir que parte de los arreglos para la correcta salida de Mirella y Nathan habían sido obra de Belmont, que no había presentado oposición alguna frente a su pedido, era una confirmación obvia a la aversión que sentíamos todos por él.

Un hombre tan condenadamente enamorado era difícil de encontrar y uno que estuviera dispuesto a peligrar su cuello, aún más.

—Ha pasado un tiempo desde que la vi, Señorita Fleur, pero pensar que no me consideró para hacerle su vestido esta vez, me hace pensar que no estuvo contenta con mi trabajo. —Madame Coté, con su tono divertido, me miró y habló llena de quejas.

—¿Cómo me atrevería? Es solo que no pensé que deseara atenderme una vez más, es tan difícil conseguir que esté dispuesta, que pensé que mi suerte ya se había agotado después de conseguir uno de sus vestidos. —Igual de divertida, respondí, incorporándome e ignorando los ojos afilados que Margot me dirigió al verme sin zapatos.

—Pff... eres sin duda alguna la hija de la Señora Alizeé, con una boca como la suya, no habrá cosa que no consiga, aparte, ese mocoso no dejaría de molestar si me negara. —Se rio mientras se sentaba a señal de mi mano, en uno de los sillones.

El mocoso era Belmont.

—Muy bien, vayamos a nuestro asunto. ¿La Señorita ya pensó en lo que le gustaría usar? ¿Alguna preferencia?

—Plateado. —Recordé que el vestido de Clarice había sido de un dorado cegador y la idea de sentirme su contraparte me llenaba de satisfacción—. Algo que sea inolvidable.

La modista se quedó callada unos segundos y se echó a reír contenta antes de asentir.

—Muy bien, la convertiré en la luna sobre el cielo. No debe preocuparse.

Ante su buen humor y la afirmación, de repente esperé con más ansias el baile. Si Clarice se convirtiera en el sol, yo sería la luna, me robaría su luz y me rodearía de estrellas.

Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

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Los amo!

Flor


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