CUARENTA Y DOS
Una fina llovizna caía desde la madrugada, de esa que apenas sonaba cuando alcanzaba a juntarse en una gran gota sobre el tejado y empujada por el peso, hacía su camino hacia el suelo de piedra. Era ese tipo de lluvia, que no terminaba de ser lluvia, pero que mojaba poquito a poquito hasta calarte los huesos; y bajo este tipo de clima inestable y molesto, las calles animadas, se volvieron mortalmente desastrosas.
La noche no había tenido descanso, las personas no habían dormido y las casas habían sido revisadas de arriba abajo.
Pisadas revestidas de barro oscuro y pegajoso fueron dejadas en el piso del salón cuando Bastian entró a la mansión, su cabello blanco opacado por el agua goteaba de sus puntas.
—Llegaste. —Me acerqué y miré con detenimiento la palidez helada de su piel y el par de ojeras debajo de sus ojos, que delataban horas de trabajo sin descanso. Posando mi mano sobre su mejilla, aporté algo de calidez y fruncí el ceño, descontenta al notar que la lluvia seguía cayendo aún dentro de la casa, esta vez desde el pelo mojado de mi hermano—. Ve a bañarte, ya ordené a algunas criadas que tuvieran el agua lista, luego me cuentas qué pasó.
No fue necesario que insistiera demasiado antes de que pasara junto a mí dejando una ligera caricia sobre mi cabeza y pisadas oscuras que se desvanecían a cada escalón. Me crispé sin poder evitarlo ante las manchas, pero negué en silencio y me senté de nuevo en el pequeño salón del tercer piso, cuya ventana me daba vista a la calle.
Allí, los caballos y sus jinetes iban y venían pisando charcos de agua fangosa. Denu, que había estado acostado en la alfombra, me miró perezoso antes de saltar sobre mi regazo y acomodarse, esperando que lo acariciara.
—Klaus. —Levanté la voz una octava más alta de lo que en general hablaba y llamé al hombre que se había dedicado a servirnos sin excepción desde que habíamos decidido vivir bajo este techo—. ¿Hicimos bien?
—Las acciones realizadas son igual que las gotas lluvia, una vez que llegaron al suelo no pueden recuperarse. —Por unos segundos permanecí en silencio, incluso cuando la mano que sostenía la taza de té se mantenía suspendida delante de mí. Momentos después, una risa, ni fuerte ni baja, me sacudió el pecho.
—De hecho, no tiene sentido. —Tomé la taza que se me ofrecía, miré su color lechoso ligeramente oscuro por el té y le sonreí—. ¿Se despertaron?
—No, Señorita, ambos siguen dormidos. —Hizo una pausa y me acercó la azucarera—. Sin embargo, la doncella encargada ya fue ordenada a informar en cuanto suceda.
—Muy bien... supongo que no debo decirte qué hacer y qué no, en esta situación. —Con los ojos bajos, fijos en la cucharita que giraba los terrones de azúcar en mi taza, hablé.
—Este servidor sabe, la Señorita puede estar segura.
Luego de ese corto intercambio, la habitación quedó en soledad. El sonido de los chasquidos de los caballos afuera era nítido, y no dejaba de escucharse sin importar cuánto tiempo pasara. Era natural, la princesa y el menor de los príncipes habían desaparecido y la ciudad puesta bajo alerta, los caminos estaban siendo custodiados y las casas de los campesinos y nobles menores, requisadas.
La inconformidad aumentaba a medida que las casas invadidas subían de rango. Condes, marqueses, duques, todas personas que bajo el título tenían mil cosas que esconder y mil razones para orquestar algún golpe hacia la familia real, pero ninguno con el valor suficiente.
Las cuatro familias principales estaban casi exentas, ninguno ganaría nada con llevarse a dos miembros importantes en la sucesión de sus propias familias y nosotros menos que menos; pero independiente de si teníamos o no razones, muy pronto la guardia estaría aquí exigiendo revisar cada rincón.
La imagen de multitud de botas cubiertas de lodo y agua manchando el suelo me asaltó y fruncí el ceño disgustada.
Dean hacía exactamente lo mismo. Aunque el piso de aquella cabañita maltrecha no había sido de mármol pulido ni tan pobre como para ser de tierra apisonada, como tantas otras viviendas, todavía me esforzaba por dejarla limpia. En esos casos, ese muchacho que había recogido medio muerto del bosque por la bondad que le quedaba a mi corazón, tenía que disculparse y disponerse a fregar el entablado del piso bajo amenaza de pasar la noche con el espantapájaros del pequeño huerto. Su rostro siempre se llenaba de agravios, pero ni una sola vez se había quejado.
Me reí al tiempo que me llevaba la mano a la boca, tratando de contener el té en ella y de borrar la ridícula imagen que había representado ese cuerpo, que ya era demasiado grande para el espacio limitado de la casita, de rodillas limpiando; mientras, yo tomaba el único par de botas que tenía y las colgaba junto al fogón luego de haberlas librado de tierra fangosa, junto con las medias que ya tenían más de un remiendo, pensando, que cuando tuviera tiempo, podría pedirle a mi vecina que me enseñara a hacer algunas.
Era una lástima que nunca hubiera aprendido... pero ahora no es como que estuviera demasiado interesada en aprender.
Al presente, cada uno podía pedir tantas medias como necesitara y el piso sería limpiado por otro par de manos. Aunque era una verdadera lástima perder esa visión, quizá, en el futuro, podría fingirme lo suficiente enojada, y obligarlo a limpiar, o quizá no.
Volví a reírme y seguí tomando sorbo a sorbo el contenido de mi taza, con una mano sobre la cabeza peluda del gato y el cuerpo inclinado junto a la ventana apenas abierta.
—La calle es un desastre. —Bastian entró y se sentó a mi lado antes de inclinar la cabeza llena de cabello húmero y suelto, dejándolo caer casi sobre mi regazo. Le eché un vistazo a las largas hebras blancas antes de secarlo bajo el impulso de una cálida ráfaga de aire, la escena trajo a mi mente aquel momento en que esta misma acción desencadenó muchas cosas en el pasado. ¿Pero cómo iba a saber yo que la manifestación de mi magia adelantaría tantos eventos? Nunca me habían dicho la razón por la que el compromiso había sido en tal momento y no otro.
—Puedo verlo, los guardias no dejan de pasar desde anoche... hay ojeras bajo tus ojos. ¿Cómo se llama ese animal? Ese que es tan popular en Han y que sale en tantos libros de viaje.
—¿Panda?
—Ese mismo, pareces una de esas criaturas. —Con gesto serio, comparé.
—¿Te estás burlando?
—Así es. —Con el mismo gesto serio, afirmé antes de sonreír divertida.
—No es tiempo para jugar Fleur, pronto vendrán a revisar aquí también... ¿estás segura de que nadie abrirá la boca?
—Hay muy pocas criadas en este lugar, y estas pocas han servido a la casa Roux durante generaciones... lo mismo pasa con Klaus y los demás sirvientes.
—La confianza no es un seguro.
—Por supuesto, sí... también se impuso un sello a cada uno. —Al desviar la mirada hacia afuera, elegí omitir la mirada sorprendida de Bastian—. No me mires así, es un sello de información selectiva solamente, no los recordarán a menos que estén frente a sus ojos.
Esos papelitos era una ruindad y necesitaban una gran cantidad de magia para activarse, pero valían la pena de su precio.
—¡Si alguien lo descubriera, enfrentarías un juicio por brujería!
—Y por posesión de objetos ilegales —agregué divertida antes de seguir—: Nadie lo descubrirá, de todos modos, es por nuestra propia seguridad. —Le resté importancia y volví a mirarlo con lo labios fruncidos en un mohín caprichoso, no es como si no hubiera muerto ya una vez por una acusación de este tipo.
En un lugar donde la magia era una realidad, enfrentar cargos por usarla solo podía ser cuando ésta vulneraba algún derecho ajeno. En Ársa, brujería era sinónimo de usos maliciosos de la magia y claro, en realidad, era para mantener bajo control a esos individuos perdidos que poseían magia aparte de nosotros.
Los sellos tampoco estaban aprobados a menos que fueran los impresos en palacio; una lástima que no pudieran regular toda su venta.
Me encogí de hombros y cerré la ventana cuando un viento fresco me trajo algunas gotas de lluvia. Mi mirada se llenó de expectación en cuanto la posé sobre el joven a mi lado, que parecía resignado.
—Nada, se buscó durante toda la noche. —Hizo una pausa y negó con la cabeza, había una mirada complicada en sus ojos—. Las órdenes siguen siendo las mismas, se seguirá manteniendo un estricto control sobre todos los movimientos de cada casa. Yo no estoy personalmente afectado a la búsqueda, pero las mansiones de los enviados extranjeros todavía están en espera, no sé cuándo me llamarán... Esto es un verdadero desastre. —Suspiró amargado y clavó los ojos en los míos—. El rey y la reina están en un auténtico dilema, pedirles a estos enviados que abran las puertas de sus residencias es lo mismo que insinuar que estamos en conflicto con ellos.
—Sin embargo, lo terminarán haciendo. —Sentencié.
—Son dos miembros de la familia real, con línea de sangre pura, es inevitable... y mientras más tiempo se demore, peor será. —Sus cejas se arrugaron sobre su frente y me pregunté por cuál de todas las razones posibles, lo hacía—. La reina parece haber envejecido diez años en una noche.
El lamento se filtró en su boca, pero elegí ignorarlo. Sentía que el corazón de Bastian era muy blando en algunas ocasiones.
—En cualquier caso, no importa. Mantente en tu papel y sé lamentable. —Palmeé con suavidad sus hombros. Una de las partes más complicadas estaba resuelta y no me preocupaba en lo absoluto que en este momento, en las habitaciones subterráneas, un príncipe y una princesa, estuvieran durmiendo.
—Señorita, Joven Señor. —Klaus golpeó y abrió la puerta con gesto solemne antes de pasar—. Los guardias reales están en la entrada y hay un carruaje enviado desde el palacio para usted, Señorita.
—¿Para mí? —Como acto reflejo, pregunté, aunque era obvio que sí y mis cejas se juntaron sobre mi frente.
El mayordomo asintió y pareció dudar unos segundos.
—Hay una doncella entre los escoltas, ya había venido una vez.
—¿Ya había venido?... Oh... ¿Podría ser la doncella de la princesa? —No esperé a que contestara antes de tomar el cuerpo cálido y peludo sobre mis piernas y dejarlo a un lado sobre el sillón, apresurada en salir de la habitación—. Bastian —llamé—, ¿qué estás esperando?
Bajé las escaleras y como me había imaginado, aparte de los guardias mojados, ojerosos y cubiertos de barro, estaba esa doncella de mirada desdeñosa.
Recibí la reverencia correspondiente de parte de todos los visitantes y devolví un gesto más o menos adecuado. Mi cara teñida de preocupación era una oda al lamento y los labios que sufrían el empuje de mis dientes dolían.
—¿Se sabe algo de la princesa y del principito?
—Aún no se sabe nada, Milady. —Un joven se adelantó inclinando de forma ligera su cuerpo antes de continuar—. Estamos haciendo lo posible por encontrarlos.
—Ya veo, ya veo... que lamentable... —Miré las escaleras por las cuales mi hermano bajaba mucho más lento de lo que lo había hecho yo y agravé mi expresión— ...es tan trágico.
Bastian llegó a mi lado y con un asentimiento hizo un reconocimiento a la presencia de los hombres; sobre su cara, el cansancio de la noche en vela había favorecido la pena fingida. Era una pena diferente de la mía, que era ansiosa, la de él era dolorosa.
—Sabemos que es un inconveniente, pero debemos hacer una inspección.
—Está bien, está bien, pueden revisar con libertad. Los sirvientes no les incomodarán la tarea tampoco, después de todo, mientras más pronto terminen más rápido podrán seguir buscando.
—Agradecemos su comprensión.
—No hay nada que agradecer. —Me removí indecisa un segundo, antes de abrir la boca y hablar—. Klaus, una vez que los caballeros terminen hazlos pasar a la cocina, que tomen y coman algo caliente.
—Como ordene, Señorita.
—Milady es bondadosa. —El mismo caballero, que desde el principio había estado hablando, agradeció en nombre de él y sus compañeros y me compadecí del aspecto desgastado que poseían.
Una vez dichas esas palabras, las pisadas sucias se dispersaron por diferentes pasillos y escaleras en donde solo un par de zapatos femeninos quedaron estáticos.
—Milady. —La voz de la doncella me llamó en un saludo y la reverencia fue hecha sin que yo me dignara a mirarla.
—Bastian, ¿ese joven caballero es de la casa Chevalier?
—El segundo hijo, ¿por qué?
—Por nada. —Sin embargo, mi mente comenzó a funcionar desde el momento en que vi el escudo en su chaqueta, debajo de las demás insignias que lo reconocían como un caballero de la guardia real.
—Milady, el príncipe solicita su presencia en el palacio. —La doncella, que desde un principio había sido impedida a incorporarse, manteniendo la incómoda posición, volvió a hablar y solo entonces fijé mis ojos en su figura mojada, como un perro bajo la lluvia.
—¿Me crees sorda? La disciplina de los sirvientes del palacio es bastante pobre. —Desdeñosa, recorrí con la mirada la línea tensa de la mandíbula—. ¿Escuché por mi mayordomo que estabas para escoltarme a palacio?
—Así es, Milady. El príncipe heredero ha solicitado su presencia en estos momentos de incertidumbre.
—Entiendo, puedes levantarte.
—Fleur...
—Volveré en unas horas a hacerte compañía, no hay de qué preocuparse, estoy segura de que el príncipe no me retendrá en esta situación. —Me acerqué y abracé de forma breve a este joven que, en apariencia, sufría la desaparición de su prometida y susurré muy despacio—. Ten cuidado.
Sonreí al separarme y caminar hacia la entrada en donde una doncella me entregó una capa impermeable de brocado negro.
—Vamos —indiqué al dar un paso bajo la lluvia, que se había vuelto feroz de repente. Esa doncella me seguía sin decir palabra y se sentó adelante junto con el cochero luego de ayudarme a subir al carruaje.
Como era de suponer, el carruaje pasó casi sin ningún control luego de que se hubiera indicado mi identidad y las puertas del palacio se abrieron para mí como si mi pertenencia a estos espacios ya estuviera asegurada.
Pasillo tras pasillo, los guardias saludaron en consecuencia mientras me conducía a la sala del trono en donde se me había informado, Silvain me esperaba. A comparación de la calle, el palacio era silencioso; la desolación solo interrumpida por los ocasionales sirvientes.
—¿Es necesario que me sigas? —pregunté.
—Solo sigo las órdenes del príncipe, Milady, una vez esté en su presencia, dejaré de importunarla.
—Es bueno que sepas que tu presencia es desagradable. —No mentía ni fingía cuando la trataba. Tenía que ser tonta para no ver sus ambiciones, pero más tonta era ella que pensaba que Silvain veía un valor atemporal en su persona; aunque reconocía que había un progreso importante en la forma de enfrentarme, ahora no temblaba.
Me reí entre dientes mientras la miraba por el rabillo del ojo antes de abandonarla en la entrada del salón. Entré sin demasiada pompa, casi pasando desapercibida, hasta que tuve que presentar mis respetos a los reyes.
—Querida... no es necesario... —La reina habló y el cansancio se filtró en su tono—. ¿Cómo está tu hermano?
—Su Majestad. —Hice una mueca complicada, como si dudara en contestar antes de soltar un suspiro—. Su Majestad es magnánima al preocuparse por mi hermano cuando es usted y Su Majestad el rey quienes más sufren, de verdad agradezco su preocupación. Mi hermano... mi pobre hermano no descansó en toda la noche y se sumó a la búsqueda de Sus Altezas, solo regresó esta mañana, aunque no dice nada, su corazón está en vilo.
—Es un buen muchacho, Mirella es afortunada. —En un suspiro, el rey contestó y me indicó que ya era suficiente intercambio.
Hice una reverencia y me retiré a un costado, tomando mi posición junto a Silvain quien, con gesto afligido, tomó mi mano sin importarle el lugar. Miré su perfil durante unos segundos antes de repasar a los presentes. Todos eran funcionarios y damas importantes de la corte, el Duque estaba entre ellos y hablaba sobre las medidas de seguridad tomadas. Fueron solo unos segundos, pero cuando sus ojos encontraron los míos por accidente, los desvió con rapidez.
—Una vez que te conviertas en mi esposa, buscaremos la forma de deshacernos de él —el príncipe susurró mientras se inclinaba hacia a mí y el tono firme abandonando sus labios me dijo que el aspecto afligido, era eso, aspecto.
Abrí más de lo común los ojos durante un instante antes de mirarlo con dureza.
—No es momento de hablar de esas cosas. —En el mismo tono bajo, contesté y me fijé en la diversión que bullía en el par de pupilas.
—Es momento si así lo quiero.
Torcí los labios y no contesté, prefería mirar al frente en silencio. Sabía que mi presencia no era adecuada ni inadecuada, así que mientras más invisible me mantuviera, mejor sería y de esta manera me mantuve hasta que Silvain nos excusó a ambos luego de recibir algunas palabras del rey que, en resumen, le pedían que se mantuviera alerta y aunque la advertencia no fue explícita, entre líneas, se insinuaba que mantuviera la distancia de los representantes extranjeros.
Me atuve a la formalidad, me incliné y seguí los pasos del joven que mantenía mi mano presa y, para mi desagrado, la doncella seguía parada allí.
—¿Las sirvientas del palacio son tan ociosas? —A la ligera, pregunté. ¡Me desagradaba tanto!
—¿Te desagrada? —Silvain preguntó mirándola de igual forma.
—Me desagrada si la usas para espiarme. —Acusé y él se rio fuerte, como si lo dicho le resultara en extremo gracioso.
—¿Sigues molesta por aquella vez que fui a buscarte cuando te encontraste con mi hermana en secreto? Incluso si mis intenciones fueron esas, no te pude encontrar... ¿quién sabe qué cosas hizo mi prometida? —Insinuó de modo desagradable, pero, aunque se había dicho así, sabía que, con su temperamento, si hubiera visto algo, no estaría ilesa.
—Fue demasiado temerario de tu parte salir a la calle así, la próxima vez, lleva guardias. —Actuando entre enojada y preocupada, reproché.
—¿Mi prometida se preocupa por mí? —Se detuvo a mitad de camino, se paró frente a mí y tomándome por la barbilla, ejerció presión; mis mejillas se sintieron dolorosas—. ¿Qué tal entonces si dejas de esconderme cosas y de evitarme? Si tan preocupada estabas, hubieras salido a mi encuentro luego de verme.
—Su Alteza debe estar bromeando, ¿cuándo le escondí algo? Solo solicité un encuentro en privado con la princesa para saber su opinión sobre mi hermano y no quería importunarte con algo menor... además, yo también había salido de incógnito —hablé solo después de deshacerme a duras penas de los dedos que se clavaban en mi cara. Tenía que hacer un esfuerzo importante por no masajear los lugares, que sabía, estaban rojos.
«Solo espera». Mi pensamiento estaba lleno de esto.
—Mi princesa estaba andando sin guardias también, ¿no es eso más peligroso? —Acercándose y agarrando mi cintura, tiró de mí hasta dejarme pegada a su pecho—. Eres una dama delicada, ¿qué hubiera pasado si algo te ocurría?
—Nada me pasó... está bien, dejemos el tema, no lo volveré a hacer. —Incómoda, traté de alejarme.
—Y me dirás cada vez que quieras hacer algo, no importa que tan minúsculo sea el tema, promételo o no te dejaré ir. —Amenazó acercándose cariñosamente a mi cara, pero en sus ojos no había ningún tipo de sentimiento delicado.
—Lo prometo, lo prometo. —Con rapidez dije lo que quería escuchar y suspiré cuando se alejó; no obstante, antes de que hubiera tomado una segunda respiración, esa misma maldita mano volvió a tomarme por el mentón y sus labios besaron con sonoridad mi mejilla.
Mi corazón se paralizó y volvió a latir.
—Mi prometida es tan obediente. —Sonrió alegre antes de soltarme la cara y agarrar mi muñeca, tirándome durante todo el camino al pequeño salón que daba al jardín con vista al sauce, que hoy no era el punto donde nos quedaríamos debido al clima.
Acomodé mi falda y quité un pelo negro de Denu que había enganchado en el entramado de la tela, luego miré los cristales medio empañados, al patrón del mantel, y hasta las esquinas del techo; pero cuando el silencio se hizo pesado, una copa fue dejada frente a mí.
Mi cara reveló la sorpresa que me provocaba ver el líquido bordó oscuro del vino y mis ojos chocaron con los suyos casi escondidos en la expresión sonriente.
—¿No te parece que hay que festejar?
—¿Festejar? ¿Qué desea festejar Su Alteza? —Dudosa, tomé el tallo de la copa sin atreverme a levantarla como lo veía hacer.
—La desaparición de una molestia en nuestra vida y la de nuestro hijo.
Sentí mi estomago revolverse de disgusto y me obligué a sonreír a medias.
—¿Y si lo encuentran?
—Yo me ocuparé de ello, no debes preocuparte. Ahora, brindemos.
Levantando mi copa, la hice chocar con la suya, pero no pude imprimir la misma felicidad, ni siquiera fingida, antes de mojarme los labios con el contenido. El dulzor picante no era adecuado para mí, sin embargo, reprimí el disgusto y sonreí al dejar la copa llena sobre la mesa. No se me había escapado el destello ambiguo en sus irises malvas.
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Los amo!
Flor
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