CLARICE VIII

La desaparición de la princesa, que sumió a todos en el caos, fue quedando en el olvido poco a poco, hasta que al final, solo algunos, y muy raramente, lo mencionaban, incluso cuando este incidente hizo que la reina cayera enferma. Por otra parte, el rey... nadie sabía muy bien qué pasaba con él.

Mi hermana volvió a salir, pero no tanto como antes, eso fue todo lo que supe y ya no pude sentirme menos despreocupada sobre ella. Me enfoqué de todo corazón en lo que se refería al próximo baile, el cumpleaños del príncipe.

Dijeron que sería una mascarada, por lo cual, sentía que era una oportunidad única.

Mi humor estuvo elevado durante un tiempo considerable, incluso me atreví a salir acompañada de algunas doncellas para pasear por las calles y visitar tiendas a ver qué podría haber de interesante. Si bien, una de las modistas más reconocidas del momento accedió a hacer mi vestido, quería ver qué podía complementar mi vestimenta y por supuesto, quería encontrar una máscara.

Caminé, esta vez sin ocultarme. Con el rubio cabello atado en un moño alto, me paseé entre los puestos sin estar demasiado interesada en nada, el material con el que estaban hechas las cosas era intolerable para cualquier noble, por lo que esto se podía considerar, a lo sumo, como una agradable pérdida de tiempo.

Miré de un lado y del otro, no me fijé de verdad por dónde caminaba y terminé por chocar contra alguien. Mi ceño fruncido fue una clara muestra de mi desagrado, pero no pude mantenerla cuando vi el emblema sobre la chaqueta.

—Lo siento mucho, Señorita, ¿está bien? —Al mirar hacia arriba, vi la sonrisa en el rostro amable del joven y asentí sin muchas vueltas, era evidente que tropezamos uno con el otro sin mayores daños que el contacto fuerte.

—Estoy bien, no se preocupe. —Le sonreí de vuelta e hice el intento por irme al levantar un poco mi falda en una reverencia ligera, pero fue desafortunado que, al parecer, no quisiera dejarme.

—Sin embargo, me siento con la responsabilidad por haberla molestado, si no le importa, me gustaría acompañarla y si ve algo que guste, por favor dígamelo, se lo compraré como compensación.

Los bordes de mis labios se tensaron en cuanto vi que no tenía intención de dejarme ir y que, en mi posición, sería grosero rechazarlo; pero no estaba interesada en que nadie me viera con tal personaje, porque sí, no había quien no supiera qué tipo de persona era el hijo de la casa Jaune. Brillante por fuera y oscuro por dentro.

—Es muy amable de su parte, pero estoy un poco apurada. —La sonrisa en su rostro no flaqueó y me sentí en confianza para rechazarlo con más fuerza—. Sin embargo, aprecio su gesto y lo mantendré en mi corazón.

Estirando mis labios hacia arriba, me atreví a ser imperceptiblemente sarcástica. Él estaba un rango debajo de mí y podía considerarse que mi trato era generoso, así que, apurando las formalidades y mis pasos, me alejé sin mirar atrás.

—Señorita... sigue mirando en nuestra dirección —dijo una de las doncellas que me había acompañado, y sentí que los vellos de la nuca se me erizaban. Al tiempo que negaba, decidí que era una pérdida de tiempo el seguir pensando en él. No era un hombre que pudiera llegar con facilidad a mí, así que seguí mi camino y me metí en una tienda en particular.

Acepté la bienvenida del empleado y miré los escaparates con atención.

—¿Puedo ayudarla, Señorita?

—De hecho, sí. —Asentí en dirección al hombre y eché un último vistazo a las vitrinas—. Estoy buscando un adorno para el cabello, algo delicado pero novedoso.

Hubo un momento de silencio antes de que contestara.

—Hay algo que llegó hace poco y que está siendo bastante popular. —Expresé mi interés en lo que fuera eso y el empleado desapareció detrás del mostrador en una puerta al fondo antes de que mi mente se dispersara.

Siempre quise ir a esta tienda en particular, por lo que salí con esa idea específica. La joyería más vieja de la capital.

Cuando el hombre volvió a salir, desplegó una fina tela suave y dentro, una variedad de broches y pasadores, con diferentes aspectos, me fue mostrada. Mis cejas se elevaron y el empleado se rio de forma involuntaria mientras tomaba una horquilla y la levantaba. Frente a la luz que entraba por las ventanas, pude ver los grabados sobre ella.

—Estas horquillas son especiales, importadas desde Gisli, más específicamente, desde Kall. Hacen un juego con sus hebillas y son un elemento común dentro de su moda. Puede parecer simple, pero pocas personas pueden llevarlo de la forma correcta. Su aspecto es muy acorde con sus estándares de belleza, le quedará bien y generará una impresión elegante y delicada. ¿Puede ver el trabajo de grabado? Es uno de nuestros talentos. El oro usado es de 18 kilates y no se oscurece.

Tomé entre mis manos la hebilla con su horquilla, o el pasador, como quiera que se llamase y la miré con otros ojos, de hecho, era un elemento particular y delicado y al pensar en la sutilidad del grabado, la elegancia era abrumadora.

—Muy bien... lo quiero. —Sonreí y entregué el artículo.

—Excelente elección, el ojo de la señorita es muy hábil. —Elogió—. ¿A qué casa pertenece la dama?

—Soy hija de la casa Blanchett.

El empleado hizo una pausa casi imperceptible antes de asentir y dirigirme una sonrisa tenue antes de desaparecer con el accesorio entre sus manos. Volvió a los minutos con el artículo envuelto.

—Espero vuelva a elegirnos.

Con esa despedida, salí satisfecha con mi compra en las manos y no me arrepentí cuando el día del baile, sentada frente al espejo, una de las doncellas me la colocó.

—Ah. —La joven dejó caer la pieza y mi gesto se endureció por un momento antes de recobrar la serenidad.

—¿Estás bien? —Mi voz, imbuida en preocupación la alcanzaron y la joven se apresuró a recoger el pasador.

—Lo siento mucho, Señorita, lamento haberla perturbado, es solo que no esperaba que la punta fuera tan filosa.

Cierto, la particularidad del pasador era que, hacia el final, se hacía muy delgado, lo que facilitaba el deslizarla por la hebilla y entre el pelo.

—No hay problema, sigamos entonces.

Y cuando todo estuvo listo, no me quedó más que subir al carruaje. Papá no estaba porque una emergencia referida a una fuerte tormenta en el ducado, hizo que pidiera permiso para prescindir de su presencia durante el evento, por lo que solo el cochero y una doncella actuaron como mis escoltas. Alejado estuvo el pensamiento de sentirme mal, porque en vez de ello, estaba encantada con lo que podría pasar.

Sostuve la máscara sobre mi regazo y mis labios se extendieron con fuerza sobre mi rostro, estaba emocionada por lo que podría pasar. Me vestí y preparé con lo mejor que pude conseguir, sabiendo que mientras más hermosa y más llamativa, mejor sería la impresión. De hecho, no me arrepentí en lo absoluto cuando supe que llegaba tarde y no me quedó más opción que recorrer los largos pasillos sola, bajo la mirada de los caballeros apostados en el pasillo.

«Mírenme porque pronto tendrán que inclinarse cuando pase».

El pensamiento me llenó de orgullo y una emoción desconocida se elevó en mi pecho. Mis decisiones fueron acertadas porque, cuando traspasé la gran puerta que daba al salón y caminé al amplio balcón, no hubo mirada que no se asombrara. La tela que había elegido y por la cual había gastado una pequeña fortuna, resaltaba preciosamente frente a las cálidas luces del salón.

Tuve que reprimir la risa complacida cuando, al bajar la escalera, los ojos de las mujeres me vieron con hostilidad y los hombres me siguieron en mi camino hacia donde, desde un principio, había visto al príncipe. Había una máscara sobre su cara, pero ello no dificultaba su reconocimiento en la menor medida.

«Esta vez no me rechazarás».

Confiada en el cristal que me adornaba los pies, me paré frente a él e hice una leve reverencia.

—¿Su alteza quisiera bailar con esta humilde? —Sus cejas se contrajeron en cuanto me vio, pero supe que, aunque sospechosa y un poco mal educada, no podía negarse; sin embargo, el momento de duda se extendió más de lo que esperaba y comencé a desesperarme.

No hubiera hecho esto si fuera Fleur.

¿Algo falló?

La inquietud me asaltó y mis pies se movieron inquietos, pero, ya fuera que funcionara o no, no estaba dispuesta a retroceder. Todavía había algo que podía usar.

—¿Su Alteza pudo darle buen uso a la información que le envié? —Sonreí satisfecha conmigo misma al ver sus manos tensarse e inclinarse en un movimiento que, con claridad, pedía un baile.

Encantada con mi logro, tomé la mano que se me ofrecía y acepté ser conducida hasta el centro.

—¿Fuiste tú? —Su voz, llena de dudas, me llegó en cuanto la distancia entre nosotros se achicó.

—Como dije, espero que la información haya tenido un buen uso.

Sus ojos se endurecieron en cuanto las palabras me abandonaron y su agarre se volvió más fuerte, pero no estaba en lo más mínimo preocupada. Aunque el ego me pinchara debido a que parecía no tener pista sobre quién era yo, me sentí relajada con la idea de que, llegado el momento, no habría discrepancias entre nosotros debido a lo que pudo pasar con mi hermana.

—¿Cuál era tu intención?

—¿Mi intención? —Desconcertada por la pregunta, abrí más los ojos detrás del antifaz, pero me reí un poco en mi corazón. Mi intención era lastimarlo, lastimar a ese hombre que me rechazó, que ahora, se decía, había partido hacia el sur con el corazón roto.

Mis intenciones principales eran arruinarla, sacarla del camino; pero me conformaba con saber que le había causado un dolor, aunque sea mínimo, proporcional al que yo sufría cada día.

—Sí...

Las palabras del príncipe se cortaron y noté que el ambiente no era el adecuado en cuanto nos detuvimos. Una premonición desagradable arrasó de repente con mi estado de ánimo y lo confirmé cuando la vi.

Mis manos se aferraron al brazo del príncipe de manera inconsciente y sentí la sangre drenarse de mi rostro cuando sus pasos se condujeron hasta donde estábamos, y a su vez, sentí como el cuerpo del hombre al que me aferraba, se tensaba.

Los ojos dorados de quien, sin vergüenza alguna, se acercó a mi hermana eran especialmente penetrantes, recubiertos de burla. Ahora, el príncipe sabía quién era él y qué tipo de relación tenían, pero eso no logró en forma alguna calmarme, porque un hombre que no está interesado en una mujer, no mira ni se retuerce de la forma en que lo hacía Su Alteza.

—En esta velada, esta humilde invitada se atreve a desearle un feliz cumpleaños a Su Alteza. La prosperidad de los dioses lo acompañe. —Al mismo tiempo que la escuchaba hablar con tanta indiferencia como burla, mi corazón comenzó a latir acelerado sin que la sangre fluyera, parecía que, en vez de correr, quería escaparse.

—Fleur. —No pude evitarlo, cuando noté como el príncipe se adelantaba e intentaba llegar a ella, mi mano se apretó sobre su brazo con mayor fuerza y recibí el impacto de la mirada desagradable de su par de ojos malva de lleno.

—Su Alteza no debería prestarme atención, con una compañera tan deslumbrante, no me atrevo a seguir molestándolo.

—¡Fleur! —Me estremecí cuando las palabras de mi hermana se volvieron peligrosas y mi mano fue barrida de su agarre con tanta fuerza, que tuve que luchar por mantener el equilibrio.

—¿Esta hada tiene tal nombre? —Ese hombre aterrador se rio y el ambiente que nos rodeaba pareció bajar un par de grados, el príncipe parecía lamentable y peligroso al mismo tiempo—. ¿No soy afortunado de haber obtenido su primer baile?

—¿Afortunado? No me atrevo a aceptar sus palabras, ¿no es Su Alteza el que es afortunado? Me temo que no soy rival para esa belleza deslumbrante que lo acompaña y no me atrevo a creerle. Sin embargo... —Hizo una pausa en la que miró al joven a su lado y continuó—: Estamos siendo tan groseros al interrumpir a tan bella pareja, que me siento mal. ¿Será que podemos reanudar la música así la vergüenza de mi indiscreción se hace menos pesada?

Aquellas palabras que parecían alabarme no hacían sino tensar más y más el aura que nos rodeaba y a duras penas, fui conducida una vez más entre los brazos del príncipe. Mi cabeza daba mil vueltas al pensar en lo que estaba pasando y no me atreví siquiera a mirar a mi compañero de baile. Para cuando la pieza terminó, me sentía ahogada y él me abandonó como hojas al borde del camino y se empeñó en perseguirla.

Sola en ese salón inmenso, parecía que los ojos que me veían solo se cubrían de lástima y burla. Largos minutos permanecí de esta forma, que me hicieron entender que sin importar cuánto lo intentara, ninguna fortuna me sonreía y estuve a punto de abandonar el salón con la confianza que había reunido hecha trizas, hasta que un hombre se acercó a mí.

La sonrisa revelada en la mitad inferior de su rostro tuvo la capacidad de consolar un poco mi corazón que se sentía enfermo y seguí su agradable charla como quien bebe agua después de caminar largamente por el desierto y en el momento en que me extendió la copa en su mano, no dudé en tomarla.

El sabor dulce del vino espumoso al tocar mis labios resultó agradable y la copa se vació con rapidez en lo que la conversación seguía. Me reí como tonta durante unos segundos y el pensamiento de que el alcohol se me subió a la cabeza me resultó menos inofensivo de lo que debería.

Sostuve mi cabeza cuando un mareo me sobrevino y la mano del hombre frente a mí me estabilizó.

—¿Se encuentra bien?

—Yo... —Me llevé la mano al pecho y negué. Hacía calor.

—Deje que la acompañe a una de las salas de descanso. La Señorita debió decirme que no era una buena bebedora, habría optado por traer algo más suave.

—¿Es así?

Sonreí de forma estúpida y lo seguí sin vacilar por una puerta que daba a un pasillo no demasiado iluminado y cuando nos detuvimos a medio camino con el pretexto de descansar, noté que había algo raro cuando sentí mi cuerpo calentarse y mi respiración agitarse.

Tomé aire con urgencia y miré a mi alrededor, la persona que estaba conmigo, de repente me bloqueó y mi visión se vio limitada. Manos grandes se adelantaron hasta estar sobre mi rostro y pecho, el tacto resultaba, de alguna forma, calmante pese a que las alarmas sonaban en mi cabeza.

Con la mente confusa, mis pensamientos se dividieron en la urgente necesidad de aliviar el calor y la de escapar. Yo sabía que no me gustaban los labios que se posaban sobre mi cuello ni los dedos que se abrieron camino dentro del pecho del vestido.

Mis cejas se tejieron y mis propias manos comenzaron a mostrar resistencia. La risa provino del joven y me tensé, fue como un trueno rompiendo el sueño.

—Debí haber puesto una droga más fuerte.

Luché con aún más fuerza cuando su toque en principio suave se volvió más duro.

—¡No!

—¿No? Querida, ¿crees que estás en posición de negarte?

Me revolví ansiosa al sentir que la bruma se despejaba y con ello, recobré algo de fuerza por lo que mis movimientos se volvieron más violentos, pero no lo suficiente como para liberarme del fuerte agarre de sus manos y la desesperación me invadió cuando el aire del ambiente me tocó las piernas al levantarme la falda.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y rebusqué ansiosa algo que pudiera ayudarme.

Mis manos fueron atrapadas sobre mi cabeza en un intento por detenerme y tocando en ese momento el tacto helado de la horquilla sobre mi cabeza, una luz se prendió en mi cabeza. Mis dedos temblorosos la retiraron y la hebilla cayó de mi cabello con un ruido metálico que a ninguno le importó. Hice más fuerza por liberarme y deslicé la muñeca de esa mano que era un grillete.

Él no pareció preocuparse mucho por la extremidad que se le escapó y siguió explorando el camino de mis piernas; el tacto me asqueó y apreté mis muslos con más fuerza antes de intentar empujarlo. Mi fuerza era tan mínima al lado de la suya que mi mente, enceguecida por el pánico y confundida por la droga, no vio reparos en indicarle a mi mano que golpeara con ímpetu el pecho del hombre.

Un jadeo doloroso me llegó a los oídos junto con el sonido de metal cayendo contra el suelo y pestañeé aliviada cuando lo sentí perder fuerza. Su cuerpo se arrastró hacia abajo sosteniendo mi falda y mi cuerpo tembló de forma involuntaria cuando, a través de la bruma, un intenso olor a sangre me golpeó y mis ojos observaron espantados, que aquel pasador que mi mano sostuvo, ahora brillaba muy imperceptible en el pecho del hombre, que todavía se medio inclinaba sobre de mi vestido.

Espantada, me deshice de su agarre con una patada y solo entonces, cuando mi cabeza dejó de mirarlo, fui consciente de otra persona.

Mi mano cubrió mi boca al ver el rostro del príncipe observarme con un gesto que no supe descifrar. Entre nosotros, había una daga que no supe cuándo llegó y la situación se volvió hilarante.

Las puertas se abrieron y el grito penetrante de una doncella llamó la atención de muchos. Todo se sumió en el caos para mí, que no podía entender nada. Cuando una mujer se apresuró frente al cuerpo y me gritó, cuando las miradas se clavaron sobre mí y cuando mi boca, abierta en una desesperación atolondrada unió algunos puntos, entendí que la presencia de una daga allí y el príncipe, que parecía más un ente ignorante que una persona, estaban puestos para crear un escenario en donde alguien buscaba culparlo. No sabía quién era ni las razones detrás de ello, pero no importaba; el era el príncipe y no le pasaría nada.

Así que no dudé en culparlo antes de notar la presencia de los guardias dirigiéndose a mí y como si hubieran puesto fuego sobre el suelo, me eché a correr.

Encerrada en la habitación no pude evitar temblar ante mi conciencia recuperada. Al correr desesperada, llegué frente al palacio desviando una y otra vez los caminos. El pasillo en el que estábamos antes no daba a la entrada principal lo que me permitió esconderme de los guardias que me buscaban y no me detuve, incluso cuando el dolor en mis pies se intensificó.

Sabía que los carruajes se habían ido y que solo volverían a determinada hora, en este caso, mi orden fue la medianoche, por lo que me quité el único zapato que todavía permanecía y corrí cubierta por la oscuridad. Los plebeyos que festejaban a su forma el cumpleaños del príncipe se acumulaban en la calle principal, mientras que yo corrí por otro sendero, ese que, mucho más apacible, daba acceso a otra parte de la ciudad.

Los pulmones me ardían y las piernas me dolían de forma terrible, pero no me detuve por ello. En mi cabeza, lo único que sabía era que, si era atrapada, estaba acabada y me obligué a correr incluso si mis pies estaban tan lastimados que quería morir y cuando vi la entrada de la mansión, me derrumbé frente a la puerta mientras lloraba.

Los guardias en la entrada me miraron con los ojos bien abiertos y me levantaron de forma apresurada. No supe bien qué pasó, solo sé que los amenacé con que mantuvieran el silencio y al final, dos lamentables sirvientas me arrastraron hacia arriba.

Al otro día, desperté en mi cama, mis pies estaban vendados y mi cuerpo limpio. Me dolía todo, pero hice el esfuerzo por incorporarme y enseguida llamé a una doncella. La realidad era tan impactante como el dolor que me azotaba, porque no podía negarlo.

Cuando vi a una doncella entrar, noté la cautela en su mirada.

—¿Dónde está mi vestido? —Mi voz sonó dura y la mujer se encogió sobre sí misma.

—A-anoche cuando usted llegó, el vestido fue llevado a la lavan-

—¡Quémalo! —No la dejé terminar de hablar antes de dar una orden—. Y llama a todos los que me vieron anoche.

La vi temblar, pero no me importó en lo absoluto y me quedé así hasta que la vi llegar con los dos guardias y tres doncellas más. Las amenazas se resumieron a que no podía filtrarse ni una sola palabra si es que querían conservar la lengua dentro de la boca.

Pero, ya fuera suerte o no, los siguientes días no pasó nada, hasta que un día la capital que había vuelto brevemente a la normalidad, se alborotó con la muerte del rey. Mis noches se llenaron de pesadillas, porque el miedo a ser descubierta y que el príncipe me encontrara fue tal, que me encontré incapaz de dormir de forma adecuada.

Sin embargo, lo más sorprendente de todo fue el incendio en la embajada de Branan y el cautiverio de mi hermana. Temía que hablara, pero los días pasaban y nada había ocurrido aún. Me abrumaba el conocimiento que ella tenía sobre mí. Hasta que un día, los guardias que había estado rezando por que no llegaran, lo hicieron.

Mi padre, que se metió en el medio, tuvo que bajar la cabeza frente al decreto del próximo rey y no pude decir nada, porque las pruebas y los testimonios habían sido dados.

Con las manos atadas detrás de la espalda, me llevaron al salón del trono en donde Silvain estaba sentado, alrededor había más nobles que me miraban con crítica en los ojos. Un guardia me obligó a arrodillarme y puso su mano en mi cabeza antes de bajarla casi hasta el suelo.

—¿Sabes cuánto estuve buscándote? —Su voz me hizo estremecer y mis hombros se encogieron, si no fuera porque tenía los brazos inhabilitados, me habría abrazado a mí misma—. Por cada día que no apareciste, más y más rumores se dispersaron. ¿Te parece gracioso Lady Clarice?

De repente, el sonido de pasos resonó en el salón y supe que eran mis oídos los únicos que amplificaban la intensidad del ruido que hacían. Sentí mi cabello ser tirado desde arriba y cuando levanté la mirada, me encontré con un rostro tan bello como aterrador.

—Cuántos problemas me diste...

—Su Alteza, yo no-

—Tsk. Tú no... ya veo... eres bastante graciosa.

—Yo no hice nada, ¡debe creerme!

— Mmm. —Sus ojos me parecieron iguales a los de una serpiente—. Muy bien, si no fuiste tú, ¿entonces quién?

—Yo... no lo sé.

—¿Quieres que te muestre algo maravilloso, mi bonita señorita? —Sonriendo, le hizo un gesto a uno de los sirvientes que hasta el momento había permanecido impasible y cuya presencia no había notado hasta entonces. En sus manos había una bandeja y de ella, el príncipe tomó algo y me lo mostró. Mi corazón pareció saltarse un latido y sentí nauseas—. Sé que Milady no está consciente, porque lamentablemente no sabe nada de la magia, pero, dado que se atrevió a pedir una joya de un lugar tan antiguo y tan asiduo, supuse que sabía que se caracterizan por tener una peculiaridad. ¿Sabe lo que pasa cuando se les imprime un poco de magia?

No sabía y tampoco quería saberlo, pero todo mi cuerpo perdió fuerza cuando la horquilla que una vez encontré hermosa, se tiñó de un oscuro color malva y mostró, detrás de los bellos grabados físicos, el emblema de mi familia.

—¿Ahora se da cuenta? —La burla se filtró en sus palabras y acercó más a mí la joya—. Está pensado para que las posesiones de las familias no puedan ser robadas ni falsificadas, pero esta vez sirvió para condenarla.

Tragué grueso y quise hablar, mi boca se abría y se cerraba de forma intermitente sin que ni una palabra lograra salir. Mis ojos buscaron alrededor con desesperación, pero no encontré ni una sola mirada de compasión.

—Él... quiso violarme, yo solo me defendí.

—Ya veo... entonces, se defendió, culpó a Su Alteza por su crimen y huyó. —Un hombre que estaba sentado cómodo a un lado, habló en tono de burla y no pude refutar lo que dijo.

—Yo...

—No deseo escucharla por más tiempo, llévensela y enciérrenla en los calabozos.

—¡Su Alteza, Su Alteza, por favor! ¡Por favor! ¡Piense quién soy! ¡Quién es mi padre!

El joven que en un principio me dio la espalda para volver a sentarse en el trono, se dio la vuelta y me miró con ferocidad.

—Solo porque recuerdo quién es tu padre no mando a que te corten la cabeza ahora mismo.

Me hice hacia atrás, impresionada y no pude volver a abrir la boca. Papá no estaba, no lo habían dejado entrar y estaba sola en esta inmensa sala con ojos que me miraban como la peor aberración del mundo. Esto no era un juicio, era un abuso, pero no podía decir nada y así como estaba, fui arrastrada fuera.

Mis ojos rojos de lágrimas lograron enfocar la figura de mi padre retenida por algunos caballeros fuera de la puerta y grité.

—¡Papá! —Las lágrimas se me cayeron mientras era arrastrada, mi cuerpo forcejeaba con las manos de los hombres al tratar de ir hacia donde los ojos de mi padre me veían, había desesperación en ellos y mis dientes se apretaron a medida que mi barbilla temblaba cada vez más—.. ¡Papá! ¡Sálvame!

Su figura se hizo cada vez más lejana y mi garganta dolió un poco más por cada grito.

—Papá... tengo miedo.

Hacía frío.

Al mirar por la minúscula ventana de la prisión, me di cuenta solo por el ir y venir del sol y la luna de que el tiempo pasaba. Mi cuerpo se había vuelto flaco y mi cabello opaco, si lo tocaba, la grasa en él me pegoteaba los dedos y casi quise reírme.

Escondí la cabeza en mis rodillas, recé por milésima vez, a cualquier dios que me escuchara, para que alguien me salvara. Mi padre había venido unas cuantas veces y me había dado comida y mantas, pero el tiempo en que podía verlo era escaso y las cosas desaparecían tan pronto, que lo único que me quedaba era una manta mugrienta y la esperanza.

"—Hablaré con tu hermana, ella podrá hacer algo".

Ella no me ayudaría, pero quería creer que sí. Si no era ella, quizá Bastian.

A veces soñaba con él, en lo bonito que habría sido todo si me hubiera aceptado, pero cuando me despertaba estaba con la cabeza apoyada en piedras húmedas y escuchaba el correteo de las ratas.

Odiaba mi vida, mi vida que se torció desde el mismo día en que puse un pie en esa maldita mansión.

Respiré hondo y me cubrí un poco más con la manta. La tela estaba rígida, pero era todo lo que tenía. Durante meses lloré y exigí algo mejor pero nunca lo conseguí; pregunté por el mundo exterior, pero nadie abrió la boca, es como si todos hubieran olvidado mi existencia.

—Su Majestad.

Me reí cuando las voces en mi cabeza volvieron a sonar. Seguían llamándome así cuando era evidente que un mendigo estaría en mejores condiciones que yo.

—Mi princesa, mi esposa.

A veces, también escuchaba su voz, pero yo conocía al príncipe, el príncipe que me miraba con desprecio y que una noche entró en la celda e hizo que me encadenaran a las paredes y me torturaran.

El que dijo: "Es toda tu culpa, el que ella me odie, es tu culpa".

¿Ella?

¿Mi hermana?

Me reí con ganas y pensé que se lo merecía. Después de todo, el asesinó a la persona que ella amaba; yo también lo odiaría. Entonces, esas voces de tono cariñoso no podían ser las suyas.

—Qué gran fantasía.

Ese día se sentía diferente. Los guardias desaparecieron de sus lugares y parecía que había mucho ruido. No estaba segura de lo que pasaba, y tampoco lo supe hasta mucho después.

Cuando los calabozos volvieron a ser supervisados, ya había pasado un día completo y nadie estuvo dispuesto a hablar sin importar cuánto insistí y una mañana, como si hubiera descendido una diosa, en medio de la oscuridad del lugar, apareció ella.

—Viniste a sacarme, hermana. —Aunque nunca me había sentido feliz de verla, en estos instantes, su figura se pareció mucho a la salvación—. Papá dijo que vendrías, que no te negarías a ayudarme.

—Pff. No sé quién te dio tales esperanzas, yo solo vine a despedirme.

—¿Des... pedirte? —Tragué grueso y el desconcierto me golpeó pesadamente, como si aquellas palabras llenas de burla se hubieran convertido en una dura cachetada.

—Me iré. Ahora que Silvain ha muerto y que la princesa Mirella está en el trono, no me queda nada por hacer aquí.

—¿El príncipe está muerto?

—El rey, está muerto. —Remarcó—. Y la reina no te concedió el perdón.

Mi estómago vacío se revolvió a medida que unía la información recibida.

—Yo... es imposible, papá dijo que me perdonarían.

—Mataste a un hombre y luego le echaste la culpa al príncipe. ¿En qué cabeza cabe que te perdonarían?

—Yo... solo me defendí.

—Quizá, si no hubieras huido, alguien habría podido abogar por ti. —Esas palabras fueron las mismas que las de aquel noble desconocido el día que me apresaron—. Me temo que no hay salvación para ti, el poder del duque solo pudo ahorrarte una pena de muerte.

—¿Y Bastian? —Sabía que era una idiota, pero mi hermano, que todavía permanecía presente en mis pensamientos, fue lo primero en lo que pensé. Quizá él, que era la pareja de la princesa, pudiera decir una palabra o dos por mí.

—¿Qué pasa con Bastian?

—¿Él puede salvarme no es así? ¿Cierto? —Me agarré de los barrotes e hice lo posible por estar más cerca de ella, como si su espíritu pudiera contagiarme algo de vida. Quise levantarme, pero las piernas entumecidas por el frío y la humedad no me dejaron.

—¿Por qué te salvaría?

—¿Por qué? Es mi hermano. —No era eso lo que quería decir, pero sabía que la sangre en nuestros cuerpos era lo único que me unía a él.

—Deberías preguntarle si él te considera así, pero sé que tú no. —Al escucharla, mis manos temblaron; ella sabía cuáles eran los sentimientos que tenía por Bastian—. Él no te salvará, te lo dejó en claro aquella vez y decir que te desprecia es poco.

—Es mentira... él... —Me mordí los labios resecos y bajé la cabeza un momento mientras una risa seca y algo dolorosa se abría paso por mi garganta—. Él no me salvará y tú tampoco.

Debí suponerlo, que ellos nunca harían algo bueno por mí.

—Entonces, ¿viniste a despedirte?

—Mm.

—Supongo que te hace gracia, de otra forma, no habrías venido. —¿Qué sentido había en seguir manteniendo las apariencias?

—No es como que me haga gracia, solo quería verte.

Levanté la cabeza que había caído, la miré a la cara y, por ende, seguí el movimiento que hizo su vestido al tocar el suelo al agacharse; se agachó y movió sus manos, el rayo escaso de luz me mostró aquello que adornaba los lóbulos de sus orejas y la realización llegó a mí. Sentí que la sangre de mi cuerpo entraba en ebullición y que la fuerza que perdí se hacía presente. De inmediato me impulsé contra los barrotes.

—Tú... sabías. —Me llené de rabia—. ¡Tú me hiciste esto! ¡Fuiste tú! ¡Tú y esa gitana asquerosa! ¡Perra!

Pensé que la gitana me estafó, pero en realidad, se habían confabulado. Estaba furiosa, si pudiera salir, no hubiera dudado en abalanzarme sobre ella y cumplir con lo que nunca había logrado. Mis manos se extendieron y solo alcanzaron a rozar el borde de su falda.

Incluso ahora, estaba fuera de mi alcance.

—¿Y qué si lo hice y qué si no lo hice?

—Eres una perra, ¡soy tu hermana!, ¡tu hermana!

Los gritos me desgarraron la garganta mientras la miraba. Yo era su hermana y me había reducido a este triste destino. A días de sufrimiento. A días de escasez.

—¿Tu hermana? Supongo que pensaste eso cuando decidiste robarte mi destino o cuando te confabulaste con aquellos sirvientes para venderme. ¿Acaso pensaste, por un mínimo momento, lo que hacen con una esclava? Quizá también pensaste que era tu hermana cuando enviaste a aquellos caballeros para asegurarte de que todo salga bien, ¿no?

Mis gritos se detuvieron cuando, de su boca, salieron palabras que no supe responder. Era cierto, pero la diferencia estaba en que, aunque yo sabía que era mi hermana, eso solo aumentaba mis ganas por verla desaparecer. Mis pensamientos se incrementaron con solo verla, porque si no fuéramos hermanas, porque si no nos conectara nada, entonces no la odiaría, no sentiría que era mejor que yo, no sentiría que se había robado todo de mí.

—Eso es lo que pensaste cada vez, ¿no?

—Dioses... mi madre tenía razón con todo.

—¿Oh?

—Dijo que debería deshacerme de ti cuando tuviera la oportunidad, creo que fui muy blanda. —No encontré más fuerza para gritar y me dejé caer—. No entiendo, de verdad, no entiendo. ¿Por qué siempre soy yo a la que le va mal?

—Probablemente empezó desde el momento en que escuchaste a tu madre.

—Probablemente, ¿verdad? —Me reí cuando declaró que mi desgracia empezó cuando escuché a mi madre y, de hecho, no pude refutarla—. ¿Lo disfrutas? Yo lo disfrutaría si fueras tú la que estuviera en mi lugar, después de todo, siempre quise verte arruinada, siempre quise ver que lo perdieras todo.

La miré y me reí un poco más, era como si la risa fuera todo lo que logré encontrar para no llorar.

La oí murmurar algo sin entender del todo y fruncí el ceño en su dirección, pero no parecía haber nada extraño.

—Quizá disfruto el hecho de ver a quien quiso dañarme en la ruina, no creo que sea algo malo.

—Incluso si lo fuera, ¿quién te reprocharía? Siempre fuiste perfecta, siempre amada, siempre un modelo a seguir, ¿y yo qué? Mientras te ríes, estoy encerrada en este lugar, pasando necesidades.

¿No era así? Siempre estuve por debajo de ella. Mientras ella estaba en la luz, yo debía permanecer en la sombra y todo porque había nacido de otro vientre, en otro estado.

—¿Crees que habrías estado aquí si no fuera por tus propias estúpidas acciones?

¿Era mi culpa?

—Es tu culpa, siempre, tu madre y tú siempre me miraron hacia abajo, siempre...

—¿Siempre qué? Clarice —preguntó y noté el hastío en sus palabras—. Ni mi culpa, ni la de mi madre, ni la de nadie, solo tuya y de tu visión limitada. Si dejaste que la mirada de otro condicionara tu vida, solo puedo sentir lástima por ti.

No quería su lástima, quería una centésima de su vida.

—Deseaste cosas que no eran tuyas y no viste lo que ya tenías. ¿Exactamente qué querías?

—Quiero todo lo que desde un principio fue mío. La posición de mi madre que esa puta asquerosa se robó, mi posición como hija legítima que me arrebataste, el compromiso, la corona... a Bastian...

Si no fuera por ella, que se había interpuesto en el camino, ¿no sería yo a quien Bastian amaba? ¿No sería yo la prometida del príncipe? ¿No sería yo a quien todos amaban?

—Es inútil refutarte, tu cabeza sería incapaz de entenderlo; es cierto que ahora mismo lo disfruto, pero quiero que sepas que, sin tu ayuda, jamás hubiera podido hacer nada. Si hubieras quitado la venda de tus ojos, te hubiera perdonado.

—¿Perdonarme? ¡Yo soy la que debería perdonarte! ¿Por qué me perdonarías a mí?

Yo era la que más tenía por perdonar, era mi vida la que estaba arruinada.

—Por todo lo que no recuerdas. —La vi darse la vuelta y las palabras de maldición brotaron a borbotones de mi boca, la odiaba—. Yo, a diferencia tuya, nunca quise tu vida, porque espero que vivas, que vivas sabiendo que nunca vas a tener lo que deseas, que vivas con la certeza de que soy feliz, que vivas de la forma contraria a la que querías... sin corona, sin riqueza, sola... porque él no podrá salvarte... también... agradécele a tu madre por haber puesto esos pensamientos en tu cabeza y agradécete por haber sido siempre tan ciega. Pudiste haberlo tenido todo... pero ahora no tienes nada.

Mis labios se torcieron y el peso de sus palabras fue gigante. Era cierto, no tenía nada. Mi corazón se retorció de manera dolorosa en mi pecho y mi gesto se transformó cuando la vi sacar el par de zapatos de cristal y tirarlos delante de mí. El cristal se hizo añicos y los fragmentos traspasaron los barrotes hasta llegar frente a mis rodillas.

—Ahí está, el destino que elegiste.

La puerta de la prisión se cerró detrás de ella, pero mis ojos solo estaban en los cristales rotos que brillaban ante la escasa luz. Mis manos temblorosas los alcanzaron y sentí como si algo dentro de mí se hubiera roto. Un dolor desgarrador me azotó por largos minutos.

Respiré agitada y las lágrimas se acumularon sobre mis mejillas al trazar caminos calientes.

—Ah... —Quería gritar, pero tenía la garganta bloqueada.

Mientras sostenía los cristales, mi cabeza se llenó de imágenes desconocidas y pestañeé con rapidez, mi cuerpo se agitó hacia adelante y hacia atrás hasta que perdí la consciencia.

Cuando desperté, no supe diferenciar cuál era la realidad de la fantasía.

—Maldita. —Me reí con fuerza mientras me balanceaba sobre mi misma y miraba con reticencia los barrotes.

Me arrastré hacia adelante y golpeé con fuerza las barras metálicas sin importarme que mis rodillas se arrastraran sobre los pedazos de vidrio roto.

—¡Yo soy la reina! ¡La reina!

Sacudí inútilmente las cadenas en mis brazos y seguí gritando.

—¡Soy la reina! ¡Sáquenme de aquí!

Silencio.

—¡¿Cómo se atreven a ignorarme?!

Silencio.

Silencio.

Silencio.

Nadie me contestó y mis pensamientos volvieron a mí una vez más y el dolor en mis piernas me volvió consciente. Quizá esa vida existió, quizá sí fui la reina, quizá todo salió bien entonces.

¿Cierto?

Sí.

Cierto.

Lo logré.

Me reí histérica mientras obligaba a mi cuerpo a mantenerse firme. Me mordí los labios y apreté mis manos sobre mis piernas.

En esa vida que veía ahora, yo logré engañarla, sí, me llevé todo, me robé a sus personas preciadas... sí... sí...

—Él tampoco me quería entonces.

Bastian no me quería tampoco, entonces... entonces lo maté.

Mis uñas se arrastraron sobre mis brazos desnudos y largas marcas sangrientas me adornaron la piel.

—Rojo... rojo... sangre, sí... como la sangre en la guillotina.

Me reí un momento antes de romper en llanto. Mi Bastian, mi amor... te maté... porque te amaba... porque no me mirabas.

¿Por qué?

Te di todo.

Mi corazón.

Mi amor.

Mis sentimientos.

Era todo tuyo... pero me usaste.

—Me usaste, me usaste, me usaste. —Me quedé un segundo quieta antes de seguir balbuceando—. Querías protegerla, pero también la maté.

Me reí de nuevo cuando pensé en ello.

—Ella no tenía que venir, ella no podía, ¡pero yo la llamé! La llamé porque quería que te viera, quería que la vieras... que no podías protegerla... pero... si me hubieras amado...

Apoyé la cabeza contra la pared y miré al vacío durante horas. Las escenas se repitieron una y otra vez.

—Tonta, tonta, tonta... estúpida... —Me reí con fuerza, hasta que dolió— ...no había bebé... no había...

No había.

No había.

Cerré los ojos y me quedé en silencio antes de sacudirme con violencia.

—Morir se siente horrible...

Pensé en aquel hombre de ojos dorados, en el espanto que sentí en ese momento, en el nudo en mi estómago y recordé, recordé la sensación de mis manos clavadas contra el suelo, la sangre mientras escurría espesa a mi alrededor, el terror al querer escapar... la persecución, ese juego desesperante...

El camino de sangre.

El ansia por vivir y la hoja de la espada al cortar la carne.

—¿Cuánto sufrió? ¿Cuánto le dolió? —La voz sonaba como la de un demonio en mis oídos mientras las manos temblorosas y sangrantes trataban de tirar hacia adelante.

—Ahhh... —La espada, que se clavó en mis piernas una vez más, me hizo gritar de nuevo y cuando me sentí adormecida, la quitó y la volvió a clavar esta vez en un lugar diferente, pero no moría, mi consciencia se negaba a abandonarme pese a que sentía frío.

—No pienses en morir. No aún.

—...por favor...

Se rio y el sonido me aterrorizó. Frente a sus ojos dorados, mi cuerpo tembló más y me di cuenta de que una y otra vez, apuñaló evitando los puntos importantes.

—¿Por favor? ¿Ella también rogó?

Me ahogué con mis palabras y fui incapaz de responder.

—¿Sabes lo doloroso... que es morir quemado? —Sus ojos se cerraron y la voz le tembló antes de volver a abrirlos—. ¿No? Bueno, te haré saber.

Me reí un momento antes de tener que inclinarme a un lado, el ardor de los jugos de mi estómago me quemó la garganta mientras vomitaba y mi llanto se volvió terrible, horrible.

Mis manos me cubrieron la cara durante largos minutos en que las escenas de la muerte se me pegaron a los ojos.

—Yo... nunca gané.

Gracias por leer y les recuerdo que pueden adquirir la versión editada del libro tanto en físico como en digital a través de Amazon y en librerías (impresión bajo demanda).

La versión editada tiene contenido nuevo y en físico posee ilustraciones ❤️

Flor~

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top