CLARICE III
Al ver a las sirvientas ir y venir por la mansión mientras cargaban pequeñas valijas y baúles, conversando sobre lo repentino que resultaba ser el viaje de la pequeña señorita, me sentí aliviada. Cuando ella no estaba, sentía que había una presión menos sobre mis hombros.
Pero entre otras cosas, también se hablaba sobre Bastian.
A veces, me paraba frente a su retrato, que había quedado desactualizado, para poder recordar cómo era, porque la mente me fallaba. Estaba decepcionada de no haber tenido la oportunidad de interactuar con él antes de que se fuera con su abuelo; pero incluso si lo hubiera querido, su mirada era demasiado aterradora y terminaba por echarme atrás.
—Tsk. —Chasqueé la lengua y alejé la mirada del cuadro. Sentía algo de envidia por ella que iría a verlo.
Cinco años fuera, le habían dado cierta fama de desapego, pero Fleur iría a verlo alegando que había recibido una invitación de su parte y no podía desaprovechar esta oportunidad de ver a su hermano que "tan duro se estaba esforzando".
Para mí, solo no quería verme. No sabía por qué lo creía, pero tenía la sensación de que había buscado escaparse a la más mínima oportunidad; quizá mi hermana era mucho más tolerante que él hacia mí. Asombroso.
—Señorita. —Una doncella que casi tropezó conmigo me miró en disculpa y me fijé en que sus manos parecían ocupadas. Lo pensé un segundo y terminé por tomar una de las pequeñas cajas; ahora que ella se iba, lo ideal sería aprovechar el tiempo para empezar a tener una buena relación con la servidumbre—. ¡Señorita! No es necesario...
Quiso detenerme y la paré con una sonrisa.
Pensé en mi madre que, aunque luego se comportaba como una loca, frente a los demás, era suave y linda y que eso siempre le había funcionado. Me reí en silencio al recordar que no había sido ni una ni dos veces las que había usado eso frente a mi padre, pero jamás imaginé que tendría que usarlo en una criada cualquiera.
—Esta bien, quiero ayudar. Ahora que la hermanita se va, el trabajo es muy duro... que desconsiderada... —Con una mueca grave, dije la última parte en voz baja pero lo suficiente alta como para que la joven me oyera, no obstante, no obtuve el resultado que quería. Ella me miró un momento y su sonrisa que se había abierto paso sobre sus labios, se endureció.
Me di cuenta que todavía era demasiado apresurado para hacer aseveraciones sobre ella, que se había ganado la atención de la mayoría de la servidumbre al punto en que la servían de todo corazón.
El resto del camino lo hice en silencio y dejé la caja junto a lo demás que todavía no había sido cargado y me di cuenta de que en realidad no era demasiado. La mayoría ya estaba allí, inclusive los soldados con la insignia de su casa materna. Miré a los imponentes hombres que miraban con cara estoica el movimiento y que eventualmente se movían para ayudar si era necesario y pensé en mi propia madre al mismo tiempo que sentí unas irresistibles ganas de reír.
Tan grandiosa se creía y, sin embargo, frente a esa mujer, no era nada.
Me quedé parada en la entrada mirando la interacción entre los sirvientes, viéndolos cargar las cosas sin protestar, pero con cierto pesar. Su señorita se iría durante unos cuantos meses. Todo se sentiría vacío, aburrido. Quise rodar los ojos en disconformidad al escuchar sus comentarios; ella era una niña aburrida, aburrida como un anciano. Tomaba té, leía y paseaba por los jardines y salvando esas reuniones a las que asistía con las demás niñas nobles, no había nada más que hiciera.
No sabía de qué se aburrirían o qué vacío sentirían, ella era un ente.
Sin embargo, aunque me pesara, al verla bajar con su nodriza las escalinatas de la entrada, me encontré con que los ojos de la servidumbre brillaban con cierto calor que yo nunca pude recibir.
Su mirada se detuvo en mí unos segundos y pude ver el borde de sus labios hacer un movimiento hacia arriba antes de volver a su posición normal.
—Los he molestado. —Ofreció una ligera sonrisa, agradeció a los sirvientes que no se atrevieron a aceptar sus gracias y caminó hasta estar frente al carruaje.
—La señorita debe tener cuidado en el camino.
—He escuchado que el sur es más frío que la capital, debe procurar no enfermarse.
—La señora Margot debe cuidar a nuestra señorita.
—Así es, es muy sensible al frío.
Comentarios como estos fueron y vinieron provocando un alboroto en el que ella era el punto central. Mientras sonreía y asentía, parecía escuchar con atención y agradecer. En mi mente, tomé nota de su actitud, no había desprecio, cansancio o afán por apurarse cuando interactuaba con ellas, todo parecía muy sincero; pero no sabía si esta sinceridad era real o no.
Tomé un poco de aire y me adelanté hasta estar frente a ella y forzando unas cuantas lágrimas, me aferré a su brazo. La noté sobresaltarse ante mi acto, pero sabía que no se resistiría ni mostraría desagrado, porque estaba frente a todos, y si se atrevía, aquella máscara que tan perfectamente se había acomodado frente al resto, se derrumbaría.
—¡Hermana! —la llamé por ese título que sabía que le desagradaba y la miré a los ojos; yo era un poco más alta, así que podía mirarla desde arriba—. ¡Debes cuidarte mucho! Te voy a extrañar tanto.
Al tiempo que fingía sollozar, me atreví a abrazarla y la despedí luego de soltarla. Me sequé la cara con un pañuelo y lo usé de escudo al notar que la mirada de los caballeros era dura y desagradable.
¿Qué? ¿No les gustaba que la tocara?
Quise reírme, pero no podía y solo la despedí. Al menos, papá no había venido.
No había muchas oportunidades para que vagara por la mansión yo sola sin dificultades, pero me encontré con que mi presencia, si bien, no rechazada, tampoco era muy bienvenida. Los chefs no prepararían platos entusiasmados, ni mandarían galletas bellamente decoradas sin previo aviso a mi habitación que acompañaran el té.
Descubrí que pocas sabían lo que me gustaba y que el té siempre me lo servían con leche. Tuve que decir que no me gustaba más de una vez antes de que dejaran de hacerlo. Estaba irritada, enojada con la servidumbre que se equivocaba y proseguía su rutina como si ella no se hubiera ido. Pensé que iba a ser un tiempo tranquilo, pero era más molesto que si estuviera.
La persona que manejaba la mansión era Jerome, el mayordomo. Él, al igual que los demás, no parecía ni darme la bienvenida, ni rechazarme, pero al menos sabía que la leche no era de mi gusto, así que, dirigiéndome a él, traté de convencerlo de cambiar o contratar más doncellas. Doncellas que me atendieran solo a mí.
—Lo siento, Señorita, pero ya contamos con el personal adecuado, nadie ha cometido errores que merezcan el despido y contratar más sería bastante inconveniente.
—¿Por qué? ¿Qué hay de inconveniente? —Incapaz de comprender, lo miré a los ojos esperando por algo que satisficiera mi desagrado.
—Ah... —Dejó salir un casi inaudible suspiro y me miró antes de negar y proseguir—: Es normal que la señorita no lo sepa, pero contratar servidumbre nueva es un gasto que no podemos permitirnos, por lo menos no al nivel que usted desea, pero si fuera una doncella... creo que sería posible...
Ante el gesto de posibilidad, mi frente se arrugó. No quería una doncella, quería muchas, gente que deambulara por la mansión y que me atendiera como lo hacían con ella.
—No, una es muy poco, al menos diez o quince, estoy segura de que papá puede.
—Es lo que digo, Señorita, no podemos permitirnos el gasto de diez o quince salarios más. Aunque puede pensar que es poco, la mayoría de los ingresos de su padre están destinados al entrenamiento de los caballeros de la familia y ahora que viene el invierno, hay muchos gastos que solventar.
—¿Cómo puede ser eso? Hace muy poco, vi que mi hermana contrató nuevas doncellas.
—La señorita Fleur puede.
—¿Y yo no? —Sentí el rojo del enojo treparme por las mejillas y ponerme los ojos llorosos. Sabía que más que enojo, seguro mi aspecto era lamentable.
—La madre de la señorita Fleur es quien solventa esos gastos.
—Su madre... —desconcertada, abrí los ojos más grande y pregunté con esta acción.
—Es probable que la señorita no lo sepa, pero hay una diferencia muy grande entre ambas familias. Los Blanchett siempre han sido caballeros y su fortuna nunca ha sido demasiado extravagante, a diferencia de los Roux, que siempre han sido militares y que tienen una larga historia de conquistas y guerras que les han dejado una fortuna cuantiosa... además, la señora Alizeé posee los ingresos de su propio negocio.
—¿Somos pobres? —pregunté anonadada y eso pareció hacerle gracia.
—Por supuesto que no, pero no podemos permitirnos el reclutamiento de nuevo personal. Contratar no solo significa un salario.
No entendí lo que quiso decir con eso, pero me mordí los labios y asentí. No podía creer que ni siquiera esto se pudiera hacer. ¿Qué tan caro era pagarle a una doncella? Eran gente tan humilde, que unas cuantas monedas de cobre deberían bastarles.
No obstante, se me ocurrió una idea. Si no podía contratarse nuevo personal porque ya había suficiente, bien podría hacer espacio.
Busqué a Anette por todos lados, pensando que ella podría ayudarme y cuando le comuniqué mi idea, sus ojos brillaron antes de asentir y prometer que ayudaría, aunque yo haría mi parte.
—Papá, hace mucho tiempo que no comíamos juntos. ¿De verdad no estás esforzándote demasiado? —Sentada a la mesa, miré las ojeras oscuras bajo sus ojos con un sentimiento ambiguo. Él era todo lo que tenía, pero su mente no siempre estaba conmigo. A veces, aunque él no supiera, lo veía entrar al cuarto de la duquesa y tocar su almohada; no había nada allí, era solo un vacío extremo, pero él se empeñaba en hacerlo.
«Mamá nunca valió nada».
—Ah... no debes preocuparte. —Sonrió tan pequeño que casi no alcancé a verlo y puso su mano sobre mi cabeza antes de revolver mi cabello.
En ese momento, las doncellas que servirían la comida entraron y cualquier pensamiento que no fueran ellas se desvaneció. Esa que de forma ligera y correcta me servía la comida, fue la primera en irse cuando, sobresaltada, derramó todo el plato sobre mí.
—¡Ah! —Gritando, me levanté con rapidez y mi padre, enfurecido, también lo hizo. La doncella cayó de rodillas sobre el suelo sucio y trató de excusarse. Había llegado al punto de la frustración, porque las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
Yo lloraba también.
—Papá... es a propósito, ¿verdad?
—¡No! ¡No! ¡Señorita! ¡Por favor! Fue un accidente, algo me pinchó mientras estaba sirviendo y-
—¿Me estás diciendo mentirosa? —Aumenté las lágrimas y escondí mi cara en un pañuelo al tiempo que apretaba la mano de mi padre—. Quizá, quizá es verdad... quizá mi visión fue mala y vi mal que ella tiró el plato sobre mí... lo siento tanto...
Traté de acercarme y levantar a la joven, pero mi padre, que todavía sostenía mi mano, me detuvo.
—No deberías disculparte cuando fue ella quien cometió un error.
Esas simples palabras determinaron el futuro de la doncella, que fue enviada fuera con el salario de seis meses.
Ella fue la primera.
¿Un jarrón roto de mi abuela?
¿Comida asquerosa?
¿Objetos desaparecidos?
Anette y yo, de esta forma, logramos echar casi una veintena de sirvientas en un lapsus bastante corto. Jerome pareció advertir la situación extraña, pero no nos detuvo y al final, con el gesto bastante oscuro, contrató nueva servidumbre. Sabía que se lamentaba, porque las políticas del reino sobre la servidumbre no eran benevolentes y la compensación le había salido cara.
Ahora estaba contenta porque había gente nueva que me trataba como a su preciada señorita. Me esforcé por agradarles, por preguntar por sus vidas, de vez en cuando les daba algo de dinero extra o me sentaba a platicar con ellas, de esta forma, el trato y ambiente de toda la mansión cambió.
—¡Señorita!
Estaba en el jardín mirando la cantidad exuberante de flores blancas con desagrado, cuando el llamado de una doncella me sacó de mis pensamientos. Era una chica pequeña y pecosa que había sido contratada no hace mucho.
Sonreí y la miré intrigada. En su mano, había un sobre.
Un sobre de un malva brillante, acaparaba todo mi atención. Conocía el color porque no era la primera vez que esos sobres eran enviados a la mansión, la mayoría de las veces eran para mi hermana o mi padre, pero ahora, esa letra hermosa en tinta de oro, decía: "Familia Blanchett".
Familia.
Miré con anhelo el sobre en mis manos y miré a la doncella que estaba tan expectante como yo. Por lo general, no recibía invitaciones ni cartas de nadie, pero papá dijo que no había problema en que recibiera la correspondencia de la familia, razón por la cual, este sobre llegó a mis manos.
Caminé con paso rápido al interior, pedí un abrecartas y me encontré con un sobre tan o más suntuoso que el exterior. Al parecer, pronto habría un banquete en honor al nuevo miembro de la familia real en el vientre de la reina.
Estaba emocionada por lo que significaba esta invitación y mis nuevas doncellas parecían haber absorbido mi ansiedad, por lo que se buscó modista, telas, adornos y accesorios de antemano. Papá dijo que no había presupuesto y que podía elegir lo que deseara, por lo que, en realidad, no escatimé en gastos.
Ese día, inquieta junto a mi padre en el palacio, tuve oportunidad de ser recibida con cordialidad. Su presencia apaciguaba en gran medida los comentarios sobre mí y me sentí satisfecha ante las miradas algo intimidadas de muchas de aquella que me habían despreciado.
Otras, parecían indiferentes, pero algunas, que tenían títulos menores o familias que dependían de la mía, se acercaron y halagaron mi apariencia. Aunque no estaba muy interesada en ellas, sonreír y me mostré amable; pero mi objetivo original era otro y estaba sentado de forma desinteresada a la izquierda del rey. Sobre sus labios había una sonrisa correcta, pero el aburrimiento era palpable.
No podía acercarme.
Me sentí frustrada durante gran parte del día, teniendo que sonreír y ser agradable durante horas, mis mejillas tiraban y dolían, pero al final, tuve la oportunidad de cruzármelo. No intercambiamos demasiadas palabras, es más, creí que ni siquiera me reconoció hasta que lo dije y la única pregunta que salió de su boca luego de una sarta de palabras protocolarias fue: "Mi prometida te ha dado algún mensaje para mí".
Mi respuesta, naturalmente, fue negativa y apenada.
—Ah... mi hermana... estoy segura que mi hermana solo lo olvidó... ella suele ser así con las personas que no son cercanas a ella... —Intenté decir algunas palabras que empañaran un poco su imagen delante de él, pero me encontré con que, en realidad, ni siquiera me escuchaba.
Un sentimiento amargo se asentó en mi pecho y la emoción y seguridad que me acompañaron, pese al cansancio, se desvanecieron. Me sentí horrible, ridícula, una tonta.
De repente, los lazos de seda de oriente que me adornaban el pecho del vestido me parecieron vulgares, las trenzas infantiles, los zapatos demasiado simples.
Me sorprendí cuando vi el carruaje afuera y sentí cierto pánico. Los meses de su ausencia habían resultado, en su mayoría, agradables, pero había vuelto.
Parecía tan o más altiva que antes al bajar con un pequeño gato negro entre los brazos y ser escoltada por caballeros de uniforme rojo; parecía una pequeña princesa en vez de una niña normal. Suspiré aliviada cuando vi a Anette salir a recibirla, su sonrisa resultaba tan natural que a veces dudaba de su sinceridad hacia mí, pero me contenté al saber que ella era mi persona.
Respiré hondo y vi su figura desaparecer en el interior. Había cierta revolución con su presencia, las nuevas doncellas que había contratado se mostraban curiosas y algo reticentes a ella, al punto en que sus ojos se volvieron críticos y aversivos. Estaba contenta con el resultado de estos meses de convivencia. Quizá, ante los ojos de las nobles, ella siempre sería mejor que yo, pero a los ojos de la servidumbre, ella resultaba inalcanzable y hasta cierto punto, atemorizante.
Era natural compararnos, mi personalidad agradable sumada a la afabilidad del tratamiento que me había esforzado por darles, no podía compararse con ese talante frío y altivo.
Dejé de mirar y me dirigí a la cocina dispuesta a representar un buen espectáculo, si tenía suerte, me rechazaría y terminaría por asentar mi imagen en el corazón de los sirvientes.
—¿Señorita?
Tal como esperaba, una de mis nuevas doncellas preparaba el té para llevarlo a su habitación, pero no le di oportunidad de hacerlo, porque tomé su lugar con la excusa de que hacía demasiado tiempo que no veía a mi hermana y que la había extrañado tanto, que quería tener un pequeño gesto para recibirla.
La joven, que me miraba con los ojos brillantes de admiración, parecía rezar una alabanza y una crítica a la vez. No solo había sido buena, también había dejado escapar algún que otro comentario aparentemente inocente, que estaba destinado a embarrar su reputación. Frente a las pocas doncellas que habían quedado de antes, la opinión negativa prevalecía.
—La señorita es tan buena.
—Es mi hermanita menor. —Ante la alabanza, mis ojos se achicaron y se acompañaron de una sonrisa.
Subí la escalera con la bandeja en las manos, acompañada de la doncella con la que fui haciendo comentarios irrelevantes: la ilusión que me daba su regreso, las cosas que íbamos a hacer, bla bla bla.
Para ser sincera, sentía una sensación de amargura en la lengua cada vez que una palabra de ese tipo me salía de la boca. Por mí, hubiera sido mejor si no volvía nunca.
De inmediato, vi el revuelo al llegar al lugar, el movimiento de las doncellas que iban y venían, acomodando las cosas era audible mientras ella permanecía sentada de espaldas a la puerta. Le pasé la bandeja a la sirvienta a mi lado, le hice un gesto de silencio y tomé la taza para acercarme a ella y ponerla frente a su rostro.
La sensación de ver su gesto endurecerse, fue preciosa.
Mi sonrisa se volvió real, genuina y satisfecha cuando vi su mirada alternarse de mí a la taza antes de que una sonrisa se abriera paso en sus labios. Ella tomó la taza.
—Te ves bien —dijo al tiempo que me hacía un gesto para que me sentara.
—Es lo mismo contigo, la mansión se sentía vacía sin ti; papá siempre está con los caballeros. —Hice un esfuerzo extraordinario y puse una cara lo más lamentable posible, si tuviera la oportunidad, también habría tomado su mano, pero sería demasiado extravagante y... había algo que no era mentira. Papá se había pasado los días en los campos de entrenamiento o en los cuarteles de la guardia real, todo el tiempo parecía necesitar una actividad para mantener su mente ocupada.
No fue una ni dos veces cuando lo vi escribir una carta a mi hermano para instarlo a regresar y no fue una ni dos veces, cuando Jerome le dio una negativa al preguntar, con una muestra de carencia de interés fingida, si había alguna respuesta o mensaje de sus hijos.
Los odiaba tanto.
Tanto.
Yo... incluso a él, lo odiaba, pero me moría por preguntarle qué era de él. ¿Tendría un mensaje para mí?
Sin embargo, me convencí de que, incluso si quisiera decirme algo, ella no me diría nada. Era así de egoísta, tanto que sería capaz de esconder lo que mi hermano quisiera decirme.
—¿Oh? Sin embargo, me llegaron los rumores de que estuviste muy activa en sociedad; incluso tuviste la oportunidad de cruzarte con mi prometido. ¿Esta vez pudiste reconocer el emblema?
Ella se rio y el gesto se me descompuso al no poder reaccionar a tiempo. Si no hubiera estado divagando en mis pensamientos, jamás habría logrado tomarme desprevenida, pero sentía que ahora, su lengua era un poco más filosa.
—¿Qué dices, hermana? Por supuesto que lo recuerdo, lo de aquella vez fue un descuido de mi parte; pero estoy segura de que el cuñado no pondrá eso en su corazón, no deberías preocuparte tanto, es una persona tan amable... ¡Ah! Pero quizá me dices esto porque aquella vez mi error provocó que se sintiera disgustado contigo. —Me llevé las manos al pecho y vi cómo se mostraba desconcertada ante mis palabras, parecía que este acto mío había encontrado alguien que lo acompañara.
—¿Conmigo? Hermana, debes estar bromeando. Cómo mi prometido se enojaría conmigo por tu pequeño lapsus de ignorancia. —El gesto de desprecio que hizo con su mano, como si dijera que era una ridícula, me molestó mucho, pero la sonrisa que logré poner en mis labios, se solidificó y su actuar no logró quitármela.
La vi llevarse la taza a la boca y antes de que pudiera hacerlo, una pequeña sombra negra se abalanzó hacia ella y el sonido de porcelana quebrada fue lo suficiente fuerte como para que las personas alrededor nos miraran.
—Que torpeza, lo siento tanto, hermana. —Estaba segura que había sido a propósito y quise reírme, incluso si quisiera envenenarla, no me atrevía. No era lo suficiente fuerte como para lidiar con ello.
—No debes preocuparte, fue sólo un accidente. ¿Te quemaste? —Sabía que muchas de mis doncellas estaban presentes, por lo que fingí un gesto de preocupación y me levanté e intenté tomar su mano, sin embargo, ese animal, el gato ese en su regazo, se crispó y me enseñó los dientes.
Me sorprendí y retraje mi mano llevándola a mi pecho. Detestaba los gatos. ¡Qué criaturas más horribles!
—Lo siento mucho, Denu no es dado con los extraños. —Esa disculpa fue tan falsa—. Sin embargo, es muy amigable una vez que se acostumbra a ti, espera un tiempo y verás.
No tenía intención alguna de acercarme o pasar el tiempo suficiente como para familiarizarme con semejante criatura. De hecho, me parecía que ella era exactamente como un gato, ambos eran desagradables.
—Es así... ya veo, seguro está asustado por el viaje; pero nos llevaremos bien con el tiempo —No tenía más opción que sonreír, pero el gato solo me dio la espalda y me sentí lívida.
—¡Dioses! Qué mal enseñado. —Divertida, ella lo acarició y sentí que era una forma de desprecio.
—¿Qué dirá papá cuando lo vea? A él no le gustan los animales, incluso me prohibió traer ese cachorrito de la calle. ¡Oh! Hermana, sabías que al cuñado le gustan los perros. —Mientras pensaba en alguna forma de deshacerme de él, hablé esperando alguna reacción de su parte ante las dos figuras masculinas que debería tomar en consideración, sin embargo, no la obtuve.
—¿Qué podría decir padre? Si no le gustara, es cuestión de optar por la solución más eficiente. —Me sentí decepcionada y molesta ante su respuesta, incluso había mencionado al príncipe. Estaba frustrada, pero me dije que tenía que seguir forzándola, quizá, si presionaba un poco más y considerando que no estábamos solas, fingí llorar.
«Las lágrimas siempre funcionan».
—Pensar que dejarías al pobre gatito a su suerte, incluso si a papá no le gustan-
—¿Por qué lo abandonaría?
«¿Qué?»
—Ah... La solución más eficiente... aparte, papá...
—Dioses, que conclusión más tonta, por supuesto, solo tomaría mis cosas y me iría. Pensar que abandonaría a Denu por una razón tan insignificante es...
—Pero papá-
Estaba sin palabras. ¿De verdad no le importaba?
—Lo que padre tenga que decir respecto a ello, no es de mi incumbencia.
A pesar de que no obtuve lo que quería, me contenté al saber que, aunque mis lágrimas no funcionaran en ella, las expresiones de las doncellas presentes eran dolorosas y reprobatorias. Me regocijé al saber que al final había alguien de mi lado que no veía normal su actitud. Éramos polos opuestos y estaba orgullosa de ser digna de pena, al menos esta vez.
No obstante, no esperaba que ella lo notara y tomara acción de forma tan rápida y cortante.
—Nana, estas doncellas atrevidas, ¿hace cuánto que trabajan en esta casa? No puedo reconocer sus rostros.
Tuve un sentimiento ominoso al notar como aquella mujer se adelantaba y hablaba con una criada, una de aquellas de las que no había podido deshacerme y me sentí peor cuando la vi salir y volver con Jerome. Los papeles en sus manos, aunque no los reconocía, casi podía decir con seguridad, que eran los contratos de mis doncellas.
Palidecí al pensar en lo que pasaría. Cuando ella estaba, las personas parecían ir alrededor de su dedo.
—Señorita. —El mayordomo, que parecía haber corrido hasta aquí, se inclinó ante ella—. Bienvenida.
—Es bueno verte Jerome, pero me extraña, parece que has perdido algo de criterio en la elección de los nuevos sirvientes. —Tomé una bocanada de aire en cuanto vi el gesto despectivo que hizo con la mano al señalar a las jóvenes, que habían palidecido y que temblaban de manera visible, yo misma me sentía asustada. Su niñera las había hecho poner en fila con una voz que no aceptaba rechazo y las miraba con tales ojos, que muchas rompieron a llorar.
Mis ojos, clavados en ellas con preocupación, volvieron a Fleur cuando la escuché chasquear la lengua y decir un: "Desagradable".
Abrí los ojos desconcertada al ver ese comportamiento poco apropiado que en ella no dejaba de parecerlo. Había algo muy elegante en esa muestra clara de desdén, incluso en la curvatura ladeada de sus labios.
«Te odio».
—Fui negligente. —Jerome parecía apenado, pero yo sabía que estaba conforme. Fleur no solía interactuar tanto como yo con él y vi que sus ojos, que parecían lamentables ante la reprimenda, en realidad, mostraban aprobación. ¿Qué era lo bueno en ella? ¿No estaba siendo cruel y desagradable?
—Lo fuiste; sin embargo, estás a tiempo de remediar tu error. —Al escucharla, supe que había acabado.
Señaló los papeles en la mano del hombre y al momento le fueron entregados. Los revisó uno por uno con cuidado y pude ver la pequeña sonrisa en sus labios. Estaba atenta a ella, lo suficiente como para notar el resoplido divertido que había resultado imperceptible para los demás.
—Enseguida las enviaré con el contador a que reciban el salario de este y el próximo mes.
Me ahogué con mi saliva al momento en que lo escuché, ella no había dicho nada aún, entonces... ¿por qué? Pero ella asintió muy pagada de sí misma y cuando lo vi darse la vuelta, lo detuve. No podía permitirme perder a la gente en la que había invertido tanto tiempo.
—¡Jerome! Por favor, no, espera. —En verdad descompuesta por la situación, la miré y hablé—: Hermana, por favor, no seas tan dura, ellas solo cometieron un error, perdónalas.
Abogué por ellas y pensé que, si lograba salvarlas, su lealtad hacia mí sería mayor. Esperaba poder hacerlo y que, aunque sea por su orgullo, las dejara estar.
—¿Debería? —Parecía indecisa, las miró, luego a Margot y finalmente a Jerome. Ese hombre irritante estaba a un costado con la mirada divertida. No me miraba, pero sabía que se burlaba.
—Mostraría lo magnánima que eres —Me forcé a mí misma, pensando que era por un bien mayor y la halagué.
—Ah... —suspiró—. Me gustaría hacerlo, hermana; pero un sirviente insubordinado solo traerá problemas, la bondad puede ser muy perjudicial en estos casos. Quizá algunas lecciones más con la señora Fleming serían necesarias.
Palidecí al instante al escuchar el nombre de esa monstruosidad.
—Nana, manda una invitación a la señora Fleming; mi hermana debe repasar las reglas básicas respecto a la administración de un hogar —dijo y yo me vi incapaz de seguir hablando—. No te preocupes, hermana, mejorarás. Hasta entonces, yo puedo hacerme cargo de estas cuestiones. Jerome, procede como habíamos acordado y ustedes... retírense y no vuelvan a poner un pie en esta mansión.
Bajé la cabeza por completo avergonzada de mi propia incapacidad. Las doncellas se mostraron decepcionadas y sus ojos me lastimaron. Todo mi esfuerzo, mi trabajo, ese tiempo gastado con ellas, escuchando sus tonterías, fingiendo que me agradaban, que me interesaban, se había ido a la basura por unas pocas palabras suyas.
—Yo... yo... creo que te dejaré descansar hermana, el viaje seguro te dejó agotada. —Me sentía incapaz de permanecer por más tiempo frente a ella y me tambaleé hacia la salida. No podía creer que mi opinión, mi determinación, todo valiera nada.
No hacía ni una hora que había llegado y ya me había quitado la mayoría de la gente que había conseguido y lo peor es que podía verlo, podía ver la satisfacción en sus ojos, en los del mayordomo, en los de las demás sirvientas que habían quedado. Todos proclamaban su superioridad sobre mí.
Todos.
Todos me despreciaban.
La odio.
La odio.
La odio.
Maldita.
Perra.
Llegué a la habitación, cerré la puerta con traba y me dejé caer contra ella. Mi madre tenía razón, siempre tuvo razón. Si no fuera por ella, ¿no sería yo la legítima señorita de esta casa?, ¿no me amarían a mí?, ¿no sería yo a quien amaban?, ¿no serían mis palabras las que dictaran la ley?
Las manos me taparon el rostro y rompí en llanto. Odiaba todo. A ella, a su madre, a mi padre, a todos.
Grité sobre mis manos y miré alrededor, tenía todo en la superficie, pero en verdad no tenía nada, de qué me servía esta apariencia si hasta mi propio padre me ignoraba, aunque no lo admitiera, aunque fingiera amarme, ¿no era yo esa molestia horrible que había arruinado su vida perfecta?
—¿Mamá? —pregunté a la nada—. ¿Ahora estás satisfecha? ¿Te gusta ver mi vida?
Cuánto quería verla, cuánto quería decirle que la odiaba, ni yo misma lo sabía.
Seguí en la misma posición durante horas hasta que alguien golpeó la puerta.
—¿Señorita?
No contesté, pero al reconocer la voz de Anette, quité la traba y abrí. De inmediato, esa cara familiar me devolvió algo de serenidad y acepté el gesto de cariño cuando me abrazó. Su existencia era especial, era la única que me amaba en este lugar.
—Anette, la odio, la odio tanto. ¿Por qué tuvo que volver?
Volví a llorar y me aferré a ella mientras hundía la cara en su pecho.
—Mi señorita. —Advertí el temblor en su voz y me sentí mejor al notar la sincera tristeza en ella—. No llore más... buscaré una solución, ¿sí? Nos desharemos de aquello que la lastima ¿Bien?
Por un momento, me quedé quieta, sin la fuerza para hablar, pero al final asentí.
Cierto.
Mamá me lo dijo, que debía deshacerme de ella cuando tuviera la oportunidad, quizá porque ya sabía lo endeble que era la voluntad de papá, quizá porque sabía mi poco valor.
Muy bien, eliminémosla.
Solo cuando ella ya no estuviera, todo sería mío: las cosas, la atención, mi padre, mi hermano.
Sí.
Gracias por leer y les recuerdo que pueden adquirir la versión editada del libro tanto en físico como en digital a través de Amazon y en librerías (impresión bajo demanda).
La versión editada tiene contenido nuevo y en físico posee ilustraciones ❤️
Flor~
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