CLARICE II
Durante un invierno inusualmente frío, mamá se enfermó.
Al principio fue una leve tos, pero al final, casi no podía respirar ni salir de la cama sin esfuerzo. Estaba caliente y sudorosa y cuando el médico la examinó, dijo que no se podía hacer demasiado por ella, que sus pulmones ya estaban muy maltratados.
O eso fue lo que escuché cuando una de las doncellas se hizo cargo de llamar al doctor.
No me alejaron de ella porque dijeron que no era contagiosa, así que pasé mucho tiempo a su lado mientras estuvo en la cama. A veces hablaba con ella, le contaba algunas cosas de mi día, incluso, aunque no me gustaba demasiado, traía conmigo algunos libros sencillos y los leía. Ella me escuchaba y, con una voz medio enronquecida, contestaba.
Al final, ella ya no lo hacía mucho.
Cuando el doctor volvió a verla, papá ya había venido y me sostenía en sus brazos, al parecer, ya no había mucho que hacer y dijo que debíamos "despedirnos". Yo sabía lo que era despedirse, pero no entendía que la despedida sería para siempre.
Contrario a lo que pensaba, pese a que yo lloré, papá no lo hizo, solo se mantuvo al margen mientras me miraba por momentos con una mirada complicada, hasta que, haciéndome salir, se quedaron los dos solos.
Sabía que estaba mal, pero sabiendo que la ventana de la habitación daba al jardín, me apresuré a esconderme debajo de ella.
—Está bien... lo prometo. —Al parecer, en el tiempo que me había llevado llegar hasta la ventana, mi madre le había pedido algo a mi padre—. Cuidaré de ella y no la dejaré sola...
Mi ceño se frunció, sin embargo, no me atreví a salir de mi escondite.
Delante de la tumba de mamá, las cosas que se habían dicho, volvieron a mi mente.
"Cuidaré de ella y no la dejaré sola".
En ese instante, no entendí bien a lo que se refería, después de todo, papá siempre me había cuidado y yo no me sentía sola. El día que compartía con mi madre era agradable, salvo por esos momentos en que, de un momento a otro, empezaba a hablar sobre "esa gente".
Me había acostumbrado a su discurso, al punto en que, cuando hablaba, asentía en acuerdo, porque recordaba esa casa y la habitación de la niña que era mucho más bonita que la mía. Si lo pedía, seguro papá me lo daría, pero mi madre no me dejaba.
—Debes ser diferente a ellos, demostrarle que eres mejor y que no eres codiciosa. Muñecas o vestidos, podrás tenerlo todo una vez que no estén más en medio.
Eso era algo que no podía olvidar, porque si no, papá me odiaría.
¿De verdad me odiaría?
No estaba muy segura de eso, porque después de todo, él no parecía odiar a esa niña, pero mamá decía que sí.
—Papi... ¿Mami no regresará? ¿Estoy sola? —Con la mirada todavía fija en la tumba, pregunté al tiempo que me tomaba del puño de su camisa. De alguna manera, tenía miedo de lo que pasaría ahora.
—Mami se fue, pero no estás sola... yo... te llevaré a conocer a tu familia.
Por un momento, no supe qué responder.
—¿Familia? —¿Tenía familia aparte de mi padre y mi madre? Supuse que se refería a esa señora y a... mis hermanos. Antes, hubiera sentido algo de expectación por ello, pero ahora que mi madre estaba muerta, no encontraba ningún gusto. A decir verdad, desde hacía un tiempo que no íbamos, desde la pelea.
—Iremos a la ciudad donde vive papá... allí, te presentaré a tus hermanos y... a tu nueva madre. —Las palabras de papá salieron con dificultad de su boca y me removí incómoda. ¿Nueva madre?
Durante todo el viaje me la pasé mirando con nerviosismo por la ventana. Papá no hablaba, pero respondía cuando yo lo hacía. No sabía lo que pensaba.
Todas las cosas que veía eran conocidas: el mercado, las voces; pero incluso si quería, aún no me atrevía a decirle que muchas veces, mamá y yo habíamos venido en secreto, sentía que debía tener mucho cuidado, porque incluso si papá siempre me había mostrado cariño, ahora iríamos a ese lugar, donde estaban esos niños y yo lo había visto... en realidad, no me gustaba.
Quizá, hubiera sido mejor si me dejaban en el mismo lugar que antes y siguiéramos con la rutina que habíamos tenido hasta el momento en donde él venía a verme cada cierto tiempo. Pensé que así hubiera sido mejor, porque en esa casa adonde íbamos, tendría que compartirlo, y no quería.
Sin embargo, mi madre, antes de morir, en esos días en donde hablaba como siempre, me dijo que yo debía recuperar las cosas que eran mías. Las cosas que eran mías, pero que nunca habían estado en mis manos. Parecía algo raro en mi opinión, pero ella siempre insistió en ello.
—Papá —llamé—, robar está mal, ¿no? —Sabía que estaba mal, pero necesitaba confirmarlo.
Él me miró con el ceño fruncido un segundo antes de asentir. Como esperaba, robar estaba mal.
—¿Y una persona?
—¿Robarse una persona? —Sus ojos se abrieron un poco más en desconcierto, pero yo asentí convencida—. Robarse una persona está mal también, las personas más que nada, porque no son objetos.
—Ya veo.
Sí, yo entendía que robar estaba mal, pero no entendía por qué mi madre decía que nos habían robado algo. Esto fue algo que no mucho después comprendí.
Bajé del carruaje y entré por primera vez por la puerta principal. Sin mi madre, la estancia se sintió aterradora, las personas me miraban sorprendidas y pasaban sus ojos entre mi padre y yo, pero quizá, lo más terrible fue ver a la señora esa, a la señora mala, clavar su mirada en mí un momento de manera que me encogí sobre mí misma.
—¡Querido! Te estábamos esperan... —Ella, que parecía haber corrido, se detuvo de repente.
—¿Quién...? Querido... ¿Quién es ella? —Me sentí avergonzada por la pregunta, en el ducado, todos sabían que yo era hija de mi padre, pero aquí, me sentí pequeña e... inferior.
—Mi hija, Clarice. —Sin embargo, la voz clara de mi padre al presentarme, me calmó y me hizo sentirme tranquila. Está bien, yo era su hija—. Su madre murió y la traje para que viva en la mansión, espero que puedas cuidarla también.
La mujer no contestó y hubo un silencio incómodo. Ya había venido algunas veces y sabía que estas personas no eran calladas, pero ahora, parecía que todas habían enmudecido. Me moví incómoda en el lugar y me sentí aliviada cuando el sonido ligero de una tos rompió el momento. Era la niña, Fleur.
Seguía tan bonita como la última vez que la vi y ahora que estaba parada junto a su madre, me daba cuenta de que eran muy parecidas y que sus ojos, que me miraron por un instante, parecían despreciarme. Mi corazón latió un segundo de forma acelerada y mi cabeza, con una voz conocida y desconocida a la vez, parecía gritar: "¡No está bien!"
Desvié la mirada de ella y la fijé en el niño. Yo lo recordaba todavía y era una de las pocas cosas que me parecían interesantes de este lugar, sin embargo, su mirada fue peor que la de la niña. Un dolor intenso pareció atravesarme el pecho y un sentimiento inexplicable de rechazo se hizo presente.
Era extraño, porque había una mezcla allí que no era entendible para mí.
Me gustaba, pero a la vez, no me gustaba. Sentía que ese mismo par de ojos, los había visto antes, pero era imposible, porque esta era nuestra primera reunión.
Ambos se adelantaron y me fijé en sus acciones, él hizo una reverencia al igual que ella y noté que, cuando lo hacía, había una sensación fea, como si entre ella y yo hubiera un mundo de distancia.
—Bienvenido, padre —dijeron al mismo tiempo y él se fue, ignorándome por completo. Tomó la mano de su madre y la llevó adentro; la mujer parecía muy triste, no como mi madre, sino que, sus ojos, que estaban fijos en los de mi padre, parecían desconcertados y heridos. Los de mamá estaban llenos de reproches, pero los de esta mujer no lo contenían, solo... se veían como si hubiera perdido algo importante. La palabra, quizá fuera desilusión. La había escuchado una vez en boca de una de las empleadas y no me había resistido a preguntar qué significaba y aunque explicarlo en realidad no pareció fácil, ahora pude comprenderlo cuando la presencié.
Miré hacia arriba y vi que papá miraba en dirección a donde se había ido la mujer y me sentí incómoda, porque los ojos que no habían llorado por mi madre, se veían increíblemente opacos.
Por primera vez, desde que lo había escuchado, creí las palabras de mi madre. Era una molestia, ambas lo éramos.
Tomé aire y volví la cabeza hacia donde mi pequeña hermana estaba. Sus ojos eran fríos y sin sentimiento, no tenía nada que ver con la niña que, entusiasmada, me enseñó el sonido de las letras. Ella no me quería y de alguna forma, sentí que eso estaba bien, como si fuera algo esperado y al notar como papá tomó mi mano con fuerza, supe que estaba preocupado por mí y que, de hecho, él no la quería tanto.
—Papá, ¿ella es mi hermana? —pregunté lo que ya sabía y sentí que mientras más amable fuera, así como decía mi madre que debía ser, más afectuoso sería papá. Yo debía ser distinta a ella, mejor que ella.
—Sí, es tu hermana menor, Fleur. —Noté el cariño y el cuidado en su tono y me contenté cuando noté que ella estaba siendo regañada, aunque no parecía importarle demasiado. Lo que pasó después, ni yo misma lo sé, pero me sentí asustada cuando, luego de acercarme, ella cayó y me miró con unos ojos que parecían advertirme que tocarla era algo peligroso.
Yo grité cuando ella cayó y papá, el cual esperaba que me reprendiera, la retó a ella. Estaba sorprendida y satisfecha a la vez. Me sentí mejor al ver que papá me defendía, pero el sentimiento no duró demasiado porque, cuando se retiró, los demás sirvientes, que no podían esconder el descontento, se fueron uno por uno.
Escuché cómo mi padre suspiraba por lo bajo y no pude evitar volver a mirarlo. Mis labios que se habían levantado porque pensé que era lo mejor para él, porque eso lo haría sentirse feliz, bajaron al instante. No había felicidad.
La señora no había bajado a comer en un largo tiempo, ambos hermanos me ignoraban y papá era el único lugar seguro que encontraba en esa casa, pero incluso él parecía diferente a lo que era antes.
«Soy el sol de papá».
A veces me despertaba pensando en eso, pero día tras día, parecía más y más una mentira.
Me sentí desesperada cuando noté que papá podía dejar de quererme y pensé que, de verdad, mi madre siempre tuvo razón, porque si desde un principio, esa señora que lo ponía triste no existiera, entonces, él no dejaría de prestarme atención, tampoco dejaría de quererme.
«¡Es su culpa!»
Enojada, me levanté de la cama y arrojé al piso una muñeca. La cabeza de porcelana se rompió en pedazos y sentí que la nariz me ardía.
—¡Señorita! —Anette entró con rapidez, cargando una gran bandeja de desayuno y miró el desastre y las lágrimas en mis ojos. Al menos, había alguien que se preocupaba por mí, pero no era un gran consuelo.
Dejó la bandeja a un lado, miró con atención mis pies descalzos y suspiró cuando comprobó que estaba bien antes de cargarme hasta la cama. Me dijo que hoy no era necesario bajar, ya que mi padre no estaba.
—¿Papá ya no me quiere? —Todavía llorando, le pregunté a esta persona lo que en los últimos días venía pensando y cuando me miró, en sus ojos oscuros, vi el parecido con mi madre y de alguna forma, fue reconfortante.
—El señor ama a la señorita, no debería pensar esas cosas.
—Le molesto, mamá también lo molestaba... es porque papá ya tiene a esa señora y a ellos, y yo estoy molestando. —Al tiempo que negaba, me limpié la nariz con la manga del camisón y me alejé de ella.
—¡Por supuesto que no! Ellos son los que molestan.
Anette, que de repente levantó la voz, volvió a bajarla y miró hacia la puerta antes de hablar un poco más bajo.
—Ni usted, ni su madre son una molestia. La señora Alizeé se metió entre su padre y su madre y logró casarse con el señor, eso fue una desgracia, ella se robó el puesto de esposa que era para Jolie. —Ella no me miraba mientras hablaba, pero la curiosidad me hizo acercarme y tocarle las manos para llamar su atención.
—¿Esa señora separó a mamá y papá?
—Mm, lo hizo. Por eso, tú, debes vengarte por tu madre.
Mis ojos, que hasta entonces se habían visto nebulosos por las lágrimas, se abrieron en desconcierto. Yo sabía lo que significaba esa palabra, mamá la repetía una y otra vez antes de morir, cuando me miraba y llamaba el nombre de mi padre, cuando lo maldecía y lloraba. Cuando me decía cuánto lo odiaba.
—Si esa mujer no se hubiera interpuesto, tu madre no habría muerto así, desde el principio, mi señorita y ella, hubieran vivido en esta gran casa y nada les hubiera faltado.
—¿Mi madre no habría muerto?
Ella negó y dijo algunas cosas más, pero yo era incapaz de escucharla, solo podía entender que estas personas, la esposa de papá y mis hermanos, de alguna forma, eran culpables de la muerte de mi madre.
¿Por qué ellos tenían a su madre y yo no?
Me parecía simplemente injusto.
Un día vi a esa mujer sosteniendo un ramo de flores, sonriente, feliz y ella, Fleur, estaba a su lado, también sonreía y me sentí enfurecida. ¿Por qué estaban felices? ¿Eh?
Nada bueno había pasado en el último tiempo.
Esa mujer horrible no dejaba de remarcar que era una completa inútil a la hora de aprender.
¿Cómo era el ángulo correcto para hacer una reverencia?
¿Cómo se sostenía una taza de té?
¿El saludo correcto?
¿El paso de baile adecuado?
¡A quién le importaba eso!
Papá me había dicho que yo era perfecta así como era, pero sin importar cuanto me lo repitiera, no me sentía mejor conmigo misma. Ella podía hacerlo, ¿por qué yo no? ¿Por qué ella podía caminar sin que los libros se movieran de su cabeza? ¿Por qué cuando tomaba el té parecía tan bonita como una pintura? ¿Por qué todo lo que ella hacía... estaba bien?
Así que sin importar cuánto quería convencerme de que, si yo no sabía estas cosas, era mejor en otras, me encontré con que, en realidad, no era buena en nada.
¿Era por su madre?
Mientras las miraba desde donde estaba, no pude evitar compararlas. A diferencia de mí, que me parecía mucho a mi padre, ella se parecía a su madre. Cuando se movían lo hacían de tal forma que era imposible no notar que estaban relacionadas, cuando sonreían, un pequeño huequito se marcaba en sus mejillas izquierdas, cuando levantaban su falda en una reverencia, miraban debajo de las pestañas con el mismo par de ojos que parecía que nada de lo que veían valía algo.
Frente a esas miradas... yo... no podía resistirlo.
Torcí los labios hacia abajo y seguí observándolas. Quizá, la única diferencia estaba en el cabello. Ambas parecían hablar en armonía y otra vez, no pude evitar notar el parecido entre ellas, las formas en que movían las manos al hablar, la forma en que sonreían, la postura de sus espaldas al sentarse.
¿Si mi madre hubiera sido ella...?
Ninguna se dio cuenta de que las miraba, pero cuando me di la vuelta para irme, me encontré con la mirada de esa sirvienta, la nodriza de mis hermanos. Margot.
En sus manos cargaba una bandeja de té que todavía humeaba y con los ojos me preguntaba qué hacía. No había ningún tipo de desdén en ellos y solo preguntas, pero al mirar al cuarto una vez más, me encontré con que los ojos de esta sirvienta me molestaban.
Me molestaba cómo me miraban, me molestaba su forma de vestir, también, su forma de pararse, incluso ella parecía más digna que mi propia madre y el pensamiento de que, al fin y al cabo, como había escuchado, mi madre no había sido más que una sirvienta, logró terminar de asentarse en mi cabeza.
Ella decía que los niños del ducado eran gente sucia, pero entre ellos y yo. ¿Qué diferencia había?
Papá se fue de nuevo y solo estábamos nosotras tres en la mansión junto con los sirvientes y yo no me atrevía a andar como quería sin que él estuviera. Temía encontrarme con ellas y avergonzarme a mí misma, pero incluso si no quería, al final, terminé por encontrarme con esa mujer: Alizeé.
Estaba sentada en uno de los salones mirando de forma distraída una tarjeta con una pequeña sonrisa en los labios. No podía retroceder e irme porque, cuando quise hacerlo, ella levantó la mirada y me vio.
Noté los sentimientos complicados pasar por sus ojos hasta que no hubo nada.
—Duquesa. —La saludé con torpeza y me arrepentí de haber salido.
—Clarice, buenos días.
Pocas veces nos habíamos encontrado y menos veces habíamos cruzado palabras.
—¿Querías sentarte aquí?
—¿Qué? Oh, no, no, lo siento, solo fue casualidad.
—Mm. Está bien si quieres hacerlo, saldré pronto de todos modos. —La vi sonreír y doblar el papel antes de pararse, dispuesta a irse.
—¡Duquesa! —Sin embargo, en un arrebato de impulsividad, la llamé. No sabía qué quería decirle, pero no quería que se fuera.
La vi darse la vuelta y mirarme con curiosidad.
—Yo... ¿Puedo llamarla madre? —No sabía de dónde había sacado esa ocurrencia, pero bajo esos ojos claros que me miraban con curiosidad impactada, me encogí sobre mi misma. Ella no me contestó durante un largo rato y supe que la respuesta era una negativa.
—Lo siento. —Negó con lentitud y se acercó a mí, dudosa. Puso su mano sobre mi cabeza y me dio una mirada compleja—. No puedes... yo no soy tu madre y creo que ella no estaría feliz con que lo hicieras tampoco... además... no seré la duquesa por mucho más tiempo.
En ese momento comprendí que era un deseo estúpido y me alejé de ella, golpeando su mano. Nunca había tenido tal arrebato, pero me sentí resentida con ella, e incluso me enojé al no ver ningún tipo de reproche ante mi acto.
—Fui demasiado ambiciosa, sé que usted me odia.
—No te odio, tú no tuviste la culpa de nada, pero cuando te veo... recuerdo que mi esposo me mintió, yo... veo a tu madre.
Había un tono de profunda disculpa, pero en esa disculpa, no había rastros de ceder a mi pedido y me sentí todavía peor al saber que incluso ahora, mi madre me perseguía.
Yo no quería ser como ella, no, no, no. Quería ser como la duquesa, quería tener su mismo porte, su misma actitud y me llené de desdén por el mundo fuera de esta mansión, por los vestidos de lino, por el aire del campo... por todo lo que me recordara a ella.
La odiaba. Odiaba esa mitad de mi sangre que pertenecía a una sirvienta.
La odiaba por haberme dado a luz.
La odiaba por no ser como la duquesa y pensé que, si yo fuera mi padre, tampoco la elegiría.
Era una mujer tan humilde, sin cultura, que solo sabía maldecir y hablar mal de los demás, que nada la conformaba, que todo le parecía insuficiente y que, me había dado el título de hija bastarda. Mi madre tenía la culpa de todo... no... ¡mi madre no!
A diferencia de esta mujer que ahora veía alejarse, ella me amaba.
Me amaba.
Sí. Me amaba.
Pero por alguna razón, necesitaba recordármelo.
Sentada en la mesa junto a otras niñas, la taza de té en mis manos tembló.
Acepté la invitación de la hija del conde Favager pensando en lo que la profesora había dicho y en lo que la propia Anette me había recomendado.
Hacer conexiones sociales era lo mejor para mí, conseguir amigas que pudieran respaldarme, borrar con su ayuda el estigma de mi nacimiento, pero en cuanto llegué, las preguntas que me hicieron solo fueron sobre mi hermana.
La anfitriona, Adéle, no dijo ni una palabra y solo ignoró mi mirada de súplica, pese a que sabía que Fleur le había informado desde un principio que no asistiría. Como la tonta que era, pensé que, sin ella, las probabilidades de que una vez más robara la atención que merecía, serían menos. Pero la realidad era que, sin ella, en este mundo, no era nada.
—Entonces, señorita Clarice, ¿puedo llamarte así? —una de las jóvenes, habló mientras sonreía y yo asentí, esperanzada con este gesto—. ¿Qué tal la trata la vida en la capital?
—Ah... es bastante interesante.
—Ya veo. —Otra niña que también parecía expresar buena voluntad, se metió en la conversación—. De seguro fue un cambio repentino, escuché que el ducado de la familia Blanchett queda en el interior y que sus paisajes son muy hermosos.
—Muy hermosos. —Afirmé, pero en realidad no lo recordaba mucho, pocas veces mi madre me había dejado salir, solo conocía un poco de campo y algo del mercado.
—Pero estoy segura de que la ciudad le ha resultado un cambio favorecedor, después de todo, aquí puede encontrar la cuna del conocimiento —otra niña habló mientras se subía los lentes, en sus ojos había un brillo de expectación que no supe corresponder—. Me he encontrado con su hermana varias veces antes y debo reconocer que la educación impartida en su casa es excelente. Me siento algo celosa de ustedes, mi familia es incapaz de acceder a la cantidad de libros que posee su familia, en realidad, estoy un poco decepcionada de la ausencia de Lady Fleur, tenía la esperanza de devolverle los libros que me envió la última vez.
Ante su largo discurso apreciativo, no supe qué contestar y solo asentí mientras sonreía.
—Hablando de libros, la última novela de Lady Miroir salió hace poco y no pude soltarla.
Cuando la conversación se desvió, y me preguntaron por mis lecturas habituales, no pude contestar demasiado. Mi repertorio era básico y no encontraba mayor gracia en la biblioteca que tanto tiempo le consumía a mi hermana.
Luego de que mis respuestas se volvieran vagas o negativas, ellas parecieron perder el interés en mí y sus ojos curiosos se volvieron algo desdeñosos.
No pude soportarlo, así que, con una excusa, pedí retirarme. Adéle Favager fue lo suficiente amable para escoltarme, sin embargo, cuando cruzamos la puerta, ella me detuvo, puso el dedo sobre sus labios y me indicó que guardara silencio.
Inmediatamente después, las voces que se habían callado se elevaron.
—Siento pena por ella.
—¿Pena? —Alguien se rio al tiempo en que preguntaba sarcástica—. ¿Qué es lo que te da pena?
—Ella parece muy lamentable, me temo que este círculo no es para ella.
—El campo parece un mejor lugar —declaró desdeñosa—. ¿Viste sus modales? Tuve que apelar a toda mi voluntad para no decirle lo desagradable que resulta a los ojos esa forma tan burda de tomar té.
Enrojecí de inmediato.
—Ah... es una pena por Lady Fleur, teniendo tal cosita que no se puede ver, me temo que podría dañar su reputación.
—Escuché que su madre era una sirvienta.
—¿Una sirvienta? Ahora entiendo.
—¡Con razón tanta ignorancia!
—Sigue dándome algo de pena, ella no tiene la culpa de sus orígenes.
—En eso no puedo refutarte, nadie decide su nacimiento, pero no puedo sentir pena por ella. ¿Cuántos años han pasado desde que llegó a la casa Blanchett? A esta altura, ya debería haber aprendido lo básico en modales y ni hablar de esa flagrante muestra de incultura.
—Ni siquiera conocía algo tan común como las novelas de Lady Miroir. ¡Incluso mis doncellas las leen! Al menos el nombre, debió haberlo escuchado.
—Ah... por eso digo, no siento pena por ella, el nacimiento no se decide, pero la ignorancia es una elección.
No quise seguir escuchando, y me retiré con rapidez. Los pasos de la anfitriona, a diferencia de los míos, eran mucho más calmados.
—Lady Clarice. —Aunque no quería, los comentarios recibidos me hicieron sentir vergüenza y no responder su llamado solo me avergonzaría más—. Quizá piense que somos crueles, pero si quiere moverse en nuestro círculo, debe saber que un nombre no lo es todo.
Cerré los ojos unos segundos y me obligué a calmarme.
—Gracias.
—No me agradezca, no lo hago por usted. Mi madre y la duquesa son amigas, y aunque no somos cercanas, aprecio a Lady Fleur, su existencia en sí misma ya es una vergüenza y su poca consciencia de sí misma solo me hace preocuparme por el qué dirán y si esto la afectará.
Sonriendo sin fisura alguna, se dio la vuelta y regresó.
Siempre, todo se trataba de Fleur, siempre de ella.
Ya en el carruaje no pude evitar llorar de rabia. No era yo, eran ellas, eran ellas las que se creían mejor que yo, y su carácter estaba lleno de defectos, peores que mi ignorancia. Este círculo era horrible, pero si ella podía enfrentarlo, entonces, yo también.
Sin embargo, toda mi determinación se desvaneció cuando la vi parada en la entrada, sus ojos miraban con calma los baúles de su madre ser llevados afuera. No había ni la más mínima pena, solo una calma que me molestaba y que me recordaba, a su vez, que mi padre ahora era como un fantasma.
Ni siquiera se había puesto así cuando mamá murió.
Apreté los dientes y me paré junto a ella, apoyada contra la columna, dejé caer mi peso. Fleur estaba parada de forma perfecta, con la espalda recta y la barbilla levantada.
—Debe ser difícil —dije.
—¿Qué podría serlo?
—Perder a tu madre. —Apoyé mi mano sobre su hombro y me sentí bien de ser yo quien la compadeciera—. Sé lo que se siente, cuando mi madre murió sentí que el mundo se derrumbaba... gracias a la diosa, papá estaba conmigo... pero no te preocupes, aunque él ahora no pueda, yo te haré compañía, soy tu hermana mayor después de todo y me preocupo.
Ella me miró desconcertada y me sentí triunfante. Estaba contenta con el matrimonio de la duquesa, porque después de todo, muchos chismes se esparcirían y Fleur estaría indirectamente en ellos. Ahora, no solo mi madre era una vergüenza. En realidad, era peor porque la suya era una mujer divorciada.
—No perdí a mi madre.
—Yo sé que es doloroso, pero debes aceptarlo, ahora que se casará con otro hombre, formará otra familia... no estás sola, créeme.
Eso era otra cosa genial, no solo divorciada, sino, con fama de cualquiera.
Me aproveché de su estupor y tomé sus manos; con los ojos cristalizados, me recordé las palabras de las niñas en la fiesta de té. Quizá no fuera tan educada, pero sabía ganarme el favor y parecía funcionar ahora que escuchaba los comentarios de las sirvientas.
La vi enrojecer y pensé que estaría avergonzada, pero en vez de eso, su respuesta me desconcertó.
—Si ese fuera su deseo, ¿quién soy yo para negárselo?
—¿Qué?
En medio de mi estupor, Margot llegó con una taza de té y se fue a buscar una para mí.
—Si mi madre deseara comenzar una nueva familia y por ello olvidarse de mí, no me atrevería a culparla. —La vi llevarse la taza a los labios y no pude evitar compararnos—. Quizá no lo puedas entender, pero si fuera ella, habría hecho lo mismo, permanecer casada con una persona que te traiciona es... degradante.
Abrí los ojos y fruncí los labios antes de contestar, con el rojo de la vergüenza trepándome por las mejillas.
—Las personas son diferentes y nadie hace las cosas como los otros, por el sencillo hecho de que, como dije, somos diferentes.
La escuché y me dejé caer de nuevo contra el pilar.
—Tienes razón, sin embargo... sigo creyendo que deberías mostrarlo si te duele, llorar si quieres, papá y yo te cuidaremos ahora que estás sola.
No estaba conforme, no me gustaba saber que no sentía vergüenza, ni reproches, que ella estaba bien y que se sentía tan segura de todo. No podía aceptarlo y pensé que, si me quedaba un momento más, solo le tiraría esa taza, que tan bonitamente sostenía, en la cara.
Una vez más me sentí inferior a ella cuando vi al príncipe parado en el vestíbulo de la mansión. Con los ojos de quien mira una cosa superflua, sus mirada mostraban que nada de aquí lo impresionaba, que todo era nada para él.
Detallé sus facciones, que eran hermosas y agradables y pensé que sería genial si fuera yo y no mi hermana la que se convirtiera en su esposa, después de todo, ¿quién se atrevería a menospreciarme si me casara con él? Pero la realidad era que ni siquiera tenía un compañero de matrimonio.
Papá no había dicho nada y yo no me había atrevido a hacerlo. Sabía que mi estado como hija ilegítima no me permitiría un buen matrimonio, no el que yo deseaba al menos. ¡Yo quería la mejor pareja!
De alguna manera, la imagen de mi hermano, que no había visto en mucho tiempo, apareció en mi mente y la alejé de inmediato. Mi hermano se había ido durante tanto tiempo y sin embargo, era incapaz de olvidarme, quizá, porque a veces soñaba con él; aunque preferiría no hacerlo, porque sus miradas siempre iban cargadas de desprecio y yo sentía mi corazón despedazado.
Pocas veces podía recordar el contenido de esos sueños, pero estaba segura que eran de otro momento, quizá del futuro, porque en ellos, a veces, aparecía esta persona.
¡Sí!
Sí, si fuera el futuro, ¿no sería maravilloso? Incluso si Bastian me odiara, si podía obtener su atención, si pudiera robarlo de ella, si pudiera... entonces ¿qué no sería mío?
¿Qué había de especial en ella?
Era bonita, pero yo también lo era y ambas éramos hijas de esta casa y no se necesitaba magia para dar a luz.
Este punto era el que más me molestaba.
No fue una ni dos veces las que escuché los comentarios de las criadas que se burlaban de que no solo era una niña ilegítima, sino que, además, ni siquiera tenía un poquito de magia. La magia no era lo que se necesitaba para conquistar el corazón de un hombre.
Con este pensamiento, me arreglé un poco la falda del vestido y me apresuré al salón para fingir que me había topado con él por accidente.
—¿Puedo serle de ayuda? —Omitiendo el saludo que había aprendido con ese demonio que tenía por profesora, ignoré el brillante bordado en la solapa de la chaqueta y fingí no conocerlo. Si la primera impresión era lo que contaba, ¿no sería mejor, para este joven que seguro estaba hastiado de las formalidades, alguien que lo tratara con dulzura y amabilidad?
—No realmente... pero, ¿la señorita es...?
—Clarice. —Al notar que no se molestó y que en vez de eso preguntó por mí, sonreí contenta—. Clarice Blanchett.
La sonrisa en sus labios permaneció sin cambios y me sentía aliviada de no notar ningún rechazo de su parte ante mi nombre, sin embargo, mis palabras que querían seguir haciendo de puente entre nosotros, se vieron frustradas cuando escuché la voz de mi hermana.
Mi corazón cayó en cuanto la vi. Los ojos que me habían mirado, me abandonaron con tanta facilidad, que toda mi seguridad se esfumó y me sentí morir cuando noté que ante la burla implícita a mi intento por parecer ignorante y sencilla, él elegía ignorarme. Ni siquiera me escatimó una mirada al dejarme inclinada sin el permiso para incorporarme.
Mis piernas se debilitaron y caí al suelo sin la fuerza para levantarme.
Los ojos se me llenaron de lágrimas y un sentimiento amargo y horrible se me hundió en el pecho de tal forma, que pensé que me ahogaría.
¿Dónde era mejor que yo?
¿Por qué solo a ella la miraban?
Me tapé el rostro con ambas manos y no pude evitar recordar que, incluso ante los ojos de mi propia madre, yo era inferior.
Gracias por leer y les recuerdo que pueden adquirir la versión editada del libro tanto en físico como en digital a través de Amazon y en librerías (impresión bajo demanda).
La versión editada tiene contenido nuevo y en físico posee ilustraciones ❤️
Flor~
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