CLARICE I
Otra vez.
Otra vez está llorando.
Escondida detrás de la puerta, miré a mi madre llorar porque papá se iba.
No entendía por qué lloraba, si siempre volvía, y traía muchos regalos. Él vivía en un lugar grande y con mucho ruido, o eso me explicó una vez; un lugar con mucha gente, caballeros y bonitas damas, también había una reina, un rey y príncipes, como en los cuentos. Si se iba a un lugar tan maravilloso, ¿por qué lloraba?, ¿era que quería ir con él? Quizá era por eso, yo también quería, pero papá dijo que era muy pequeña.
—Mami. —Abrí la puerta, entré corriendo a la habitación y me sostuve de su falda, apenas llegaba un poco más arriba de la altura de su regazo, lo suficiente como para apoyar mi cabeza allí—. Mami, no llores. Papá ya va a volver.
Sin secarse el agua de las mejillas, me miró y pude ver el rojo que le enmarcaba los ojos oscuros. Mi mano, pequeña, se estiró intentando tocarla, pero esta se alejó y, en cambio, me puso sobre su regazo. Desde ese lugar junto a la ventana, la silueta de papá se veía en su caballo mientras salía por las grandes puertas.
Quise sostenerme del marco y sacar la cabeza, gritarle para que me viera, pero mamá no me dejó, volvió a sentarme y negó con la cabeza.
—No, se molestará si lo llamas.
—¿Por qué? —Llena de curiosidad, giré para mirarla, los grandes bucles rubios caían frente a su pecho y sin resistirme, tomé uno y pasé los dedos entre las hebras doradas. Yo también tenía este pelo y papá dijo que era bonito.
—Porque somos una molestia para él.
Mi ceño se frunció al tratar de entender a qué se refería. ¿Molestar significaba que no le gustabas a alguien? Pero yo le gustaba a papá, él siempre me ponía sobre sus piernas o cabalgaba conmigo por el campo. Si yo le molestara, no haría esas cosas conmigo ¿verdad? Aparte... el quería a mamá, porque la abrazaba y también le daba besos.
—No le molesto.
—Sí, ambas lo hacemos. —De repente, me arrastró en un apretado abrazo y su cabello me hizo cosquillas en el rostro, haciéndome reír.
—¿Por qué? —La miré desde abajo mientras correspondía su abrazo y pregunté. Era tan extraño todo lo que decía.
—Porque él tiene una esposa y más hijos.
Abrí la boca sin saber qué decir, no entendía y pareció notarlo, porque enseguida, me separó para mirarme de frente.
—¿Entiendes? —Sin dudarlo, negué y ella suspiró—. Significa que hay una mujer, una mujer mala que se robó a tu papá y esa mujer mala, obligó a papá a tener hijos, niños como tú.
—¿Niños? —Inflé el pecho y me sentí algo emocionada. Mamá decía que no podía jugar con los demás niños, porque eran gente sucia, pero si ellos eran hijos de papá, entonces debía estar bien si jugaba con ellos.
—Sí, niños malos.
—¿Malos? —Mi pecho que se había llenado de emoción, se desinfló al instante.
—Ellos se roban a papá, igual que la señora mala, se robaron las cosas de mamá y tuyas.
—¿Mías? —Miré alrededor, los juguetes que papá me había comprado estaban guardados en el baúl ahí en una de las esquinas y mi muñeca estaba ahí sobre el sillón. Luché por bajarme de su falda y apenas lo hizo, corrí a mi habitación. El otro baúl con juguetes estaba ahí, miré el armario y mi ropa también.
¿Qué se habían robado?
No entendía. Volví de nuevo a donde estaba mi madre y la miré con gesto curioso.
—Mamá... ¿qué se robaron? Todas mis cosas están.
Ella me miró y se rio, pero su risa era un poco rara.
—No entiendes porque no lo viste. —Me acercó a ella y me cargó antes de presionar mi cabeza sobre su hombro y comenzar a mecerme—. Pero no te preocupes, mamá te mostrará, porque mamá quiere que seas cuidadosa con esas personas, después de todo, tú tienes que recuperar lo que te pertenece.
Me sostuve de la mano de mi madre con fuerza mientras caminábamos por una calle llena de gente. Había tantas personas y tantos edificios gigantes con muchos colores, que no sabía a dónde mirar. Todo era tan nuevo y curioso.
En nada se parecía al lugar donde vivíamos.
Mi cabeza giró en todas direcciones tratando de captar todas las cosas que había. Niñas con canastas vendían cosas, "flores de seda", "listones para el cabello", "cintas para el vestido", "dulces", "pan", gritaban a viva voz y yo solo quería detenerme a verlo todo.
—Quédate a mi lado, no te sueltes. —Sin embargo, mamá no me dejaba—. Muy pronto podrás verlos.
De inmediato mi atención se volvió a sus palabras y no pude evitar emocionarme, aunque mamá había dicho que eran malos, quizá estaba equivocada.
De las grandes y bulliciosas calles, pasamos a caminos más tranquilos, con casas cada vez más lejanas la una de la otra, a través de las verjas, grandes y esplendorosos jardines se veían y el color de las flores estaba en todos lados. Mi boca se abrió de asombro en cuanto llegamos a una en particular luego de haber caminado durante un rato largo, pero antes de llegar a la puerta, mamá se detuvo y me cubrió con la capa.
—¡Hace calor! —protesté.
—Mi bebé, nadie puede verte, sino, la mujer mala te hará daño y a mí también. —La preocupación en su voz me llenó de miedo y ya no protesté—. No quieres eso, ¿verdad?
Negué con rapidez y empecé a pensar que era mejor no entrar si es que esa mujer realmente podía hacernos daño, no obstante, mamá, que parecía muy convencida pese al miedo; entonces, rodeamos la gran casa y entramos por una puerta diferente. Una doncella desconocida nos recibió y me tomó en brazos antes de llenarme de besos.
—Ha sido un largo tiempo, Anette. —Mamá sonrió y abrazó a la mujer con fuerza durante unos segundos antes de preguntar por "ellos".
—El señorito y la señorita están en el jardín trasero... con el Duque y su esposa. —Todavía en los brazos de esta desconocida, pude ver el semblante de mi madre oscurecerse. Temblé de forma involuntaria al verla, pero esa expresión desapareció tan rápido como apareció, quizá lo había imaginado y en cambio, se rio antes de quitarme de las manos de la joven.
—Vamos a ver entonces, que Clarice vea a sus hermanos. —No sabía por qué, pero el tono con el que lo dijo, terminó por asustarme y ya no quería verlos. ¿Y si de verdad eran malos?
—Mami... no quiero. —Me mordí los labios, me encogí de hombros y pasé mi mano por mi cuello, incómoda.
—¿No querías verlos? Mamá dijo que te mostraría todo lo que ellos se robaron. —Me miró y su expresión se volvió triste; sus dedos, fríos, se posaron en mi mejilla e imprimieron una caricia—. Mi bebé hermosa, si mami no hace esto, pensarás que es mamá la que es mala y miente.
No supe qué decir, pero era cierto que yo no quería pensar eso de mi madre. Lo mejor entonces, era ser valiente y ver a esa gente mala que decía mamá, quizá, hasta no fueran malos y me dejarían jugar con ellos. Con este pensamiento, asentí con la cabeza y sentí el miedo bajar y la incomodidad atenuarse.
Esta tranquilidad duró muy poco, porque a medida que íbamos pasando por los pasillos, mi asombro crecía, ¡era un lugar tan lindo! ¡tan, tan, tan bonito! Sin embargo, mientras más maravillada me sentía, el semblante de mi madre empeoraba.
—Todo esto es lo que nos quitaron, ¿ves bebé?
Mis cejas se juntaron y asentí a medias. No lo había pensado.
Mientras caminábamos, no pude evitar ver los cuadros colgados en las paredes, eran imágenes hermosas y pude ver a papá. Papá con una mujer desconocida, linda, muy linda y también... niños.
Mis ojos se abrieron a más no poder cuando vi las pinturas. No avanzábamos rápido, más bien, creo que mi madre también estaba impresionada. Estiré un brazo y rocé con la punta de los dedos un cuadro, en él, había un niño, un niño con el cabello blanco.
La imagen del niño se fue desvaneciendo a medida que los pasos de mi madre seguían hacia adelante, los pasillos iluminados por grandes ventanales dieron paso a una habitación en la planta alta. Anette... así creo que se llamaba la chica, la que me daba besos y presionaba mis mejillas, nos llevó allí y abrió la ventana.
—Mira bebé, ¿no ves lo malos que son? Se roban a papá. —Mis ojos, que hasta el momento habían estado inspeccionando el lugar con curiosidad, se apartaron de los largos estantes con libros y miraron hacia abajo.
Al tiempo que inclinaba la cabeza, abrí la boca a punto de gritar cuando vi a mi padre, pero mi madre lo evitó al poner su mano sobre mis labios con rapidez. La vi negar vigorosamente y mis cejas se juntaron sobre mi frente, mis labios vueltos un puchero.
—¡Papá! —El grito de un niño me sorprendió y mi atención enfurruñada se dirigió hacia donde venía la voz. Allí, vi al niño del cuadro, en su mano una espada de madera; pero su rostro, el que no alcanzaba a ver bien, parecía enojado. Estaba sentado en el suelo y mi padre estaba frente a él con una espada de madera más grande. ¿Estaban jugando? ¡Yo también quería jugar!
Papá lo levantó del suelo y se rio. Yo... nunca vi a papá reírse así, pero el niño no parecía disfrutarlo mucho.
—¡No reír! —¡Otra voz! Abrí más los ojos, luché por bajar de los brazos que me sostenían y me sostuve del barandal del balcón; metí la cabeza entre los espacios abiertos y observé a otro niño, no, una niña. Era chiquita.
—Muñeca. —De forma inconsciente, esa palabra salió de mis labios en un susurro. Caminaba graciosa con ese vestido de listones y me reí en silencio al verla pararse frente al niño y mirar desafiante a papá.
—¡Papá! ¡No! —La niña parecía enojada y pensé que papá se molestaría, porque decía que los niños eran feos cuando se portaban así; sin embargo, me sorprendí y miré a mi madre con rapidez, como para que ella me dijera que era verdad lo que veía.
Me llevé la mano al pecho, porque tenía una sensación incómoda ahí. Froté con algo de fuerza y fruncí los labios. No me gustaba. No me gustaba la sensación rara y no me gustaba la niña. Papá no se enojó con ella, en vez de eso, frotó su cabeza y la alzó, rozando su mejilla contra la suya.
Me sentía mal.
—Querido. —La tercera voz, era más baja, muy agradable, pero me hizo sentir peor, porque venía de una mujer que, dejando una caricia sobre el niño, se encargó de quitarle el polvo de la ropa antes de darse la vuelta y apoyarse contra mi padre. Sus manos también pasaron por la cabeza de la niña.
Mi nariz comenzó a picar sin razón y cuando me alejé del barandal para pedirle a mi mamá que me cargara, la vi llorar. No como cuando papá se iba, ella parecía muy, muy, muy triste. Los ojos me ardieron y enterré mi cabeza en la falda de su vestido.
Sentí la humedad de las lágrimas en las mejillas y hundí todavía más la cara en la tela del vestido. ¿Por qué mamá me había traído a este lugar? No me gustaba. Ella también estaba triste.
Escuché el sonido fuerte que hizo mi madre al tragar antes de recomponerse y llevarme a sus brazos, el calor de ellos fue reconfortante y las palmaditas en mi espalda calmaron poco a poco el hipido.
—Vamos... ya viste suficiente.
La próxima vez que volví a ver a papá, fue un tiempo largo después de esa vez. Mamá me dijo que no podía decir nada sobre nuestra visita a su casa en la ciudad grande, porque si no, el se enojaría con nosotras y no vendría más. Se quedaría con esos niños y la mujer mala. Yo no quería eso, así que hice lo que dijo mi madre y no dije nada.
Sin embargo, a veces soñaba con los niños esos. Soñaba con la niña esa que podía portarse mal y que nadie le dijera nada, así que, cuando mi madre se fue durante un tiempo, me acerqué a mi padre y tiré de su pantalón para que me viera. Hacía rato ya que hablaba con un señor sobre cosas del "ducado", ¿qué es un ducado?
Fruncí el ceño un momento, casi olvidando lo que iba a preguntar, pero cuando papá me llevó a sus brazos, lo recordé, tal vez porque su pelo blanco me recordaba a ellos. ¿Por qué ellos tenían el pelo como papá y yo no? Esa pregunta casi se me escapa, pero recordando los ojos esos que me había dado mamá cuando me advirtió, mejor decidí callarme.
—Papá... Si papá tiene otros bebés, ¿dejará de quererme? —Tuve que pensar durante un largo rato cómo preguntar, porque si mi madre se enteraba, seguro me castigaría y de verdad sentí miedo cuando la expresión relajada en la cara de mi padre se oscureció un poco.
—¿Por qué dices eso? —Mis labios se fruncieron ante la pregunta y las imágenes volvieron a mi cabeza, como esos cuentos con dibujos, solo que con movimiento. No sabía cómo responderle—. Papá no dejará de quererte, eres el sol de papá, ves, como el sol allá arriba, siempre que lo veo, te recuerdo.
Su respuesta me hizo sonreír, porque si yo era como el sol, entonces, sin importar adónde fuera, estaría con él, incluso si estaba con esos otros niños, porque el sol no se va... pero, ¿y en la noche?
—¡¿Y cuando el sol no está?! —Abrí los ojos a más no poder, pregunté con urgencia y tomé su cara entre mis manos—. Papá tiene que venir más tiempo con nosotras, con mamá y conmigo, porque si no, te olvidarás de mí.
—Pff. —Él se rio, pero asintió y de verdad cumplió, porque empezó a venir con más frecuencia y mamá también estaba más feliz con eso. Sonreía más y también me abrazaba más. Eso duró hasta que, una vez, nos topamos con alguien en las calles de la ciudad, que no era tan grande y ruidosa como esa que había visto.
Los ojos de la señora nos miraron tan feo que mamá me llevó a su pecho y se dio la vuelta apresurada, incluso cuando le dije que no habíamos comprado esa muñeca que vi la otra vez que salimos y que había prometido comprarme si me portaba bien. ¡Me había portado bien! ¿Por qué esa señora asustaba a mi madre así?
Asomé la cabeza desde el hombro de mi madre y miré que la señora seguía allí, mirándonos. A mí no me daba miedo, de hecho, esa señora siempre había sido muy amable conmigo, pero tampoco me dejaba decirle a nadie que nos conocíamos, así que levanté la mano con cuidado y la saludé desde lejos. Ella también levantó la mano por un momento y volvió a bajarla.
Yo no entendía por qué mi mamá le tenía miedo, pero desde entonces, se volvió... mmm... un poco... ¿loca?
Decía que teníamos que tener cuidado porque seguro nos haría daño y que si la veía debía alejarme rápido, porque también era mala y yo dije todas las veces que sí, aunque fuera mentira. A mí me gustaba esa señora, pero nunca más la vi.
Escondí la cabeza dentro de la capa y miré el jardín desde una esquina. Mamá otra vez me había llevado, porque dijo que no debía olvidarme lo que "esa gente desagradable" nos había quitado y empecé a pensar que sí, que era verdad, cuando noté que, ahora que estaba lejos de nosotras, mi padre se sentaba con ellos.
Mis ojos se detuvieron un tiempo en el niño que le ofrecía un postre a la niña.
Hacía tiempo que comprendí que cuando una persona tenía hijos, incluso si no compartían la misma mamá o papá, eran hermanos, pero mamá no me dejaba conocerlos, papá no hablaba de ellos y ellos... no parecían querer conocerme tampoco. Si no, ¿por qué serían así entre ellos solamente?
La mamá de ellos, esa, la mujer mala, también estaba allí y hablaba mientras movía las manos y sostenía con ligereza la taza de té de una forma muy hermosa. En realidad, ella era muy, muy bonita, igual que la niña, ambas parecían muñecas, ¡y tenían el cabello muy lacio! No pude evitar mirar los rizos rubios de mi madre y los míos, que eran iguales. También, me di cuenta que éramos diferentes, porque papá parecía mucho más alegre y cómodo cuando estaba con ellos, aunque no sonriera ni riera, él parecía contento.
Otra vez esa sensación fea en el pecho me hizo llevarme la mano a ese lugar, pero no lloré y seguí mirando.
Habían extendido una manta en el suelo y la niña se sentó allí con una muñeca y un libro. La había acomodado sobre su falda y parecía leer con atención hasta que, en un momento, levantó la voz y llamó a "Bastian". Me di cuenta que ese era el nombre del niño cuando este, abandonó la mesa, se dirigió a su lado y miró algo sobre las hojas antes de hablar; ella asintió y siguió leyendo, pero él no se fue. ¡Seguro ese libro era interesante!
Mientras se sentaba a su lado, él escuchaba con paciencia, a veces indicaba algo, a veces solo se quedaba callado, pero siempre prestaba atención. Tener un hermano parecía algo muy lindo, pero, aunque los tenía... incluso... aunque yo también era la hermana de ese niño, parecía que ella se robaría toda la atención.
Cuando estaba con papá, él parecía quererla incluso más que a mí. ¡Y había sol! Levanté la cabeza, miré el cielo y sentí que era un mentiroso.
Durante un largo rato nos quedamos así, mirando; mamá parecía triste y enojada. Seguro sentía esa sensación fea que tenía yo, así que me acerqué y la abracé.
—Mi bebé preciosa... —Apretándome con fuerza, dijo en voz baja—: Si tan solo no existieran.
Me quedé callada un momento antes de responder débilmente que sí. Quizá, si ellos no existieran, papá se quedaría con nosotros, aunque comencé a pensar, que sería lindo si solo la niña y su madre desaparecieran, así, yo me quedaría con él, con Bastian. Esa parecía una buena idea. Él se quedaría a mi lado y leería conmigo... solo que yo... no sabía leer... bueno, siempre podía aprender, ¡incluso podría enseñarme él!
Sonriendo, sentí que esto era lo mejor.
Me perdí y me comencé a asustar cuando no vi a mi madre por ningún lado. Ya estábamos por irnos cuando esa chica, Anette, la llamó y yo, curiosa por los largos y adornados pasillos con innumerables cuadros en las paredes, seguí mirando. Aquella vez no había podido mirar bien, pero ahora sí, sin embargo, cuando me di cuenta, ya no sabía dónde estaba.
—¿Estás perdida? —Una voz detrás de mí me asustó y al darme la vuelta me encontré directo con los ojos plateados de la niña esa. Mi hermana.
En pánico, no supe qué hacer y solo me cubrí con la capucha lo más que pude; sin embargo, ella parecía interesada en mí, por qué se acercó y trató de verme, incluso cuando yo me alejé lo más que pude. Mamá ya me había dicho que no podían vernos.
—¿Por qué no contestas? ¿Eres la hija de alguna de las doncellas? ¿Quieres que te ayude? —Pregunta tras pregunta, en lo único que pude fijarme, fue en la sonrisa con la que hablaba y en el libro en sus manos.
—Yo...
—¡Oh! ¿Te gusta? ¿Quieres verlo? —Al notar la dirección de mi mirada, levantó el libro en sus manos y lo tendió hacia mí—. Vine a guardarlo porque ya lo terminé, pero si quieres, podemos verlo juntas. ¿Sabes leer?
—No... pero sí quiero verlo. —Tomé una bocanada de aire y miré a todos lados, avergonzada. Ella parecía más pequeña que yo y sabía leer.
—¡No hay problema! ¡Puedo enseñarte! —Infló el pecho, como si se sintiera muy orgullosa y se acercó para tomar mi mano antes de que pudiera reaccionar y me llevó a una habitación muy blanca, pero había una estantería con libros de colores y varias muñecas en los sillones, también, había una gran cama—. Yo quise aprender porque mi nana siempre empieza a bostezar cuando los lee.
—Los libros son aburridos —dije sin pensarlo.
—¡No! —Sobresaltada, volteó a mirarme y noté como el pelo se movía detrás de ella—. Los libros son lindos.
Me empujó hacia el sillón, abrió el libro y me mostró los dibujos.
—¿Ves? ¿No te parece aburrido mirar los dibujos solamente?
Como dijo ella, miré las hojas, pero no encontré nada de malo en los dibujos, en realidad, eran muy, muy hermosos, quizá los miraría por días.
—Yo quería saber qué decía, pero los libros que había en casa eran muy complicados para que yo los leyera; entonces mi mamá nos llevó al mercado y una señora extraña me lo dio.
—¿Extraña?
—¡Sí! Una señora rara, estaba llena de cascabeles y hablaba un poco raro.
Fruncí el ceño mientras trataba de imaginar lo que decía, pero no pude encontrar respuesta. A ella no pareció importarle que no contestara y arrimó el libro a mí, dejándolo sobre mi falda.
—Trata sobre unos zapatos mágicos. —Se sentó a mi lado y dio vuelta las páginas mientras me contaba sobre lo que trataba: unos zapatos que podían cambiar un destino. No sabía lo que era un destino y ella tampoco, pero era igualmente interesante. Estuvimos un rato así en donde ella me enseñaba cómo sonaba cada "letra".
Al parecer las palabras se componían de letras y estas letras tenían sonidos.
—Bastian dice que aprendo rápido.
—¿Bastian?
—Mi hermano mayor —contestó sonriente y volvió su atención a las páginas del libro, pero yo no estaba tan interesada. Leer era bastante aburrido, prefería jugar con las muñecas. Ella tenía muchas, aunque no parecía interesada.
—¿No te gustan? —pregunté intrigada mientras señalaba algunas.
—Mm... no es que no me gusten... solamente... son un poco aburridas, pero mi abuela me hizo una. —Se levantó y dejó el libro a un lado para correr hacia la cama y trepó por el costado antes de tomar algo y traerlo—. Se llama Emma.
—Emma... —Al verla, no me atreví a decir que era muy fea.
—Es fea, pobrecita. —Al parecer no era necesario, porque ella misma lo dijo—. Pero mamá me dijo que a las cosas hay que quererlas no por cómo se ven, aparte... —acercándose a mí como en secreto, dijo—: La abuela solo sabe de espadas y esas cosas, era un caballero como papá, entonces, mamá dijo que era muy muy valiosa, porque se hizo con amor y esfuerzo.
—¿Qué es amor y esfuerzo?
—Mmm... una vez le pregunté a mi hermano, porque tampoco lo entendí y dijo que esforzarse es cuando haces algo y te cuesta un poco de trabajo, algo así. —Torció la cabeza hacia un lado y se llevó la mano a la barbilla, se veía graciosa—. Y amor es más difícil, él tampoco sabía, así que le preguntamos a nuestra mamá y dijo que había muchos tipos, pero que había amor entre nosotros.
—¿Entre ustedes? —Era curiosa ahora.
—Sí, porque ambos nos preocupamos por el otro y nos sentimos felices cuando nos vemos, aunque a veces peleamos. —Señaló algunas muñecas que estaban apoyadas delante de una estantería con libros y exclamó—: No me gustan tanto, pero Bastian rompió muchas con su espada, ¡eso me hace sentir tan enojada!
—¿Por qué? —Estaba todavía más curiosa. No sabía lo que era tener hermanos y sonaba bastante entretenido.
—Porque son mías, y tengo que cuidarlas. No puedo dejar que nadie las rompa... —Suspiró muy fuerte—. Pero, es mi hermano y yo lo quiero mucho. Mamá dijo que querer es amor, entonces, eso es amor. —Asintiendo, me miró muy convencida y empecé a pensar que el amor seguro era una cosa hermosa, yo quería ese amor, incluso, podía dejar que rompiera mis muñecas, total, papá me compraría más. A mí no me importaba.
—Ya veo.
Quería decir más, pero mi madre, que parecía agitada, se precipitó por la puerta junto con Anette y miró entre la niña y yo. Su rostro se notaba rojo y sus ojos parecían arder. Comencé a temblar al pensar en lo que me diría en casa, si se enojaba mucho me haría arrodillar sobre maíz hasta que "recapacitara", nunca supe lo que es recapacitar, pero me daba miedo.
—¿Quién eres? —La niña miró a mi madre y a la otra joven con el ceño fruncido.
—Disculpe, Señorita. —Anette se inclinó y llevó a mi madre a hacer lo mismo. No supe por qué, pero esa escena me incomodó y el sentimiento agradable que había tenido hasta el momento, se desvaneció—. Estábamos buscándola.
Mientras me señalaba, se acercó y me instó a ir con ella.
—¡Espera! No te la lleves. —Negó, me tomó por el brazo y me sorprendí cuando, con voz autoritaria, les ordenó salir. Ella era más pequeña que yo, pero ya podía ordenarle a los mayores qué hacer.
Se acercó a la mesa, tomó el libro y lo puso en mis manos.
—Toma. —Sonrió y me lo tendió al tiempo que hablaba—. Yo ya lo leí, llévatelo y practica, así, la próxima vez podemos leer otras cosas juntas. ¿Te parece?
Asentí, no quería negarme y lo escondí debajo de la capa. Era probable que mi madre me lo quitaría si lo veía, así que caminé hacia la puerta y sostuve con fuerza los bordes. Ella me acompañó y mirando a mi madre, le dijo que ya podía retirarse.
Desde entonces, nunca más mencionó volver.
A medida que el tiempo pasó, me sentí más y más inquieta. Aunque no me gustaba el lugar, quería regresar. Papá hacía tiempo que no volvía y mamá se había puesto triste y se enojaba con frecuencia.
"Es todo culpa de esa mujer".
"Son esos niños horribles".
"¿Viste cómo me miró? Ella se cree mejor que tú y yo".
"Debes deshacerte de esa mocosa estúpida".
"Niña engreída".
"Mujer asquerosa".
"Es igual a su madre".
Todos los días, al menos una vez, escuchaba esas cosas y comencé a pensar que era cierto, aunque yo no pensaba que ese niño me hubiera robado algo, después de todo, yo era niña y él era niño, por supuesto, ¿qué me robaría él?
Pero era distinto cuando pensaba en ella. Descubrí que se llamaba Fleur porque al final del libro lo decía.
Con letra torpe y no muy linda, había escrito: "Propiedad de Fleur".
Me había dado algo que le pertenecía e incluso le había puesto su nombre. Aún si tenía muchas cosas, ¿era necesario darme algo que era de ella?
Pensé en tachar el nombre y poner el mío, pero estaba segura que quedaría muy feo y a mí me gustaba mucho, aunque no estaba muy interesada en leer lo que decía, me había "esforzado" en hacerlo, porque quería que él me alabara, que dijera que aprendía rápido. No obstante, cuando mi madre, fuera de sí, fue a la capital conmigo, no tuve oportunidad de decirle nada.
Mamá y papá pelearon.
—Cómo te atreves a venir aquí.
—¿Cuándo le dirás a tu esposa sobre nosotros?
—Pronto.
—¡¿Pronto?! ¡Siempre dices lo mismo y nunca lo haces! Siempre igual, ¿por qué me haces esto Alexandre? ¿Por qué? ¿Es porque ella es más bonita que yo o quizá porque viene de una casa mejor?
¿Más bonita?
¿Una casa mejor?
Sentada en el sillón del estudio, mientras la escuchaba gritar, me pregunté qué era eso de una casa mejor y pensé que quizá se refería a esta, de hecho, era más bonita que la nuestra.
—¿Y qué pasa con nuestra hija? ¿La mantendrás escondida siempre? ¿Te avergüenzas de ella o qué? ¿Es por tus otros hijos? ¿Es por eso? Si la cuidaras, si te ocuparas, ella no sería inferior a ellos.
¿Inferior?
No recuerdo lo que contestó papá, pero sí recordé que no los vi, tal vez no estaban, pero sí recuerdo esa palabra y las demás cosas que vi. Al mirar de nuevo todo cuando nos íbamos, sentí que quizá mamá tenía razón.
Algo inferior, es cuando algo es menos, vale menos, o es peor que otra cosa. Eso dijo cuando se lo pregunté después.
Entonces, quizá, ciertamente, era inferior.
Recordé a la niña y miré el libro. Ella podía leerlo y yo todavía no podía, ella tenía un cabello bonito, una cara muy linda, como una muñeca, y un hermano que sentía "amor" por ella. También, tenía una madre bella y delicada, que parecía quererla mucho... yo quería esas cosas.
Las cosas que eran mías.
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La versión editada tiene contenido nuevo y en físico posee ilustraciones ❤️
Flor~
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