CINCUENTA

Lo vi beber y sonreír, sin embargo, mi pregunta estaba sobre aquello que sus ojos no me decían, aquello que yo no podía llegar a saber, pero de igual forma le sonreí y lo insté a ir al salón; al punto en donde la gente era más bulliciosa, donde los hombres y las mujeres abusaban de las máscaras para ser más descarados.

Las bebidas iban y venían y algunas mujeres de mejillas sonrojadas se escondían tras abanicos vistosos, mientras que algunos hombres menos compuestos se sostenían de lo que encontraban. De manera inconsciente fruncí el ceño, pero me obligué a sonreír cuando algunos nos abordaron.

Las risas iban y venían cargadas de significado, las implicancias de las preguntas se acompañaban de alcohol y satisfecha, vi como Silvain aceptaba más de una en contra de su costumbre común. Su mano sobre mi hombro pretendía ser cariñosa, pero cuántas veces había sido así, me sonreía un día y al siguiente... bueno, no valía la pena pensarlo.

Miré alrededor y mis ojos siguieron algunas figuras, las faldas amplias y las máscaras sobre sus caras no las diferenciaban del resto, eran otras del montón, excepto por las brillantes flores de malva real* en sus cabezas, escondidas entre los cabellos. Los hombres las llevaban en el pecho como una decoración superflua, que nadie lo notara se debía a la sencillez.

En este ambiente brillante, la simpleza de las flores se había perdido bajo pliegues de seda satinada y bordados elaborados.

Estas personas se movían aquí y allá igual que los demás, con las caras ruborizadas y los ojos acuosos, se reían, pero sus cuerpos desenfadados mantenían su frente hacia nosotros. En sus ojos brumosos, la agudeza de quien espera estaba tan escondida que, si no lo supiera, los pasaría desapercibidos.

—La belleza de la señorita es excelsa. —Un caballero se acercó y mis ojos se enfocaron en la flor de su pecho—. ¿Puedo ser atrevido y pedirle un baile?

—Tendré que declinar, como verá, de mí depende la seguridad del príncipe. —Me reí y señalé las mejillas enrojecidas de mi todavía prometido.

—Qué lamentable. —Bajo la mirada ajena, el intercambio fue agradable y cordial, ni siquiera Silvain se había mostrado alerta con su cercanía y lo que había que confirmar ya lo había sido.

Aspiré una bocanada de aire y tragué con avidez el vino en mi copa. A medida que los minutos pasaban, mi corazón ahogado de emoción y la risa que me invadió al llegar, se apagó; en cambio, la incertidumbre me carcomía. Me convencí de que esto era lo correcto y si no lo era, ya estaba hecho.

Lo único que me quedaba por sabido era que, aunque la relación se rompiera hoy y para siempre, su vida se conservaría. Era la mayor concesión que le haría.

Lo vi comenzar a tambalearse y una doncella le hizo de soporte cuando el paso se le aflojó. En sus ojos había una bruma extraña y sus palabras eran algo confusas, muchos lo interpretaron como ebriedad. No sería extraño que después de tanto alcohol la seriedad se esfumara; él no era el único, todos estaban un poco borrachos.

—Ayúdame... a llegar... a... mis habitaciones. —Sus palabras salieron cortadas y cuando me miró sentí mi consciencia arder con tanto calor como su mano sobre mi hombro. Su respiración se agitó y sus ojos se estrecharon intentando verme, definirme o quizá me veía, pero extraña.

—Mmm. Lo acompañaré. —Sonreí y me disculpé con los presentes, la música persistía y nadie nos prestaba mucha atención; los guardias estacionados en las esquinas miraban aburridos lo que pasaba, con ojos que no eran tan examinadores como deberían serlo—. Ni siquiera tu gente te cuida.

—Fleur... —Volteó en mi dirección y me miró de repente, sus ojos menos brumosos de lo que habían sido hace un segundo.

—¿Sí, Su Alteza?

—Mi prometida. —Seguía mirándome sin hablar.

—¿Sí?

—Te quiero.

Bajo estas luces, mirándolo a ese par de irises violetas, no me atreví a devolverle las palabras. Mi corazón, que se había enfriado, se contrajo de forma dolorosa y me odié por no ser más dura. Cerré los ojos unos segundos y miré hacia otro lado.

—También lo quiero, pero no como usted desea. —Mis sentimientos hacia él eran complicados, lo odiaba por las cosas que me había hecho, pero a la vez, entendía que su mente no funcionaba de la misma forma que la mía. ¿Se podía culpar a alguien por no tener consciencia de lo que estaba mal? Sí, se podía, pero esa persona jamás lo entendería.

No me contestó y yo no lo insté a hacerlo. Quizá me había escuchado, quizá no.

Tragué sintiéndome algo ahogada y di la vuelta al salón con los ojos. Entre esta masa de gente contenta, solo algunos sabíamos que pronto todo comenzaría a derrumbarse. Si no era yo, alguien más lo haría, si no era yo la que empuñara el cuchillo, saldría todavía más lastimado. Mientras fuera yo, podría asegurarme de que la herida fuera medida.

Me atrevía a ser el monstruo en la historia, porque podía cargar con el peso.

«Yo puedo».

Con este pensamiento, me sentí determinada una vez más. Con las emociones atoradas en el pecho, mis pisadas se volvieron resueltas y la espalda más recta. Nada se ganaba sin sacrificios, la vida no había sido tan generosa conmigo.

Me reí entre dientes y apreté la mano de la persona a la que guiaba. Hoy sería el agente del destino y pondría a los actores en sus posiciones; una vez que estuvieran dispuestos, me alejaría y vería desde lejos cómo se desarrollaba todo.

La mujer del vestido dorado, el hombre que la deseaba y este, al que ella ambicionaba.

De repente, el sonido de una copa al quebrarse junto a mí me desconcertó y al mirar hacia el costado, pude ver que había resbalado de un par de manos que conocía. Tras la máscara, sus ojos brillaban intensos y mis latidos se aceleraron en cuanto asintió.

Todo se comenzó a desarrollar más lento, las voces, las personas, la música incluso y tuve que aferrarme un segundo a quien yo le hacía de soporte.

Llamé a una doncella que estaba parada cerca, en sus brazos se sostenía una bandeja con copas de diferentes colores de bebidas: el blanco, el violeta profundo, el borgoña y el dorado burbujeante presentaban una visión igual de pintoresca que los presentes. Estaban tan embriagados en los colores de sus propios deseos, que fueron incapaces de notar lo que se daba bajo sus propias narices.

El príncipe que muchos amaban, el príncipe que muchos adoraban, muy pronto...

—Conduce al príncipe a sus habitaciones. —Mientras le daba esta orden, delineé la flor medio escondida entre su cabello y volteando la cabeza hacia él, vi la respiración agitada que le hacía subir el pecho de forma acelerada. Mi mano helada cubrió una de sus mejillas al tiempo que mis labios lo besaban en la otra. ¡Qué hipócrita era!

—Sí, Señora.

Él no protestó cuando fue alejado de mí y se movió como un muñeco en una dirección que no era la correcta. De vez en cuando movía la cabeza hacia los lados y su ceño se fruncía; parecía querer caminar lejos, pero era atraído por la misma doncella de vuelta a su lugar. Me preguntaba qué cosas estaría viendo.

—Lo siento. —Apreté las manos juntas y me quedé plantada en el lugar, mirando la dirección que habían tomado, sin dejarme desviar la mirada.

—Aún puedes evitarlo si quieres. —La mano de Dean se apoyó sobre mi hombro y en esos segundos en que el pensamiento me vaciló, las emociones revueltas se estabilizaron.

—No. —Con firmeza, respondí y sonreí a medias. Por el rabillo del ojo podía ver el perfil del hombre, la media máscara que seguía la forma del puente de su nariz recta—. Está bien así, pero me molesta, me molesta que, a pesar de todo, haya algo que me lastime de su miseria.

—Cuando un soldado va a la guerra, sabe que derramará sangre inocente y todavía lo hace, a veces, no hay opción, otras, tú y los demás están en la misma balanza. Naturalmente, es correcto elegirte a ti mismo. —La mueca en sus labios y la sombra en sus ojos se me antojaron oscuras de una forma dolorosa, pero comprendí lo que quería hacer con ello—. Y él no es tan inocente.

Se rio y yo lo acompañé unos segundos. La música se había vuelto mucho más tranquila y en este rincón, la mano en mi hombro se deslizó hasta mi cintura con naturalidad. Como la invitación a un baile que ya había sido dada por hecha, ambos nos movimos con lentitud, casi desacompasados.

—Alguna vez deberías buscar metáforas nuevas.

—Son las únicas que conozco. —Se rio entre dientes y se acercó un momento, casi al punto de abrazarme antes de alejarme—. Tendrás que soportarlo mientras vivas.

—Oh, ¿es esto una amenaza?

—Por supuesto. —Sus ojos emitieron un brillo travieso y sentí que mi corazón se calentaba.

—¡Qué miedo! —Más ligera, percibí cómo mi pecho congestionado se libraba de algo del peso sofocante que hasta entonces tenía y que los pensamientos confusos se aclaraban. Sin embargo, estaba llena de palabras—. No es que lo perdone, todavía no lo hago, cuando lo pienso, lo odio mucho, pero también odio el hecho de que las cosas no sean diferentes. No puedo entender muchas cosas, no puedo entender su forma de querer y me asusta que diga que me quiere. ¿Se supone que debo sentir lastima? ¿Es una oportunidad de redención? Es muy divertido si lo pienso de esa forma.

Me reí entre dientes y mis ojos se achicaron al hacerlo; no obstante, no me sentía tan divertida como al principio, en realidad, tenía muchas ganas de llorar.

Dean me escuchaba sin hablar, con los labios sellados en una línea seria.

—En esta vida, no fue malo conmigo, no puedo justificar lo que quiso hacerme, de hecho, lo aborrezco por ello, pero mentiría si no supiera lo que estaba pensando. Es probable que, si no me amaras, buscaría la forma de forzarte a hacerlo. No soy muy distinta de él, ¿verdad? —Mientras hacía esa pregunta, la nariz empezó a picarme y sonreí todavía más amplio—. Tampoco lo odio por las cosas que pasaron en nuestra vida pasada, no por las que me hizo a mí por lo menos, no estoy enojada por haber muerto, ellos también murieron después de todo. Hice algo malo y me lo merecía, no me arrepiento tampoco, así que soy una mala persona, antes o ahora, sigo siendo mala.

—¿Crees que es malo luchar por un destino mejor? —Su pregunta me desconcertó y negué casi por inercia—. No es que seas mala, tampoco eres igual que él, en realidad, no me importaría si hubieras querido forzarme a amarte, aunque dudo que fuera necesario; pero el hecho es, que sin importar cuánto lo pienses, ahora o después, él te hizo daño, y yo lo odio, lo odio mucho Fée, lo sigo odiando tanto que no puedo decirte todo lo que siento cuando lo veo, las ganas que tengo de matarlo, pero eso no significa que no lo entienda. El entendimiento no quita el sentimiento, ¿crees que soy malo por eso?

—No, no eres malo, en lo absoluto. —Negué ferviente, y apreté mi mano sobre su hombro.

—Pero maté mucha gente inocente, hombres que tenían familia, hombres que tenían sueños...

—Estabas luchando por tu vida, ellos también te hubieran matado si... —Me detuve y entendí el punto. No, ya lo había entendido hace mucho.

—También creo que no eres mala e incluso si lo fueras, todavía estoy yo, a quien no le importa y... —Hizo una breve pausa en la que sus labios se estiraron hacia arriba antes de continuar—: Tu corazón sigue siendo muy blando, aunque no lo quieras o niegues, ninguna vida pudo hacerte más dura.

Me reí y los ojos se me aguaron un poco. Estaba bien, ya no importaba. Había hecho lo que tenía que hacer, por mí, por él, por mi hermano, y por lo que quería. Si tenía que arruinar a una, dos o cien personas egoístamente, lo haría, porque era así, porque era humana, y porque sentir no me dejaba exenta de deseos.

Mis deseos... mis deseos que eran tan sencillos que se habían vuelto demasiado difíciles de cumplir.

—Soy dura, muy dura y muy egoísta. Todo lo que es mío, solo puede ser mío, deberías hacerte a la idea. —Bromeé y me reí mientras me balanceaba con lentitud. Mi corazón latía a un ritmo constante, fluido. Dean era mi lugar de calma, mi lugar de descanso.

—Lo tendré en cuenta sino, temo que mi esposa se enoje conmigo.

—Es bueno que lo sepas-

Un grito espantoso cortó mis palabras y así como yo, los demás parecieron despertarse. La melodía apacible fue incapaz de tapar el ajetreado sonido de los gritos entrecortados de algunas damas y como una ola, las faldas brillantes se mezclaron acompañadas del sonido de las botas de los hombres, allí, en donde una doncella dejó caer una bandeja y se tapó la boca. Sus ojos abiertos a más no poder reflejaban el horror del escenario.

Me moví con los demás siguiendo la corriente, haciéndome espacio entre los cuerpos amontonados, empujando sin que se atrevieran a protestar, demasiado impresionados.

Algunas damas dieron un paso atrás con sus bocas formando una 'O', algunas se dieron la vuelta y otras se tambalearon y tuvieron que ser sostenidas. Algunos jóvenes las siguieron en impresiones y algunos otros se mantuvieron imperturbables, más acostumbrados de lo que deberían al color de la sangre que fluía por el suelo del pasillo.

La puerta que había sido abierta por la doncella, se mantenía así, los guardias incapaces de llegar, eran bloqueados por la masa de personas; otros, parecían detenidos a propósito por algunos hombres que seguían siendo obstinadamente borrachos, pero cuya lucidez estaba implícita en sus ojos. La malva real en el pecho de sus chaquetas.

Y en el centro de este mar de espectadores, sobre este escenario, una mujer y dos hombres se paraban. El corsé expuesto de ella, las mejillas arreboladas y el cabello despeinado delataban un estado acalorado y desenfrenado, una imagen tentadora, casi seductora, quizá, si la falda del vestido no estuviera manchada de un carmesí grosero.

—Yo... yo... —Al tartamudear, los labios le temblaron y sus ojos se movieron de un lado al otro de forma nerviosa.

Los espectadores seguían callados. Demasiado callados.

¿Qué te hacía callar en un momento como este?

Quizá era ese cuerpo, el de ese hombre, quizá era eso. Quizá eran sus ojos, abiertos en una expresión que no se definía. ¿Miedo? ¿Confusión? ¿Ambas?

Sí, yo también tenía miedo de la muerte.

Apreté los labios y contuve un suspiro. Este hombre que una vez había muerto bajo las manos de Lady Celine, ahora yacía a los pies de Clarice. Un destino intercambiado con la misma vida perdida; pero esta vez, había un agregado en este escenario, un actor más: el príncipe.

La sangre que se deslizaba desde el pecho del joven le había llegado a los pies, y Silvain miraba, casi en confusión.

—¡Hijo! —El grito de una mujer se alzó entre el silencio inmutable y uno a uno fueron despertando. Aquello que los guardias no habían podido hacer, ello lo había hecho. Los presentes se empezaron a remover y los murmullos se acumularon uno a uno.

Aquella que había gritado, se adelantó haciéndose espacio a los empujones. Se abalanzó sobre el hombre en el suelo y mi boca se contrajo en un mohín indescifrable al verla llorar. La máscara en su rostro fue arrancada sin miramientos y las finas líneas de expresión le delataron la edad.

La marquesa de la casa Jaune, empapada en sangre, abrazaba el cuerpo de su hijo.

Tuve que mirar hacia otro lado un segundo y recomponerme antes de volver a mirarla. Incluso si lo sentía, esta persona, esta horrible persona, moriría esta noche, aunque las manos no fueran las mismas.

—Mi hijo... mi hijo... ¡Lo mataste! —Cuando la mujer levantó los ojos, estos ardían de resentimiento, pena y odio; todo ello dirigido al cuerpo tembloroso de la joven del vestido dorado. Incluso bajo la máscara, la tez estaba pálida, enferma.

—¡Yo-y-yo no fui! —gritó y los labios le temblaron—. ¡Fue él! —Las cabezas siguieron la dirección de sus dedos y un jadeo de sorpresa general salió de sus bocas. ¿A quién estaba acusando? ¿Había perdido la cabeza?

Los comentarios de las bocas impresionadas se animaron a salir y el peso de las especulaciones se volvió demasiado ruidoso. La escena que éramos incapaces de descifrar estaba allí, frente a nuestros ojos, la fina daga que reflejaba una luz rojiza estaba a un costado entre ambas personas.

Los labios de Silvain permanecieron cerrados, las arrugas en su frente se marcaban con fuerza. No sabía lo que pasaba por su cabeza en estos momentos, no sabía si las imágenes que veía eran claras, no sabía nada, sin embargo, mis ojos persistían en mirarlo.

—¡Abran paso!

Los gritos de los guardias desde atrás se hacían cada vez más fuertes y pude sentir la impotencia en su tono. Cada persona parada aquí tenía un estado más delicado que el cristal.

—¡Háganse a un lado!

La gente comenzó a darles espacio y Clarice, que desde un principio había permanecido temblorosa y pálida, abrió más los ojos, horrorizada. Y como si hubiera despertado de un trance, la falda del vestido se amplió en una brillante vuelta cuando salió corriendo.

El cabello rubio y desordenado, los pies ligeros y la figura graciosa estaban allí, pero ahora, la razón por la que corría era diferente, el miedo se había hecho presa de ella y ante la mirada atónita de los invitados, desapareció en el corredor.

Los guardias a nuestras espaldas ya se había hecho espacio y mientras unos rodeaban al príncipe, otros la perseguían. Me pregunté si podrían alcanzarla.

Lady Celine no había corrido. Ella no había escapado, entonces... ¿por qué?

Miré alrededor y observé el desorden. Las miradas espantadas se volvieron curiosas, algunas se llenaron de lástima, otras se alejaron; pero de alguna forma, todos permanecieron allí, con la boca abierta, hablando y comentando.

La acusación que los labios de aquella desconocida habían puesto sobre la cabeza del príncipe, ahora era el tema principal. No el hombre asesinado, no la pérdida de una madre, solo dos cosas, el príncipe y ella, la que se había escapado.

Uno de los guardias que la había perseguido volvió corriendo, su expresión contaba sobre algo infructuoso, pero en sus manos sostenía un zapato. Aún en la luz tenue del pasillo, el cristal de la pieza brillaba y atraía la vista.

Lo conocía.

Me reí y resoplé con suavidad. Así que después de todo, todavía lo había perdido.

Sin embargo, su figura estaba roja, manchada de sangre, de la sangre de un hombre muerto.

Y este zapato maravilloso, el zapato que había contado una mágica historia de amor, se convirtió en el de una asesina. 

Malva real: ambición.


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Los amo!

Flor

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