CATORCE
—¿De verdad vas a quedarte con esa bola de pulgas?
El abuelo volvió a preguntar por quinta vez mientras miraba con aprensión al gatito durmiendo en la alfombra frente a la chimenea.
—Sí. —Aunque no hubiera querido, me hubiera sido imposible abandonarlo cuando después de la sorpresa inicial, noté que temblaba de frío. Había sido una reacción natural el meterlo bajo mi capa.
—Hmmm... ¿Segura? —Lo miré y volví a asentir.
—Sí, abuelo.
—¿Vas a poder cuidarlo?
—Trataré. —Y estaba diciendo la verdad, nunca había tenido una mascota, en principio porque no había tenido tiempo y ahora, porque en realidad no era aficionada a los animales. Me gustaban, pero era mejor si no eran míos. Sin embargo, la señora del puesto frente al que vergonzosamente había caído, me había dicho que el pequeño había estado deambulando desde hacía unos días por la calle y nadie lo había recogido.
Se me hizo un nudo en el pecho cuando, luego me meterlo dentro de mi capa, se agazapó contra mí buscando calor.
Era en extremo cariñoso y afable con todos, pero se negaba a dejarse agarrar por los aldeanos que habían tratado de cuidarlo, por lo menos hasta que se tropezó conmigo.
Se había estado refregando contra mí incluso cuando lo bajé en la sala de la mansión y no dejaba de corretear alrededor de mis botas; se colgaba del borde de mi falda y Margot, por completo estresada, miraba como las afiladas garras enganchaban la puntilla.
Lo mismo pasó cuando lo llevé a la habitación, saltó encima de la cama y volvió a saltar metiéndose en el baúl de la ropa que había quedado abierto; no le quedaban muchas cosas dentro desde que mi nana se había encargado de acomodar la mayoría en el armario. Pero sí había quedado la pequeña bolsita de menta y madreselva que Margot puso allí para mantener el buen aroma en la tela.
Fue entonces que terminé por entender que, en realidad, el gatito no estaba muy emocionado conmigo, sino con el aroma que exudaba mi ropa. Me sentí un poco decepcionada, pero era una realidad que la bolita de pelos ahora me pertenecía.
Lo miré dar vueltas dentro del baúl jugando con la bolsita y me reí cuando el sonido de su cabecita golpeando la madera lo detuvo momentáneamente, parecía sorprendido y desconcertado, pero luego siguió jugando.
Era pequeñito, muy pequeñito, tanto que apenas era un poco más grande que mi mano que de por sí, seguía siendo chiquita.
—Oye pequeñito —lo llamé mientras me sentaba en el suelo y metía mi brazo para jugar con él—. ¿Cómo debería llamarte? Eres muy parecido a él ¿sabes? —murmuré—, ¿se enojará si te pongo su nombre?
El gatito pareció escucharme y paró de rodar sin sentido para mirarme desde su posición. Sonreí sin darme cuenta y toqué los bigotes que eran demasiado largos para su cabeza.
—¿Cómo te llamas? —pregunté mientras me ocupaba de quitar la tela caliente de su frente para sumergirla en agua fría, estrujarla y volverla a colocar sobre su cabeza.
La fiebre había disminuido de forma notable, pero se notaba exhausto, pocas veces en estos días había tenido la oportunidad de hablarle antes de que volviera a la inconciencia. Todavía no entendía por qué estaba ayudándolo; sin embargo, aquí estaba, cuidando de un desconocido.
Chasqueé la lengua en cuanto sus ojos volvieron a cerrarse y resoplé. ¿Quién me había mandado a entrar en el bosque ese día?
Toqué su mejilla y delineé superficialmente el perfil de su nariz. Era un hombre bastante hermoso pese a que se veía demacrado, aún estaba asombrada de que hubiera sobrevivido con tal herida.
—...Dean —susurró y retiré mi mano sobresaltada.
«Dioses, creerá que soy una desvergonzada».
Cohibida, me hice hacia atrás y no volví a tocarlo.
—...es muy bonito —respondí—, ¿qué significa?
Volvió a abrir los ojos y contuve el aliento, jamás había visto un tono semejante, eran dorados, de un dorado reluciente.
—Significa... —No terminó de hablar cuando volvió a cerrar los ojos y esta vez, aunque esperé, ya no respondió.
Suspiré derrotada y volví a remojar la tela. Esta noche sería igual de larga que las anteriores.
—Creo que se enojaría si supiera que le puse su nombre a un gato. —Presioné su nariz húmeda con mi dedo y me mordí el labio indecisa—. Ahhh... ¿Qué hacer? Me recuerdas mucho a él, salvo que no era tan tierno... Me pregunto qué estará haciendo ahora.
Continué divagando hasta que mi nana entró. Podía verla fruncir el ceño aun cuando mis ojos no la estaban enfocando.
—La ropa se llenará de pelo, debería quitarlo de allí adentro, Mi Señorita. —Hice un gesto despreocupado con la mano, pero al final lo alcé conteniendo las ganas de abrazarlo con más fuerza; era demasiado tierno como para no provocarme unas ganas inmensas de estrujarlo contra mi cuerpo.
—¿Cómo crees que debería llamarse nana? —pregunté, en mi cabeza seguía cuestionándome si sería correcto o no, nombrarlo igual.
—¿Noir? ¿Dore?
La miré haciendo un gesto de completo aburrimiento, las dos opciones eran demasiado predecibles ¿Negro? ¿Dorado?
¿Y si mejor le ponía gato?
Quise rodar los ojos, pero no era ni bonito ni educado, mucho menos haría tal cosa con Margot.
—Bueno, ¿qué pensó la señorita? —cuestionó acercándose al baúl y quitando la ahora, maltratada bolsita aromática.
—Hay un nombre que me gusta,,, pero no es para un gato —finalicé.
—Oh... ¿y cuál es? —Curiosa volteó a mirarme y por un segundo dudé en decirle, era solo un nombre.
—De... Denu. —Al final terminé por cambiarlo.
—Ah... yo creo que es adecuado... en cualquier caso, mientras a la señorita le guste, no debería haber problema.
Asentí y al final, el gato terminó por llamarse Denu solo porque... porque me había quedado sin opciones y porque en realidad estaba siendo infantilmente egoísta al no querer compartir un nombre.
De nuevo llegó una carta esta mañana y como la vez anterior, me negué a levantarme a abrir la ventana para que esa cosita molesta entrara. Pensé que cómo las otras veces el papelito caería junto a mi cabeza; sin embargo, me sorprendí cuando el sonido a papel siendo rasgado llegó a mis oídos. Me levanté un poco y descubrí que mi pequeña fiera, estaba mordiendo, empujando y acercando con sus patitas lo que ahora era un pajarito maltrecho.
—Ugh. —Aunque sabía que el contenido en sí de la carta no se dañaría, porque venía con un hechizo de protección, la idea de no tener que contestar esa carta y tener una excusa me parecía maravillosa.
Me acomodé mejor y observé como jugaba, el invierno era para quedarse en la cama y si no fuera que me parecía un desperdicio no aprovechar estos días en que el abuelo no iba al cuartel por la nieve, sin dudas me hubiera quedado durmiendo.
Sin embargo, ya fuera que quisiera o no, ni siquiera pasaron diez minutos cuando la puerta del cuarto se abrió y entró Margot. Imaginé que venía a despertarme, pero para ser sincera, la cara que hizo al ver la carta del príncipe presa de las garras de Denu fue lo suficientemente graciosa como para alegrarme el día.
—Buenos días nana —saludé e ignoré el reproche en su mirada cuando me vio pasar de largo la escena del crimen rumbo al armario. Fruncí el ceño ante la molestia de todavía no tener mis vestidos nuevos, pero me las arreglaría, aunque tuviera que salir con la manta encima—. No te preocupes, no se romperá, esta hechizada.
Me calcé las botas y salí enrollándome el cabello y sosteniéndolo de forma precaria con el broche que había comprado de camino. De alguna forma se había transformado en mi favorito; quizá porque el broche original ahora ni siquiera debía de existir. Recordaba que lo había dejado en ese tocador destartalado en la pequeña casa en la que había vivido durante dos años.
Al principio me había parecido espantoso, pero si quería sobrevivir, no quedaba de otra que ahorrar, después de todo, me habían dejado con lo puesto y una pequeña bolsita con solo veinte monedas de plata. Solo la casita con sus muebles y un par de reparaciones se habían llevado quince.
—Podrían haber sido un poco más generosos —murmuré para mí mientras bajaba la escalera.
—Buenos días, abuelo, hermano. —Sonreí y me senté del lado izquierdo del hombre que parecía engullir en vez de masticar. Si no fuera que sabía que era un duque, bien podría haberlo confundido con un campesino cualquiera; mi madre había heredado la elegancia de mi abuela, sino, no se entendía.
—Pequeña. —Asintió y apoyó su mano grande y callosa sobre mi cabello, despeinándolo y dejando el broche a medio colgar. No era una buena idea peinarme sola.
Bastian solo me dirigió un leve asentimiento y siguió comiendo.
Esperé a que uno de los sirvientes me sirviera el té con leche y miré distraída la mesa, éramos tres, pero el ambiente era muy diferente; había una tranquilidad inusitada que podía sentir incluso en mi cuerpo.
—Señorita. —El mayordomo entró con una bandeja en la mano y la acercó a mí.
—¿Para mí? —Hice un gesto de desconcierto y miré la carta sobre la bandeja antes de tomarla con cuidado. Miré el sello impreso sobre la cera, pero no fui capaz de reconocerlo—. Abuelo, ¿tú sabes a qué familia pertenece?
—Mmm. —Con media tostada en la boca, miró el sello y asintió desdeñoso—. Es de la casa de ese viejo estúpido de Tremblay.
Oh... tan esclarecedor. Lo miré y sonreí con vaguedad mientras pestañaba expresando que, estúpido o no, no lo conocía.
—Es un general retirado, tiene el título de marqués y vive al límite de nuestras tierras a las afueras de la ciudad. —Bastian, como siempre, me dio la información justa pero necesaria.
—Ya veo. —No dije mucho más puesto que ni Bastian ni mi abuelo parecían especialmente contentos, solo bebían de sus tazas mientras clavaban su mirada en mí. Era bastante incómodo, a decir verdad.
Abrí el sobre resquebrajando en el proceso el lindo sello, muy femenino a mi parecer, y leí para luego dejarlo a mi lado y revolver mi té con un movimiento lento y relajado.
—¿Y bien?
Levanté las cejas y disimulé la sonrisa llevándome la porcelana a la boca.
—¿Y bien qué? —contesté fingiendo demencia. Estaba aburrida, no podían culparme por tomar un poco de venganza por haberme dejado sola durante tantos días; aparte, cuando pregunté, ninguno dijo mucho.
—¿Qué decía la carta?
—¿Oh? —Ladeé la cabeza y miré el papel junto a mi platito—. Nada importante.
Seguí comiendo durante unos dos minutos antes de que mi hermano se estirara por encima de la mesa y tomara la decisión de dejar de preguntar e informarse por sí mismo.
—Que grosero. —Negué y lo miré despectiva. Quizá era mi idea, pero había perdido algo de gracia desde la última vez que lo había visto. Era más tosco, pero también más enérgico.
Como toda respuesta, sonrió fugaz y leyó. Noté que el abuelo también había acercado su cabeza para ver el contenido. Cuando terminaron, me miraron con las cejas entretejidas.
—¿Irás?
—Claro —respondí de forma escueta, no tenía razones para no ir, y era mejor que pasar el invierno encerrada. No me molestaba en particular si estaba en la capital; pero ahora era un lugar nuevo y ansiaba conocer más.
—Esa niña no tiene la mejor reputación, quizá no debas...
Curiosa, dejé la taza sobre su plato y lo miré. Estaba acostumbrada a escuchar chismes casi como si fuera una obligación, pero desde que había llegado, nada interesante había pasado, solo Denu podía contarse como lo más excitante de mi estadía.
El abuelo hizo un ademán incómodo antes de contarme de forma breve que, al parecer, la nieta del marqués, no era una niña en exceso femenina, y que había decidido seguir el camino de un caballero. No me parecía la gran cosa, había varias jóvenes como esas y era aceptable.
—Es una idiota. —Abrí los ojos sorprendida cuando fue mi hermano quien interrumpió la historia—. Está en la academia, cursa un año por debajo de mí, pero ya golpeó a media escuela.
Más que generarme sorpresa, estaba intrigada. No era que me pareciera normal que se la pasara golpeando a medio mundo, pero esperaba que cosas así sucedieran en una academia militar.
Bastian notó mi escepticismo, porque continuó y la información que me dio me pareció interesante esta vez. Que chica tan contradictoria.
—¿Todavía vas a ir? —preguntó mi abuelo, sospechaba que temía que fuera a pasar algo desagradable en medio de la reunión; pero me era imposible evitar un evento que prometía ser muy entretenido.
—Iré. —Luego le diría a Margot que seleccionara un vestido de los nuevos, esperaba que estuvieran listos antes de la fiesta, sino, solo elegiría alguno de los que había traído. Si era sincera, estaba intrigada por el limitado círculo aristocrático que había en este lugar.
Estaba acostumbrada a participar de forma activa de la vida social que a mi corta edad me era permitido, así que no me parecía un problema demasiado grande integrarme al menos para enterarme de algún chisme del cual reírme y comentarle a mamá cuando volviera. Estaba segura de que estaría interesada en saber lo que había hecho.
—Creo que éste estará bien. —Señalé con el dedo uno de los vestidos en la cama y me senté a que Margot trenzara mi cabello. Para mi fortuna, la ropa había llegado hacia dos días y era maravillosamente cálida.
—Mi Señorita, ¿está segura de que desea asistir?
Ella estaba preocupada por lo que había escuchado, pero a mí no podía importarme menos.
—Ya confirmamos mi asistencia, sería grosero no ir —argumenté mientras ayudaba a subir a mi regazo a Denu que no paraba de tirar de mi falda. Se había acostumbrado a dormir sobre mi regazo y a la noche se hacía un ovillo a mis pies.
«No sufras nana», pensé mientras sentía las manos de la pobre mujer crisparse. La estresaba encontrar pelos en mi ropa y cama.
Si supiera que pelos era lo mínimo que había tenido que soportar en mi vida pasada, seguro se desmayaría en el acto.
Miré el reloj colgado en una de las paredes de la habitación y resolví que no estaba demás llegar a tiempo, no sabía si las costumbres eran iguales a las del círculo al que estaba acostumbrada, en donde llegar un poco tarde era la norma. Sin embargo, no quería crear una mala impresión. En cualquier caso, podía echarle la culpa al desconocimiento.
—No tienes de qué preocuparte nana, si puedo sobrevivir en la capital, ¿qué te hace pensar que no podré aquí? —Le sonreí a través del espejo.
—Ah... —Dejó caer la trenza que estaba haciendo y no me devolvió la sonrisa como había esperado—. Sé que mi señorita es muy capaz de hacerle frente a las reuniones sociales, es demasiado parecida a su madre, pero no me fío de esta niña tan... salvaje...
—Pff. —Sellé la carcajada entre mis labios antes de responderle—. ¿Temes que me golpeé?
—Con toda sinceridad, sí.
—No estoy tan indefensa nana. —A veces olvidaban que tenía, y no me molestaba presumirlo, un control espléndido de mi magia, al menos de la que había heredado de mamá. Tampoco podía culparlos, la usaba para jugar, pero no significaba que no supiera aplicarla con seriedad.
No obstante, no importó cómo traté de convencerla de que estaría bien, no logré quitarle la mueca preocupada de la cara. Mi madre seguro se reiría y diría que, en cualquier caso, si me golpeaban, debería hacer que el golpe devuelto fuera mil veces más fuerte, pero con gracia.
Nunca se lo había dicho, y creo que ella no necesitaba que lo hiciera, pero ese golpe dado con tanta sutilidad, se lo había dado a mi padre haciendo de él una burla y claro está, esparciendo uno que otro rumor sobre él que, en realidad, hubiera querido no enterarme. Las mejillas se me colorearon y quité mi mente de eso. Mamá no sabía usar una espada, pero podría ser una espadachina excelente con una lengua afilada, claro, la lengua era su arma.
Un par de golpecitos en la puerta nos distrajo a ambas y fue la oscura bolita de pelos la que saltó de inmediato posicionándose justo en la entrada, en donde, con toda seguridad, esperaba los pies que entrarían para enredarse entre ellos y atacar a la persona. Era más gracioso que doloroso.
La doncella que entró, una de las pocas que había, puesto que este lugar estaba lleno de hombres, se asomó y como estaba previsto, el gatito saltó sobre sus pies sin que ella le prestara atención.
—El carruaje ya está listo, si es que ya desea partir.
Agradecí y bajé acompañada por la todavía preocupada mujer que aún subida al carruaje y retrasando mi partida, no dejaba de advertirme que mi seguridad era lo primero.
«Sabes Margot, es solo una niña».
Luego se dio la vuelta hacia el caballero que se encargaría de protegerme y lo llenó de recomendaciones. El joven asentía algo cohibido, y sentí pena por él. No me había fijado, pero de nuevo era el caballero de la otra vez. Le preguntaría su nombre en cuanto tuviera oportunidad y no resultara intimidante, no me parecía adecuado increparlo de la nada.
—Ya fue suficiente nana, deja al señor tranquilo, voy a estar bien.
—¿Se-señor?
—Oh, lo siento. —Lo miré apenada sin estarlo—. ¿Cómo me dirijo a usted?
Al parecer la oportunidad había llegado rápido.
—Ah... Yvan Beaulieu, Señorita.
—Es un placer saber su nombre, Sir Beaulieu. —Sonreí y lo vi sonrojarse, ah... que chico más lindo.
—No, no es necesario que la señorita guarde respeto con este humilde sujeto.
—Oh, Sir Yvan entonces.
Asentí y no le di la oportunidad de volver a hablar. ¿Cuántos años tendría? Parecía bastante joven.
Insté al cochero a partir e ignoré las recomendaciones que Margot seguía dándome. ¿Tan mala era la reputación de la niña? Había escuchado los comentarios del abuelo y Bastian, y me había parecido suficiente porque después de todo, estos dos no me hablarían al azar; sin embargo, mi nana se había informado y había hecho lo que cualquier mujer de alta cuna no debería.
Creer en los rumores.
Era cierto que chismosear era una actividad que cualquiera debería darse el lujo de disfrutar en la vida; pero no era apropiado creerse todo lo que se decía, menos cuando la información era la cosa más maleable del mundo.
—¿Usted qué piensa? Sir Yvan. —Hacía unos minutos que habíamos abandonado la mansión y el joven cabalgaba justo al lado de la ventana del carruaje—. ¿Será verdad lo que dicen sobre la nieta del Marqués Tremblay?
—No sabría decirle, Señorita, yo nunca tuve la oportunidad de cruzarme con Lady Tremblay, pero hay muy malos rumores sobre ella... quizá deba prestar atención a lo que la señora Margot dijo.
—Hmmm. —No dije nada, pero en realidad había tomado en cuenta lo que me habían dicho. Estaba aburrida y curiosa por conocer a un personaje tan peculiar y la razón por la cual alguien de su perfil había organizado una reunión tan marcadamente femenina.
Aunque admito que sería interesante si llegara y las niñas estuvieran blandiendo espadas.
La hora y media de viaje se me fue en divagar los posibles escenarios con los que podría encontrarme y me fui hacia adelante cuando el carruaje se detuvo de forma más abrupta de lo esperado. Escuché la disculpa del cochero, al parecer otra persona se había atravesado justo en la entrada de la mansión adonde había sido invitada.
No hice el movimiento esperado para ver quién había sido, no había sentido, primero, sería arrastrarme a los problemas sola y segundo, seguro no conocería a la persona.
—¿Está bien? Señorita. —La voz de Yvan me llegó desde afuera y lo miré con un punto de burla, este joven era tan adorable.
—No hay problema, podemos seguir.
Lo vi suspirar y pensé que me lo llevaría conmigo, encontraría la manera de que el abuelo me lo cediera; claro, si es que él estaba dispuesto a seguirme.
Otro día le preguntaría, con más tiempo y cuando fuera más oportuno que ahora que me encontraba en la entrada de la mansión Tremblay.
Escuché las botas de mi escolta sonar amortiguadas por la nieve al descender del caballo y luego la puerta de mi transporte se abrió con suavidad.
—Ya estamos aquí. —Tomé la mano enguantada que me ofrecían y bajé con cuidado, no fuera que me cayese y protagonizara un espectáculo en la primera reunión a la que asistía.
Un hombre mayor vestido de traje negro se me acercó y supe de inmediato que venía a verificar mi identidad.
—Fleur Blanchett —dije al tiempo que entregaba la invitación.
El hombre hizo una reverencia luego de verificar la validez de la tarjeta y nos guio en silencio, era bastante mal visto ir con una escolta; pero en mi condición de prometida del príncipe se me había obligado a llevar guardias, por lo tanto, de mal gusto o no, me había acostumbrado y en la capital era sabido que llevaba siempre dos o tres conmigo. Podía decirse que llevar uno ya estaba siendo bastante liberal.
—Sir Yvan —llamé en un susurro obligándolo a inclinarse hasta estar a mi altura—, cuando entremos, quédate a un costado y pasa lo más desapercibido posible.
—Como desee, Mi Señorita. —En sus facciones se mostraba muy levemente la insatisfacción que le producía esta demanda mía, y quizá si no me hubiera criado con un caballero, no lo hubiera notado.
Quería proporcionarle una palabra tranquilizadora; pero el mayordomo ya había abierto la puerta a un salón silencioso. Extrañada, miré con atención y me di cuenta que era probable que mi llegada hubiera apagado las bocas de las niñas que ya se encontraban sentadas alrededor de una mesa redonda repleta de diferentes postres.
El chocolate se podía oler en el ambiente y me sentí relajada al instante.
Entré y realicé un ligero movimiento con la cabeza a la vez que sonreía. Oh, sí, claro, sonreía como la señora Fleming había dicho que había que hacerlo contra quien te provocara incertidumbre y desconfianza y a mí, solo el aroma a chocolate fundido me daba tranquilidad.
No era como había imaginado y las niñas estaban blandiendo espadas; pero noté que había cierta frugalidad en sus vestimentas y que carecían de accesorios. Apreté los labios en una línea disimulada cuando fui consciente de la diferencia entre ellas y yo, no porque me sintiera incómoda, sino porque había notado que hasta las jóvenes plebeyas en el mercado cargaban con cintas o pequeños abalorios.
—¿Oh? ¿Quién podría ser la señorita tan llamativa Christophe?
Desde el centro de la mesa, la voz modulada de una niña me llegó a los oídos y no pude reprimir el escalofrío que me recorrió la espalda. De reojo miré a Yvan que ya se había acomodado en una de las esquinas y me dieron ganas de decirle que se mantuviera a mi lado.
Inhalé profundo y me obligué a sonreír.
Quizá era una coincidencia.
—Es la nieta del Duque Roux, Lady Blanchett.
El chirrido de la silla me sobresaltó y vi, comenzando por los pies, el cuerpo de una niña alta que había decidido que los vestidos no eran para ella y la espada que colgaba de su cintura. Las botas, los pantalones, la camisa y finalmente su rostro descubierto al ser su cabello aprisionado en una coleta alta.
Me quedé sin aire.
¿De verdad era ella?
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Los amo!
Flor
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