Capítulo 6


Iba en un caballo, eso era lo único que podía notar, los cascos pisar en el suelo y el conocido relinche de cansancio del animal.

Se había dormido y aun no sabía ni cómo, seguía atada de manos y vendada de ojos. Las sogas en sus pies y mordaza en su boca habían desaparecido.

Noto que estaba apoyada en la espalda de alguien fuerte, y que el dueño del caballo, en este caso su secuestrador, la sujetaba para que no cayera.

Decidió seguir con su tapadera de angelito dormido para idear un plan o ver qué pasa.

Siguieron a caballo un rato más. Tiempo en el que Kate había preparado un plan maestro para darle un buen merecido a quien se había atrevido si quiera a secuestrarla.

Discretamente se había revisado el fajín en su cintura que sujetaba su vestido de noche, pues ahí guardaba siempre una pequeña cuchilla que no molestaba para dormir, pero para su desgracia el muy ruin también le había arrebatado esa pequeña arma.

Reviso las sandalias, atadas a sus talones y enrolladas por sus tobillos, sin embargo, el mini cuchillo, cortesía de su madre, igual había sido requisado.

Pero cuando rozo con cuidado de no ser descubierta su muñeca, donde estaba su brazalete, encontró escondido la cuchilla que también había sido una adquisición de uno de los viajes de su madre.

Definitivamente adoraba a su madre.

Gracias a ella y sus armas que la regalaba a escondidas de su padre ahora podría defenderse, y quién sabe, tal vez salvar su vida.

Hurgo en el brazalete, sacando con cuidado la navaja escondida en el oro y siendo disimulada como una decoración más, después, con movimientos lentos fue costando la cuerda que ataba sus muñecas, y por último con las manos libres pasó a lo bueno.

Levantó el cuchillo a ciegas, pues no le había dado tiempo a quitarse la venda, y rasguñó su brazo, por lo que había notado la forma.

Él soltó un alarido de dolor, el corte había sido profundo, y reaccionó a tiempo antes de que ella pudiera correr o quitarse la venda.

Kate, que se estaba bajando del caballo a toda prisa y lista para huir, fue derribada por una enorme mole de piedra, que más tarde notó que era un hombre.

Ella, que cayó de espaldas no pudo verle la cara, sin embargo, puso pelea, arañó y mordió con uñas y dientes.

Y cuando pudo deshacerse de su agarre en las muñecas aprovechó para volver a clavar la navaja, esta vez en su muslo.

Dejando atrás al moribundo fue a la carrera.

Salió corriendo, cogiendo la delantera a su opresor.

Atravesó ramas, saltó rocas, esquivó árboles, pero no se detenía, nunca lo haría.

Bajó corriendo la colina por la que estaban subiendo con el caballo, su simple vestido se enganchaba con cada zarza que pasaba y las sandalias las había perdido por el camino.

Los pies eran los que más sufrían la huida, clavándose cada pierda o espina, y embarrándose en la tierra mojada, aunque no podía importarle menos.

Tenía que correr.

Pero alguien la traqueó por detrás haciendo a ambos rodar por el suelo y chocar con un tronco.

El golpe fue duro, y aún peor para en su cabeza. De repente, empezó a ver doble, pero, sacudiendo la cabeza para alejar la nube gris en su vista, trató de levantarse, en cambio su secuestrador la sujetó del fajín que apretaba su cintura, tirándola de nuevo junto a él al suelo.

-Quédate quieta- gruñó en su oído cuando se removió como si fuera un animal enjaulado.

-Suéltame- exigió con ganas de matar a alguien.

-Creo que no pillas el concepto de secuestro.

-Y tú no pillas que te mataré.

-Me gustaría verte intentarlo.

Ella, enfadada, soltó un puñetazo al aire, pues el desconocido tapaba de nuevo sus ojos y en la carrera no se había detenido a mirar detrás suya, solo había seguido adelante.

-Sube- la dijo una vez llegaron a donde estaba el caballo, al parecer la había perseguido con él, eso era injusto.

-No.

-Que subas.

-Que no.

-Bien- la cogió de la cintura y como si no pesara nada la subió él mismo al caballo, alzándola cual muñequita.

-Bájame- gritó exasperada.

-Cállate.

-No.

- ¿Solo sabes decir eso?

-No.

Después de eso escucho un resoplido, aunque a juzgar por cómo había sonado no la extrañaría que fuese el caballo.

El resto del camino fue en completo silencio. Aunque de vez en cuando se escuchaban quejidos provenientes de su captor, seguramente por la herida profunda y abierta en su pierna.

Ella orgullosamente se felicitaba por al menos haber entorpecido el intento de secuestro del desconocido, pues tenía claro que a la mínima oportunidad escaparía de nuevo, una y otra vez.

Esta vez su táctica había cambiado, la había sentado delante suya en el caballo, la había atado con fuerza desmesurada a la montura del caballo y a el mismo, de hecho, había rodeado su cintura con cuerdas, apretando más de lo que le gustaría, para atar esas cuerdas alrededor suyo.

Literalmente estaban pegados por completo, ni una aguja cabria entre ellos. Las sogas eran incomodas, no la dejaban moverse y tampoco la daban mucho margen a separarse de él, debía tener su espalda apoyada en su torso si quería respirar bien.

Al caer la primera noche no quiso ni moverse, se negaba a apoyar la cabeza en su pecho, por muy cómodo que pareciese usarlo de almohada como condena por haberla atado a él.

No quería darle el gusto.

A medianoche los ojos se le cerraban, la noche anterior no había dormido nada por su insomnio y después secuestro, no había comido nada en todo el día ya que no habían parado y ahora se encontraba en las mismas.

Por un pequeño descuido, cerró los ojos, los cuales pesaban más que dos titanes.

Y, sin darse cuenta, ya se había dormido. En el pecho de su secuestrador. ¿Irónico?, ¿no? 

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