Capítulo 14


- ¿Qué haces? - preguntó ya medio dormida al ver que se acercaba a ella.

-Hay muy poco espacio, solo intento no caerme de la cama.

Estuvo a punto de empujarlo y tirarlo al suelo, a punto. Pero se contuvo, sabiendo que de todos modos volvería a subir.

-Se me ocurren diferentes maneras de hacer que quepamos los dos- añadió con una sonrisita maliciosa.

Pensándolo bien, qué más daba, aunque volviese a subir se llevaría el gusto de molestarlo.

Se giro en su dirección, mirando atentamente cómo su mirada se iluminaba, el necio creía que se acercaría a él, pobre iluso.

Con un movimiento de cadera y un buen empujón acabo tirado en el suelo y con un golpetazo en la cabeza, escuchando de fondo las risas de la pelirroja desquiciada.

-Muy graciosa- dijo molesto.

Volvió de todos modos junto a ella, esta vez intentando alejarse un poco para no acabar de la misma manera. Y así ambos intentaron conciliar el sueño.

-Kate- la llamo en la oscuridad justo cuando ella ya se estaba durmiendo.

Cómo odiaba que la despertasen.

- ¿Qué quieres? - preguntó con ninguna gana de pelear.

- ¿Por qué a mí me tratas tan mal y al resto de la tripulación nunca les arañas o insultas?

No se lo podía creer. ¿para eso la despertaba?

Era como un niño diciéndole a su madre que tenía favoritismo por su hermano.

- ¿Es enserio?

-Mucho.

A veces se preguntaba que había hecho mal en esta vida para soportarlo, o para haberlo conocido si quiera.

-Supongo que el resto de la tripulación no me ha hecho nada dentro de lo que cabe ser cómplices.

-Pero si yo tampoco te he hecho nada.

- ¿Cómo qué no? - preguntó indignada sin dar crédito a lo que oía. - ¿quieres que te enumere?

-No hace falta.

-Empecemos. Lo primero, me secuestraste, me apartaste de mi padre e hiciste que dejase mi vida atrás, fuese la que fuese. Me amordazaste, me ataste, me amenazaste...

-No te amenacé, solo te advertí- la cortó.

-No me interrumpas, sigamos. Me tuviste retenida durante días a caballo para obligarme a salir de la isla en la que me he criado, me has metido en un barco junto a seis personas más para llevarme a no sé dónde, he escapado, me has encontrado y me has vuelto a encerrar. ¿eso te parece poco?

-Entiendo que así contado parece...

- ¿Qué parece? ¿un paseo por la playa? ¿unas vacaciones?

- ¿Por qué siempre que intento mantener una conversación contigo acabas atacando?

- ¿Quieres saber por qué no los trato mal? Hay una línea muy fina entre tratar con un desconocido que, con un enemigo, ellos son desconocidos cómplices, tú eres mi enemigo. Si ellos llegaran a molestarme les trataría igual que como te trato a ti. Las veces que te he arañado ha sido por instinto para intentar huir. Y te he insultado porque me sacas de quicio. Así que duérmete y cállate si no quieres que lo de despertar muerto se cumpla.

Con eso dio por finalizada la conversación que al final acabo en pelea. Y por fin se calló enfurruñado y se dio la vuelta, dándole la espalda con los brazos cruzados, como un niño que no recibe su dulce.

A la mañana siguiente se despertó sobre algo cálido y duro, subía y bajaba al compás de su respiración y tenía latidos constantes como los de ella.

Un momento, ¿acaso estaba tumbada sobre...?

Miró hacia abajo, encontrando la horrenda cara de Jake con la boca abierta, un hilillo de baba bajando por su comisura, el pelo revuelto como si hubiera pasado un vendaval y roncando como un oso en hibernación.

Se apartó alarmada, y estuvo a punto de caer al suelo por el repentino susto. Como si estar en contacto con su cuerpo fuera una muerte inminente. En estos instantes maldecía su costumbre de dormir abrazando una almohada, y por supuesto, tenía que haber confundido una almohada con una persona.

Fantástico.

Por suerte él no se había despertado todavía, por lo que no tendría material para burlarse de ella. Pero la sensación de sus brazos rodeando su cintura al dormir no desaparecía, seguía sintiendo sus manos acariciando sus costillas a pesar de que ya no la estuviese tocando.

Seguramente esas semanas a la deriva habían afectado a sus neuronas. O tal vez tenía fiebre por la humedad. Sí, debía ser eso. Estaba enferma. Porque si no, no habría nada más que explique lo que la extraña sensación que sentía.

Se calzó con sus botas y la ropa que la habían dejado, pues su camisón de pijama desde que se había mojado cuando se tiró al mar estaba inservible.

Ató sus pantalones holgados con un cinturón que tristemente no tenía una espada enfundada, y abotonó su camisa prestada de gorila dormilón.

Una vez lista intento salir de la habitación y tal vez, con mucha suerte, escabullirse.

Pero cómo no, la puerta estaba cerrada con llave, para variar.

Tuvo que esperar a que el enorme mono se despertara, y como al rato se cansó de esperar uso un mejor método.

Cogió una almohada y sin más preámbulos la estampó con fuerza en su cara, despertándolo al instante alterado.

Y así señoras y señores es cómo se despierta a un oso de su hibernación.

- ¿Estás loca? ¿Por qué tienes esa manía de lanzarme siempre cojines?

-Es divertido ver tu cara de pasmarota al recibir un cojinazo.

- ¿Te parece gracioso? - ella intentó aguantar la risa, pero no pudo, soltando una gran risotada que la dejó a gusto.

-Un poco sí la verdad.

- ¿Ah sí? Te vas a enterar.

Se armó de otro cojín y sin darle tiempo a reaccionar se lo estrelló en la cara, tirándola a la cama por la fuerza empleada.

-Serás...

Su respuesta fue coger sus botas e intentar lanzárselas, pero para alivio suyo fue capaz de evitarlo antes de que uno de los tacones de los zapatos se le clavase en el ojo.

-Eres una bestia- exclamó sorprendido.

Forcejearon un buen rato, ninguno de los dos estaba dispuesto a perder esa absurda pelea.

Uno de ellos le estrellaba un cojín al otro, y después era su turno de estamparle lo primero que encontrase.

Así estuvieron un buen rato, hasta que en determinado momento las risas acabaron en algo más. Sin darse cuenta se habían quedado en una posa bastante comprometedora que admitiera o no a Kate la hizo sonrojar, menos mal que él no lo noto, pues estaba muy ocupado haciéndola cosquillas hasta casi asfixiarla.

-Para, para.

La tenía sujeta de las manos mientras la otra mano la hacía cosquillas en la tripa y las costillas, su punto débil.

¿Cómo habían pasado de anoche estar a punto de matarse a ahora tener una guerra de cojines y ataque de cosquillas?

Ciertamente nunca lo había hecho con nadie, pero debía de admitir que era más divertido de lo que esperaba, sobre todo si tenía la soberbia de ver se cara empanada al lanzarle un cojín o cómo se le revolvía el pelo haciendo una montañita desordenada.

Después de mucho insistir la tortura por fin acabo y la dejo libre, apoyando la mano en el colchón para no caer sobre ella y aplastarla.

Solo había un pequeño, pequeñísimo problema. La otra mano seguía sujetando sus muñecas.

Bueno, tal vez no era tan pequeño. Pues si antes estaba roja por las risas ahora puede que lo estuviese por otra cosa, y esta vez lo notó a la perfección.

-Cuando te pones roja casi pareces un angelito, casi, pero luego recuerdo la fiera que hay en ti y ya no pareces tan inocente.

-Suéltame ya, tonto, o te quedas sin manos.

Él, al instante las levantó en son de paz, soltándola de una vez.

Otro detalle a recalcar era que todavía estaba sobre ella, se había apartado un poco, pero el recuerdo de su cercanía y sus respiraciones aceleradas por la guerra seguía latente.

Tocaron la puerta y al instante se separaron, volviendo a su habitual comportamiento de llevarse como perros y gatos.

Jake se apresuró a abrir, sacando la llave de su escondite y metiéndola en la cerradura.

Al otro lado se encontraba un chico de más o menos su misma edad, flacucho y con mirada asustadiza, como si cualquier cosa que hiciese la pelirroja selvática fuese a hacerle daño.

-Buenos días- tartamudeó ligeramente, tenía unos grandes ojos abiertos de par en par, como un cervatillo a punto de ser cazado.

- ¿Qué pasa? - preguntó Jake amablemente.

-Bueno, veras... me preguntaba si alguno me podría echar una mano en la cocina, preparar la comida para todos es mucho trabajo, y ahora que tenemos a más gente...- dejó la frase en el aire, esperando que no lo asesinase ahí mismo por su propuesta. Había oído hablar de su mal genio.

-Claro- contestó ella por primera vez sonriendo.

A Jake casi se le desencaja la mandíbula por la fuerza con la que la abrió al ver su deslumbrante y preciosa sonrisa. Y lo que más rabia le dio, es que no era para él, a él solo eran gruñidos y ceños fruncidos, nunca le había sonreído de esa manera.

-Jake estará encantado de ayudarte- completó su frase todavía sonriendo angelicalmente- seguro que se le da genial la concina, ¿a que sí Jackie?

-En realidad, la propuesta era para...- se calló al ver su mirada de advertencia- claro, claro Jake tiene cara de ser muy buen cocinero.

-Entonces no hay más que hablar, ya tienes trabajo que hacer Jackie Jack

-Pero...- protesto él, sin embargo, le interrumpió.

-Pero nada señorito, quiero ver la comida en una hora, y si te sobra tiempo quiero la cubierta impoluta, como los chorros de loro. - imitó la voz rasposa del capitán.

-No, no, ni hablar, lo haces tú, yo ya tengo mucho trabajo que hacer.

- ¿Seguro? ¿Cuál?

-Cuidar de ti.

-Eso no es un trabajo, me sé cuidar solita. No seas perezoso y mueve el culo.

-Pero...

El chico que había entrado, el cual no sabía su nombre y por ahora se llamaría ojos Bambi, al ver que su extraña discusión no tenía pinta de acabar, dio un paso atrás, seguido de otro y otro más, hasta que dio media vuelta y se fue corriendo por el pasillo.

- ¿Ves? Ya lo has asustado. Te parecerá bonito.

-Kath- la llamó por uno de sus diminutivos. Era la primera vez que no la llamaba zanahoria como sabía que le molestaba- hablo en serio, tengo otras cosas que hacer, y, aunque no lo creas, son muchas. Mira, prueba a ayudar a Thomas en la cocina, si te gusta ayúdale un poco, el pobre chico no da abasto, si se te da mal ven conmigo a hacer otras tareas.

- ¿Cómo qué?

-Pasarte horas al sol limpiando con la mano al rojo vivo la cubierta y afilar todas las espadas hasta quedarte sin dedos, cosa que no podrías hacer ya que usarías la primera arma que encuentres para degollar a alguien.

- ¡Prefiero la cocina!

Puede que no le gustase que la pusiesen a hacer ese trabajo en específico, a lo largo de su vida como mujer en una época no muy buena había recibido varios comentarios acerca de que ahí es donde debía estar únicamente. Cosa que no hacía más que molestarla hasta hacer que pierda los estribos, y más de una vez darle un buen merecido a alguien. Pero había que admitir que estar ocho horas del día restregando una cubierta hasta que le salieran ampollas no era precisamente lo que más la entusiasmaba.

Enfurruñada y sabiendo que no podía negarse siguió al chico que le enseñaba el camino. Pues técnicamente estaba secuestrada y no tenía derecho a opinar. Y técnicamente porque esto que estaba viviendo definitivamente era un concepto muy curioso de secuestro, sobre todo si jugaba a hacerse cosquillas y lanzarse cojines con su secuestrador. 

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