Capítulo 48: Amanda

Amanda agregó un poco de pintura blanca para otorgar mayor luminosidad al cuadro que estaba pintando. En el lienzo había quedado inmortalizado el cuerpo de Pablo, apenas cubierto en su parte más íntima por una fina tela blanquecina. Unas hermosas alas se desplegaban majestuosas tras su espalda y lo elevaban apenas unos centímetros de un turbulento mar.

Era su mejor obra hasta el momento, pero le había prometido a su esposo que no se la enseñaría a nadie. Una verdadera pena, puesto que el cuadro estaba quedando realmente bien y la figura de Pablo era perfecta. No entendía por qué la idea de que alguien lo viera como un apuesto ángel lo avergonzaba tanto. Algunas veces resultaba adorable y Amanda agradecía poder contar con él siempre que lo necesitaba. Incluso accedió a ayudarla en su proyecto de alfabetización cuando se lo pidió. También asistían juntos a las reuniones de los miércoles en la iglesia en las que discutían sobre libros, ideales y política. La compañía de Pablo hacía que fuera cada vez más sencillo poder cumplir la promesa de apartar al cura de sus pensamientos y de su corazón.

Alguien llamó a la puerta y Pablo desde la otra habitación se apresuró a decir:

—¡Yo abriré!

Amanda se limpió la pintura de las manos con un trapo y se asomó apenas por el pasillo para ver quien era. Pablo abrió la puerta y el corazón de Amanda dio un salto. No entendía qué estaba haciendo ella en Esperanza. Si su esposo pretendía escabullirse con la joven mientras estaba pintando, entonces no respondería por sus actos.

—¡Vete, no quiero problemas! —dijo Pablo e intentó cerrar la puerta.

Amanda exhaló el aire que había estado conteniendo. No era Pablo quien la había invitado.

—Espera, no es lo que crees —dijo Magdalena y frenó la puerta con la mano.

Amanda se preguntaba qué era lo que esa mujer pretendía al aparecerse en su casa así como así. ¿Acaso no le bastaba con haber intentado que acusaran de homicidio a Pablo y a Sebastián?

—¿Qué quieres? —preguntó Pablo bruscamente.

—Bueno, no sé si sabes, pero Simón y yo nos vamos a casar... —comenzó a decir, pero Pablo la interrumpió.

—Bien, me alegro por ustedes. Les enviaré un regalo. Ahora, vete antes de que te vea Amanda. No quiero problemas —insistió.

Magdalena se apresuró a entrar en la sala, para que Pablo no pudiera dejarla afuera. Amanda apretó los puños con fuerza. No le gustaba que Pablo le ocultara cosas y mucho menos si se trataba de algo relacionado con esa mujer.

—¡Es importante! ¿Podrías dejar de actuar como un idiota y escucharme? —dijo alzando la voz.

—Bien, bien, no grites —pidió él.

—De acuerdo. Sofía le hizo llegar una carta a Simón —comenzó a decir Magdalena y Amanda se acercó apenas para poder escuchar—. Era una carta para Antony Van Ewen y en cuanto supimos que él llegó a la ciudad, mi prometido se la alcanzó.

—No entiendo qué tiene que ver conmigo —dijo Pablo.

—Cuando Van Ewen leyó la carta se enfureció y comenzó a romper todo lo que tenía a su alrededor. Estuvo a punto de golpear a Simón aunque no era más que el mensajero.

—¿Qué decía la carta?

—Creo que la familia Pérez Esnaola disolvió el compromiso que él tenía con Sofía —explicó.

Amanda se acercó y cuando Magdalena reparó en ella retrocedió unos pasos.

—Disculpa, pero... ¿sabes qué es lo que piensa hacer el inglés? —interrogó Amanda.

Magdalena pareció relajarse, quizás pensara que iba a hacer una escena de celos por encontrarla conversando con su esposo.

—Dijo que no iba a dejar que nadie lo rechazara. Está furioso y Simón dice que es impredecible. Me asusta que pueda intentar herir a Sofía —explicó Magdalena.

—¿Por qué no fuiste a La Rosa a advertirle? —preguntó Pablo.

—Lo hice, pero Doña Catalina me insultó y dijo que por mi culpa se separó la familia. Me odia por lo que dije sobre Sebastián. Se negó a dejarme hablar con su hija y a escuchar lo que me enteré acerca de Van Ewen —dijo triste.

—No tiene sentido. Hace unos días visitamos a mi madre y comentó que había encargado algunas telas para el vestido de novia de Sofía. ¿Por qué las compraría para una boda que planeaba cancelar? —preguntó Amanda y Magdalena se encogió de hombros.

—No lo sé. Quizás Sofía actuó a sus espaldas porque no quiere casarse con Van Ewen. Lo único que puedo decir es lo que me contó Simón y se veía muy preocupado.

—Es que todo es tan extraño... No sé si debería creer en ti. Desde pequeña, el sueño de mi hermana ha sido casarse con un hombre rico y guapo. Por donde se lo mire, Van Ewen parece ser el partido perfecto... —comenzó a decir Amanda y Pablo carraspeó—. Para Sofía o para las que gustan de los ingleses estirados, claro.

—No me crean si no quieren. Solo pensé en que debía avisarles. No me gustaría cargar con la muerte de Sofía en mi conciencia. Ustedes sabrán qué hacer —agregó Magdalena y salió de la vivienda.

Amanda la observó hasta que el conductor le abrió la puerta del carruaje en el que había llegado.

—¿Qué te parece si vamos a visitar a tu familia? —sugirió Pablo.

—Sí. Solo espérame un segundo, así me cambio.

Catalina se alegró mucho al verlos y le dio un gran abrazo a su hija a modo de saludo.

—¿Quieren que les prepare algo para merendar? —ofreció la mujer.

—No, gracias. Queríamos invitar a Diego y a Sofía a caminar cerca del arroyo —dijo Amanda y su madre pareció un poco decepcionada.

—¡Sofía! ¡Diego! ¡Tienen visitas! —gritó Catalina y unos segundos después los jóvenes se acercaron a saludar a la pareja.

Mientras los cuatro caminaban hacia el arroyo Amanda preguntó:

—¿Qué sabes de Antony?

Sofía dudó unos instantes antes de responder:

—Supe que está en la ciudad.

—¿Sigue en pie su compromiso?

Sofía y Diego intercambiaron una mirada de complicidad, pero ninguno respondió.

—¿Sabe mamá que intentaste romper con él? —continuó interrogando Amanda.

—No, pero quizás crea que Antony se arrepintió si es que nunca más aparece por aquí —dijo Sofía.

—Me temo que Van Ewen no estaría dispuesto a renunciar a ti y a tu dote con tanta facilidad —explicó Amanda.

—Bueno, pero tendrá que renunciar porque yo no lo amo... —dijo con la voz quebrada Sofía que estaba más pálida que nunca.

—¡El amor y el matrimonio no tienen nada que ver! —la reprendió Amanda. Le resultaba exasperante que su hermana fuera tan ingenua.

Pablo carraspeó.

—Es diferente con nosotros. Tú ni siquiera pediste mi dote —dijo Amanda suavizando el tono de su voz y colocando una mano en el brazo de su esposo.

—No voy a casarme con alguien que no amo. Si viene le explicaré que tendrá que olvidarse de mí —concluyó la joven.

—¡Bien dicho! —la apremió Pablo y Amanda suspiró.

—No digo que te cases con él, pero no creo que sea tan sencillo romper el compromiso —dijo Amanda, que aunque no quería ser pesimista, le preocupaba que su hermana pudiera salir lastimada o fuera a la cárcel.

Sofía no soportaría que su madre y todos en la familia la ignoraran de la misma forma que lo habían hecho con ella. De no haber sido por Pablo, su vida habría sido un infierno.

—Lo siento, enviarle una carta a Van Ewen fue mi idea —confesó Diego que había estado en silencio hasta el momento.

—No te preocupes. Solo quisiste ayudar —dijo Sofía y acarició con ternura el brazo del muchacho.

Aquel gesto ayudó a que Amanda entendiera mejor el repentino desinterés de Sofía por Antony y por la boda. Era evidente que los jóvenes estaban enamorados. Rezó en silencio para que el inglés no les hiciera daño a ninguno de los dos.

Cuando llegaron a la orilla del arroyo Diego y Sofía se sentaron sobre una enorme piedra y Pablo se acomodó en el suelo con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol.

—Ven aquí —dijo el criollo y atrajo a su esposa de la mano suavemente.

Ella se sentó junto a él y dejó que la rodee por la espalda con un brazo.

—¿Cómo hicieron ustedes para casarse? —preguntó Diego.

Sofía tenía la mirada perdida en el agua.

—Nosotros conseguimos la autorización de doña Catalina, quizás por el título de condesa de mi tía abuela o tal vez porque no me interesaba cobrar el dinero de la dote. Puede que hayan preferido que Amanda fuera mi esposa a que siguiese viviendo en la iglesia. De no haber sido así, estoy seguro que no hubieran aceptado que uniese su vida a la de un simple criollo... —explicó Pablo con cierto dejo de melancolía en la voz.

—Algo que no es más que una tontería, puesto que Manuelito también es criollo, así como lo serán los hijos de todos nosotros —agregó Amanda y acarició con ternura la rodilla de su marido.

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