2.

Iwaizumi lo observaba con curiosidad. No sabía bien cómo había pasado de no soportarlo a mirarlo cada rato. No es que no tuviera amigos, de cierta manera los tenía, pero ese niño nuevo le llamaba mucho más la atención que los demás.

Quizá porque era nuevo y había pasado demasiado tiempo ya con los demás.

A ellos los conocía.

A Oikawa Tooru no.

Pero no iba a darle el gusto al niño de ser su centro de atención. Así, cuando Tooru le miraba, él solo desviaba la vista o le dedicaba una mirada molesta.

Sus padres no entendían cómo siendo tan pequeño era ya capaz de lanzar semejantes miradas. Ese aspecto del pequeño era algo que preocupaba a sus profesores, que desde que lo conocían no le habían visto sacar una sonrisa que no fuera parecida a una de cortesía, como si estuviera siendo presionado para que sonriese y lo hacía para contentar a los demás y que le dejasen.

Era ciertamente alarmante que un niño de cuatro años no riese como sus compañeros. Pero a Hajime simplemente no le hacía la misma gracia que a los demás ciertas cosas.

Sin embargo, había comprobado que el castaño era como su inverso. Tooru era un payaso andante, de esos que alguna vez vio en una excursión. Hacía a todos reír con sus ideas, y Hajime no quería admitirlo, pero también le hacía reír a él.

—¡Esto no va! —se quejaba el castaño cuando un rotulador no pintaba, y le jaló de la manga—. ¡Iwa-chan, ayúdame!

Hajime solo observó el rotulador y suspiró. Se lo quitó de la mano y lo destapó.

—Ya está.

Tooru lo miró con ojos brillantes de admiración.

—¡Iwa-chan, eres fantastialienátisco!

Le dio un abrazo que volvió a sorprenderle. No solía tener mucho contacto con los demás que no fueran su madre y parecía que, para Tooru, abrazar a los otros era algo tan natural como respirar.

—No es que sea... ¿fantasticalen...?

—Fastastialienástico —corrigió con una sonrisa.

—Lo que sea. Es solo que tú eres tontaina.

—¡Iwa-chan! —infló las mejillas.

Sonrió, y la profesora se sorprendió de ver la sonrisa en ese infantil rostro. Sabiendo la cantidad de cosas que habían intentado para sacar una sonrisa a ese niño, no era para menos asombrarse de la rapidez con la que el nuevo pequeño había logrado lo que llevaba intentando ella un año y medio.

Ambos se pusieron a colorear una vez solucionado el problema de Tooru. Sus pequeñas cabezas se concentraron tanto en colorear que, cuando se quisieron dar cuenta, algunos padres ya estaban esperando tras la puerta para recoger a sus hijos.

Su profesora abrió la puerta y fue llamando uno por uno a los niños mediante veía a los padres, poniéndoles las chaquetas y las mochilas para entregarlos. Hajime estaba acostumbrado a ser de los últimos en ser recogido, pues su padre cogía el único coche para irse a trabajar y, por tanto, su madre tenía que venir en transporte público, y la madre de Tooru llegaba con algo de retraso, así que quedaron ambos en clase solos con la profesora invitándolos a ayudarla con cosas pequeñas como recoger las pinturas o recortar una cartulina.

—Nee, Iwa-chan —llamó Tooru mientras estaban sentados, recortando cartulinas azules.

—Ya dije que no me llames así, tonto.

—Cuando tú me dejes de decir tonto.

—No.

—Pues eso —emitió un pequeño sonido de indignación y se cruzó de brazos.

Hajime tan solo suspiró ante su reacción.

—¿Qué querías?

—¡Ah! —los ojos de Tooru se iluminaron cuando recordó para qué lo llamaba—. Quería decirte que, si tu mamá no viene, pues puedes venir con la mía.

—Mi mamá siempre llega tarde, tonto —suspiró.

—¡Pues te recoge en mi casa!

—Tooru-chan —llamó la profesora, sacándole una mueca al aludido. No le gustaba su nueva profesora, y se le notaba—. Hajime-chan no puede ir contigo.

—¿Y por qué no? —se enfadó el castaño, poniendo las manos en la mesa y levantándose de la silla.

—Porque su mamá no conoce a la tuya, y se va a preocupar si no lo ve aquí.

Tooru le sacó la lengua y Hajime rió ligeramente ante la actitud de su... ¿amigo, se podría decir?

—¡No te preocupes, Iwa-chan, no te dejaré solo! —el castaño le miró y levantó el puño al aire—. ¡Aunque tenga que vencer a los malos malísimos!

La profesora arqueó las cejas mientras Hajime reía a carcajadas ante la convicción del castaño de que era algún tipo de superhéroe.

—¿Qué eres? ¿Superman?

—¿Qué? No, ese es feo —agitó su otra mano en señal de desdén—. Yo seré... —meditó unos segundos y luego pegó un pequeño brinco—. ¡Seré superalien!

Con sus brazos rectos, imitando así el vuelo, empezó a recorrer la clase, haciendo con su boca el sonido de un motor. Hajime rió cuando el niño tropezó con sus propios pies y cayó al suelo.

—De "súper" tendrás lo torpe —se burló.

El castaño se sentó en el suelo, indignado por sus palabras mientras se frotaba la cabeza, unas pequeñas lágrimas formándose en sus ojos.

—¡No tiene gracia, Iwa-chan!

—No era para que te alegres tú —sonrió con burla.

Otra de las cosas que Iwaizumi Hajime tenía de extraño era su particular sentido del humor a tan corta edad.

—Venga, niños, no os peléeis —apaciguó la profesora.

Entonces apareció la madre de Tooru, cansada por correr al ver que no llegaba a recoger a su hijo. Tras unas disculpas con la profesora, llamó al niño, quien cogió su mochila con una mueca.

—¡Mamá! ¡No quiero ir a casa! ¡Quiero estar con Iwa-chan! —señaló al niño, que se cruzó de brazos y miró hacia otro lado—. ¡No quiero dejarle solito!

—Hijo, tu amigo seguramente está esperando a su mamá —sonrió la mujer—. Pero otro día, si coincidimos, le decimos que traiga a tu amiguito a jugar. ¿Te parece?

—Mmm... —miró con pena a Hajime—. Pero... ¿lo prometes?

—Sí, mi alien —sonrió mientras le cogía en brazos.

Hajime también sonrió al ver que Tooru estaba preocupado por él y le despidió con la mano. El castaño, feliz por el gesto, también agitó su manita hasta que desaparecieron de la vista del azabache.

Entonces, vio que en el asiento del castaño había un pequeño peluche de un alien verde.

—Ese tonto se lo ha dejado... —lo recogió para guardarlo en su mochila y devolvérselo el día siguiente.

—Venga, Hajime-chan, te dejaré en secretaría —dijo mirando el reloj—. Ya han pasado los diez minutos.

Hajime asintió, siguiéndola hasta llegar a la secretaría, donde todos los niños esperaban pasado el plazo de diez minutos de recogida. Si pasaba más tiempo, la secretaria llamaba a los padres.

Minutos después llegaba su madre quien se disculpó como siempre con la secretaria y le tomó de la mano. Hajime le seguía hasta la tienda donde siempre le compraba unas galletas y luego iban a la parada de autobús.

—¡Iwa-chan!

En la parada, se encontró de nuevo con el pequeño nuevo en su clase. Al parecer, él también iba en transporte público.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, curioso pero alegre al mismo tiempo, aunque nunca lo admitiría.

—¡Esperamos el bus! ¿Y tú?

—Yo también.

Miró a su madre, que conversaba amenamente con la de Tooru, quien daba pequeños saltos emocionados y le daba ya un abrazo.

—¡Iwa-chan, Iwa-chan!

—Qué —rodó los ojos.

—Nada, solo quería decir "Iwa-chan", Iwa-chan.

Hajime suspiró. ¿En serio le caía bien ese niño? Sus padres estaban en lo cierto cuando decían que era raro.

—Oye, te dejaste tu peluche en clase —sacó de su mochila el pequeño alien verde, y a Tooru se le iluminó la mirada.

—¡Ya decía yo que me faltaba algo! ¿Lo ves, mamá? —su madre le miró, y entonces señaló el peluche—. ¡Me dejaba a Tooalien!

—Debes tener más cuidado, Tooru —rió la mujer junto a la madre de Hajime.

—¡Muchas gracias, Iwa-chan!

Un nuevo abrazo abarcó todo el cuerpo del moreno, que le dio un par de palmaditas en la espalda.

—¿Tooalien? ¿Qué clase de nombre es ese? —preguntó cuando se separaron.

—¡Pues es un nombre precioso! —se indignó el castaño—. ¡Casi tanto como el mío!

—Ya, el parecido se nota.

—¿A qué sí? ¡Es que somos hermanos!

Tooru abrazó a su peluche con amor, y vio un bus acercándose.

—¡Mamá! ¿Es ese el bus?

Señaló el vehículo, y su madre consultó en su móvil antes de responder.

—Sí, ese es, Tooru.

—¡Ese también lo tenemos que coger nosotros! —se sorprendió Hajime.

—¿En serio? ¡Entonces podemos ir juntos en el viaje! ¡Mamá, mamá! —tiró de la falda de la mujer—. ¿Puede Iwa-chan venir a casa? ¡Prometió reparar mi nave! ¡Anda dí que sí! ¡Porfa, porfa, porfa!

Tironeaba de la tela mientras le miraba con ojos de cachorro abandonado.

—Si su madre le deja... —Tooru miró a la mujer morena de ojos verdes con expresión afligida.

Cómo si pudiese negarle algo a esa carita.

—Claro, si Hajime quiere —sonrió.

El aludido asintió con cierta indiferencia, ocultando su alegría ante el castaño, que saltaba una de la felicidad y se abalanzaba sobre el moreno.

—¡Iwa-chan, vendrás a casa! ¡Te enseñaré mi habitación, te va a encantar! ¡Está llena de estrellas! ¡Y está mi nave!

Hajime no pudo ocultar más su sonrisa, porque ver la brillante cara del niño hacía que cualquiera se alegrase.

Tooru le cogió de las manos y empezó a dar vueltas con él hasta que el bus llegó a la parada, y subieron ni bien el conductor abrió las puertas.

Y sentados en los penúltimos asientos del autobús, hablando de naves espaciales con las manos cogidas y los pies agitándose al aire, iniciaba lo que sería una larga amistad.

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