1.
Era su primer día de guardería.
No le hubiera asustado demasiado (de hecho, consideraba que era bastante bueno para hacer nuevos amigos) de no ser por la situación. De un momento al otro, sus padres habían cogido el coche y le habían llevado muy lejos del lugar al que se había acostumbrado durante cuatro años y medio. No entendía muy bien por qué, pero que fuese pequeño no significaba que fuese tonto. La cara de su hermana mayor lo decía todo, con su ceño fruncido mientras escuchaba música y miraba por la ventana, transmitía la sensación de que estaba muy enfadada con el repentino cambio.
Vio que los edificios dejaban de ser grandes y se empequeñecían cada vez más hasta que, en un momento, pasaron a ser un punto lejano. Todo a su alrededor se convirtió entonces en campo, y de ahí a pequeñas casas nada comparables con la enormidad de edificios a los que estaba acostumbrado. Su boca hizo una mueca de disgusto, no le gustaba que hubiera tantos cambios hasta en el paisaje.
Le preguntó a su hermana dónde estaban, pero ella no le escuchó. Su madre fue la que, desde delante, respondió que ese sería "su nuevo hogar" y lo llamó algo como "Miyagi". Repitió el nuevo término un par de veces, ayudado de su madre y sacándole la primera sonrisa del día a su hermana. Sabía hablar bien, pero las palabras nuevas como esa se le atragantaban.
Para cuando llegaron a lo que parecía ser su casa, dado que sus padres abrieron con llaves la puerta, se fijó que era muy grande para poder jugar todo lo que quisiera. Corrió feliz por la sala, mucho más espaciosa que la otra, y lo único que pensaba en ese momento era en lo alegre que estaba por la libertad que tanto espacio le brindaba.
Sin embargo, su felicidad se apagó cuando escuchó a su hermana y su madre discutiendo mientras él jugaba con su balón.
—¡No conozco a nadie aquí! ¡No hay nada que hacer! ¡Es un maldito pueblo!
—Harás amigos, tranquila, no se acaba el mundo.
—¡Para mí sí! ¡No podré volver a ver a mis amigos! ¡Ni a mi novio!
Se desentendió de la disputa cuando escuchó el "no" y "amigos" en la misma frase. ¿Él tampoco volvería a ver a los suyos?
Como todo niño de cuatro años, le preguntó la duda existencial a su madre, que le dijo que sí los vería pero que ahora tendría que hacer nuevos amigos en la nueva escuela. Todo era demasiado nuevo, y no estaba seguro de que le gustase que cambiasen tanto las cosas.
—Bien, pequeño, diles a tus compañeros cómo te llamas.
Eso dijo esa mujer, que al parecer era la, otra vez, nueva profesora que sustituiría a la suya. No le gustaba esa mujer. Miró a los niños que también eran sus nuevos compañeros y que tendrían que ser el reemplazo de los suyos.
No le gustaba eso de tanto "nuevo", y por la misma razón tuvieron que despegarle a tirones de su madre a la entrada de la escuela.
—Tooru —respondió, no muy convencido. Veía a esos niños y pensaba que en cualquier momento se convertirían en zombies y le comerían, por la forma en la que lo miraban.
Apretó su peluche de alien, que le había sido permitido llevar debido a los nervios y llantos del primer día en una nueva escuela.
Todos sonrieron como si le fueran a morder y hablaron diciendo sus nombres. Se sentía agobiado, no por ser el centro de atención (eso de alguna manera le gustaba) sino porque no conocía a nadie. Tantas miradas desconocidas y tantas voces diferentes le chocaban bastante.
Sin embargo, comprobó que no tenía de qué preocuparse. Parecía que caía bien a todos, su madre solía decir que era muy sociable con los niños, y es que a Tooru no le importaba quién fuera mientras estuviese dispuesto a jugar con él y hacerle caso. De repente, todo ese miedo se había desvanecido y su profesora se alegró de que fuera tan amigable.
A Tooru siempre le había gustado que todos los niños jugasen con él y le prestasen atención. Quizá estaba más asustado al pensar que no sería el centro de atención de los nuevos más que por el hecho de no conocerlos. En el recreo, todos se pusieron a jugar con él por el simple hecho de ser alguien que no conocían y llamaba más la atención. Debido a sus habilidades con el balón, rápidamente se hizo buen amigo de sus compañeros.
Todo iba perfecto, hasta que detectó que alguien de su clase no estaba tan entusiasmado como los demás. Iba a su rollo, como si no le interesase lo más mínimo lo que hiciera o dejase de hacer Tooru. Y si le miraba, lo hacía como si estuviese enfadado con él por alguna razón. Eso, de alguna manera, le intrigaba.
—¡Hola!
Tooru se acercó al niño que no le dedicaba ni un minuto de su atención. Este le dedicó una mirada de desdén que le hizo ladear la cabeza y poner un dedo en sus labios ante la falta de respuesta.
—¡Hey! ¿Por qué no me haces caso? —se enfurruñó ante la indiferencia de aquel niño—. ¡Oye, que es a ti! ¡Oye!
—¿Te quieres callar? —le miró enfadado por el ruido, y Tooru pasó de una mirada molesta a una alegre en cuestión de segundos.
—¡Me has hablado! —aplaudió, pero su alegría pronto se convirtió en curiosidad—. ¿Por qué me miras así?
—¿Así cómo?
—Enfadado.
El otro niño arqueó una ceja.
—¿No tienes cosas mejores que hacer? —dijo molesto—. Ve con los otros.
Señaló a la multitud que jugaba al pilla pilla sin darse cuenta de la ausencia de uno de sus jugadores.
—No —negó con los labios fruncidos—. Quiero saber por qué estás enfadado conmigo.
—No estoy enfadado.
—Lo estás.
—No.
—Sí.
—No.
—Sí.
El otro rodó los ojos.
—Sí.
—Sí..., no... Espera, ¿qué? —parpadeó ante el lío mental que le había provocado la respuesta.
—Bien, ahora vete.
.
Tooru vio que sus ojos se centraban de nuevo en un pequeño coche azul cielo que estaba roto. Una rueda se había salido y la puerta también, al igual que los asientos.
—Moo~. ¿Qué he hecho? Acabo de llegar...
El niño suspiró. Era evidente que no se iría hasta que no le respondiera a la pregunta.
—Verás. Es simple —miró los castaños ojos del nuevo—. No me gusta los niños que llaman tanto la atención.
Tooru ladeó la cabeza hacia la izquierda de tal manera que pensó que la iba a girar del todo.
—Pero es normal que llame la atención —dijo, sin entender el punto del otro—. Después de todo, soy un alien.
El azabache se esperaba de todo cuando el castaño empezó a hablar, después de todo muy listo no parecía ser, pero jamás imaginó que diría eso.
—¿Qué? —fue lo único articulable.
—Eso. Que soy un alien, es normal. ¿Cuándo has visto tú un alien?
—... Tonto.
Eso fue lo único que el pequeño le dijo a Tooru tras ciertos segundos de asimilación.
—¡Oye! No es ninguna tontería. Soy un alien —indignado, se cruzó de brazos—. ¿No has visto mi camisa?
Se fijó en la prenda que llevaba, distinta al del uniforme porque aún no se lo daban. Era negra con dibujos de estrellas y letras verdes neón. En el pecho ponía «Alien» en letras occidentales, debajo de estas se veía la traducción al japonés, y se veía un pequeño OVNI en la finalización de la «n».
—¿Y? Eso lo he visto yo en la tienda de al lado de casa y no es nada del otro mundo.
—¡Es lo que me representa como alien! —dijo molesto—. Por eso todos se acercan a mí.
—Eres tonto.
Tooru vio como volvía a ser ignorado por un coche de juguete roto. Sin embargo, lejos de irse, se sentó al lado del pequeño y miró con atención el coche.
—¿Por qué no le pides a tu mamá que te compre otro?
El niño le miró de nuevo con cierta indiferencia, pero no se sintió capaz de responderle bruscamente ante la mirada inocente del castaño.
—Porque quiero arreglarlo yo.
Tooru le miró con un brillo en sus ojos que indicaba su admiración, y echó un pequeño grito de sorpresa.
—¡Sabes arreglar cosas! ¡Podrías arreglar mi nave!
—¿Tu nave? —arqueó una ceja.
—¡Sí! Ya te he dicho que soy un alien, tengo mi propia nave. Pero está algo rota —dijo emocionado—. ¡Podrías arreglarla!
Tooru vio encantado cómo el otro niño se emocionaba con la idea, aunque lo intentase disimular.
—De acuerdo, te ayudaré.
Seguía sin creerse que Tooru fuera un alien, era obvio que mentía, pero la idea de arreglar objetos le emocionaba.
—¿En serio? —asintió con la cabeza—. ¡Gracias!
El castaño le dio un efusivo abrazo. Cuando se separaron, Tooru puso expresión de sorpresa.
—¡Aún no sé cómo te llamas! —recordó—. Yo soy Oikawa Tooru, ¡encantado! —le tendió la mano.
Como si no lo supiera, se dijo el azabache, pues ya se había presentado delante de toda la clase y la profesora había escrito su nombre en la pizarra, aunque algunos confundieron los caracteres.
—Iwaizumi Hajime —-hizo una mueca al ver la mano del niño.
No se había recuperado del abrazo sorpresa todavía para cuando el castaño tomó su mano y la sacudió con renovada efusividad.
—¡Eso es muy largo! —se quejó, no podía recordar tantos nombres a la vez—. Te llamaré... —puso cara pensativa, aunque más bien para simular que lo estaba haciendo, pues lo tuvo muy claro a los dos segundos—. ¡Iwa-chan! ¿Te gusta?
—No. Y ni se te ocurra llamarme...
—¡De acuerdo, será Iwa-chan entonces!
El azabache suspiró. En el poco tiempo que llevaba conociendo a Tooru (no más que unas horas, de hecho) ya había aprendido que, cuando algo se le metía en la cabeza, no había poder humano posible que lo sacase.
—¿Quieres que te ayude? No sé mucho de arreglar cosas pero soy bueno ocultándole a mamá las cosas que rompo.
El castaño rió mientras el de cabello negro suspiraba.
—¿Qué más da lo que te diga, si igual harás lo que quieras?
Tooru aplaudió emocionado y empezó por tomar el coche rojo que estaba en el suelo. En silencio, miró las piezas rotas y el propio coche, pensando en cómo encajarlas y dando unos fallidos intentos.
Hajime, agradecido por el silencio del parlanchín castaño, se puso de nuevo a arreglar el suyo. Sin embargo, las expresiones faciales o los sonidos de frustración de Tooru le desconcentraban, además de que varios niños venían a por el castaño, quien, para sorpresa de Iwaizumi, rechazaba la propuesta de jugar con ellos.
—No tienes por qué ayudarme —dijo, y Tooru le miró con sus grandes ojos castaños—. Puedes irte a...
—¡Yo quiero arreglar el coche!
Sin dar más objeción, el niño fijó su mirada en el coche rojo. Hajime arqueó una ceja, pero luego se encogió de hombros y siguió a lo suyo.
Sin embargo, veía a Oikawa de refilón por encima del capó de su pequeño vehículo. Observó su frustración y su concentración, así como también la sonrisa de orgullo que se le quedó cuando consiguió encajar una puerta.
—¡Mira, mira, Iwa-chan! —le jaló del brazo—. ¡Arreglé la puerta!
—Lo he visto —dijo con tono monótono, ocultando una sonrisa al ver la expresión alegre del castaño, como si el encajar una puerta fuera ganar la copa del mundo.
—¡Ahora encajaré la rueda!
Y nuevamente se concentró en su trabajo, haciendo que Hajime le observase de nuevo.
Con un solo vistazo, Iwaizumi había dado por hecho de que ese niño no le caería bien. Era todo lo que no le gustaba de los niños. Le gustaba estar rodeado, reía a lo tonto y se adaptaba demasiado fácil, teniendo en cuenta de que había llegado llorando. Hajime estaba convencido de que tan solo quería ganarse su atención porque no soportaba el hecho de que alguien no girase alrededor de él.
Sin embargo, al verlo de esa manera, tan concentrado en una rueda, empezaba a cambiar de idea respecto a Oikawa Tooru.
Quizá no era tan malo como pensó en un inicio.
Quizá.
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