23 | fuego y pólvora
Llegó el día del discurso de Mosley y Tessa se encontraba con su esposo. Cuando llegaron a Bingley Hall encontraron una protesta justo afuera del lugar, con policías y civiles gritando y peleando. El brazo de Tommy envolvió inmediatamente a su esposa, empujando a través de la multitud hasta que lograron atravesar la puerta.
—Tess, necesito que vayas a buscar a Arthur y Mason, ¿sí? —dijo Tommy—. Ve y espera con ellos hasta que vaya a buscarte.
Tessa asintió y se dirigió hacia el pasillo. Mientras caminaba, chocó con alguien y jadeó—. Lo siento...
Frente a ella se encontraba Jimmy McCavern. Tessa retrocedió instinctivamente, sin querer nada más que golpear al hombre frente a ella.
Jimmy sonrió—. Está bien. Solo mira para dónde vas la próxima vez, ¿eh?
Tessa asintió—. Sí. Lo siento.
No quería nada más que gritarle al hombre, maldiciendo por lo que le había hecho a Bonnie Gold, y, por extensión, a Aberama, Hetty, Polly y la familia Shelby. Bonnie era un buen chico, uno que merecía convertirse en el campeón que quería ser. En cambio, estaba muerto y a este hombre se le permitía caminar por la tierra como si fuera el dueño de ella.
Tessa no era de las que abogaba por la violencia, pero quería que Aberama hiciera sufrir a ese hombre.
Ella se alejó caminando hasta que se topó con Mason—. ¡Gracias a Dios!
—Tess, ¿dónde está Tom? —preguntó Mason.
Tessa se encogió de hombros—. No lo sé. Me dijo que te encontrara y me quedara contigo. ¿Está bien?
Mason sonrió—. Por supuesto que sí, idiota. ¿Por qué no querría tu compañía?
Tessa asintió aliviada—. Gracias, Mase. Acabo de... acabo de encontrarme con Jimmy McCavern.
Arthur escuchó la conversación mientras se acercaba y sus ojos se oscurecieron—. No te tocó, ¿no?
—No —respondió Tessa—, pero lo quiero muerto, Arthur. Hombres así no merecen vivir mientras gente como Bonnie Gold está muerta.
—Lo sé, Tess —dijo Arthur, colocando una mano tranquilizadora en su hombro—. Y va a estar muerto antes de que acabe la noche.
—Vamos, será mejor que nos pongamos en posición —dijo Mason.
Mientras esperaban, un locutor habló—: Damas y caballeros, el Sr. Oswald Mosley.
Tessa se estremeció al escuchar su nombre y miró por detrás de la cortina para ver a Mosley caminando entre la multitud con Tommy detrás de él—. Encontré a Tommy.
La multitud estaba cantando "Muerte al Judá", y Tessa negó con incredulidad, queriendo que todo terminara.
Mason notó su malestar y frunció el ceño ligeramente—. Tess, ¿Estás bien?
—Sí —respondió Tessa, cruzando los brazos—. Solo tengo un mal presentimiento.
—Bueno, te conocemos a ti y tus malos presentimientos —dijo Mason—. Tess, intenta relajarte, ¿sí? Todo va a estar bien.
Mosley tomó su lugar en el escenario con Tommy a su lado. Tocó el micrófono varias veces comprobando que funcionara antes de hablar.
—Bienvenidos, hombres y mujeres de Birmingham —dijo Mosley—. Gracias por venir en esta noche tan fría y oscura, a pesar de la obstrucción y la provocación de nuestros enemigos. Nuestros enemigos usan ladrillos, piedras y botellas. Nosotros, los principios razonados, la argumentación y los hechos. Entre esos enemigos se encuentra el Sr. Winston Churchill, quien anoche, en la Cámara, me acusó de ser una amenaza a la democracia. Pero el Sr. Churchill nunca fue amigo de la gente común. Se enfrenta a la alternativa de tener que despedirse de las viejas normas, y, por lo tanto, de su propio puesto, y ha elegido lo segundo. Pero, por supuesto, no todos los que vinieron hoy estarán convencidos de nuestra causa. Estos son nuestros principios rectores. Cada ciudadano servirá al Estado, no a los bancos ni a las facciones. ¡Ni a los judíos!
—Maldición —dijo Mason—. Este tipo tiene un tornillo suelto.
—¡Se abolirán las diferencias de clases, y nacerá una mejor Gran Bretaña del Nacional Socialismo y el credo fascista! —declaró Mosley, hablando con vigor mientras Mason, Tessa y Arthur lo observaban conmocionados—. No tiene sentido engañarnos, desde 1918, cuando nuestros héroes voliveron de Francia, ¡nuestro imperio ha demostrado todos los signos de desintegración! ¡Y nuestro pueblo se ve amenazado por la catástrofe que se aproxima!
Y luego, la catástrofe ocurrió.
Los judíos enviados por Alfie Solomons irrumpieron en la habitación, provocando la distracción necesaria para que el plan se afianzara. Tommy sacó su cronómetro, contando hasta diez.
Diez segundos era demasiado.
Se apretó el gatillo, pero no el que acabó con Oswald Mosley, sino con la vida de Barney.
El plan de Tommy había fallado.
—¡Mierda! —gritó Mason, agarrando a su hermana para protegerla del caos que estaba sucediendo a su alrededor.
Tessa sintió una presencia detrás de ella y se volvió justo cuando Arthur tacleaba al hombre que tenía un cuchillo en alto, listo para apuñalar a Tessa.
—¡No con mi hermana! —gritó Mason, mientras otro hombre lo golpeaba—. ¡Hijo de puta!
Buscando a su esposo, los ojos de Tessa se posaron en el cuerpo ensangrentado de Aberama. Se volvió hacia Arthur y Mason, gritando—: ¡Aberama está muerto!
Y luego sucedieron demasiadas cosas como para que Tessa las procesara.
Arthur estaba luchando contra el primer hombre que había sido enviado para matarlos. Mason luchaba contra el segundo hombre, finalmente tirándolo al suelo y usando su gorra para cortarle el cuello. Una vez que estuvo muerto, se puso de pie y escupió sobre el cuerpo del hombre.
—Eso es por Aberama —gritó Mason—. Juro que voy a acabar con todos estos hijos de puta.
Tessa nunca había visto a Mason tan enojado. Ni cuando rompió a su soldado de madera favorito cuando tenía cuatro años, ni cuando le dispararon, ni cuando se enteró de la muerte de John. Algo acerca de que ese plan fallara no había resonado en la cabeza de Mason, sacando a relucir un lado diferente de él.
Mientras se levantaba para protegerla de cualquier otra persona, Arthur remató al hombre con el que estaba peleando, dejando caer su cuerpo al suelo descuidadamente.
Tessa tropezó cuando ambos intentaron agarrarla, los brazos de Arthur la encontraron primero. Los arrastró a ambos hacia ella, abrazándolos mientras los tres miraban los cuerpos a sus pies, la sangre casi les tocaba los zapatos.
Tessa cerró los ojos, las lágrimas caían por su rostro—. Aberama...
—Mierda —susurró Mason, sosteniendo a su hermana.
—¡Se los dije! —exclamó Tessa, mirando a Arthur y Mason—. ¡Les dije que tenía un mal presentimiento! ¡Ahora Aberama está muerto!
—La policía está aquí, Arthur —dijo Johnny Dogs—. Necesitan alejarse del cuerpo.
—Mase, Tess —espetó Arthur—. ¡Tenemos que irnos!
—Pero Aberama...
—No hay nada que podamos hacer por él, Tess —dijo Mason—. No podemos vengarlo si estamos muertos. Mierda, tenemos que encontrar a Tommy.
Salieron corriendo, siguiendo a Johnny Dogs mientras los conducía detrás del escenario hacia el camerino de Tommy. Arthur fue el primero en entrar, alertando a Tommy de su presencia antes de que Mason y Tess entraran a tropezones por la puerta.
—¿Tess? —dijo Tommy—. Mierda, estás bien.
Tessa corrió a sus brazos, sollozando—. Aberama está muerto. Murió.
—Murió —repitió Arthur—, y también vinieron por nosotros.
—Casi apuñalan a Tessa por la maldita espalda —dijo Mason—. Arthur y yo nos ocupamos de ellos, pero Tom...
—Deben haber llegado a Barney —dijo Tommy, paseando por la habitación mientras Tessa se apoyaba en el tocador, con la mano sobre su estómago—. Sabían todo. Sabían todo.
—¿Quiénes? ¿Quiénes sabían, Tom? —preguntó Arthur.
—No tiene sentido —susurró Tommy—. No tiene ningún sentido.
—¿Quiénes más lo sabían? —preguntó Tessa.
—¿Quiénes? Los chinos, los italianos, la Unidad Especial, Inteligencia, McCavern, Mosley —dijo Tommy, y sus palabras llegaron como un grito—. ¡Mosley no sabía nada! ¡No sabía nada! ¡¿Quién?!
—Maldición —susurró Tessa, casi conmocionada por la ira de Tommy.
Arthur parecía sentir lo mismo—. Cielos. Me estás asustando, Tom.
—No tiene sentido —dijo Tommy—. ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?
—¿Quién? —repitió Mason—. No lo sé, Tommy. Nos estás asustando. ¿Qué estás haciendo?
—Tenemos que irnos —dijo Tommy, levantándose abruptamente—. Tenemos que salir de aquí.
Tommy Shelby había conocido al hombre al que no podía derrotar. Tommy Shelby había dejado un rastro de pólvora a su paso, incendiado hace años, ardiendo lentamente hacia él, alcanzándolo cuanto más perseguía sus ambiciones.
Pero, al final de cada rastro de pólvora, hay una explosión. El rastro de pólvora de Thomas Shelby finalmente había explotado, y no tenía idea de si saldría vivo de los restos; si volvería como un fénix renacido para asumir el poder y sus males una vez más, o si se deslizaría silenciosamente en la oscuridad, con una pistola en la cabeza y una bala para ponerle fin a su sufrimiento.
Tommy Shelby no se dio cuenta que el fuego y la pólvora no son una buena mezcla.
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