Vaivén de recuerdos
Luego de que los jóvenes terminaron la cena en el bar, el viaje de regreso se les hizo cortísimo. Entre anécdotas divertidas, debates cinéfilos e intercambio de recomendaciones propias de melómanos empedernidos, los minutos se les escabulleron como el viento entre los pinos. Al llegar al edificio en donde ambos residían, Mauricio se bajó del auto para abrir la puerta del copiloto y facilitar la salida de su acompañante. Si bien Fiorella no estaba acostumbrada a recibir esa clase de atenciones, tampoco le producía incomodidad recibirlas. Le agradaba sentirse mimada de vez en cuando.
—La próxima vez que nos veamos, tenés que dejarme invitarte la cena, ¿eh? —dijo él, mientras la apuntaba con el dedo índice.
"¡Quiere que volvamos a vernos! ¡Aaaahhhh!" Ante tan halagüeña perspectiva, un placentero escalofrío le erizó los vellos y colmó de estrellas su mirada.
—¡Me la pasé genial hoy! Pagar por mi cena era lo menos que podía hacer para agradecerte. Además, ¡siempre como un montón! Acabarías en la quiebra conmigo —respondió ella, al tiempo que una sonrisa simpática le adornaba la cara.
—¡Sos una exagerada! Yo comí el doble de lo que vos comiste. Además, ¡dejaste más de la mitad de la crepa en el plato!
—No acostumbro cenar después de las diez, pero te juro que sí podía comérmela toda. A otra hora, me cabría entera sin problemas.
Mauricio la observó con picardía, al tiempo que una sonrisa de satisfacción nacía en sus labios. Aquello provocó que Fiorella se atragantara con su propia saliva. Tenía fuertes deseos de que la tierra bajo sus pies se abriera de inmediato y la hiciera desaparecer. "¡Mi taradez es progresiva! ¿¡Por qué no pienso antes de soltar tantas giladas!?" El doble sentido no intencionado era su especialidad.
—Estaría encantado de que me lo demostraras...
El chico dio dos pasos al frente y se cruzó de brazos, mientras le dedicaba una divertida mueca sugestiva. La muchacha carraspeó con fuerza en un vano intento por liberar la tensión del momento. Ni siquiera intentó disimular el arrebol que ahora recubría sus mejillas. La expresión facial y la cercanía masculina imposibilitaban la desaparición del sonrojo.
—¿Tan rápido te retractás? —cuestionó él, en tono desafiante.
—¡No, eso nunca! —declaró ella, a voz en cuello.
—¿Mantenés tu palabra?
—Sí, ¡la mantengo!
La chica inclinó la cabeza hacia atrás para que su mentón se elevara. Quería adoptar una postura desafiante, pero supo que había fracasado en el intento cuando lo escuchó soltar una risita amistosa.
—Entonces, tenemos un trato. —El varón extendió el brazo derecho con la palma abierta, para así invitarla a darle un apretón de manos—. En nuestra próxima salida, vas a defender ese título de comilona.
La muchacha no tardó en corresponder el gesto simbólico para sellar el acuerdo. A pesar de la creciente lista de momentos vergonzosos que protagonizaba frente a él, Fiorella deseaba volver a verlo. Aunque apenas estaba comenzando a descubrir quién era Mauricio, todo lo que había percibido del chico le había sorprendido de manera positiva. Estaba encantada con la idea de que siguieran en contacto frecuente.
—¡Que durmás bien! —dijo él, al tiempo que le dedicaba un guiño.
—¡Igualmente! ¡Nos hablamos pronto! —respondió ella, con una sonrisa.
Un rápido roce de mejillas que simulaba un beso marcó el momento de la despedida. Después de que la jovencita se giró para encaminarse hacia la puerta principal, el gesto de felicidad no la abandonó. La calidez impregnada sobre su rostro empezó a expandirse hasta traspasar las barreras de la piel. El bombeo apresurado en el pecho daba testimonio del torbellino de sensaciones que bullía en el interior de la chica.
Mientras ella se preparaba para irse a dormir, el muchacho seguía de pie afuera. Permaneció recostado sobre el capó del auto durante varios minutos, en profundo silencio. Rememoraba cada uno de los hermosos momentos recién vividos junto a Fiorella con todo lujo de detalles. La magia del reciente encuentro aún lo arropaba con un cálido manto de alegría y esperanza.
Sin embargo, el buen humor del chico comenzó a tambalearse al percatarse de un detalle que, a pesar de parecer insignificante en sí mismo, encubría algo de mucho peso. Se dio cuenta de que había permitido que la artista se marchara sin acompañarla. "¡No le conté que somos vecinos! ¿Por qué no se lo dije?" Ni siquiera él estaba seguro de conocer el motivo. Y aunque aquello podría parecer una nimiedad a ojos de muchos, la inquietud en el espíritu del muchacho no desapareció. Como una bola de nieve rodando montaña abajo, su tranquilidad estaba a punto de estrellarse contra el muro de los malos recuerdos.
El varón le había revelado a la chica su nombre, los datos de la empresa en donde trabajaba, así como el número de su móvil personal. Darle la dirección de su apartamento debía resultarle sencillo, pero, por alguna extraña razón, parecía haberse olvidado de hacerlo. Si ella le había mostrado en dónde vivía sin ningún problema, ¿por qué él no había hecho lo mismo? Una fuerte ola de incomodidad comenzó a impregnar sus pensamientos. Él sabía que compartían edificio y, aun así, no intentó ni siquiera insinuárselo. ¿Qué lo había llevado a obviar aquella información?
Mauricio prefirió continuar con sus cavilaciones en la privacidad de su habitación. Necesitaba tomar una ducha caliente, recostarse sobre la cama y respirar profundamente. Así podría dedicarse de lleno a desenmarañar lo que estaba sintiendo. El psicoterapeuta a cargo de su caso le recordaba con frecuencia la gran importancia de identificar cuál era la raíz de las emociones negativas. De esa forma, podría analizar las situaciones frustrantes desde una óptica distinta y así desarrollar estrategias para resolverlas sin permitir que la ira reapareciera.
"Fiorella me inspiró mucha confianza. Fue amable, divertida y espontánea. Se mostró comprensiva, no me presionó para nada. ¿Por qué no pude ser más sincero con ella?" En definitiva, no quería alejar a una mujer como esa por no ser del todo franco. Cosas en apariencia pequeñas al principio, como aquella, podían desembocar en problemas serios después.
Por desgracia, había tenido que aprender eso por las malas. Pero entonces, si el obstáculo no estaba vinculado de ninguna manera con la joven Portela, ¿cuál era el origen de su inexplicable recelo? El muchacho comenzó a hacer un recuento rápido de sus relaciones previas. ¿Cómo se había comportado él con otras chicas? Intentaba descifrar si existía algún patrón en común que arrojara luz sobre la situación actual.
Las pocas muchachas con quienes había salido durante algunos meses jamás conocieron a su familia. Nunca las invitó a su casa ni a ningún tipo de cena u otro evento importante que involucrara a sus padres o hermanos. Era como si se hubiese empeñado en impedirles a todas ellas que se acercaran demasiado. Parecía huirle a los compromisos serios, no quería ataduras de ninguna especie. ¿Estaba dispuesto a cambiar ese aspecto de su personalidad?
Mientras reflexionaba acerca de ello, un rostro en particular irrumpió en el flujo de los recuerdos para aguijonearle la conciencia. Las penetrantes miradas de aquella muchacha pequeñita de piel pálida y larga cabellera negra aún lo perseguían en sueños. ¿Cómo definía él los sentimientos que había visto en el cielo de esos grandes ojos? ¿Había sido miedo, enojo, dolor, repugnancia, quizás lástima? Probablemente fuese todo aquello al mismo tiempo.
Debía reconocer, con amargura, que él había sido el culpable de los momentos más sombríos en la existencia de una persona inocente. Acababa de tener una de las mejores veladas en su vida y ni siquiera estaba disfrutando de ello por el peso de esas sombrías memorias. Después de tanto sufrimiento infligido, no había forma alguna de borrar los estragos de la bajeza que solía caracterizarlo, nada podría justificar su comportamiento. Aquel siniestro pasado no tan lejano seguiría angustiándolo hasta que diera el paso decisivo. ¿Cuándo reuniría el valor necesario para pedir perdón?
El día en que su capacidad de arrepentimiento finalmente había salido a flote, Mauricio sintió por primera vez una abrumadora desolación en el alma. El altanero muchacho que se regodeaba en las lágrimas de los demás ahora no se atrevía a mirar los rostros de sus víctimas. Todavía no soportaba la idea de encontrarse con aquella chica que parecía escrutarlo en segundos, para luego devolverle un juicio adverso a través de sus intimidantes ojos azules.
Poco tiempo después de que finalmente admitiera la gravedad de sus faltas, el varón se resolvió a nunca más volver a pisar el camino de la destrucción. ¿Estaba listo para cumplir con aquella significativa promesa? ¿Podría enderezar el retorcido curso de su existencia? El camino por recorrer cada vez le parecía más largo y laborioso. La ira latente regresaba cada tanto para explotar con mucha más fuerza que antes. Mientras continuaba batallando en contra de sí mismo, al menos esperaba no arrastrar a Fiorella hacia el frío abismo que con tanto ahínco mantenía anestesiado en un recóndito recoveco de su interior...
♪ ♫ ♩ ♬
Después de darse una relajante ducha con agua tibia, Fiorella se puso el pijama. Luego de ello, tomó a su compañero felino consigo para jugar con él un rato sobre la cama. Con la mano derecha, la chica sostenía una taza de té negro mientras le hacía caricias en el abdomen al felino con la otra.
—¿Me extrañaste, Salem? ¡Yo sí te eché de menos, pequeñín!
Las patitas y los dientes del gato les daban diminutos pinchazos juguetones a los dedos de la muchacha. Cada mordisco iba acompañado de graciosos ronroneos. La joven comenzó a reír con muchas ganas, como si aquello fuese lo más divertido del mundo. Sin embargo, aquel desborde de carcajadas iba mucho más allá del agradable momento que disfrutaba en compañía de su mascota.
Una indescriptible nube de entusiasmo inundaba su vientre tras el reciente encuentro con Mauricio. Necesitaba derramar la ilusión de su alma ante un par de oídos humanos, así que decidió hacerle una videollamada a Tatiana de inmediato. Con Salem acurrucado sobre su regazo, Fiorella colocó el teléfono móvil en altavoz. Apenas tres timbrazos después, la otra chica le contestó.
—¡Fiore! ¡Por fin me llamas! ¿Cómo te fue?
—No sabés lo genial que resultó todo, ¡me la pasé re bien hoy!
—¿Neta? ¿No me estás escondiendo nada?
—¡No digás pavadas! ¿Cómo se te ocurre pensar algo así? Te dije que Mauricio no era un mal chico. Se portó como un caballero conmigo. Me trajo hasta la puerta de mi casa sana, salva y sonriente.
—¡Demos gracias de que así fuera! Cuando vi que llegaste, respiré tranquila. ¡Bendito sea el pinche WhatsApp! Veo noticias sobre secuestros y asesinatos de chicas jóvenes por todas partes, ¡es una cosa espantosa! ¿Cómo esperas que no me preocupe? No podía dejar de rogar para que estuvieras bien.
—A veces siento como si estuviera hablando con mi madre...
—Solo quiero que no te pase nada malo y... ¿¡así me lo agradeces!? ¡Pedazo de escuincla babosa! ¡Eres una ingrata! Puedes decirme exagerada si se te pega la regalada gana, pero yo prefiero pecar de paranoica que de mensa.
—Lo entiendo, Tati, tranquila. —Frunció los labios para hacer la mímica de un beso—. Perdoname, tenés razón.
—Pedirte que compartas tu ubicación en tiempo real puede parecer excesivo, pero es que nunca se sabe quién podría ser un psicópata. Es preferible todo esto que pasarnos de confiadas y lamentarlo después. Caras lindas vemos, cerebros desequilibrados no sabemos.
—No quise sonar como si me estuviera quejando de lo que hacés por mí. A veces se me olvida que todas necesitamos que nos cuiden en algún momento.
—¡Y ahora más que nunca! Además, ¡tú sabes que te quiero un chingo, mujer!
—¡Y yo a vos, loquita! Muchas gracias por siempre bancarme.
—¡Para eso estamos las amigas! —La muchacha se aclaró la garganta de manera exagerada a propósito—. ¡Órale pues, mi morena! Ahora sí me vas a pasar el chisme completo, con pelos y señales, ¿eh?
—¡Obvio, nena!
La enorme sonrisa que colgaba de los labios de Fiorella al comenzar el relato de su experiencia con Mauricio se reflejó en el semblante de su amiga poco después. Tal como cuando hablaba acerca de las artes que tanto la apasionaban, el rostro de la joven Portela se engalanó con el resplandor de la dicha. Repasaba cada instante vivido junto a él como si de su película favorita se tratase. El claro entusiasmo en los gestos faciales y en la voz de la chica emergía desde los rincones más alegres de su ser.
La muchacha estaba convencida de que valía la pena darse la oportunidad de conocer más a fondo a aquel chico. Además de resultarle muy atractivo, el varón le había dado claras señales de poseer varias de las cualidades que más le atraían a ella de una persona. Él se había mostrado como un hombre atento, respetuoso, inteligente, simpático y de buenos modales. La jovencita anhelaba que citas tan maravillosas como la que había tenido esa noche se repitieran incontables veces más en los días venideros.
A medida que se lo describía todo a Tatiana, la intensidad del deseo de Fiorella por acercarse al varón aumentaba. Sin embargo, dentro de Mauricio había comenzado a gestarse un extraño impulso de evasión. Aquel sentimiento lo alejaría de la muchacha si decidía darle cabida en su alma. ¿Sería la atracción más fuerte que el temor? Cuando por fin se percatasen de las implicaciones del peculiar nexo que existía entre ambos, ¿cómo reaccionarían?
Aunque ni siquiera lo sospechaban, el cruce de sus realidades se produciría tarde o temprano. Sin lugar a dudas, los acontecimientos de aquella mágica noche de tango no habían hecho más que acelerar el proceso. Ninguno de los dos podría haberse imaginado cuán entrelazados estaban sus caminos en ese momento. Lo habían estado desde mucho tiempo antes de que el primer encuentro entre ellos se diera. Si continuaban frecuentándose, la colisión entre sus mundos sería inevitable. ¿Podrían resistir las secuelas del impacto? Los fuertes vientos del cambio ya estaban comenzando a soplar...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top