Primeras pistas del enigma

El nuevo inquilino del piso número once se había levantado cuarenta y cinco minutos antes de la hora que acostumbraba hacía apenas unas cuantas semanas. Necesitaba encontrar más tiempo para ejercitarse, pues esa era una de las mejores terapias para reducir la ansiedad y transformar la ira que solía dominarlo en algo positivo. Cuando sentía deseos de gritar insultos, golpear a alguien o romper objetos, salía a correr hasta que sus piernas y sus pulmones ardieran. Desfogar las energías violentas contra un saco de boxeo también le funcionaba de maravilla. El ejercicio frecuente era uno de sus principales aliados.

El psicoterapeuta que lo atendía le había propuesto al muchacho que comenzara a practicar deportes de alta intensidad tan pronto como su cuerpo estuviese en condiciones de aguantar el riguroso ritmo. El varón no estaba muy convencido al principio, pero después de las primeras semanas de actividad física constante, se dio cuenta de que eso era justo lo que necesitaba para mejorar su salud en todo sentido. Con la medicación apropiada, una dieta balanceada y las sesiones de terapia semanales, el joven poco a poco había empezado a transformarse en una persona muchísimo menos irritable. Ahora podían transcurrir varias semanas sin que tuviera ni una sola explosión de ira.

Sin embargo, el comienzo del trabajo, sumado a los estudios universitarios, ya no le dejaba tanto tiempo para entrenar como antes. En vista de ello, el muchacho había decidido empezar a irse más temprano a la cama, para que así no le pesase tanto levantarse antes del alba al día siguiente. Se había mudado a ese edificio porque este se situaba a menos de un kilómetro de la empresa para la que estaba laborando. El ahorro en tiempo de viaje compensaba el espacio notablemente menor del apartamento actual con respecto al anterior.

Al joven le encantaba tener un balcón con vista a la ciudad, ya que eso le permitía inhalar aire fresco y recrear la vista mientras levantaba pesas. Y ahora pensaba, con una amplia sonrisa colgando de sus labios, en la hermosa voz de la vecina del piso diez. Se preguntaba si ella tenía la costumbre de cantar todos los días o no, pero esperaba que así fuera. Quería volver a experimentar la alegría que iba impresa en cada sílaba entonada por ella. Una sola vez de escucharla había bastado para hacerlo anhelar que aquella copiosa lluvia de colores en forma de canto empapara sus amaneceres con matices violeta y esmeralda.

Para la buena fortuna del muchacho, la cantarina voz de la chica del balcón inferior viajó con el fresco aire de la mañana para deleitarle los oídos de nuevo. Esta vez, Fiorella había decidido cantar Think of Me, uno de los temas más famosos que se habían creado para la exitosa película musical basada en la novela francesa "El fantasma de la ópera". Si bien el varón ya conocía aquella melodía, escucharla en vivo interpretada por la voz de esa chica le confería una renovada dimensión de belleza a la romántica letra.

Think of me, think of me fondly when we've said goodbye. Remember me, once in a while. Please, promise me you'll try...

Al igual que en la mañana anterior, el varón se acercó a la barandilla y se inclinó hacia delante. Aunque la vecina no se acercó lo suficiente para que él pudiera verle el rostro, por alguna razón insospechada, ella decidió extender una de sus morenas piernas sobre el pasamano. Solo se avistaba de la rodilla para abajo, pero aquello fue suficiente para llamar la atención masculina. El chispeante tono fucsia en las uñas de un pie bien formado, una pantorrilla tonificada y una pulsera tobillera plateada llena de cuentas rojas formaban un hermoso conjunto.

"Lo que estoy mirando habla muy bien de la dueña... ¿Por qué no me dejás ver quién sos?" Cuando la joven Portela llegó a la última estrofa de la dulce canción que entonaba, al varón no le cupo duda alguna de que ella podía alcanzar la tesitura de soprano con absoluta facilidad. Sintió el repentino impulso de aplaudirle al final, pero no se atrevió a hacerlo, pues no quería destruir la magia del momento ni propiciar algún malentendido. "Nota mental para añadirla a mis tareas pendientes: conocer a la vecina del piso de abajo", pensó él, para luego encaminarse hacia la ducha.

♪ ♫ ♩ ♬

En cuanto atravesó la calle, una fuerte descarga de adrenalina saturó el organismo de Fiorella. Sus ojos no daban a crédito a lo que presenciaban. Aunque estaba mirándolo desde atrás, tal como le había sucedido en el supermercado, no tuvo problemas para reconocer la figura del chico misterioso. Él llevaba puesto un traje de negocios de tono azul e iba caminando a paso rápido en dirección opuesta a ella, por lo que no se percataría de la presencia femenina a menos que fuese llamado por nombre.

La muchacha sentía como si las suelas de sus zapatos de repente estuviesen engomadas. No podía moverse de ahí, su mirada continuaba aferrada a la espalda del varón. "Tengo que irme. No puedo llegar tarde al laburo, pero es que yo..." Sabía que debía marcharse hacia su destino original, pero ya no tenía ganas de hacerlo. Apretó los labios y cerró los ojos por un instante. "¡A la mierda con todo! ¡Necesito saber qué carajos pasa con ese chabón!" Haciendo gala de un serio arrebato de locura, la joven se echó a andar a toda prisa para alcanzarlo.

A pesar de que el muchacho caminaba bastante rápido, llegar hasta él no fue difícil para Fiorella. Los intensos programas de ejercicios que practicaba como bailarina hacían que tanto los músculos de sus piernas como su corazón hicieran un gran equipo. El problema para ella estribaba en mantenerse fuera del alcance de los ojos masculinos mientras lo mantenía dentro de su campo de visión. Entre transeúntes, árboles y vehículos estacionados, la joven Portela hacía malabares para ocultarse cada vez que el chico parecía notar la sombra de la persecución.

"¿¡Qué estoy haciendo, Dios mío!? ¡Me va a demandar por acoso!" El peso de la vergüenza que la había mantenido alejada en los días previos pugnaba por asomarse a la superficie. "¿Por qué lo estoy siguiendo? ¿Qué voy a lograr con esto?" No había una verdadera explicación lógica que pudiera encontrar además de lo obvio: aquel hombre le atraía como pocos lo habían hecho antes. No sabía nada acerca de él y por eso sentía la imperiosa necesidad de hacer algo al respecto. Le resultaba frustrante pensar tan a menudo en una persona a quien ni siquiera podía nombrar.

Para sorpresa de Fiorella, la carrera subrepticia detrás del chico misterioso llegó a su fin mucho antes de lo que ella hubiese imaginado al principio. Un par de puertas automáticas se deslizó para abrirle el paso al varón desconocido. Se trataba de un elegante edificio cuya fachada exhibía una placa metálica dorada en la que se leía la inscripción Gibson & Finnegan LLP en letras negras.

"¡Así que es por esto! No es coincidencia que lo vea tan seguido, es porque trabaja acá. Tal vez no sea tan difícil conocerlo después de todo". Con aquella alentadora pista como primer logro, una amplia sonrisa iluminó el rostro de la muchacha. Estaba resuelta a regresar allí cuantas veces fuese necesario hasta que pudiera hallar la manera de conseguir el nombre del joven sin incomodarlo.

Heaven must be missing an angel today!

Una voz masculina de marcado acento extranjero acabó con el embeleso de la chica. Aunque le disgustaba recibir galantería no solicitada, era casi imposible reaccionar de mala manera al escuchar esas bonitas palabras. Por consiguiente, se limitó a sonreírle de forma sutil al hombre responsable del halago, mientras le dirigía una fugaz mirada de cortesía. Acto seguido, la chica desvió la vista hacia la pantalla de su teléfono móvil para consultar la hora.

"Apenas tengo cinco minutos de retraso. ¡Buenísimo!" A Fiorella le bastaría con tomar un taxi hacia la estación para compensar el breve desvío en su itinerario usual. Se felicitó internamente, al tiempo que levantaba el brazo para detener uno de los numerosos coches de alquiler que transitaban por la zona. En cuanto la jovencita se subió al vehículo, el chico del cumplido se dio media vuelta para entrar al mismo edificio que ella había estado observando instantes atrás.

Unos minutos más tarde, aquel muchacho ya estaba en el despacho en el que le correspondía trabajar. Cuando él ingresó a la estancia, una risa incrédula escapó de sus labios. Su amigo y compañero madrugador ya se encontraba ahí, con el ordenador encendido y los dedos ocupados sobre el teclado.

—Vos no tenés una idea del minón que acabo de ver ahí afuera... ¡De lo que te perdés por encerrarte desde tan temprano acá en la oficina!

—¿Ah sí? ¿Y cómo era ella, a ver si te doy la razón o no?

—¿Querés que te muestre una foto?

—¿¡Me estás cargando!?

—¡Para nada! ¡Es posta!

—¿Y se puede saber cómo carajos tenés una foto de esa chica? ¿Le pediste permiso o la acosaste?

—Digamos que la cámara de mi teléfono accidentalmente se disparó en la dirección opuesta mientras intentaba hacerme una selfie.

—¡Sos un chamuyero de mierda!

—Dale, lo que vos querás, pero es que... ¡no podía dejar pasar esa oportunidad! ¡A esa mina la parto en veinte!

El nuevo vecino de Fiorella extendió la mano derecha para tomar el móvil que le ofrecía el compañero. Estaba seguro de que su colega exageraba hasta que reconoció a la persona en la fotografía. Sus manos estuvieron a punto de aventar el aparato en cuanto sus ojos se posaron sobre la imagen en la pantalla. "¡Es ella! ¡No puede ser! ¡Es la flaca del gato loco!"

Tanto el ritmo cardíaco como el respiratorio se le dispararon en cuestión de segundos. Ni siquiera se percató del momento en que su quijada se aflojó, dejándolo con una expresión facial de completo embobamiento. El otro chico allí presente estalló en ruidosas carcajadas tras observar tan de cerca la dramática reacción de su camarada.

—¡Te lo dije! ¡Esa minita se la sube a cualquiera! ¿Ahora entendés por qué era mi deber tomarle una foto, como buen ciudadano?

Sin mediar palabra entre ellos, el inquilino del undécimo piso abandonó la silla giratoria de un salto y se echó a correr hacia la puerta de la oficina. Tenías serias intenciones de ir en busca de la joven Portela cuando salió del recinto a toda velocidad. Preocupado por aquella extraña reacción en alguien tan serio como lo era ese muchacho, su compañero no tardó en correr también para alcanzarlo.

—¡Pará, boludo! ¿¡A vos qué bicho te picó!?

—¡Andá a cagar!

El chico siguió avanzando como un demente, sin mirar hacia atrás. En cuanto llegó al elevador, presionó el botón para abrir las puertas. Estaba a un paso de entrar en el pequeño recinto cuando una contundente advertencia lo detuvo en seco.

—¡En serio, pará un poco! ¡Esa mina ya se fue! ¡La vi subirse a un taxi!

El varón sintió como si una flecha le partiera el alma en dos. Tras escuchar cada una de aquellas desalentadoras palabras, su ánimo se fue a pique en un instante. "Ella estuvo acá, tan cerca de mí... ¡y no la pude ver! ¡Me recontra cago en mi putísima suerte de porquería!" Apretó los puños hasta hacer que sus nudillos palidecieran, mientras respiraba hondo varias veces.

—¡Bajá un cambio, che! Tampoco me parece que esto haya sido para tanto. Mirá, voy a pasarte la foto para que no sufrás más por ella —dijo el otro muchacho, con una sonrisita de suficiencia.

"¿¡Por qué tenía que ser este imbécil y no yo!?" Para colmo de males, el hecho de que su amigo hubiera hablado acerca de ella de la manera vulgar en que lo había hecho lo enfurecía aún más. "Si no me voy ahora, juro que lo cago a piñas hasta borrarle todos los dientes... Debo calmarme..." En completo silencio, el varón comenzó a caminar hacia el área de los baños para hombres.

Necesitaba echarse agua helada sobre el rostro y el cuello. No era el momento ni el lugar para permitirse perder el control. Un arranque de ira no solucionaría nada sino que, por el contrario, podría perjudicarlo bastante. Además, ninguno de los dos conocía a la joven, así que era una estupidez alterarse tanto por eso. Después de unos minutos, el fuego que ardía en su pecho por fin se extinguió.

El muchacho odiaba admitir que, después de estar por poco más de un año en terapia psicológica, seguía teniendo recaídas en ocasiones. El abismo venenoso que le había robado casi toda la alegría de la niñez y de la adolescencia debía quedarse atrás. Se había resuelto a dejar el sombrío pasado en el olvido. Quería ser una persona distinta, pero no siempre lograba conseguir lo que más deseaba. La cruenta batalla en contra de sus impredecibles demonios internos aún continuaba.

♪ ♫ ♩ ♬

—¡Ay, Salem! ¿Qué le digo cuando me atreva a hablarle? Tal vez sería bueno que practique un poquito. Entonces, hagamos de cuenta que vos sos él.

La muchacha y el gato estaban recostados sobre la cama uno en frente del otro. Ella miró a su mascota directo a los ojos. El felino se limitó a girar la cabeza hacia la derecha y luego hacia la izquierda.

—¡Hola, mi nombre es Fiorella! ¿Te acordás de la otra noche? Tu pito y mi mano ya tuvieron el gran placer de conocerse...

La chica se cubrió el rostro con las dos manos y negó con la cabeza varias veces. El rubor en las mejillas la había alcanzado de nuevo, pero en esta ocasión había llegado acompañado de animadas carcajadas.

—¿Sabés qué, Salem? Tati y yo conversamos acerca de esto y creo que ella tiene razón en lo que me dijo. Debería empezar a tomar lo que sucedió con más humor, como algo positivo. Después de todo, un hombre no reaccionaría de esa manera si no gustara de una chica, ¿no te parece?

El animalito emitió un ruidoso maullido tierno, como si con ello le estuviese demostrando su aprobación a su amiga humana.

—¿Lo ves? Yo diría que vos también estás de acuerdo.

La joven Portela dejó salir un prolongado suspiro ilusionado. "¿Será que sí gusta de mí? ¡Ay, ojalá! ¡Es re fachero el chabón, me tiene muerta!" Mientras ella dejaba que su mente se recreara una y otra vez con las memorias que tenían al desconocido misterioso como protagonista, en el piso número once había un muchacho que también pensaba en ella. La fotografía en donde una distraída Fiorella estaba de pie observando la calle arrancaba sonoras exhalaciones masculinas. Ambos tenían el mismo deseo: volver a encontrarse cuanto antes.

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