Entre el tango y la milanesa
—Usted detesta a la señorita Sullivan, no la quiere cerca, la mira con antipatía... ¡Háganos sentir todo ese odio suyo, señorita Portela!
La muchacha comenzó a caminar en torno a su compañera de clase. Su ceja izquierda estaba levantada, mientras las comisuras de su boca se fruncían en una mueca sarcástica. De su fría mirada brotaba un brillo desdeñoso, cual si fuese una cruel acosadora a punto de liberar una buena dosis de carcajadas burlonas. Se acercó a la otra chica para llenarla de insultos al oído, tras lo cual le dio un empujón con su hombro, como si de un simple accidente se tratase.
—¡Excelente trabajo, Fiorella!
A la señora Kent le encantaba asignar esa clase de ejercicios. Los utilizaba como una especie de calentamiento para comenzar las lecciones de artes dramáticas con el pie derecho, según decía ella. La improvisación podía sacar a relucir tanto los puntos débiles como los fuertes de cada estudiante. De esa manera, ella podía elegir mejor las metodologías que aplicaría en las futuras lecciones, a fin de hacer que el talento de cada aprendiz fuese aprovechado al máximo.
Fiorella disfrutaba de los desafíos en cualquier ámbito de su vida, sobre todo si se trataba de tareas que la ayudasen a enriquecer las distintas áreas de su desempeño como artista. No buscaba conseguir elogios de los profesores, sino convertirse en la mejor versión posible de sí misma como actriz, cantante y bailarina. Cuando sus capacidades se ponían a prueba y lograba superar las expectativas, tanto propias como ajenas, la intensidad del resplandor en su alma aumentaba. Aunque no fuese una travesía sencilla de recorrer, cada día estaba más convencida de que había elegido el camino correcto.
Al término de la última clase, la chica se sentía tan liviana como una pluma. Las tareas ejecutadas durante ese día no se le hicieron tan pesadas como en otras ocasiones. ¿Estaría, finalmente, habituándose a todos los cambios en su estilo de vida? ¿O acaso tenía algo que ver con lo sucedido durante la mañana del día anterior? Quizás fue una mezcla de ambas cosas, o tal vez no.
Lo cierto era que la muchacha no había podido evitar el nacimiento de sonrisitas bobas sin motivo manifiesto. El escenario de ensueño creado por su mente se leía a leguas en sus grandes ojos esperanzados, era imposible ocultarlo. Varias de sus compañeras no cesaron de preguntarle quién la hacía suspirar tanto hasta que por fin consiguieron una respuesta. La joven Portela decidió omitir el recuento de la manera en que Mauricio y ella se habían conocido y de la interesante conversación entablada cerca de la entrada de su edificio.
Se limitó a decirles que había visto a un chico lindo en el supermercado y nada más. Tampoco les contó nada relacionado con la cita de esa misma noche, pues no solía compartir su vida privada con personas relativamente desconocidas. A menos que se tratase de sus amigas cercanas, como Tatiana, la chica revelaba poco de sí misma. Odiaba los chismes y el entrometimiento de algunos, por lo cual prefería estar alejada de las redes sociales y de los grupitos de curiosos. Prefería pecar de reservada que sufrir las consecuencias por hablar de más.
Una vez que el reloj marcó las ocho de la noche, la muchacha se despidió de manera cordial y comenzó a caminar despacio hacia la salida. No quería lucir como una loca desesperada por desaparecer, aunque así fuera. En cuanto se aseguró de que nadie estaba prestándole atención a sus movimientos, apresuró el paso y se desvió hacia uno de los pasillos menos frecuentados por sus compañeros. Mientras tanto, sus dedos se deslizaban sobre la pantalla del teléfono móvil para enviarle un mensaje de texto al chico que la esperaba.
Mauricio había llegado veinte minutos antes de la hora acordada con Fiorella. Aguardaba impaciente por la aparición de la joven mientras escuchaba algo de música en la radio. Tamborileaba los dedos sobre el tablero del auto al compás de una canción de electropop, mientras su cabeza se movía de un lado a otro con energía. El vehículo se encontraba estacionado en un aparcamiento cubierto al costado norte del Washington Square Park, justo en donde la muchacha le había indicado, dado que la Escuela de las Artes de Tisch de la NYU se encontraba muy cerca de ahí.
El timbre de alerta de mensaje entrante interrumpió la alocada coreografía al instante. Tras bajarle el volumen a la radio, el chico se dispuso a desbloquear la pantalla para revisar el contenido. Su semblante se iluminó de inmediato cuando se dio cuenta de que la breve nota electrónica provenía de ella. Mientras los ojos masculinos recorrían las palabras, una gran sonrisa curvaba su boca.
"En cinco minutos más estaré por ahí. ¿De qué color es tu auto?" Mauricio no tardó en digitar una respuesta. "Es de color negro. Pero no te preocupés por ese detalle. Para facilitarte las cosas, voy a estar esperándote de pie afuera, junto a la puerta del conductor". A los pocos segundos, él recibió un emoticono de una mano con el pulgar levantado. Ya solo le restaba esperar un poco más para volver a ver a la joven Portela.
El varón todavía se preguntaba cómo había sido posible que, de entre tantos edificios residenciales disponibles, él hubiera escogido vivir en el mismo que ella. Después del pequeño percance propiciado por el felino, el muchacho solo pudo pensar en disimular la notoria reacción en la parte baja de su cuerpo. Para cuando estuvo en condiciones de hablarle, ya se le había hecho demasiado tarde. Se arrepintió de haber permitido que Fiorella se marchara así tanto pronto como sucedió. No pudo dejar de pensar en ella desde entonces.
En medio de tales cavilaciones se hallaba él cuando la silueta de la artista se hizo visible. La chica traía puesta una falda celeste de paletones junto con una blusa beige de mangas cortas que dejaba ver sus hombros. El estampado de la prenda superior exhibía flores medianas de color violeta. Los pies femeninos iban calzados por unas zapatillas azules de cordones blancos. Aquel atuendo era hermoso y sencillo a la vez. Sin embargo, a los ojos masculinos, la combinación de ropa era lo de menos.
Las estilizadas piernas de Fiorella fueron lo primero que llamó su atención. El tono acaramelado de la piel, aunado a lo bien tonificados que estaban los músculos por el ejercicio, hacía de estas un atributo físico imposible de ignorar. Conforme la vista de Mauricio ascendía, el ritmo de los latidos en su pecho también lo hacía. La muchacha traía el cabello recogido en una coleta alta, lo cual permitía que tanto su cuello como sus hombros descubiertos resaltaran.
El varón sintió deseos de recorrer aquella zona con su boca hasta enloquecer a la jovencita. Quería trastornarla de la misma forma en que ella lo estaba haciendo con él en ese preciso momento. ¿Cuánto tiempo podría aguantar aquella deliciosa tortura? Solo esperaba que fuese capaz de esperar lo suficiente para no provocar un efecto desfavorable, totalmente contrario al deseado. Estaba acostumbrado a los encuentros de una sola noche, pero Fiorella parecía ser muy distinta de quienes solían ser sus efímeras conquistas habituales. Por lo tanto, no iba a relacionarse con ella de la misma manera en que lo hubiese hecho con las otras chicas.
—¡Hola! ¿Cómo andás? —dijo ella, mientras lo observaba de pies a cabeza con disimulo.
—Estoy muy bien. Pero ahora que tengo tu compañía, me siento aún mejor. —El chico esbozó una sonrisa simpática—. ¿Qué tal andás vos?
La jovencita estaba haciendo un esfuerzo para tragar saliva sin lucir tan nerviosa como en realidad lo estaba. La distinguida presencia del chico la alteraba con pasmosa facilidad. Antes de que pudiera decir algo en respuesta a la pregunta, el estómago de la muchacha emitió un potente gruñido. Parecía alojar una bestiecilla furiosa dentro de sí, pues no había comido nada desde la hora de almuerzo.
Ante tal alboroto de tripas, Mauricio no pudo contener las carcajadas. Fiorella desvió la vista hacia el suelo, sonrojada, pero no tardó mucho en unirse al concierto de las contagiosas risas masculinas. Después de todo, no había verdaderas razones para avergonzarse por algo tan normal como sentirse hambrienta tras un día de arduo trabajo físico e intelectual.
—Me queda muy claro que te morís de hambre. —El chico la miró a los ojos mientras todavía reía—. ¿Qué te gustaría comer?
—¡Uff! ¡Me muero por una buena milanesa! Desde hace tiempo que tengo el antojo.
—Conozco un lugar magnífico en donde realmente saben cómo prepararla. Mi jefe me invitó a cenar allí una vez.
—¿Ah sí? Mirá qué bueno...
La voz de la chica de pronto se apagó. Apretó los labios con visible ansiedad. El lujoso vehículo y la elegancia del traje entero que el muchacho traía puesto la llevaron a pensar que se encontraba en aprietos. "¿Estará pensando en llevarme a uno de esos restaurantes súper caros en donde no podés ni reírte muy fuerte porque ya te miran mal? ¡Ay no!" La sola idea de entrar a un sitio lleno de gente refinada con atuendos de etiqueta hacía que se sintiera cohibida. No estaba preparada para enfrentarse a esa posibilidad.
"¿La habré ofendido? Pero ¿por qué? Si yo solo dije que..." Las manos femeninas estaban jugueteando inquietas con el borde inferior de la blusa. Se limpiaba el sudor de las palmas en la tela de la falda, al tiempo que sus ojos se mantenían fijos en los zapatos deportivos que tenía puestos. Entonces, la vista del varón se desvió hacia los relucientes zapatos negros que él calzaba, los cuales iban acompañados por una camisa blanca, un traje gris y una corbata roja. "Debí ponerme algo un poco menos formal, ¡qué tarado soy!" Soltó un resoplido apesadumbrado al percatarse de que tanta sobriedad para vestir parecía ser lo que le había dado una idea equivocada a Fiorella.
El chico todavía no lograba reflejar con claridad los cambios internos que había tenido en los últimos meses a través de su vestimenta y de los espacios que frecuentaba. A petición tanto de su psicoterapeuta como de su madre, Mauricio se había estado esforzando por llevar una vida menos opulenta, pero no era algo sencillo para alguien que había crecido rodeado de abundancia.
"Fiore debe estar imaginándose que no vino bien vestida para salir conmigo... ¡Qué tremenda pavada! ¡Parece una diosa! ¿Cómo la hago entender eso sin incomodarla más?" En cuestión de segundos, al joven se le ocurrió una oportuna solución para tranquilizar a la chica. "¡Ya sé! Seguro que a ella le encantaría ir al bar que me mostró Pablo el otro día. ¡Sí, eso es!" Con una sonrisa amable, comenzó a formular la propuesta que tenía en mente.
—No sé si conocés el Buenos Aires Tango. Ese bar está abierto hasta la medianoche hoy. Tiene un ambiente acogedor, buena comida y música en vivo. Está en Forest Hills. ¿Te gustaría ir allá?
Aunque Fiorella nunca había visitado el lugar en cuestión, sí recordaba haber escuchado ese nombre. Sus compañeras una vez la habían invitado a comer con ellas ahí. Eso implicaba que dicho restaurante no era para nada como lo que estaba pensando en un principio. Un suspiro de alivio abandonó sus pulmones al darse cuenta de ese detalle. La mirada agradecida que le dedicó a Mauricio transmitió un mensaje mucho más elocuente que el articulado por su boca.
—¡Eso suena re bien! ¡Dale, vamos!
Tras verla tan radiante de un momento a otro, el muchacho supo que había hecho una buena elección. Fiorella era espontánea en su comportamiento, utilizaba prendas sencillas y no parecía ni mínimamente interesada en visitar restaurantes caros. Todo aquello comenzaba a hacer mella en el aletargado corazón del varón. Por primera vez estaba saliendo con una chica sincera que no se había sentido atraída por su billetera.
Antes de subir al vehículo, Mauricio abrió la puerta del copiloto e invitó a la joven Portela a pasar adelante con una leve reverencia y una sonrisa. Si un año atrás le hubiesen dicho que él se atrevería a llevar a cabo tales despliegues de cortesía ante una muchacha, no lo hubiese creído. Ese comportamiento era algo nuevo para el joven, pero los excelentes resultados obtenidos a raíz de ello lo animaban a continuar esforzándose por hacerlo parte de su personalidad.
—¿Querés una dona de Dough? Traigo unas cuantas conmigo. Tenés que comer algo ya o te vas a desmayar de camino.
El semblante de la chica al instante se convirtió en una alegre fiesta. Sus manos comenzaron a palmotear en señal de aprobación.
—¡Ay, me encantan esas donas! ¡Son enormes! ¿Tenés alguna de chocolate?
—Sí, pedí un par de esas. —El varón levantó la tapa de la caja y sacó uno de los esponjosos bollos—. Tomá una, ¡es toda tuya!
Fiorella extendió la mano derecha para recibir el alimento que el chico había colocado en una servilleta. Le dio un gran mordisco, cerró los ojos y comenzó a masticar despacio. Saboreaba cada partícula del cacao como si no hubiera un mañana. Se extasiaba con la dulzura del azúcar cual si esta fuese ambrosía importada del Olimpo.
En cierto momento, la chica inclinó la cabeza hacia atrás y la recostó en el asiento. Un gesto facial de satisfacción llegó acompañado de un leve gemido después de ingerir la primera porción. La joven actuaba con absoluta naturalidad. Ni siquiera se había percatado del efecto que producía su ritual para degustar las donas hasta que volvió a abrir los ojos.
Las dilatadas pupilas de Mauricio estaban fijas en el rostro femenino. Aunque intentaba disimularlo, el suave eco de su respiración alterada llegó a oídos de la muchacha. La boca de él estaba levemente abierta, tal como el día en que se habían conocido. Al imaginarse la escena que había protagonizado desde el punto de vista del chico, las mejillas de ella se ruborizaron de inmediato.
—Dame un momento, por favor. Ya vuelvo —dijo él, en tono vacilante, al tiempo que se giraba a toda prisa para abrir la puerta.
—Claro —respondió ella, con el rostro en llamas.
El muchacho bajó del automóvil, caminó un poco y se dispuso a hacer una llamada telefónica a un compañero de trabajo. El asunto a tratar no era tan importante, pero a su mente le urgía concentrarse en algo que no se relacionara con lo que acababa de contemplar. Debía aplacar la desbordante pasión que viajaba por todo su cuerpo cuanto antes.
Fiorella ejercía un impresionante poder de atracción sobre él. La chica les daba una paliza a sus neuronas y despertaba sus instintos primarios en un parpadeo. La combinación del gesto facial de placer con el atractivo sonido emitido por ella había disparado las hormonas masculinas. Si el joven hubiese permanecido mirándola por un momento más, probablemente no hubiera podido refrenarse.
"Fiore, ¿estás comiendo o estás cogiendo? ¡Siempre pones cara de orgasmo con los chocolates!" Tatiana ya le había hecho notar varias veces ese curioso detalle sobre su comportamiento al saborear bombones o cualquier otro postre dulce que incluyera cacao. Sin embargo, aquello no había sido un motivo de preocupación hasta que presenció la reacción que había provocado en Mauricio. "¿Se habrá imaginado lo mismo que Tati? ¡Qué horror! ¿¡Por qué no pensé en eso antes!? ¡Me quiero matar!"
Mientras el muchacho conversaba, la joven Portela se apresuró a terminar de comer, sin tomarse tanto tiempo para masticar ni pensar en el sabor. Tal vez así sería un poco menos embarazoso mirar al chico a la cara cuando regresara al vehículo. Menos de cinco minutos después, el varón dio por terminada la llamada. Si bien había logrado calmar sus impulsos por el momento, no sabía si podría hacerlo de nuevo. En presencia de Fiorella, ya no podía estar seguro de nada.
—De pronto me acordé de que tenía pendiente hacer una llamada importante. Perdoname por la demora, ahora sí nos vamos —declaró él, con el semblante relajado y el corazón acelerado.
—No hay lío. Además, ya me siento mucho mejor. Gracias por la dona —afirmó ella, al tiempo que levantaba el pulgar derecho.
Aunque lucía a gusto, la chica ahora sentía muchísima sed. La acelerada ingesta de la rosquilla azucarada sin un líquido para acompañarla había sido mala idea. Necesitaba tomar algo, pero no quería volver a incomodar a Mauricio pidiéndole que le diera alguna bebida. Sin embargo, él era mucho más perspicaz de lo que ella pensaba.
Desde los primeros minutos del viaje, el varón observó, por el rabillo del ojo, cómo Fiorella humedecía sus labios más de la cuenta y tragaba saliva con cierta dificultad. Aprovechando la luz roja del semáforo, el chico abrió la guantera del auto y sacó una pequeña botella de agua helada. Le quitó la humedad exterior con un pañuelo de manera rápida.
—Tomá. —Extendió el brazo derecho mientras la miraba a los ojos—. No me vas a decir que no tenés sed después de comer tanta azúcar, ¿cierto?
—Sí, tenés toda la razón. Es solo que no quería molestarte más —confesó ella, al tiempo que fruncía el ceño.
—No me molestás para nada, quedate tranquila.
—¡Muchas gracias!
—¡Con gusto!
Las frases iniciales que pronunciaron fueron cortas y un tanto forzadas. No obstante, a medida que transcurrían los minutos, los intercambios verbales comenzaron a ser cada vez más naturales. Cuando surgió el tema de las artes, la timidez temporal de Fiorella desapareció por completo. La conversación comenzó a fluir como un refrescante manantial de ideas. No tardaron mucho en darse cuenta de que tenían varios gustos e intereses en común.
—Se nota que sabés muy bien de lo que me estás hablando. ¿Estudiaste música? —preguntó la joven, fascinada.
—Algo así, pero no quiero hablar de eso —contestó él, con un deje de aspereza.
Mauricio apretó la mandíbula y la curvatura de alegría en su boca se desvaneció. La chispa vivaz abandonó su mirada mientras hielo antiguo la endurecía. El súbito cambio en el semblante masculino le anunció a la muchacha que había tocado un punto sensible sin querer.
"Por el lugar en donde trabaja ahora, es bastante obvio que no se dedica a la música. ¿Qué le habrá pasado?" A pesar de que sentía mucha curiosidad al respecto, Fiorella no lo presionó para que hablara sobre un asunto que claramente lo ponía de mal humor. Más bien, decidió tomar la iniciativa en cuanto a un cambio de tema que derritiera la nieve del mutismo.
—Adoro la actuación, ¿sabés? Me interesé por esas cosas desde que iba al jardín de infantes. Siempre fui una nena inquieta y muy expresiva, además de que me encantaba imitar personajes de cuentos.
Las nubes del disgusto empezaron a abandonar la mente de Mauricio en cuanto la escuchó decir aquello. Las ganas de hablar comenzaron a regresar a él.
—¿Actuaste en obras escolares alguna vez?
—Sí, en muchas. Con apenas cinco años, me escogieron para ser Caperucita Roja. Mi mamá todavía guarda varias fotos de ese día, ¿podés creerlo?
—¿De veras? Tenés que mostrármelas algún día.
—Era gruesita y tenía el pelo corto. Casi no me parezco a mi yo de ese entonces.
—Estoy seguro de que eras muy linda, igual que lo sos ahora.
En el rostro de la muchacha apareció una mueca híbrida entre el júbilo y la vergüenza. "¿Piensa que soy linda? ¡Ay, me muero!" Aunque no sabía qué responder sin hacerse un lío, al menos había conseguido relajar el ambiente. El semblante del varón se mostraba tranquilo de nuevo, lo cual dejaba en claro que su inesperada hosquedad se había ido a pasear por los Pirineos.
La chica consideró oportuno corresponder la amabilidad del cumplido con una amplia sonrisa rebosante de dulzura. El joven la miró de reojo y le sonrió también. "¡Dios! ¡Le partiría la boca ya mismo!" La intensidad de los deseos de besarla era cada vez mayor, casi le quemaba el pecho. Era imposible deshacerse de aquellos pensamientos cuando miraba el bonito rostro risueño de ella.
Fiorella no solo había evitado obligarlo a hablar de un tema escabroso. Se había esforzado por vencer la barrera del silencio sin molestarse por la repentina brusquedad de él. Así era casi imposible no recuperar el buen genio. ¿Con cuántas sorpresas como esa se encontraría a medida que la fuese conociendo? Aunque todavía no lo admitiese abiertamente, por primera vez se estaba planteando la posibilidad de intentar un verdadero acercamiento con una chica, algo que fuese más allá de lo físico.
♪ ♫ ♩ ♬
—¡Uy, esta milanesa está de muerte lenta! ¡Qué delicia! —afirmó la joven Portela, tras probar el primer bocado.
—Sabía que te iba a gustar. La comida de acá está buenísima —indicó él, complacido.
El local tenía un aire familiar y relajado, pero muy festivo. Había varias mesas de madera oscura cubiertas por manteles blancos y rojos. Algunas de las sillas estaban decoradas por un llamativo tapete a juego con la mantelería, pero Fiorella había preferido sentarse en uno de los asientos que no lo tenían. Unos bonitos candelabros de cristal transparente colgaban del techo e iluminaban la estancia con agradables luces ambarinas. Mientras tanto, una banda musical amenizaba la noche desde la tarima con un amplio repertorio de tangos.
—¡Sean todos bienvenidos! Esperamos que estén disfrutando de la noche —saludaba Silvia, la dueña del restaurante, durante los intermedios.
Sobre la pista de baile, se encontraba siempre una pareja de bailarines profesionales deleitando a los comensales con su impresionante destreza. Después de verlos, algunos de los visitantes se animaban a abandonar sus asientos para bailar. Querían demostrarles, tanto a los novatos como a los expertos, que ellos también podían ejecutar aquella compleja danza con soltura. Era un pintoresco espectáculo de sensuales movimientos en donde el inconfundible sello argentino destacaba.
Fiorella estaba observando la escena de manera atenta. No era necesario que ella exteriorizase sus pensamientos para que Mauricio pudiera adivinarlos. Chispas de admiración y anhelo saltaban a cada segundo desde sus grandes ojos con cada nueva canción que interpretaba la banda. Parecía una chiquilla emocionada en mitad de un parque de atracciones.
Estaba claro que la chica deseaba formar parte del grupo de bailarines y el varón quería cumplirle ese deseo, pero no se atrevía a invitarla. "¡Hace como un millón de años que no bailo un tango!" La idea de hacer el ridículo no le parecía nada graciosa. Sin embargo, estaba consciente de que las cosas no avanzarían mucho si él no hacía algo al respecto. Después de escuchar un par de canciones más, la valentía terminó por adueñarse de él. Se quitó el saco y lo dejó sobre el respaldar de la silla. "Si es por ella, yo... ¡A la mierda con todo! ¡Lo voy a hacer!"
—¿Te gustaría bailar? Con el tango no soy muy bueno que digamos, pero...
—¡Sí! ¡Oh, por Dios! ¡Recontra sí! —El semblante de ella resplandecía como un faro en la oscuridad—. No te preocupés por nada, ¡yo te guio!
La joven Portela se levantó de un salto, tomó las manos de él entre las suyas y lo llevó hasta la pista de baile. Una vez que se encontraron frente a frente, la chica se acercó al oído del joven para darle las primeras indicaciones.
—No pensés en si te equivocaste o no, solo dejate llevar por el ritmo y por mí.
Acto seguido, Fiorella colocó los brazos sobre el cuerpo del muchacho. Puso el izquierdo en el hombro del varón y el derecho sobre su cintura. Este, a su vez, había colocado el brazo diestro debajo del izquierdo de ella, mientras su propio brazo izquierdo quedaba libre, tal como se lo indicara la chica en voz alta. Entonces, la pierna derecha de la muchacha comenzó a barrer la del chico, para después hacer lo mismo con la izquierda, sin perder el contacto en ningún momento. Dio dos pasos de esa manera y le indicó a él que la imitara.
Estando sostenida del brazo derecho de él, la jovencita estiró el cuello y dejó caer su cabeza hacia atrás con gracia. Se liberó del agarre masculino por un instante, para después colocar sus brazos bajo las manos de su acompañante y levantarlas a la vez. Mientras ella le sujetaba los antebrazos, él la sostenía por los codos. Poco a poco, Fiorella se fue deslizando hacia la izquierda mientras Mauricio lo hacía por la derecha. Ambos dieron dos pasos hacia delante, luego dos hacia atrás, en perfecta sincronía.
Entonces, ella soltó el brazo izquierdo del chico y dio un giro sobre su propio eje, pero sin apartarse del brazo diestro de él. Luego de ello, se inclinó hacia el muchacho, colocando el brazo derecho sobre el hombro masculino, al tiempo que su pierna derecha se levantaba para después apoyar su peso sobre la cadera de él. Cuando volvió a estar erguida, ambos comenzaron a dar varios giros mientras sujetaban los brazos del otro. Las indicaciones orales de ella eran ejecutadas por él sin titubeos. Con cada movimiento de la pareja, los elogios de la gente que los rodeaba comenzaron a llegar.
Los pasos iniciales habían sido relativamente sencillos para el chico pero, conforme estos iban adquiriendo complejidad, Mauricio sentía más y más adrenalina recorriéndole las venas. La preocupación por hacer las cosas bien sin duda lo tenía en estado de alerta. No obstante, aquello pasó a un segundo plano tras sentir la suave piel y el calor del cuerpo femenino tan cerca del suyo. Los latidos desenfrenados de su corazón hacían eco de los de ella, mientras una cascada de pasión se desbordaba a través de los ojos de ambos.
Al término de la canción, el aliento agitado de la pareja se entremezcló como un tórrido vapor que exudaba el exquisito deseo que sentían el uno por el otro. La piel húmeda por el sudor no hacía más que avivarles los sentidos. Era como si acabasen de compartir algo íntimo, cercano, mucho más que una simple danza al compás de música alegre. Las risas que brotaron de sus labios al unísono daban cuenta de lo significativo que había sido aquello para los dos.
—¡Muchísimas gracias por esto! ¡Amo el tango!
—Pero si yo no soy más que un simple principiante...
—¡No digás pavadas! ¡Lo hiciste re bien! —La chica sostuvo el rostro masculino por un instante para luego estamparle un beso rápido en la mejilla—. No sabés cuánto significa esto para mí, en serio.
El varón la contemplaba embelesado, sumergido en una tibia laguna de estupor que solo le permitía sonreírle como un chiquillo. La breve caricia de los labios femeninos lo había hecho estremecerse de pies a cabeza. Muchas otras bocas habían desfilado por su piel a lo largo de los años, no carecía de experiencia en ello. Sin embargo, ninguna de esas chicas destilaba la reconfortante inocencia que Fiorella le había conferido a aquella tierna muestra de agradecimiento.
¿En dónde había quedado aquel Mauricio indolente que no se involucraba con nadie? ¿Seguía allí, oculto, a la espera del momento idóneo para satisfacer sus deseos y marcharse sin mirar hacia atrás? Ni siquiera él mismo lo sabía a ciencia cierta. Diminutas partículas estaban comenzando a desprenderse del rocoso muro que lo había mantenido aislado en su pequeño mundo fabricado con ira. ¿De verdad estaba cambiando? Solo el paso del tiempo lo revelaría.
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