El inicio de la metamorfosis
Cuando apenas abordaban el crucero, Mauricio y Fiorella esperaban pasar una velada llena de risas y coqueteo. Ninguno de ellos podría haber imaginado que los recuerdos más amargos de ambos saldrían a flote el mismo día. El impacto emocional que había recibido cada uno no pasó inadvertido ante los ojos del otro. Los dos detectaban la inconfundible presencia de la tristeza opacando el brillo de sus miradas. Las penas del pasado intentaban esconderse bajo una careta de falso regocijo, pero el frío espectro de la culpa seguía allí, a la espera de arrebatarles todo vestigio de tranquilidad, ilusión y alegría.
En medio de circunstancias normales, Fiorella jamás hubiese permitido que un desconocido fuera testigo de su vulnerabilidad. Llorar en público era una de las cosas que se esforzaba por evitar a toda costa. Le aterraba la idea de que alguien decidiera utilizar las heridas en su alma como un arma para infligirle aún más daño. Las terribles angustias que había enfrentado por confiar en las personas equivocadas la habían convertido en una persona excesivamente cautelosa. Todo cuanto se relacionaba con su vida privada permanecía bajo llave hasta que ella obtuviese pruebas sólidas de la fiabilidad de una persona.
Sin embargo, la muralla interna que la joven Portela había erigido para mantener sus debilidades a raya se había venido abajo en un dos por tres esa noche. Jamás imaginó que se encontraría cara a cara con un incidente que liberaría las imágenes de una de sus peores pesadillas otra vez. No estaba preparada para enfrentarse a una representación tan exacta del comienzo de la noche más desoladora de su existencia. Había estado a punto de perder a una de las personas más importantes para ella por causa de un considerable derroche de insensatez. Las consecuencias aún eran tangibles y continuaban persiguiéndola.
En ocasiones, la chica deseaba olvidarse de todas las barreras autoimpuestas por el miedo. La calidez del abrazo y la ternura de las caricias que le había prodigado Mauricio la habían hecho sentirse en casa. Estuvo a un paso de sincerarse con él, pero comprendió que no debía abrumarlo con una confesión no solicitada y desistió de la idea. A ella no le resultaba nada sencillo sobrellevar las penas sin compartir la carga con alguien más. Su optimismo no siempre era suficiente para ahuyentar los fantasmas de la culpa. Ni siquiera el perdón concedido le había bastado para sentirse en paz.
Por su parte, Mauricio no podía dejar de pensar en el incidente vivido junto a Fiorella. Ponerse del lado de la víctima y ayudarla era algo nuevo para él. ¿Por cuánto tiempo había asumido el papel de matón? ¿Cuántas veces había sido responsable del sufrimiento de otras personas? Las numerosas ocasiones en que presenció con indolencia el dolor ajeno fueron tantas que le resultaba imposible llevar la cuenta. Varios pares de ojos lo habían contemplado con repudio, miedo y resentimiento a lo largo de los años.
No obstante, ninguna mirada de aquellas tenía la llama de la determinación que él había visto en la de Maia. Por encima de cualquier otro tipo de sentimiento, el fuego azul de su valentía la sostuvo en pie hasta que pudo librarse de las torturas injustas que él le imponía. Sin importar cuánto se esforzara por aplastarle la esperanza, la joven violinista resistió hasta el último de sus embates con el temple de una fiera guerrera. ¡Cuánto la admiraba ahora por tal demostración de entereza! En verdad era digna de alabanza en más de un sentido.
¿Se habría enfrentado Fiorella a un ser tan irascible y cruel como solía ser él? ¿Qué clase de penurias la habría hecho pasar? Una persona dulce, simpática y vivaz como lo era ella no merecía ser lastimada de ninguna manera. Sin embargo, su cuerpo entero acababa de dar pruebas claras de que su corazón estaba roto. Solo la tristeza profunda resguardada en un rincón secreto del alma podía ser tan elocuente sin necesidad de recurrir a las palabras. Él ahora lo entendía con facilidad por haberlo vivido en carne propia.
El muchacho observaba en silencio un punto indeterminado del oleaje teñido de dorado por las luces de la embarcación. El peso de su torso descansaba en los codos que había apoyado sobre la barandilla. Sin pretenderlo, se había quedado callado por un buen rato, atrapado en el remolino de sus pensamientos.
—¿Es lindo el paisaje allá en la luna? —declaró la muchacha con una sonrisa.
El sonido de la voz de ella le produjo un ligero sobresalto. La sombra de la mano femenina agitándose en frente de su rostro hizo que el varón abandonara de golpe el solitario mundo de las cavilaciones. Una suave risilla escapó de su boca en cuanto imaginó la reacción de la chica ante la respuesta que pensaba darle.
—La verdad es que la superficie lunar no me gustó para nada. Por allá hace mucho frío, no hay comida, es sombrío e inhóspito. Pero descubrí algo aún peor que todo eso —contestó él, al tiempo que se giraba para mirarla a los ojos.
—¿Ah sí? —La jovencita arqueó una ceja—. No imagino qué cosa podría ser peor que pasar hambre y frío en un lugar oscuro y peligroso.
—Lo peor de la luna es que está muy lejos de vos. —El muchacho colocó la mano derecha con suavidad sobre la izquierda de ella—. Y si hay algo que yo no quiero es estar lejos de vos.
La quijada de Fiorella se movió al menos cuatro veces en un vano intento por articular palabras. Sin importar cuánto se esforzó por dar una respuesta verbal, la colisión entre sus neuronas le impidió formular una oración coherente. Sus dientes incisivos aprisionaron el labio inferior mientras su respiración comenzaba a agitarse. Su pequeña mano estaba por entrar en combustión espontánea ante el ardiente contacto de la piel del muchacho.
Sin previo aviso, los dedos de Mauricio empezaron a ascender despacio por el brazo de la chica. "¡Ay, mi Dios! Esto es... tan... tan... tan... ¡es delicioso!" La mano de él continuó su avance por el hombro, luego se deslizó por el cuello. Un sonoro suspiro escapó de ella en ese momento. El sendero de caricias culminó cuando la palma masculina se posó sobre la redondeada mejilla de la muchacha. Para ese instante, cada vello en el cuerpo de la joven Portela se había erizado. Su corazón parecía una liebre silvestre que saltaba alegre en medio de una vasta pradera.
—¿Bailarías conmigo? —preguntó el chico, cuyos ojos estaban cargados de anhelo.
La chica se limitó a asentir con la cabeza. Como un gran letrero de neón encendido a medianoche, su cara sonrojada y sonriente exhibía sus sentimientos con la misma claridad del agua de manantial. A pesar del azoramiento, Fiorella se rehusó a apartar la mirada. Los ambarinos iris del varón la hipnotizaron como nunca antes lo habían hecho. Si bien Mauricio continuaba siendo un baúl repleto de secretos, la forma en que él la estaba tratando le parecía cautivadora.
Las fibras en el espíritu de la joven vibraban al unísono, cual si fuesen las cuerdas de un violín bajo el arco en manos de un talentoso artista. Sensaciones que habían permanecido aletargadas estaban floreciendo como jazmines en primavera. Un sentimiento inefable que trascendía la mera atracción física iba abriéndose paso poco a poco dentro de ella, sin pedirle permiso, sin darle espacio a fríos razonamientos. Su esencia misma clamaba desesperada por la cercanía del muchacho.
La mano grande y cálida de Mauricio tomó la de ella. Los dedos de Fiorella les dieron una afectuosa bienvenida a los de él. Se entrelazaron con fuerza, sin reservas. El pulso de la chica se había disparado, su piel estaba en llamas. No estaba segura de poder resistirse a lo que ahora demandaba su organismo. Tal explosión de emociones le nublaba el juicio. Solo esperaba que el gasto de energía que usaría para el baile calmara el enloquecimiento de sus sentidos.
Fiorella tenía la impresión de ser la más afectada de los dos, pero se equivocaba. Las evidentes respuestas positivas de parte de ella habían ocasionado serios estragos en el cuerpo del varón. Se había visto forzado a utilizar todas sus reservas de autocontrol para no besar a la chica. Si lo hacía, el escenario que visualizaba en la privacidad de la mente podría convertirse en realidad. Su imaginación incluía una amplia variedad de movimientos y de sonidos que resultaban un tanto indecorosos para ser mostrados en público.
Para sorpresa de la jovencita, el ritmo de la canción que recién comenzaba a sonar cuando ellos llegaron a la pista era pausado. Se trataba de una balada que invitaba a la proximidad entre los cuerpos de los bailarines. No obstante, ni siquiera tuvo tiempo para asimilar aquello cuando sintió el sólido agarre de los brazos de Mauricio, los cuales ya estaban posicionados en torno a su cintura. Después de tragar saliva con dificultad, las trémulas manos de la chica se dirigieron lentamente hacia los hombros masculinos.
Conforme ejecutaban los pasos de baile correspondientes, el torbellino de sensaciones interiores pugnaba por manifestarse en el exterior. Las nuevas señales de la atracción mutua eran cada vez menos sutiles. El aliento les faltaba, las pupilas se les habían dilatado, los latidos eran apresurados. Sentir el calor y la suavidad del cuerpo femenino tan cerca de él hizo que ciertas reacciones naturales comenzaran a despertar en el muchacho. Los vientres de ambos hervían de pasión.
"¿¡Qué me pasa!? ¡No puedo hacer esto! ¡Tengo que parar!" En cuanto la canción llegó a su fin, Fiorella tomó una profunda bocanada de aire para luego apartarse de Mauricio. Deshizo el abrazo de manera calmada pero decidida. Una vez que se liberó de los brazos masculinos, ella dio media vuelta y se encaminó hacia la barra de bebidas a paso rápido. Necesitaba distraerse de inmediato.
La imagen del rostro contrariado del chico atacó su conciencia, pero no estaba en condiciones de darle explicaciones acerca de la abrupta huida, al menos no hasta que su cerebro volviera a ser funcional. Pidió una limonada y se dedicó a la ardua tarea de aplacar la alocada fiesta hormonal de su organismo. Comenzó a organizar un vehemente sermón mental acerca de lo imprudente que había sido su conducta.
El muchacho esperó unos cuantos minutos antes de aproximarse a la joven Portela. Le había dolido que ella lo hiciera a un lado, no iba a negarlo, pero comprendía su comportamiento en buena medida. El incidente con el tipo alcoholizado le había abierto los ojos. Como él, Fiorella llevaba sobre sí una carga de amargos recuerdos que todavía afectaban su presente. No podía culparla por intentar protegerse de nuevas amenazas. Tal vez él estaba yendo demasiado rápido y quizás ella no estaba preparada para algo así. "Sea como sea, voy a disculparme", se dijo, mientras tomaba asiento al lado de la chica.
—No era mi intención hacerte sentir incómoda ni presionarte. Me dejé llevar, perdoname —aseveró él, en voz baja.
Fiorella se cubrió la boca con la mano izquierda para contener el deseo de gritar de la emoción. Había imaginado que el varón estaría molesto con ella y que no querría volver a verla después de esa noche. Ella le había permitido acercarse de forma considerable para después rechazarlo sin razón aparente. Un reclamo sería la respuesta más lógica ante su incomprensible proceder. Ya se había preparado para escuchar los reproches. Una disculpa por parte de él ni siquiera figuraba en la lista de posibilidades.
—¡No, no, no y no! ¡Acá el bicho raro soy yo! ¡Vos no hiciste nada malo, en serio! —respondió ella, sin hacer pausas entre las palabras.
Tras escucharla, Mauricio no pudo contener un ataque de risa. El tono agudo en la voz femenina y la impresionante velocidad de la chica para hablar le recordaron a una caricatura que solía ver cuando era niño. Aunque la muchacha desconocía el motivo del repentino episodio de diversión, la forma de reír del chico era contagiosa. En poco tiempo, ambos fueron presa de las carcajadas.
—Para nuestra próxima salida, ¿te gustaría ver una película conmigo? Si querés pedir comida exprés, todos los gastos correrían a mi cuenta. O podés arriesgarte a probar algo preparado por mí. Cocinar no se me da nada mal, ¿sabés? —El varón le dedicó un rápido guiño amistoso—. Además de eso, me gustaría devolverte las cosas de Salem.
"¿¡Me está invitando a su casa!? ¡Jesucristo bendito! ¿¡Ahora qué hago!?" Un sitio público repleto de gente le ofrecía muchas facilidades para escabullirse en caso de que fuera necesario, tal como acababa de hacerlo. Pero incluso al contar con esas favorecedoras circunstancias, apartarse del muchacho había requerido de un brutal despliegue de fuerza de voluntad.
Si la canción que bailaron juntos hubiese sido un poco más larga, Fiorella estaba segura de que habría sucumbido ante el abrumador poder de sus instintos. ¿Cómo podría mantenerse cuerda si llegaba a estar a solas con el chico? Esa idea le parecía una absoluta locura. A pesar de ello, la oferta le sonaba muy tentadora. ¿Sería capaz de rechazarla?
—Podés decirle a alguna amiga tuya que venga con vos. Me gustan las reuniones pequeñas en las casas. Pienso que son más relajadas. ¿Qué te parece?
El panorama cambió del rojo peligro al amarillo alegría en apenas unos segundos. El nuevo matiz que la propuesta adquirió al añadirle aquel ingrediente tan perfecto disipó todas las dudas de la joven Portela. Respondió a la última pregunta formulada con notorio entusiasmo.
—¡Me encanta la idea! Estoy segura de que a Tati también le va a encantar.
—Está decidido, entonces. Avisame luego cuándo les queda mejor venir.
A partir de ese momento, la conversación empezó a fluir con normalidad otra vez. Risas y bromas brotaban sin obstáculo alguno. Cualquier vestigio de tensión entre ellos desapareció por completo. Haberse mostrado vulnerables le dio a cada cual una perspectiva distinta sobre el otro. Sin siquiera haberlo planeado, sus mundos continuaban acercándose cada vez más.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top