De confesiones y hallazgos insospechados
En cuanto abandonaron la embarcación, Mauricio de inmediato se ofreció a llevar a Fiorella hasta su casa. Aunque el semblante de ella parecía relajado, la bonita sonrisa que esbozaba no era más que un camuflaje para disimular el terrible caos en su mente. La rápida respuesta afirmativa que dio ante la proposición del varón confirmó las sospechas de este. El muchacho odiaba la idea de dar la cita por terminada tan pronto, pero comprendía que ella debía estar emocionalmente agotada, quizás igual o un poco más de lo que él lo estaba.
Los demonios sedientos de lágrimas e ira jamás quedaban satisfechos, eso lo entendía a la perfección. Nunca cesaban de acechar a sus presas y siempre las atacaban en el momento menos pensado. Eran capaces de destrozar la voluntad de luchar en su contra sin mayor esfuerzo. Refrenarlos podía convertirse en una misión casi imposible de realizar sin recibir ayuda. Los deseos de sucumbir ante sus malvados designios a veces resultaban incontrolables.
Él sabía que la chica estaba librando su propia batalla para ahuyentar la tristeza en ese preciso instante, de eso no le cabía ni la menor duda. Por lo tanto, no la forzaría a seguir desgastándose de manera innecesaria por un simple capricho suyo. Lo mejor para los dos era irse a descansar. Ya habría más oportunidades para estar juntos sin tener a la sombra de la pena agobiándolos a ambos.
Sin embargo, una vez que Mauricio estacionó el automóvil a las puertas del edificio residencial, su corazón empezó a latir a toda prisa. Todavía le quedaba pendiente un asunto importante. La inminente confesión que debía hacerle a la joven Portela lo tenía con los nervios a flor de piel. Ni siquiera él mismo entendía del todo el porqué de ese extraño sentimiento, pero sí tenía muy claro que ya no podía guardarse el secreto por más tiempo. Si pretendía hacer que las cosas con ella avanzaran y salieran bien, ese era el primer paso para conseguirlo. Mientras caminaban hacia la entrada principal, la explicación empezó a producirse.
—Hay algo importante que necesito decirte —manifestó el varón, en tono serio.
A pesar del esfuerzo por lucir sereno, le fue imposible ocultar el ligero temblor que acompañaba a su voz. Ese detalle, aunado al ceño fruncido y a su mirada esquiva, anunciaba la inequívoca llegada de malas noticias desde la perspectiva de Fiorella. Un nudo estaba formándose en el estómago de la muchacha.
—¡Me estás asustando! ¿Pasa algo malo? —preguntó ella, tensa.
—Es que... bueno... yo... —Soltó un fuerte resoplido frustrado al escuchar su inexplicable tartamudeo—. Lo que pasa es... mejor tomá... es esto...
El chico había desbloqueado su teléfono móvil para mostrarle un vídeo corto a su interlocutora. La jovencita aceptó el aparato con cierto recelo. Antes de tocar el botón de reproducción en la grabación, tragó saliva, inhaló profundo y se preparó para lo peor. Cuando el vídeo comenzó, la alegre voz de Mauricio fue lo primero que la chica identificó. La imagen de la estancia en donde él se encontraba en ese momento la dejó boquiabierta. ¡Era idéntica a su propia sala!
—Este apartamento es un poco más chico que el otro, pero tiene balcón. ¿Querés verlo, mamá? Dame un momento nada más.
Los pasos de él provocaron varios saltitos en el enfoque de la cámara, pero no por ello la calidad de la filmación dejaba de ser nítida. Fiorella podía reconocer el pasillo, la puerta corredera y la baranda sin dificultad alguna.
—El piso once ofrece una vista increíble, ¿no te parece?
Una toma panorámica de las edificaciones y de las calles en frente del lugar dio validez a las suposiciones de la muchacha. El varón había grabado aquello desde el interior de una habitación del mismo edificio en el que ella vivía.
—¿¡Somos vecinos!? —exclamó la joven, estupefacta.
—Mi balcón está... del mismo lado... que el tuyo... —contestó él, aún más nervioso que antes.
Como acto reflejo, Mauricio apretó la mandíbula y los puños. No estaba seguro de lo que vendría a continuación, pero intuía que no sería una respuesta positiva. Aunque había hecho grandes avances gracias a la terapia, la agresividad al encarar situaciones complicadas o amenazantes era un viejo hábito difícil de erradicar. Estaba acostumbrado a colocarse en posición de ataque de buenas a primeras, pues las discusiones con gritos e insultos eran terreno conocido para él. Prefería herir antes de que lo hirieran. Sin embargo, no contaba con las peculiares reacciones que Fiorella era capaz de manifestar.
—¿¡Por qué no me lo dijiste antes!? —La chica le propinó un suave manotazo amistoso en el hombro derecho al muchacho—. Te veía en todos lados, pero no me atrevía a hablarte, no sabía en dónde buscarte. ¡Me moría por conocerte y vos estabas en el mismo edificio! ¡No lo puedo creer!
Mauricio entrecerró los ojos con perplejidad. Esperaba recibir una retahíla de improperios o al menos alguna muestra de enojo por parte de ella. Nunca creyó que escucharía una declaración tan halagadora.
—¿Me veías en todos lados? —interpeló él en voz baja, como si monologara.
En días anteriores, él había tenido la impresión de estar siendo observado desde lejos y no había sido una, sino varias veces. ¿Sería posible que la joven Portela fuera la responsable de eso? Aunque ese detalle lo llenaba de curiosidad, no era ni por asomo el más significativo de los asuntos que ella había mencionado. ¡Le acababa de confesar que se moría por conocerlo!
¿Acaso la chica había estado admirándolo en secreto, al igual que él lo hacía con ella? "Entonces, no solo yo la estuve buscando como un loco". Pensar en la posibilidad de que esa suposición se convirtiera en una certeza desvaneció los oscuros nubarrones del pesimismo. Por un momento se olvidó de todos los tragos amargos de las horas previas. Una amplia sonrisa se adueñó de su esperanzado rostro.
—¿En dónde me veías? Nunca me di cuenta —inquirió él, con las pupilas atentas a cada minúscula expresión facial de la joven.
—Es una larga historia —declaró la aludida, en un tímido susurro.
Al sentirse escrutada por la penetrante mirada de él, la muchacha se mordió el labio inferior y desvió la vista hacia el suelo. Como era natural en ella, sus mejillas adquirieron el rojizo matiz de la vergüenza en un instante. A pesar del gran bochorno que sentía al recordar las locuras que había hecho en esos días, la boca femenina también sonreía, lo cual no pasó inadvertido para el varón.
—No tenés idea de cuánto me interesa escuchar esa historia —afirmó él, sin rastro alguno del molesto tartamudeo anterior.
Acto seguido, Mauricio levantó el brazo derecho de forma lenta. Con los dedos índice y pulgar, sujetó el mentón de Fiorella y le dio un leve impulso hacia arriba. A raíz de eso, ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos una vez más, tal como él lo deseaba. Los malos recuerdos de ambos se habían esfumado como un puñado de plumas impelidas por los vientos alisios.
—Prometo darte todos los detalles de cómo y cuándo supe que somos vecinos con una pequeña condición. —El chico dio un par de pasos al frente y se inclinó un poco para así hablarle al oído—. Quiero que vos me contés cómo es eso de que te morías por conocerme... ¿Aceptarías el trato?
La muchacha tuvo la sensación de haberse aparecido por arte de magia en algún rincón de Sudán a mitad del verano. El calor ya no se limitaba solo a su cara sonrojada, sino que ahora comenzaba a expandirse por cada centímetro de su piel. El tono seductor en la grave voz masculina, aunado a la peligrosa cercanía entre los cuerpos, la había descolocado por completo. La sutil caricia del aliento del varón sobre su lóbulo estaba causándole estragos en el sistema nervioso.
Mauricio había pasado del tartamudeo al galanteo en un dos por tres. Ella no estaba preparada para asimilar semejante cambio. "¡Soy una pelotuda de talla olímpica! ¿¡Por qué carajo le dije eso!? ¡Se supone que quiero ir despacio con él! Tardo en abrir la boca y ya la estoy cagando de nuevo. ¿Por qué no puedo ser una niña normal? ¡Ya llevame, Diosito, por favor!" Movida por el instinto de protegerse, sus piernas empezaron a moverse en piloto automático. Dio unos cuantos pasos en reversa para así alejarse del muchacho.
—Voy a pensármelo —dijo ella, al tiempo que escondía las manos detrás de la espalda.
La chica estaba haciendo un esfuerzo casi sobrehumano por amortiguar los ardientes impulsos que su cuerpo insistía en liberar. Las uñas se clavaban en la carne de sus palmas con la fuerza de quien necesita sentir un dolor intenso para olvidarse del pandemónium en la mente. Mantenerse en constante estado de alerta resultaba agotador cuando lo único que anhelaba no era apartarse, sino más bien perderse entre los brazos del muchacho.
—Tomate el tiempo que necesités. Solo quiero añadir una cosa antes de irme: yo también —aseveró él, con un gesto de picardía en el semblante.
—¿Vos también qué? —preguntó ella, confundida.
—Te lo dejo de tarea. —El varón acompañó la sonrisa traviesa con un guiño de su ojo izquierdo—. ¡Que durmás bien, Fiore!
Enseguida se dio media vuelta y empezó a caminar a paso rápido. Se dirigió hacia su auto, abrió la puerta del conductor, tomó asiento y pronto puso el vehículo en marcha. Dado que debía aparcarlo en el estacionamiento bajo techo para los residentes del edificio, utilizó tal deber como la excusa ideal para despedirse de la joven Portela sin darle más explicaciones.
Mauricio había fracasado de manera rotunda en su intento por darle un respiro a la chica. Perdió la cuenta de los numerosos sonrojos que le había provocado esa noche. Por más que trataba de llevar las cosas con calma, todos sus sentidos volvían a trastornarse vez tras vez cuando estaban cerca. Para colmo, las memorables palabras de ella no habían hecho otra cosa que avivar sus ansias. En vista de esa situación, agradecía el valor que la muchacha había demostrado al poner distancia entre ellos. Si eso no hubiera sucedido, él probablemente no hubiese podido refrenarse a tiempo.
Se sentía como un adolescente inexperto otra vez y, en cierta forma, lo era. Nunca antes tuvo que ejercer control sobre sí mismo en lo relacionado con las chicas. Fiorella era la primera mujer con la que había tenido más de una cita sin siquiera llegar a la primera base. No obstante, aquello estaba muy lejos de fastidiarlo. La fuerza de la atracción no había perdido ni un ápice de intensidad. Cada nueva reunión incrementaba su fascinación por ella. La expectación por el próximo encuentro hacía latir su corazón con mayor vigor que antes.
♪ ♫ ♩ ♬
—Salem, vos no tenés idea, ¡no sabés! En serio, no podés imaginarte lo que descubrí hoy. —La chica levantó al gato con ambas manos para colocarlo en frente de su rostro—. ¡Mau vive acá! ¿Lo podés creer? ¡Está tan cerca de mí! ¡Jesús bendito, yo me voy a morir! ¡Tengo que hablar con Tati ya mismo!
El felino emitió un agudo maullido y empezó a mover la cola de un lado al otro. Parecía haberse contagiado del éxtasis de su dueña. La muchacha le dio un beso en la cabeza para luego colocarlo sobre la cama. Sin más tiempo que perder, tomó el teléfono móvil, lo desbloqueó y de inmediato se dispuso a contactar a la joven Morales mediante una videoconferencia.
—¡Quiúbole, chamaca! ¡Ya era hora! ¡Me tenías comiendo uñas! ¡Cuenta, cuenta! —exclamó Tatiana, entre risas.
—Che, yo pensé que Mauricio me iba a mandar a la mierda de una patada por el culo, pero no lo hizo... ¿Sabés qué pasó? ¡Me invitó a su apartamento! O, mejor dicho, ¡nos invitó! —respondió Fiorella, con la alegría estampada en cada sílaba articulada.
—¿¡Cómo dices que dijiste!? ¡Explícate como la gente decente!
—¡Ponete cómoda porque este cuento va para largo, boluda!
Mientras Fiorella narraba lo que había sucedido antes, durante y después del inolvidable encuentro en el crucero, el protagonista de la charla femenina contemplaba las fotografías en el perfil de Instagram de la joven Portela. El chico había obtenido acceso al mismo unas cuantas horas atrás. Ella había aceptado su solicitud de seguimiento sin poner reparo alguno y él se lo agradecía de toda alma. Las imágenes allí contenidas eran un auténtico deleite para sus ojos.
El muchacho iba observando foto por foto con absoluta minuciosidad. Ya no se trataba solamente de admirar la belleza física de la dueña de la cuenta, sino que esperaba descubrir nuevos detalles acerca de su personalidad y de sus gustos a través de lo que ella compartía allí. Se había propuesto conocerla tanto como fuera posible, pues así tendría más posibilidades de complacerla en futuras citas. Sonreía con la naturalidad propia de un niño ante tan emocionante perspectiva.
Conforme desplazaba las imágenes hacia abajo con el pulgar derecho, iba leyendo el texto que acompañaba a cada una de estas, así como también los respectivos comentarios que le habían dejado otros usuarios. Gracias a la pequeña investigación, el muchacho se había dado cuenta de que Fiorella era fan de las historias de superhéroes. La chica amaba los días ventosos y no podía resistirse a los encantos del chocolate en cualquiera de sus formas. Esperaba ver una aurora boreal en vivo algún día y quería aprender a tocar algún instrumento musical en el futuro próximo.
"¡Vaya ironías de la vida! Ella busca algo que yo desearía poder olvidar". Aquella evocación inoportuna le robó una pizca de brillo a la llama del entusiasmo. Sin embargo, el varón no permitió que los pensamientos negativos lo dominaran de nuevo. Cerró los ojos por un instante, respiró profundo unas cuantas veces y luego continuó con la agradable tarea que tenía por delante. Las muecas graciosas y las ocurrencias que Fiorella plasmaba en las fotos pronto lo ayudaron a recuperar el buen ánimo.
Aun así, el semblante de Mauricio adquirió la tonalidad del papel cuando se encontró con una palabra en particular. Lo que para la mayoría de la gente era una simple frase de agradecimiento, para él resultaba un sorbo de hiel. Debajo de la imagen en donde la muchacha sostenía un afiche de la NYU, se mostraba una breve leyenda que nombraba a quienes la habían ayudado a conseguir la meta de ingresar a esa prestigiosa universidad.
—A mis viejos, a Mónica, a Lucas, a Paula y sobre todo a Matías, ¡gracias por creer en mí! No estaría acá de no ser por el gran apoyo de todos ustedes —musitó él, contrariado.
Mauricio dejó caer el teléfono al suelo y se cubrió el rostro con ambas manos. Su cuerpo entero tembló de rabia ante la mención del último vocativo masculino. Estaba consciente de la existencia de miles de personas que respondían a ese mismo nombre, pues era bastante común. Sin embargo, no pudo evitar asociarlo con el detestable hombre que había destrozado a su familia. ¿Y si Fiorella lo conocía? ¿Qué haría él al respecto?
"No, no puede ser él. Es obvio que estoy equivocado. Sí, esto es una estupidez mía nada más", se dijo. Con una sensación de opresión en mitad del pecho, el joven se encaminó hacia la ducha. Un baño caliente y un buen té relajante de seguro lo ayudarían a olvidarse del asunto. No estaba dispuesto a permitir que el pasado ganara la batalla por adueñarse de su presente.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top