Capítulo 9
Miércoles, 29 de marzo.
Vega
Lo cierto es que no estaba pensando en nada en particular. Simplemente me dio pena y le propuse seguir adelante. ¿Qué le íbamos a decir a todo el mundo? Pues no sé, que le he perdonado, supongo; aunque no tengo muy claro que alguien más se haya enterado de lo del beso entre Eric y Quina. Un beso entre amigos, diremos. Eso es.
Ahora lo único que me preocupa es una cosa: conseguir 100$ para poder pagar el viaje al lago este fin de semana. Quedan dos días, y todavía no tengo el dinero. He barajado un montón de posibilidades, pero al final he llegado a la conclusión de que lo único que puedo hacer es pedirlo; pero no pienso pedírselo a mis padres ni a Chris, no, sino a Oliver. Porque es mi amigo y porque sé que para él 100$ no son nada, aunque se los devolveré en cuanto pueda, por mucho que insista en que no hace falta.
—Ni hablar, te los doy —insiste mi amigo, otra vez— no quiero que me devuelvas nada, ¿lo has entendido?
Tengo el billete en la mano, pero me niego a aceptarlo sí él no acepta que yo se lo vaya a devolver. No quiero ser ese tipo de amiga que se aprovecha de su amigo rico simplemente porque es, eso, rico.
—Me da igual lo que me digas, Oli, te lo pienso devolver.
—¿Devolver el qué?
Eric aparece, como siempre, salido de la nada, aunque ahora quita el brazo de inmediato cuando me rodea los hombros con él, porque sabe que sino se ganaría un codazo en el estómago. Va aprendiendo.
—Nada —respondo yo rápidamente, guardando el dinero de Oliver dentro de la carpeta que sostengo entre las manos.
—Déjame ver —dice él en cambio, intentando arrebatármela.
Le esquivo un par de veces, pero finalmente lo consigue.
—¿Es que ahora no existe la privacidad, o qué?
—Entre nosotros nunca, preciosa.
—Pues eso es violación de la intimiadad, precioso.
Intento quitarle la carpeta de nuevo, pero Eric la abre antes de que pueda hacerlo y el billete de 100$ cae al suelo.
—¡Toma ya! cien pavos —dice, cogiéndolo y guardándoselo en el bolsillo del pantalón— querida novia, gracias por tu aportación a la causa.
—Pero, ¿qué causa? ¡Devuélvemelos! Los necesito para pagar el viaje de este fin de semana.
—¡Ostras! Es verdad, se me había olvidado completamente.
Ese pequeño momento de distracción me es más que suficiente para meterle la mano en el pantalón (sin pensar mal) y recuperar el billete.
—¡Oye! Más despacio, princesa.
Y le golpeo en el brazo. Que alguien me explique en qué momento este hombre de aquí me ha dado pena como para decidir seguir ayudándole. Pero, como esperaba, ni se ha inmutado, más bien se está riendo de mí.
—Bueno, yo me voy ya —dice entonces Oliver, del que me había olvidado completamente— luego nos vemos, pareja. Y, Vega, de verdad que no hace falta que me lo devuelvas.
—¡Oliver! —exclamo cuando le escucho decir eso último.
Mi amigo se tapa la boca y sale corriendo, sin decir nada más. Mierda, no quería que nadie se enterase de que le he pedido dinero a Oliver para pagar el viaje. Y mucho menos Eric.
—Espera... —aquí viene— ¿Oliver te ha dejado el dinero? ¿Es que no puedes pagarlo?
Paso de él y me doy la vuelta. Siento que no todos hayamos tenido la suerte de ser supermodelos y disponer del dinero suficiente como para pagar los 100$ de un viaje.
—¡Oye!
Me sigue hablando, pero yo continuo caminando sin prestarle atención.
—Vega, si necesitabas el dinero podrías...
—¿Habértelo pedido? —le miro, sin detenerme.
—Pues sí, yo te lo habría prestado.
—A lo mejor habría sido más fácil devolvértelo, puesto que Oliver no piensa aceptarlo de vuelta.
—Si quieres puedo dejarte el dinero yo, entonces.
—Da igual —resoplo— suficiente vergüenza me ha dado ya tener que pedírselo a Oli, como para pedírtelo a ti, cuando ni siquiera tenemos aún la confianza suficiente para estas cosas.
—Y, sin embargo, soy tu novio, ¿no es maravilloso?
—No, no lo eres.
—Dilo más alto, preciosa, creo que no te ha escuchado todo el mundo.
Hay que ver lo tonto que es a veces. Bueno, siempre.
—Te ayudaré a devolvérselo —dice él, rodeándome otra vez con el brazo.
—¡Ni hablar! —le aparto de un empujón, y me meto en el aula de historia.
—Oye Vega, si tienes problemas de dinero, yo podría...
—Ya te he dicho que no hace falta que me prestes nada, no seas pesado.
—No es eso, es solo que, si buscas trabajo, creo que podría ayudarte.
—¿Lo dices en serio? —vuelvo a prestarle atención, y me siento en mi mesa sin dejar de mirarle.
—Los gemelos tienen un lavadero de coches... bueno, ellos no, sus padres, y creo que ahora están buscando a alguien que les ayude.
—Porque, a pesar de tener dos hijos perfectamente capaces, ninguno de los dos quiere hacerlo, ¿verdad?
—No —sonríe ante mi comentario— no están muy por la labor, ciertamente. Así que si te interesa, dímelo y hablaré con ellos, ¿ de acuerdo?
—Sí que me interesa —le digo antes de que se marche hacia su mesa— muchas gracias, Eric.
***
Por fin suena el timbre que anuncia el final de las clases. Tengo muchas, pero muchas ganas de irme a casa, de verdad. Odio que pongan clase de matemáticas a última hora, cuando el estómago me ruge de hambre y no soy capaz de concentrarme.
—¡Vega! —alguien grita mi nombre cuando estoy saliendo por la puerta principal.
Me doy la vuelta, y veo a los gemelos correr hacia mí. Se me había olvidado por completo la propuesta de Eric, pero supongo que entonces ya habrá hablado con ellos, así que espero, nerviosa, a que me alcancen y me digan si puedo trabajar para sus padres o no.
—Vega, tenemos que hablar contigo —me dice uno de ellos, no tengo ni idea de cuál.
—Eric ha hablado con nosotros, pero sentimos decirte —esto empieza como una carta de universidad, madre mía cuanto dramatismo hay en este grupo— que nuestros padres ya han contratado a alguien.
—Sí, pero Eric nos ha contado tu problema y...
—Genial —resoplo, interrumpiendo la conversación— si es que no se le puede contar nada. Menudo "novio" está hecho.
—Pues no, a Eric no se le puede contar nada —se ríen, probablemente por algo que solo entienden ellos dos— Aún así queríamos decirte que, pese a que no puedas trabajar en el lavadero de nuestros padres, Hector y yo —así que este que está hablando es Alex— hemos tenido una idea.
—¿Ah sí? —pregunto intrigada— ¿Qué idea?
—Ven mañana después de clase al lavadero, y lo verás.
Me sonríen de nuevo, (algo que da bastante miedo porque son prácticamente idénticos y eso hace que parezca una peli de terror), y se van corriendo, sin añadir nada más.
—¿Y dónde narices está el lavadero? —Grito, alzando los brazos.
Pero ya están lo suficientemente lejos como para no poder oírme.
—Genial, lo buscaré en google maps.
Saco el móvil y busco la palabra "lavadero" pero me aparecen unos diez resultados en toda la ciudad. En la mayoría de ellos el lavadero tiene el apellido familiar —supongo— pero tampoco sé cómo se apellidan ellos.
—¿Ya te han dado los gemelos la buena noticia? —Me pregunta una voz muy conocida.
Guardo el móvil de nuevo y alzo la cabeza para ver a mi sonriente novio falso que, por alguna razón, no se ha ido a casa todavía.
—Sí... Bueno, más o menos, no me han dicho exactamente de qué se trata, solo que vaya al lavadero mañana, pero no sé dónde está el lavadero de los gemelos.
—Luego te paso un mensaje con la ubicación, ¿quieres que te acompañe a casa?
Estoy a punto de responder que no, pero entonces recuerdo que Maica se ha ido a casa una hora antes porque se encontraba mal, y Oliver ha vuelto con Uxía, así que, ante la idea de volver sola y sin música (porque me he olvidado los auriculares en casa) acepto su propuesta.
Eric
Sorprendentemente, Vega ha aceptado que la acompañe a casa; no se porqué, pero no voy a pensarlo. Caminamos juntos tranquilamente hablando de, como se suele decir, cosas triviales, mientras procuro pensar en una manera de sacar el tema del que quería hablar con ella realmente. Tal vez si rompo el hielo hablando sobre otra cosa... pero, ¿sobre qué?
¡Ah! Ya lo tengo.
—¡Por cierto! —exclamo, haciendo que Vega se sobresalte un poco— ¿Cuándo quieres que salgamos a hacer fotos?
—¿Cómo dices? —me pregunta ella, extrañada.
—¿Ya te has olvidado de nuestra cita? —enarco una ceja, porque sé que eso la pone muy nerviosa— Pizza y fotos, ¿lo recuerdas?
—¡Ah, si! Es verdad, lo había olvidado. Pues, sí quieres, podemos hacerlo un día de la semana que viene. Dicen que ya va a empezar a hacer mejor tiempo.
—Me parece bien —y hasta aquí la conversación.
Creí que tendría más cuerda para cambiar de tema sin que se notase tanto. Pero ya casi hemos llegado a su casa, así que allá voy:
—En realidad, la razón por la que he querido acompañarte es porque... —espero a que ella me corte como suele hacer, pero simplemente me mira sin decir nada— es porque quería disculparme por algo que pasó el viernes.
—¿Otra vez con eso? —resopla— ya te he dicho que te lo perdono todo.
—Lo sé, pero aún así me gustaría explicarte la razón por la que fui tan borde en el parque. Aunque no me acuerdo de muchas cosas de aquella noche, esa sí la recuerdo.
—¿Te refieres a cuando me mandaste callar?
—Sí.
Se crea un momento de silencio a la espera de que alguno de los dos diga algo más. Supongo que ese debo ser yo.
—Cuando te dije que odiaba esa palabra, me refería a la palabra "playboy"
—¿En serio? ¿La odias? —Parece más sorprendida de lo que esperaba— ¿Por qué?
—Porque, aunque al principio me hizo gracia, cuando me disfracé de conejito playboy para esa fiesta y demás... lo cierto es que, lo creas o no, esa palabra y lo que significa me está dando muchos problemas ahora.
—¿A qué te refieres?
Creo que, en lugar de explicarme, la estoy confundiendo todavía más.
—¡Vega!
Ambos nos giramos y vemos a un chico mayor, de unos veintitantos, salir de la casa frente a la que nos hemos detenido. Ni siquiera me había dado cuenta de que ya habíamos llegado
—¿No entras? —le pregunta, acercándose a nosotros— ¡Ah! Tú debes de ser el playb... —pero Vega le da un codazo e impide que acabe la palabra, lo que agradezco—Eric, ¿verdad?
Me extiende la mano y yo le devuelvo el apretón, asintiendo con la mejor sonrisa que puedo poner.
—Soy Chris, el hermano mayor de Vega —continúa diciendo el chico, sin soltarme la mano.
—Encantado, yo soy Eric. Aunque, bueno, eso ya lo sabías —madre mía, esta es otra de las razones por las que nunca tengo novias, porque se me da muy mal el momento de conocer a la familia.
El chico al fin me suelta la mano, y se pone a hablar con Vega de cosas sobre sus padres y no se qué tienda.
—Me marcho ya, no tardes en entrar que se te enfría la comida —le dice a su hermana antes de montarse en el monovolumen gris (que recuerdo perfectamente) y marcharse.
—¿A dónde va a estas horas? —pregunto extrañado, ya que son casi las tres y media de la tarde.
—Es que ha vuelto a asistir a clase de manera presencial en la universidad, desde el viernes que me quedé sola por primera vez y no pasó nada, Chris ha pensado que es una buena oportunidad para que me vaya acostumbrando a estarlo otra vez.
—¿A qué te refieres?
Esta vez el que está confuso soy yo. Parece ser que ambos tenemos que contarnos muchas cosas. Bueno, si ella quiere.
—Es igual —vale, no estamos en ese nivel de confianza, entendido— ¿de qué me estabas hablando tú?
Ya había estructurado la explicación en mi cabeza, pero, ahora que lo pienso, tampoco quiero aburrirla con todo ese tema del playboy, sobre todo porque, como ya me dijo ella antes, ni siquiera tenemos la confianza suficiente para hablar de estas cosas. Todavía.
—Es igual —digo, restándole importancia al asunto— nos vemos mañana en el lavadero, ¿vale? ¡No llegues tarde!
Ella se despide con la mano y la miro hasta que la veo entrar en su casa. Y yo continúo mí camino hacia la mía, sabiendo que, en cuanto llegue, mi padre me va a echar otra bronca porque llego realmente tarde. Aunque no creo que sea peor que la que me echó el viernes cuando llegue casi a las siete de la tarde por el castigo, y ya ni hablemos de la bofetada que me dio cuando le mostré el papel del parte que me puso la directora en el que describía lo que le habíamos hecho mis amigos y yo al coche del subdirector.
Sinceramente, creo que esa fue otra de las razones por las que me escapé aquella noche y me bebí toda la botella de ron. Menos mal que Vega llegó justo a tiempo para salvarme.
Literalmente.
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De nuevo, ¡gracias!
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