Capítulo 25
Eric
No tengo ni idea de por dónde empezar. Ahí está ella, sentada a mi lado, mirándome a la espera de una explicación. Aunque siento que ninguna será lo suficientemente buena como para excusar mi comportamiento esta última semana.
—¿Y bien? —dice ella, al ver que no articulo palabra alguna— ¿Qué querías decirme?
—Yo... —titubeo, esto es más difícil de lo que pensaba— Yo solo quería decirte que lo siento, Vega, lo siento mucho.
Ella simplemente asiente, pero no dice nada, y yo continúo hablando:
—No tenía planeado besarte en las termas —joder, esto sonaba mejor en mi cabeza— ¡no me mal interpretes! No quería decir que no me haya gustado, es solo que... bueno, ese no era el plan, simplemente.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Eso me pregunto yo también.
—Sinceramente, no lo sé. Lo siento.
—Está bien, no pasa nada. Pero no sigas ignorándome por favor.
Sonrío porque ya me siento un poco más aliviado.
—No lo haré —le aseguro.
Ella se pone de pie, dispuesta a marcharse, pero lo cierto es que no me siento aliviado para nada. Y sí que pasa, pasa todo. Y Vega se merece algo mejor que un "no lo sé".
—Espera, por favor —le digo, cogiéndole de la mano— siéntate.
Ella obedece y me mira, esperando que yo añada algo más.
—En realidad, sí que sé por qué te besé —y lo suelto así, sin más, sin pensarlo—: Me gustas, Vega, me gustas mucho.
Ella no dice nada. Calla. Un silencio que me tortura por no saber lo que está pensando. Así que continúo:
—Y eso me asusta, porque... porque yo no... —siento que voy a llorar, pero tengo que decírselo— Yo no puedo tener novia, bueno, sí que puedo, pero no quiero que seas tú, y no porque no me gustaría que lo fueses, de verdad que sí, me gustaría mucho, pero es que no quiero...
—Eric —Vega posa la otra mano sobre mi pierna, haciendo que calle de repente, lo que agradezco porque creo que ya estaba empezando a hablar sin sentido—, no hace falta que me expliques nada, no es necesario que...
—Sí hace falta —la interrumpo, con un valor infundado salido de alguna parte.
Aún recuerdo la primera discusión que tuvimos (si es que se le puede llamar así) cuando besé a Quina al día siguiente de empezar nuestra falsa relación. En aquel momento no le expliqué por qué lo hice, en realidad, en ningún momento le he explicado nada que sea cierto además de aquella noche cuando ella estaba dormida. Y esa explicación es la que debo darle ahora. La que se merece que le dé.
—Vega, yo una vez tuve novia, ¿lo sabías? Una novia de verdad.
Ella me mira como si acabara de decirle la cosa más sorprendente del mundo. Aunque, en cierto modo, así es.
—No, no lo sabía.
—Pues la tuve, y la quería mucho. Y no acabó nada bien, ni para mí... ni para ella —hago una pausa para respirar, porque el nudo de mi garganta se agrava al hablar de esto en voz alta—. Y no quiero que las cosas acaben mal entre nosotros, Vega, no quiero hacerte daño, ¿lo entiendes?
—Lo entiendo —responde ella, con un leve apretón en la mano que aún le tengo cogida—. Entonces, ¿eso significa que se acabó?
La pregunta me pilla por sorpresa, porque, por alguna razón, ahora me siento como si estuviera rompiendo con ella de verdad, como si fuera a hacerle daño si la digo que sí y se fuera a echar a llorar. Aunque sé que no va a pasar nada de eso, porque ella me ha dicho que me entiende, y con eso me basta.
—Sí, se acabó —digo, ahora sí, sintiéndome mucho más aliviado—. ¿Amigos?
Ella sonríe.
—Amigos.
Instintivamente le doy un abrazo, que ella me devuelve, y permanecemos así un largo minuto, pensando en todo y en nada a la vez. Es curioso cómo, en cuestión de días, una persona puede cambiar tanto tu vida. Y yo se lo agradezco.
Finalmente nos levantamos del banco y la acompaño a casa como ya he hecho otras veces. Durante el camino no hablamos de nosotros ni del beso, sino de las cosas simples e indiferentes de las que suelen hablar los amigos, hasta que llegamos hasta su casa y se despide otra sonrisa.
Me encanta verla sonreír.
Viernes, 5 de mayo
Vega
Ha sido un mes de locos. Entre lo que ha pasado con Eric y los exámenes finales, casi no he tenido tiempo de ensayar.
Así es. Ensayar. Porque, al final, he decidido presentarme al concurso de talentos, que es, por cierto, en una semana. Al principio no me decidía por qué estilo de baile debería interpretar, pero el ballet contemporáneo siempre ha sido mi favorito, y una canción a piano creo que sería lo mejor para volver al escenario. Además, creo que tengo la canción perfecta.
Ahora mismo estoy en el gimnasio, donde no hay nadie más que yo y mi amiga pelirroja, ensayando para mostrarle el resultado final de mi coreografía. La música finaliza y, con ella, mi último paso; Maica se pone en pie para aplaudir frenéticamente y con lágrimas en los ojos, al parecer, porque se pasa el dorso de la mano por las mejillas un par de veces.
—¡Bravo! —exclama ella, sin dejar de aplaudir— ¡Bravo!
—Deja de llorar, qué dramática eres —le digo, cogiendo una toalla para secarme el sudor.
—¡Es que la música es tan bonita!
—Lo sé, por eso la he escogido.
—¿El qué? —pregunta de repente una voz, tras abrirse la puerta del gimnasio.
Y entonces, veo a Eric.
Desde que hablamos sobre lo nuestro y decidimos acabar con la falsa relación, Eric y yo nos hemos distanciado un poco, aunque seguimos siendo amigos. Sé que estos días ha estado muy centrado en estudiar y en sacar buenas notas para los exámenes, porque no le he visto salir casi de la biblioteca, así que supongo que él no se presentará al concurso de talentos este año. Lo que es una pena, porque me hubiera gustado verle tocar el piano o averiguar si toca algún otro instrumento, o incluso si canta. Es algo que me he imaginado muchas veces desde aquel día en la villa, cuando tocó el piano para mí.
—La música del baile que va a hacer Vega para el concurso —responde Maica, que aún está secándose alguna lágrima.
—¿Y qué canción es esa?
—Someone you loved —respondo yo, pasando la toalla por mi cuello en el que todavía quedan unas gotas de sudor.
—Ah, la de Lewis Capaldi.
—Sí, pero su versión para piano.
—Seguro que es un baile increíble —dice él, con una de sus sonrisas— estoy deseando verlo.
—Ya, bueno, aún tengo que ensayarlo un poco más.
—¡Ni caso! —exclama Maica— ¡le sale perfecto!
—Estoy seguro de ello.
—Me voy a las duchas —interrumpo su conversación, agarrando mi neceser y mi toalla.
Mi amiga pelirroja asiente y, despidiéndome antes de Eric, me marcho a los vestuarios.
Eric
—¿Tú cómo estás? —me pregunta Maica en cuanto Vega desaparece tras la puerta que da a los vestuarios.
—Estoy bien, ¿por qué lo preguntas?
—Vega me contó todo lo que había pasado —me dice como respuesta— en las termas detrás de la villa durante aquel viaje, y todo lo que hablásteis después.
No sé qué decir. Lo cierto es que pensé que podría superar todo esto con más facilidad, pero confieso que, durante este último mes, me ha sido bastante difícil concentrarme en los exámenes por pensar en ese maldito —y maravilloso— beso.
—Estoy bien —repito— no te preocupes.
De repente, se produce un silencio incómodo en el que ninguno de los dos sabe muy bien qué decir.
—¿Te vas a presentar al concurso? —se me ocurre preguntar, por hablar de algo.
La pelirroja asiente enérgicamente y saca el móvil de su bolso.
—¡Mira! Esto es lo que voy a hacer —me dice, mostrándome un vídeo.
En el vídeo se la ve a ella llenando un vaso de plástico con diferentes pinturas de colores, para después verterlo sobre el lienzo y expandir la pintura volteando el cuadro de un lado a otro hasta que la superficie blanca desaparece por completo. El resultado final es sorprendentemente increíble.
—¡Vaya —exclamo, fascinado— Deberías dedicarte a esto.
—¿Tú crees?
—Sí, seguro que la profesora Swan te aprueba su asignatura este año.
—¡Eso es todo lo que quiero! —dramatiza ella, llevándose las manos al pecho.
En ese momento la puerta de los vestuarios se abre, y tras ella aparece Vega ya cambiada pero aún con la coleta alta que llevaba hecha cuando he entrado en el gimnasio.
La coleta atada con la goma de colores.
—¿Vamos a la cafetería? —pregunta, guardando el neceser y la toalla en su mochila.
—¡Sí! Tengo mucha hambre —se queja Maica, agarrando su mochila también—, me apetece mucho uno de esos bollos de crema tan raros.
—¿Vienes? —dice entonces, dirigiéndose a mí.
Yo aún tardo unos segundos en responder:
—Acabo de almorzar, pero id vosotras y nos vemos luego.
Ella se encoge de hombros y se va, seguida por su amiga pelirroja. Y yo la miro, como siempre, hasta que desaparece tras cerrarse la puerta.
Viernes, 12 de mayo
Vega
Hoy es el día.
Lo único por lo que he estado viviendo esta última semana. ¿Y para qué? Para nada, en realidad, porque ni siquiera sé cuál es el premio del concurso. Solo sé que hoy, por fin, vuelvo al escenario, aunque sea al escenario de un instituto.
Hago esto por mí, y por la nueva Vega en la que me he convertido durante estos últimos dos meses. Salir con Eric, aunque no lo parezca, trajo consigo algo positivo: confianza en mí misma. Nunca me habría podido ver como una chica que pudiera ser su novia, aunque precisamente por eso me escogió, y eso, al final, me infundió el valor que necesitaba para atreverme a hacer cosas que, encerrada en mi habitación, nunca hubiera hecho.
—¿Estáis preparadas? —nos pregunta Oliver, que está terminando de zamparse el último trozo de su bocadillo.
Estamos los tres sentados bajo un árbol en el patio del instituto, a unos metros del escenario que dentro de pronto se convertirá en el centro de atención de todo el mundo.
—¡Super preparada! —exclama Maica, levantando un puño.
El concurso comienza en unos pocos minutos, y yo no puedo estar más nerviosa. Maica ha ensayado una y otra vez su número, razón por la cual ahora tengo mi habitación llena de cuadros preciosos; pero yo, en los últimos ensayos, no he dado lo mejor de mí. Mi amiga dice que es porque mi subconsciente prefiere guardar lo mejor para el espectáculo, aunque yo no lo tengo tan claro.
Temo que vuelva a pasarme lo mismo que la otra vez.
—¿Estás bien? —Noto la mano de Maica sobre mi hombro— Tranquila, lo harás genial. Has bordado los ensayos.
—No lo tengo tan claro, Maica, y si vuelvo a...
—No pasará —me interrumpe ella, dándome un leve apretón en el hombro.
Su apoyo siempre me reconforta, y esta vez no es menos, pero, aún así, no puedo evitar sentirme nerviosa.
—¿Cómo lo lleváis? —la voz de Dani me distrae por un momento.
Alzo la cabeza y vislumbro al chico moreno, que se sienta junto a Maica en el césped, seguido por sus amigos.
Y también veo a Eric.
—Estamos un poco nerviosas —responde mi amiga por las dos— pero lo llevamos bien.
—Venga, que lo bordáis seguro —nos anima Hector.
Siempre he creído que Hector y Lucas terminarían juntos en algún momento, pero, para mi sorpresa, no ha sido así. Supongo que son demasiado amigos como para darse cuenta de lo que todos vemos, aunque no les culpo. Es mejor así, eso es algo que ya he aprendido.
—¡Participantes a camerinos! —exclama entonces una voz a través de los megáfonos que hay colocados en un poste en el centro del patio— ¡Participantes a camerinos!
—Esas somos nosotras —me dice Maica, poniéndose en pie y tirándome del brazo para que lo haga yo también.
Todos nos levantamos, y Maica comienza a caminar hacia el escenario; porque lo que la voz ha llamado "camerinos", en realidad se trata de un espacio cerrado formado por cortinas que han colocado detrás del escenario.
—¡Mucha suerte! —nos dice Dani, para después ir a coger un sitio entre el público.
Me alegra saber que, finalmente, no han decidido estropear el concurso este año con alguna de sus bromas. Aunque creo que el hecho de que Maica y yo participemos tiene algo que ver.
—Lo vas a hacer genial, ya lo verás —me anima Eric, que hasta ahora solo me había estado mirando de manera mal disimulada.
Aún se me acelera un poco el corazón cuando veo esos ojos azules y esa sonrisa de playboy, aunque ya no sea para nada ese chico.
—Gracias —sonrío yo también— será mejor que vayas a pillar un sitio antes de que te lo quiten.
Él asiente, deseándome suerte una vez más, y se va.
Inspiro muy profundamente para calmar mis nervios.
Al fin es la hora.
Expiro, soltando despacio todo el aire. Y, después, me voy con Maica a la parte trasera del escenario.
Eric
Las actuaciones hasta ahora no han estado del todo mal. Ha habido muchas dedicadas a la actividad física, porque aprobar esa asignatura puede ser difícil para algunas personas, pero, aunque no pases de dar más de tres patadas seguidas a un balón, el profesor tendrá en cuenta el esfuerzo y te aprobará por intentarlo. También hemos visto a una chica que ha resuelto ecuaciones en un tiempo récord y a un chico que ha recitado una poesía que ha hecho llorar a una de las juezas (la profesora de literatura). Incluso ha salido un chico a tocar una melodía a piano compuesta por él mismo, lo que estoy seguro que le dará una buena nota en la asignatura de música.
—A continuación —dice la directora, que es la que está presentando a todos los participantes del concurso— ¡Maica Rengel con su arte abstracto!
En cuanto nuestra amiga es anunciada, Dani estalla en aplausos y silbidos, tanto que la directora tiene que pedirle con un gesto que rebaje el tono.
La chica pelirroja sale al escenario y comienza a hacer exactamente lo mismo que en el vídeo que me enseñó: llena un vaso con botes de pintura, lo extiende por el lienzo y, finalmente, muestra al público el resultado final, que es precioso; todo ello acompañado por una animada música de fondo durante los tres minutos que dura la actuación. El público aplaude y yo vislumbro a la profesora de arte asentir con la cabeza en señal de conformidad. Me alegro que Maica haya podido aprobar su asignatura un año más.
—¡Bravo, bravo! —dice la directora, saliendo de nuevo al escenario— Por último, pero no menos importante, ¡Vega Corado!
Y aplaudo. Aplaudo y silbo incluso más fuerte de lo que Dani lo ha hecho con Maica. Porque esa es mi amiga. «Esa es mí chica», pienso sin poder evitarlo.
Cuando Vega sale al escenario, me sorprende ver que lleva puesto el vestido que Oliver le dio aquel día en el pasillo, el mismo que se puso para la fiesta de la hoguera de la villa. El vestido que le ayudé a quitarse, y cuya cremallera deslizando hacia abajo para dejar al descubierto la espalda de Vega nunca olvidaré.
Está preciosa.
Inmediatamente se posiciona para comenzar a bailar, y, en cuanto suena la música, vuela. Al menos durante los primeros diez segundos, hasta que la música se para de golpe distrayéndola y haciendo que se caiga.
Instintivamente me levanto de mi asiento, y observo a la chica ponerse en pie de nuevo, tambaleando.
—Vaya, parece que tenemos algunos problemas técnicos con la música —dice la directora saliendo de detrás del escenario— ¿podrías bailar sin ella?
—Yo... no, lo sé, no creo... —titubea Vega.
—Pues entonces me temo que no podrás terminar tu actuación, lo lamento —responde la directora, algo triste.
Vega asiente simplemente, y baja del escenario.
—En ese caso —prosigue la directora— ¡procederemos a anunciar el ganador del concurso!— la profesora de literatura se sube al escenario y le entrega a la directora un sobre cerrado— y el ganador o ganadora es...
—¡Espere! —exclamo, antes de que pueda abrir el sobre— ¡Espere! —repito, acercándome a la tarima.
La directora me mira con el ceño fruncido, pero me deja continuar.
—¿Qué canción estabas bailando? —le pregunto a Vega, que está sentada en primera fila junto a Maica
—La... la de someone you loved de Lewis Capaldi —me dice, un poco sonrojada.
—¡Genial —exclamo de nuevo, subiéndome al escenario— yo sé tocarla —digo, señalando el piano con el que ese chico ha tocado antes, que está apartado a un lado.
Pues claro que sé. Mi madre, antes de irse, me enseñó a tocar el piano y el violín, aunque este nunca me gustó demasiado. Ella tocaba por diversión, y quiso que su hijo sintiera lo mismo que ella sentía por la música; por eso me enseñaba versiones de canciones modernas, como esta, en lugar de centrarse en las típicas melodías clásicas, e incluso a componer mis propias canciones, como la que le toqué a Vega durante los juegos en la villa, aunque eso ella no lo sabe.
—Bueno, en ese caso... —comienza a decir la directora, mirando a Vega— si a usted le parece bien, no veo por qué no.
Ella sigue inmóvil en la silla, como una estatua. Toda la seguridad con la que había salido al escenario se ha desvanecido en ese momento, y no es capaz de reaccionar.
—Vamos —la insto, ofreciéndole mi mano para que suba conmigo.
Maica reacciona enseguida y la empuja obligándola a levantarse. Vega se deja llevar y agarra mi mano para colocarse junto a mí. Rápidamente me siento frente al piano y pongo las manos en posición, a la espera de que ella se coloque para comenzar a bailar de nuevo. Todavía duda un instante, pero finalmente toma posición de nuevo y, cuando ella asiente para indicarme que está preparada, comienzo a tocar.
Y es impresionante. Aunque me sé la canción de memoria, procuro no perder la concentración para no fastidiarle la actuación, pero no puedo evitar mirar de reojo unas cuantas veces. Vega es increíble. Se mueve de un lado al otro del escenario como un cisne, como si tuviera alas y dominase todo el espacio que la rodea; como si el escenario fuera solamente suyo. Desliza los brazos hacia arriba y luego hacia abajo, acompañando el ligero aunque decidido movimiento que hacen sus piernas; va al son de la música, dejándose llevar, sintiéndola por dentro, mientras la falda del vestido vuela con ella. Es una bailarina en todo su esplendor.
Y, finalmente, llego la última nota con la que Vega alza el brazo hacia mí en una última pose, y me mira directamente a los ojos. Jamás olvidaré este momento.
En cuanto el piano deja de sonar, el público aplaude, pero yo no veo ni escucho nada más que a Vega y su fuerte respiración, que todavía me mira manteniendo la pose. Entonces me levanto y me acerco a ella, le cojo de la mano y con la otra la presento al público, para que pueda saludarlos con una elegante reverencia.
—¡Eso ha sido maravilloso! —exclama la directora, volviendo al escenario— Muchas gracias por tu colaboración, Eric, ¡tienes mucho talento!
Vega y yo nos apartamos a un lado y la directora hace subir al resto de participantes, entre aplausos.
—¡Ahora sí! —dice, abriendo el sobre nuevamente— el ganador o ganadora del concurso de talentos de este año es.... —un redoble de tambores, creado por los profesores que hacen de jueces golpeando la mesa, suena de fondo para darle más emoción— ¡Maica Rengel y su arte abstracto! —exclama finalmente.
Veo a mi amigo levantarse de la silla para aplaudir enérgicamente, y a la chica pelirroja llevarse las manos al pecho sin creerse que ha ganado el concurso. Definitivamente aprobará la asignatura de arte.
—Vamos, ven aquí —la anima la directora para que se ponga a su lado—, aquí está tu premio —dice, entregándole un sobre pequeño— ¡un vale de 300$ para gastar en el centro comercial!
Maica saca el vale del sobre, juraría que se le escapa alguna lágrima cuando lo ve, y empieza a saludar y agradecer al público con mucho entusiasmo. Pero yo solo puedo ver a Vega y lo preciosa que es, y todavía sigo pensando en lo increíblemente bien que ha bailado hoy.
«Esa es mí chica», pienso de nuevo. Y sonrío.
Cuando los aplausos empiezan a cesar, todos nos bajamos del escenario para dar paso a que los montadores puedan comenzar a recogerlo.
—¡Enhorabuena! —exclama Dani, cogiendo a Maica en brazos para dar una vuelta con ella.
Eso me recuerda el momento en el que yo hice lo mismo con Vega, cuando aceptó ser mi novia falsa, y luego la besé y me gané una buena bofetada.
—Y a vosotros también —se dirige a Vega y a mí, dándonos otro abrazo a cada uno— ¡Ha sido increíble!
—¡Eso digo yo! No sé cómo no habéis ganado vosotros —dice Maica, llevándose las manos a la cabeza.
—Seguramente porque me he caído al principio —dice Vega, encogiéndose de hombros.
—Por cierto, ¿qué te ha pasado ahí arriba? —pregunta entonces Dani, señalando el escenario.
Noto como Vega se tensa de repente, y Maica cambia su expresión a una más seria mientras la mira. Sé exactamente el momento al que se refiere mi amigo, cuando he subido para apoyar a Vega y ella ha sido incapaz de reaccionar. El momento en el que toda su confianza y seguridad se habían desvanecido por unos instantes.
—¿He dicho algo malo? —dice mi amigo, al no obtener ninguna respuesta.
—¡Eso mismo pregunté yo! —interviene Oliver.
Vega mira a Maica, que se encoge de hombros.
—No tienes que contarlo si no quieres —dice la pelirroja
—No, da igual —responde su amiga— ya lo he superado —se gira hacia nosotros y continúa—: Yo antes bailaba, pero bailaba de verdad, de manera profesional; e incluso iba a clases en una academia. Pero, durante una actuación, tuve una muy mala caída y me lesioné —hace una pausa, rememorando ese muy posiblemente doloroso momento— me lesioné muy gravemente, y me dijeron que no podría volver a bailar como antes, así que dejé de hacerlo. Ya está, esa es la historia, ¿contento? —concluye, mirando a Oliver.
—¿Me estás diciendo que antes bailabas mejor de lo que lo has hecho hoy? —pregunta él en cambio, sorprendido— No te creo.
Vega se encoge de hombros otra vez, y sonríe. Me sonríe. Y yo no puedo alegrarme más por ella y por que haya logrado superar su mayor temor.
Podría decirse, en efecto, que estoy orgulloso. Orgulloso de mi amiga que no es mi novia. Orgulloso de la que, aún así, siempre será mi princesa.
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Sé que este capítulo es mUUUuy largo, pero sentía que esta parte de la historia necesitaba un capítulo solo para ella, así que aquí está 🥰
Espero que lo disfrutéis mucho, y dentro de poco subiré el capítulo final, ¡qué ganas!😍
Besos y abrazos❤️
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