Capítulo 17

10:00 a.m

Vega

—Espera, espera, espera, espera —repite Maica por centésima vez— Explícamelo otra vez.

—Pero si te lo he contado ya tres veces— suspiro— Está bien: ayer bajé a la cocina por algo de comida porque me moría de hambre, me encontré a Eric, me hizo un sándwich, entraron Kevin y el Señor Méndez, hablaron de la sobrina del Señor Méndez que ahora al parecer vendrá con nosotros a la casa del lago, y que, por cierto, al parecer estaba allí y yo creo que nos oyó hablar sobre nuestra falsa relación. Luego, en cuanto se metieron en la cocina Eric y yo nos fuimos, y al llegar a nuestro piso Eric me dio mi camiseta azul que se me cayó en el ascensor pero, como estaba sucia y arrugada, él me dio la suya a cambio de...

—De la tuya, sí— me interrumpe la pelirroja— Pero... ¿Estás segura de que te la "dio"?

—Eh... Sí

—Pero dártela en plan... ¿Que te la ha regalado?

—Que sí, ¡qué pesada eres! —exclamo harta de haber tenido que explicarle la historia por cuarta vez— Me la ha dado, es mía y ya está eso es todo. Ahora deja de hacer preguntas y subamos al autobús.

—Vale, vale... Perdona —dice ella caminando hacia el enorme vehículo al que ya le han cambiado la rueda pinchada.

—¿Estás segura de que no te dejas nada? —le pregunto a mi amiga por última vez.

—Siiii

—Luego no te quejes de que te falta algo, que te conozco.

—Noooo

—Bien, subamos pues— sonrío y camino escaleras arriba del autobús seguida de la pelirroja.

Ambas atravesamos el estrecho pasillo hasta nuestros asientos al fondo, dónde ya nos están esperando los chicos.

—¿Qué tal has dormido preciosa? —Dani es el primero en hablar, refiriéndose a mi amiga.

—La verdad es que no tenía mucho sueño después de haber estado dos horas inconsciente por culpa de alguien.

—Claro, que la rueda pinchara fue culpa mía...

Maica ignora esto último y se sienta, resignada, a su lado y se cruza de brazos.

—Esa camiseta te sienta muy bien —escucho una voz a mi izquierda.

—Lo sé —respondo girándome para quedar frente a Eric.

El se levanta y me deja pasar al lado de la venta.

—Bueno, ¿y qué tal esa muñeca? —pregunta mirando mi mano derecha, donde aun tengo puesta la muñequera.

—Mucho mejor, ya casi no me duele. Pero Paul me ha dicho que debo llevar la muñequera durante unos cuantos días.

—Pues más te vale hacerle caso entonces —sonríe.

—Gracias por dejarme la muñequera.

—Todo lo que necesites, princesa —y me guiña un ojo.

—Te he dicho mil veces —le doy un golpe en el brazo con la mano que tengo sana— que no me llames así.

—Bueno chicos —escuchamos la voz de Kevin, que es el último en subir— Está es Rita, la nieta del Señor Méndez —presenta a una chica de piel morena y pelo rizado (damas y caballeros, aquí tenemos a la main character)—, y vendrá con nosotros a este viaje —anuncia, y le hace un gesto con la mano para que se siente en uno de los sitios libres de delante. Ella, tímida y sin decir una palabra, obedece y se coloca sus enormes cascos sobre la cabeza. Mientras, Eric y yo nos miramos, él con indiferencia y yo con algo de preocupación; en cuanto pueda, hablaré con esa chica sobre lo que pudo o no pudo escuchar anoche. Acto seguido, me recuesto, esta vez sobre el hombro de Eric, ya que no estoy dispuesta a torcerme la muñeca de nuevo, y él se pone sus auriculares blancos y reclina la cabeza cerrando los ojos. Yo hago lo mismo, y dejo que mi cuerpo y mi mente caigan en un hermoso y profundo sueño.

***

Paseamos tranquilamente por la orilla del lago. Eric, con su bañador de piñas y su torso desnudo, camina a mi lado mirando a todas partes y haciendo fotos a cada animal y árbol mínimamente interesante que ve. Yo, por mi parte, procuro relajarme y no pensar en que con este bañador negro se me ve todo el culo; «estúpida Maica», pienso, «no volveré a dejar que ella me elija la ropa nunca más».

—Vega —me llama la voz de Eric— ¡Vega!

La segunda vez que me llama consigo reaccionar, haciendo que olvide a mi amiga pelirroja y todas las maldiciones que la estaba echando por un momento.

—Sí, ¿qué ocurre?

—¿Cómo vas con las fotos? —dice él con una sonrisa.

—¿Perdona? —pregunto confundida.

—Las fotos —señala con un gesto el aparato que llevo colgado del cuello— ¿cuántas has hecho?

Bajo la cabeza y observo con atención mi cámara de fotos. Que raro, no recordaba haberla sacado de la maleta.

La agarro y me doy cuenta de que está encendida, así que pulso el botón para ver la galería y unas cuantas imágenes preciosas aparecen ante mis ojos, una tras otra, mientras las voy pasando lentamente, quedándome maravillada ante mi supuesto trabajo.

—Vaya... —digo para mí misma en voz alta.

—Sí, vaya... —siento el aliento de Eric en mi nuca— Vega son increíbles.

Rápidamente me doy la vuelta y, debido a los nervios, tropiezo con una rama y me caigo de espaldas; pero, justo antes de tocar el suelo, siento como una mano me coge de la cintura impidiéndome caer del todo.

—¿Estás bien? —me pregunta él con una sonrisa.

Yo asiento, con la mejillas más rojas de lo que estaban antes, y me incorporo de nuevo. Sin embargo, al dar un primer paso, siento un fuerte dolor en el tobillo y, está vez, caigo de rodillas sobre las hojas del suelo.

—¡Vega! —exclama Eric mientras se arrodilla a mi lado.

—Creo... Que me he torcido el tobillo.

—Está bien, te llevaré a la enfermería —dice él cogiéndome en brazos— Hay que ver que torpe eres.

—Si... Primero la muñeca, y ahora el tobillo... Hay que ver...

Pero inmediatamente me doy cuenta de que mi muñeca, la cual está rodeando el cuello de Eric sin ningún problema, está perfectamente. La muñequera ya no está, y no me duele en absoluto.

—¿De qué hablas? —me pregunta entonces el chico— tu muñeca está bien.

—Si... Ya... Ya lo veo...

—Vega... Y tú... ¿estás bien?

—Pues me acabo de torcer el tobillo...

—No me refería a eso —niega con la cabeza— últimamente estás muy rara.

—¿Yo? Que va, soy la misma de siempre.

—No es verdad... Actúas como si... Te gustase.

—Bueno, solo hago mi papel —respondo cada vez más extrañada— se supone que soy tu novia, ¿recuerdas?

—¿Mí qué? —pregunta él, más extrañado todavía.

—Tu...

Pero antes de que pueda contestar, escucho la voz de mi amiga pelirroja gritando mi nombre.

—¡Vega! —giro la cabeza y la veo corriendo hacia mí— ¿Qué le ha pasado?

—Solo se ha torcido el tobillo, hay que llevarla a la enfermería.

Maica asiente, y Eric sigue caminando, acompañado ahora de de mi amiga; el resto del camino lo pasamos en silencio, hasta que al fin llegamos a nuestro destino y Eric me deja sobre una camilla.

—Avisaré a la enfermera —dice la pelirroja.

Ambos asentimos, y ella sale corriendo de la habitación.

—Vega... ¿A qué te referías antes con que supuestamente eres mi "novia"? —me pregunta el chico retomando nuestra conversación.

Tardo unos instantes en responder, ya que todavía sigo algo confundida. ¿Es que ya se ha olvidado de nuestro plan?

—¿Es qué y te has olvidado de nuestro plan? —repito mis pensamientos en voz alta.

—¿Plan? —me mira frunciendo el ceño— ¿Qué plan?

—Ya sabes... —arqueo las cejas obviando la respuesta a esa pregunta tan estúpida—Yo finjo ser tu novia para que tú puedas librarte de...

Pero, de nuevo, alguien me interrumpe antes de que pueda acabar de hablar. Esta vez se trata de la chica que menos me esperaba encontrar cerca de Eric, al menos desde lo que pasó la última vez...

—Quina... —consigo terminar mi frase, sorprendida por verla aquí.

—Oh por Dios Vega, ¿qué te ha pasado? ¿estás bien? —me pregunta la chica, no sé si fingiendo tener algo de interés en mí.

Yo me quedo en silencio, sin saber qué decir; cada vez estoy más confusa.

—Está bien, solo se ha torcido el tobillo —responde Eric al ver que me he quedado callada.

—Oh... Bueno, pues si necesitas algo, aquí estoy —y me sonríe. Quina me sonríe, y yo ya estoy completamente perdida.

Entonces, veo con asombro como ella le besa apasionadamente... Y él la devuelve el beso.

—¿Qué narices ocurre aquí? —grito sin poder evitarlo.

He de confesar que me he alterado más de lo que pretendía.

—Vega cálmate —me pide el chico— En serio, ¿qué te ocurre?

—¿Cómo que qué me ocurre? ¡Tú la odiabas! —exclamo señalando a Quina— ¡La odiabas! —repito aturdida.

—¡Bueno, en estos momentos creo que te odio más a ti!

—Pero que... ¿Eric, qué estás diciendo? —siento como las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos.

Entonces, sin tan siquiera pensarlo, tratándose de un maldito impulso, me levanto y me marcho de la enfermería lo más rápido que mi malherido tobillo me permite, mientras las lágrimas comienzan a caer y caer...

—¡Vega! —oigo gritar a Eric a mi espalda, pero su voz tan solo suena como un eco— ¡Vega! ¡Vega!

***

Abro los ojos y me incorporo de golpe. Estoy sudando y no puedo parar de jadear. Miro a mi alrededor y veo a todos mis amigos mirándome preocupados, sobre todo Eric.

—¿Estás bien? —me pregunta Maica, apartando el pelo mojado que se me ha pegado a la frente y dándome una botella de agua fría.

—Sí... sí... Solo ha sido una pesadilla —bebo un trago de agua y procuro sonreír para dar a entender que estoy bien.

—¿En serio? Porque no es eso lo que parecía —dice Dani, que rodea con el brazo a Maica, aunque ésta está tan distraída conmigo que no se ha dado cuenta.

—¿Cómo dices?

—Estabas murmurando algo en sueños  me responde una voz a mis espaldas, y me giro hasta ver a Héctor que está tras mi asiento— y parecía que te daban espasmos.

—¿De verdad estás bien? —me pregunta Eric agarrando mi barbilla, haciendo que le mire solamente a él.

Respiro profundamente una vez, y asiento con la cabeza.

—¡Ya hemos llegado! —escuchamos gritar a Kevin desde la parte delantera del autobús.

En cuestión de un minuto el vehículo se desaloja y nosotros somos los últimos en bajar. Nos dirigimos al enorme maletero, y cada uno coge su maleta correspondiente; y, de nuevo, Dani ayuda a Maica llevando su enorme "bolsa de mano". Todavía tenemos que caminar un par de minutos más a través de un camino de tierra rodeado de árboles, pero por fin llegamos a la casa en la que vamos a pasar el fin de semana. En realidad, es bastante más grande de lo que imaginaba; es más, me esperaba una especie de cabaña cutre en mitad de la nada, sin embargo, lo que veo ante mí... ¡es casi un palacio!

Hay un jardín enorme decorado con una fuente en el centro, y, a ambos lados, un par de caminos que llevan hasta la mansión.

—¡Chicos! Por fin habéis llegado —nos saluda Alia acercándose por el camino de la izquierda.

—¡Hola! —grita Dani levantando la mano en forma de saludo.

Aunque Alia borra inmediatamente la sonrisa de su cara y la cambia por una expresión de susto.

—Y... Bueno... —interviene Héctor intentando ayudar a su amigo— ¿Nuestras habitaciones?

—Oh si, claro —responde ella— están por aquí —nos hace un gesto con la mano para que la sigamos, mirando a Dani de forma extraña todavía.

La seguimos atravesando el enorme jardín donde un grupo de chicos y chicas del otro instituto parecen estar preparando una especie de juegos, y entramos por una puerta que, según ella, siempre está abierta. El vestíbulo es precioso: tiene una mesa en el centro decorada con un adorno floral gigante, una lámpara de araña hecha con mil cristales cuelga del techo, a ambos lados hay unas escaleras que suben rodeando la mesa hasta encontrarse en el medio encima de ella y todo parece estar hecho de mármol.

—Esperad aquí —nos dice la peliazul antes de salir por una puerta a la izquierda.

Pero nosotros no la prestamos atención, ni tampoco nos damos cuenta de los casi diez minutos que pasamos esperando con la boca abierta, mirando a todas partes, hasta que Alia aparece de nuevo en el vestíbulo junto a un hombre o, más bien, un chico de unos treinta años o treinta y poco, alto, moreno y de ojos azules. Si esto fuera un palacio, habría jurado que él es el típico príncipe encantador.

—Él es Gabriel comienza a explicarnos Alia—— está es la villa que alquilamos todos los años, pero durante el resto del año funciona como hotel, más o menos. Las personas a cargo son una amable pareja que durante este fin de semana nos dejan su casa, y este chico es su hijo que se quedará con nosotros para evitar que la destrocemos —concluye, dedicándole una sonrisa al tal Gabriel.

Los pocos que acabamos de llegar tardamos unos segundos en procesar todo lo que nos acaba de decir, y ella se va sin decir nada más. Acto seguido, un carraspeo hace que todos fijemos la mirada en el chico al que acabamos de conocer.

—Bueno, para empezar, buenos días a todos —comienza a hablar con una voz sensual típica de película—, espero que está villa sea de vuestro agrado. Como ya habréis visto, en el jardín hay una fuente; bien, pues está estrictamente prohibido meterse dentro, porque si le pasa algo os lo cobraremos, así que, por favor, no os acerquéis demasiado y no habrá problema alguno —nos está dando una orden pero lo hace de una manera tan adorable que es imposible no hacerle caso—. En segundo lugar, en el jardín trasero tenéis una enorme piscina y cuatro jacuzzis en los que tendréis total libertad para disfrutar; este año, como habéis venido más personas, hemos accedido a proporcionarnos el servicio de cocina, por lo que el desayuno se sirve a de 9:00 a 11:00, la comida de 13:00 a 16:00, y la cena de 20:00 a 22:00. Y si a lo largo del día tenéis ganas de comer algo fuera del horario de comidas, no tenéis más que bajar al comedor y pedirle cualquier cosa al chef que estará encantado de atenderos en todo lo que necesitéis, al igual que yo —concluye con una perfecta sonrisa—. Bien, ahora, por favor, según diga vuestros nombres os acercáis de cuatro en cuatro para coger la llave de vuestra habitación. Las de los chicos se encuentran subiendo por las escaleras de la derecha, y las chicas por las de la izquierda — dice sacando un papel doblado de uno de los bolsillos de su chaqueta.

Poco a poco, el vestíbulo se va despejando, hasta que ya solo quedamos ocho: Eric, Dani, un par de chicos de clase que no conozco de nada, Maica, Minerva y Belinda (dos chicas más de mi clase), la sobrina del Señor Méndez y yo; ya que a Oliver, Lucas y los gemelos les ha tocado juntos en la misma habitación.

—Bien, los cuatro chicos que quedan... Eric, Daniel, Izan y Boris.

Los nombrados se acercan al príncipe encantador, el cual les entrega una llave y les hace un gesto con la mano indicándoles las escaleras.

—Y las chicas que quedáis, que, si no me equivoco, sois: Maica, Vega, Minerva, Belinda y Rita. Kevin llamó para informar de la incorporación de última hora a este viaje, por suerte, para vosotras tenemos una suite especial de cinco al final del pasillo.

Las cinco caminamos hasta el, y yo soy la primera en coger la última llave plateada que tiene el número de nuestra habitación grabado: 80.

—La número ochenta— nos informa Gabriel— la puerta estará abierta —sonríe una vez más.

Me encanta esa encantadora sonrisa de príncipe encantador.

Como el chico nos ve demasiado apuradas con tanta maleta —a Maica, más que nada— nos indica que podemos utilizar el ascensor para subir a la primera planta donde se encuentra nuestra habitación. Maica es la primera en dirigirse hacia él, seguida por Rita, cuya bolsa parece pesar bastante, así que Minerva, Belinda y yo simplemente metemos nuestro equipaje en el ascensor y subimos por la escaleras, porque no entramos todas.

Minerva y Belinda son dos chicas de mi clase, ambas muy buenas amigas pero muy competitivas entre sí, sobretodo en hockey sobre hierba, un deporte al que ambas juegan y siempre se ponen en equipos contrarios en los entrenamientos para hacer apuestas de quién ganará ese día; aunque durante los partidos con otros institutos he de decir que hacen muy buen equipo.

Las tres subimos las escaleras detrás de Belinda, cuyo pelo anaranjado se menea de un lado a otro a lo largo de su espalda, y cuando llegamos arriba ayudamos a Maica y a Rita a sacar las maletas del ascensor; después, atravesamos un largo pasillo que parece no tener fin hasta que llegamos a nuestra habitación. Enseguida abro la puerta para que podamos instalarnos de una vez y, en cuanto entramos, me quedo pasmada observando aquel espacio; lo cierto es que el dormitorio es más grande de lo que imaginaba (y eso que me lo imaginaba enorme por el hecho de que se supone que es para cinco personas): en la pared del fondo hay una cama de color blanco para una persona y, justo detrás, un precioso ventanal con vistas al jardín trasero, y a ambos lados dos camas más de matrimonio tan blancas como la del centro con un baúl de madera a los pies de cada una. En la pared izquierda hay dos armarios gigantes de color rosa palo para que guardemos toda nuestra ropa, y también una mesa con espejo del mismo color; y en el lateral derecho, hay una puerta blanca que conduce al baño, con bañera, ducha, un par de lavabos de mármol blanco y un espejo alargado encima de los lavabos bastante limpio, y, como no, el váter. También hay toallas, geles de baño y champús junto a la bañera. Sigo pensando lo mismo que cuando llegue: este sitio es un palacio.

—Vaya, ¡es increíble! —exclama Minerva lanzándose a la cama junto a la que Belinda y ella han dejado sus maletas

—¿Solo hay tres camas? —pregunta entonces Belinda— En fin, nos tocará dormir juntas Nervi —le dice a su amiga morena, tumbándose a su lado.

Maica y yo hacemos lo mismo en la otra cama de matrimonio (dejando la individual para Rita, que deja su mochila sobre ella y se sienta sin decir nada), y nos estiramos todo lo que podemos para disfrutar de todo este lujo.

—Bueno chicas— dice Minerva tras un rato de silencio—, no se vosotras, pero yo me voy a dar un buen baño en la piscina.

—Se levanta y tumba su maleta en el suelo para abrirla y sacar el primer bañador que encuentra.

—¿No sería mejor si primero deshaces la maleta y lo guardas todo en el armario? —le pregunta Belinda, dando a entender que eso es lo que va a hacer ella.

—Sí, bueno, ya lo haré después —responde su amiga mientras se mete en el baño para cambiarse.

—¿Y vosotras que váis a hacer? —nos pregunta entonces la pelinaranja, ajustándose las gafas que hasta el momento no me había dado cuenta de que llevaba.

—Yo voy a ordenar el maquillaje lo primero —responde Maica incorporándose y cogiendo su neceser para volcar todo lo que hay dentro sobre la mesa del tocador.

—¿Y tú Rita?

—Creo que haré lo mismo que tú, y ordenaré mi ropa —responde la chica tímidamente.

Es la primera vez que la escucho hablar. Su tono de voz es muy bajito, aunque no se si es porque realmente es así o porque no nos conoce y le da vergüenza. Sea como sea, necesito hablar con ella cuanto antes sobre la noche de ayer.

    —¿Tú Vega, qué vas a hacer?

—Yo... —bostezo profundamente y me doy la vuelta abrazando la almohada— creo que voy a dormir un rato más —digo al fin, cerrando los ojos lentamente esperando no volver a tener esa horrible pesadilla otra vez.

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