Capítulo 16

Sábado, 1 de abril

Eric

Miro el móvil que he dejado cargando en la mesilla por centésima vez. Son las cuatro de la mañana.

Me rugen las tripas, él hambre no me deja dormir, aunque los ronquidos de Dani también son una gran ayuda para provocar mi insomnio. Resoplo. Se acabó, me da igual que las malditas cocineras me echaran a patadas del comedor: ahora mismo pienso bajar ahí y llenar mi estómago.

Me levanto de la cama, intentando no hacer ruido para no despertar a mi amigo, me pongo la camiseta blanca que he cogido de la maleta al bajar del autobús, los pantalones negros con él cinturón del mismo color, y me calzo las zapatillas también negras que he dejado debajo de la cama. Tardo un rato en encontrarlas ya que la habitación está completamente a oscuras, pero al final lo consigo y, despacio, camino hasta la puerta. Sin embargo, debido a que no veo absolutamente nada, tropiezo con algo y me choco contra la pared, todo ello haciendo él ruido que estaba intentando evitar; me giro para comprobar si he despertado a Dani, pero no hay manera, el chico duerme como un tronco. Continuó andando mientras palpo la pared con las manos para evitar chocarme de nuevo hasta llegar a la puerta, la abro con cuidado y salgo de la habitación.

Mis tripas vuelven a rugir.

Rápidamente enfilo él pasillo hasta él ascensor y espero a que las puertas se abran. Pero entonces recuerdo lo sucedido hace unas horas, y, a pesar de que él Señor Méndez aseguró una y otra vez que ya estaba arreglado, decido que será mejor si voy por escaleras. Aunque, antes de darme la vuelta para bajar a pie, las puertas del ascensor se abren y dentro veo la camiseta azul de Vega. Sonrío. Al parecer con las prisas y la tensión del momento se me olvidó devolvérsela, y, como al acabar de cenar todo él mundo subió por escaleras, nadie pudo coger la prenda y ha estado ahí desde entonces. Con lo que entro en él ascensor y cojo la camiseta, la cual ya está bastante sucia y arrugada... solo espero que Vega no me mate por esto. Me ato la camiseta malamente en él cinturón y bajo las escaleras hasta la planta principal; recorro él vestíbulo, pasando por él mostrador de recepción, y llego hasta las dos enormes puertas que dan paso al comedor. Empujo una levemente, y, por suerte, está abierta; aún así entro sigilosamente por si a alguna de las cocineras le ha dado por pasar aquí la noche, pero, como no veo ninguna luz, suspiro aliviado y esquivo las mesas hasta la cocina. Como todo está oscuro, tardo unos minutos en encontrar la nevera, pero por fin la diviso escondida al fondo, y corro hasta ella intentando no tropezar con nada, otra vez.

Minutos más tarde salgo de la cocina con un sándwich que lleva unas lonchas de jamón, tomate, lechuga, mayonesa, kétchup... Y no se que más le habré puesto, pero cuando lo pruebo, está buenísimo. Me siento en una de las mesas, y comienzo a disfrutar mi deliciosa comida, al menos durante los primeros cinco segundos, ya que oigo como una de las puertas se abre y rápidamente me escondo debajo de la mesa. Espero pacientemente y casi sin respirar a que alguien pase por delante, una cocinera o él Señor Méndez, pero, para mi sorpresa, es otra persona la que ha entrado en el comedor.

—Buenas noches —digo saliendo de mi escondite.

Vega

Las malditas tripas me rugen a más no poder. Estúpido Eric... Gracias a él y a sus malditos amigos tuve que dejar mi plato de espaguetis casi lleno para ir a ayudarles, y ahora me muero de hambre. Al principio intenté ignorarlo, pero mi estómago no paraba de quejarse pidiendo comida así que he tenido que bajar al comedor, él cual, para mi sorpresa, está abierto. Pero, cuando estoy a punto de entrar en la cocina, una voz me sobresalta a mis espaldas haciendo que de un respingo y deje escapar un pequeño grito.

—¿Eres idiota o qué? —digo con una mano en él pecho cuando, al darme la vuelta, descubro a Eric con un sándwich en la mano— No contestes, menuda pregunta.

Él solo sonríe y le da un mordisco a su cena

— Bueno, ¿y qué haces aquí? —me pregunta con la boca llena.

—Pues supongo que lo mismo que tú —respondo señalando su sándwich — tengo hambre.

—Espera —me dice tragando su bocado y dejando la comida sobre el plato que hay encima de la mesa.

Acto seguido, corre hacia la cocina y desaparece tras las dos puertas para salir cinco minutos después con otro sándwich en un plato.

—Ten, es igual que él mío —extiende él brazo y me da la comida.

—¿Y qué pasa si no es esto lo que quiero? — arqueo las cejas.

—Sé que es lo que quieres, por eso te lo he hecho —agarra de nuevo su sándwich y se sienta sobre la mesa— Mirabas con mucho deseo el mío —sonríe— O... A mí —maliciosamente.

—Eres idiota —digo, y le doy él primer mordisco a mi cena.

—¿Y bien? —me pregunta Eric, aún con esa sonrisa en la cara.

Está bueno, bastante bueno la verdad, pero simplemente me encojo de hombros con indiferencia, no voy a darle esa satisfacción al igual que hice en su momento con el batido Mil Maravillas o las "delicias de otro mundo".

—Bah — farfulla él con un gesto de la mano.

Me siento en una de las sillas que hay junto a la mesa en la que está sentado Eric, y ambos comemos nuestra cena en silencio; aunque tampoco es que tengamos mucho que decirnos.

—A pesar de que nuestra relación sea falsa —comento— eres un buen novio cocinero, a lo mejor me replanteo lo de salir contigo de verdad —digo, metiéndome el último trozo de sándwich en la boca.

—Ya sabes que solo tienes que pedírmelo, preciosa.

De repente oímos un ruido proveniente del vestíbulo, una voz que parece ser del Señor Méndez.

—Creo que estaba en la cocina... —es lo único que me da tiempo a oír antes de que Eric me agarre del brazo y me arrastre debajo de la mesa.

—¿Pero qué...? —comienzo a reprocharle, pero él me pone un dedo en la boca impidiéndome seguir hablando.

Eric

Llevamos debajo de esta mesa quince minutos por lo menos, sin hablar, ni pestañear, y creo que Vega está muerta porque tampoco la oigo respirar. Miro a mi derecha y la veo ahí, hecha una bolita agarrada a mi brazo, sin quitar la vista de las piernas del Señor Méndez y de la otra persona que está con él; y es que mira que no había mesas que se han tenido que sentar a hablar justo en la que estamos escondidos.

—Bueno, ¿tú qué opinas? —dice por fin el dueño del hostel, que hasta ahora no ha dejado de hablar.

Él Señor Méndez se ha pasado los últimos quince minutos hablando de lo desgraciada que es su sobrina porque no tiene amigos, y no sale de casa, y esto, y lo otro, y que pobrecita su sobrina... Y yo ya estaba a punto de salir de debajo de la mesa porque no aguantaba más esa charla, así que agradezco al universo que se haya callado por fin.

—Que se venga me parece una buena idea —oímos entonces la voz de la otra persona, que parece ser él hermano de Naike— creo que podremos hacer un hueco para ella en la casa del lago.

—¿Qué...? —susurra Vega, pero consigo taparle la boca con la mano antes de que nos delate.

—¿Has oído eso? —pregunta él Señor Méndez interrumpiendo a Kevin.

—Yo no he oído nada.

—Serán imaginaciones mías —dice él poniéndose en pie por fin.— Descontaré los 100$ de mi sobrina de la factura de vuestro alojamiento, así estamos en paz, ¿te parece bien?

—Perfecto —responde Kevin, y escuchamos como se dan un apretón de manos para firmar el acuerdo.

—Humm... Que extraño —dice el anciano entonces—, las cocineras se habrán olvidado de recoger estos dos platos —«Mierda»— Bueno, los llevaré a la cocina y así de paso vemos si podemos hablar con mi sobrina, seguramente esté ahí dentro, a estas horas suele levantarse a por comida, sígueme.

Y un segundo después oímos como ambos desaparecen tras las puertas de la cocina.

—Vamos —apuro a Vega cogiéndola del brazo para que salga de debajo de la mesa—, volvamos a nuestras habitaciones antes de que vuelvan.

Salimos del comedor y caminamos rápido hacia las escaleras.

—¿Crees que nos habrá visto? —me pregunta ella mientras llegamos al primer piso.

—¿Quién?

—La sobrina del Señor Méndez, ¿es que no has oído lo que ha dicho?

A lo que me encojo de hombros, ya que, sinceramente, no he prestado mucha atención a la conversación.

—Que a estas horas ella suele estar en la cocina —me dice golpeándome él brazo— y que yo sepa no hemos visto entrar a nadie más después de nosotros a parte de al Señor Méndez y Kevin, así que la chica ya estaría en la cocina cuando llegamos. Además, ¡hemos hablado sobre nuestra relación falsa! ¿Crees que nos habrá escuchado?

—Yo no vi a nadie cuando entré a hacer los sándwiches.

—Tal vez se escondiera.

—Bueno, ¿y eso qué importa? ¿de verdad crees que nos va a delatar?

Me paro en seco cuando llegamos al tercer piso.

—Pues...

—Tranquila, no creo que lo haga —sonrío y, sin saber por qué, la abrazo.

Vega

Que me haya abrazado así me ha pillado totalmente desprevenida, es decir, ¿que hago? ¿Le devuelvo él abrazo? ¿me aparto?

Opto por la primera opción y decido abrazarle también, y durante los siguientes diez segundos ninguno de los dos dice nada, simplemente permanecemos así, abrazados, hasta que por fin reacciono y me aparto.

Ya ni siquiera sé de lo que estábamos hablando.

—Bueno... —carraspeo—, creo... Creo que deberíamos irnos a dormir.

—Sí, sí... —se pasa una mano tras la cabeza— bueno pues...

—¿Esa es mi camiseta? —le interrumpo señalando una prenda arrugada y sucia que cuelga de su pantalón.

—Eh... Sí, sí lo es — la desata de su cinturón y me la da— se me olvidó devolvértela... Bueno no se me olvidó, en realidad iba a dártela en la cena pero... Ya sabes, él ascensor se atascó y luego...

—¿Qué le ha pasado? —vuelvo a interrumpirle extendiendo la prenda ante mí— Está destrozada.

—Si, bueno, como te decía... el ascensor...

—¿Y qué me voy a poner yo mañana? ¿eh? —pregunto alzando un poco él tono de voz.

—Lo... Lo siento, yo...

—¿Tú qué?

—Toma —me dice él de repente quitándose la camiseta blanca que lleva puesta.

Le observo durante unos segundos sin darme cuenta de que mis ojos han ido directamente a sus no muy marcados abdominales, hasta que él suelta una pequeña risa que me hace volver a la realidad.

—¿Pero qué haces? —pregunto pestañeando a la vez que niego con la cabeza.

—Por mi culpa te has quedado sin camiseta, así que coge la mía, te la doy.

—¿Me la das? Pero si no hace falta, con que lave...

—He dicho que te la doy y punto.

—Me cambia mi camiseta azul que tengo en las manos por la suya blanca, y sonríe.

—¿Y qué piensas hacer con la mía entonces?

—Quedármela, por supuesto.

—¿Qué? ¿En serio?

—Me parece algo justo, tú te quedas con la mía y yo con la tuya.

Niego con la cabeza, pero sonrío. Lo de este chico es increíble.

—Eres increíble —digo.

—Lo sé.

—¡No lo decía en ese sentido! —me he puesto roja en un moemnto— En fin, buenas noches.

Él me agarra por los hombros y me besa la frente.

—Buenas noches.

Y me quedo mirándole hasta que desaparece escaleras arriba.

Miro la camiseta. Ya puedo imaginar lo que dirá Maica cuando me vea con ella puesta por la mañana.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top