Capítulo 35: Amo a Mi Amigo (Final)

Trish

Estaba sentada frente a la playa junto a Marie y Piere, quienes tenían sus correas puestas para que no se me fueran a escapar. Ambos estaban sentados en una manta que les había llevado y jugaban con algunos juguetes.

Todos esos días habían sido bastante espirituales, nada como no tener responsabilidades, solo fumar hierba y jugar con tus gatos frente a la playa.

Todo había estado tranquilo hasta que oí una voz familiar a lo lejos.

—¡Trish!

¿Oli? No, yo creía que estaba alucinando. No podía estarlo escuchando de verdad, quizás solo era porque lo extrañaba, pero esos días ya me había convencido de que lo más sano era dejarlo ir y perder toda esperanza e incluso poner algo de distancia en nuestra amistad, por más que me doliera.

—¡Trish! —volví a oír, pero no me volteé a ver de dónde venia la voz.

Entonces, alguien llegó a mi lado y se sentó junto a mí.

—¿Qué demonios haces aquí?

Cuando me giré y vi a Oliver a mi lado, sentí que me desmayaría.

—¿Qué demonios haces tú aquí?

—Vine a buscarte, claramente, porque desapareciste de nuestras vidas como si nada y me tenías preocupado —explicó.

Yo le resté importancia.

—Tienes cosas más importantes de las que preocuparte, Oli —le dije—, déjame a mí en paz. Estoy bien, teniendo un viaje espiritual.

—Mira, no tengo nada en contra de que tengas un viaje espiritual o lo que sea, pero avísame, ¿quieres? —pidió—. Pensé que algo te había sucedido, que te podía haber perdido o algo así.

—¿Y que importa si me pierdes, Oli? Soy una simple amiga tuya... tienes a Grecia, ella también es tu amiga —le dije.

—Mi relación con Grecia no se parece en nada a mi relación contigo Trish... mis sentimientos por Grecia no tienen nada que ver con mis sentimientos por ti, aunque sea duro admitirlo —me dijo—. No me interesa que tú no me quieras de la misma forma, pero creo que es importante que sepas que yo te quiero como más que una amiga...

Eso retumbó en mi cabeza. Me giré para ver a Oliver y le comencé a tocar el rostro con mis manos, apretándolo y deformándole el rostro.

—¿Qué haces?

—No puede ser real, tengo que estar alucinando por mucha hierba... sabía que era de la buena, pero no pensé que tanto —dije.

—Trish, esto es real, entiendo que te pueda sorprender porque a veces pareciera que no tengo sentimientos y ni siquiera yo me entiendo, pero si hay algo que siempre ha sido constante en mi vida desde que te conocí, eres tú —me dijo—. Siempre hemos estado juntos, haciendo planes, pasándola bien y apoyándonos cuando quizás las cosas no están tan bien, y sé que no va a haber nada más entre nosotros porque tú no quieres, pero no quiero que las cosas cambien, Trish... te necesito.

Yo pestañeé varias veces.

—¿Por qué yo no quiero?

—Sí.

—¿Y cómo sabes que yo no quiero?

—Porque me lo dijiste en la fiesta de matrimonio de Grecia y Carter, ¿no te acuerdas?

Ah, no... Oliver no podía ser tan estúpido. Sí, yo sabía que era un idiota para ciertas cosas, entre ellas, captando sentimientos propios y ajenos, pero no podía creer que no hubiera entendido mi mensaje de ese día.

—Oli, no quiero destruir tu autoestima, pero eres un imbécil de marca mayor. En una competencia de imbéciles sin inteligencia emocional tú ganas, sea a nivel ciudad, país o mundial —dije.

—¿Y eso a que viene? —preguntó algo ofendido.

—Cuando dije que uno de los dos no sentía lo mismo, yo me refería a ti... porque yo pensaba que tú no sentías nada más por mi que cariño de amistad —expliqué.

Oliver abrió los ojos y su boca, demostrándose bastante sorprendido.

—Eso explica muchas cosas... Carter no estaba mintiéndome.

—¿Qué Carter qué? —pregunté algo molesta.

—No, nada... eso lo vemos después...

Un silencio se instaló entre los dos por varios segundos, hasta que yo decidí hablar:

—¿Entonces ahora qué?

Oliver me miró y pestañeo varias veces.

—Ahora podríamos intentarlo, de verdad... no para sacar de las casillas a mi ex —dijo con una sonrisa.

Yo le devolví la sonrisa, pero luego sentí una preocupación invadiéndome.

—¿Pero que pasa si no funciona? Tú y yo no estamos hechos el uno para el otro.

—¿Quién lo dice? ¿Todas esas parejas básicas que son un estereotipo de pareja común? No me interesa lo que ellos digan.

Yo solté una risa.

Oliver me quedó mirando y entonces se acercó lentamente a mí para darme un beso bastante tierno.

—Todo va a estar bien —me dijo cuando se separó de mí—. Pase lo que pase, como siempre.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —dijo, pasándome su meñique.

Yo respondí ante su promesa y apretamos nuestros dedos, cerrándola.

—Ahora, ¿podemos volver a tu departamento?

—Ah, sí, lo puse a la venta... no pretendía volver hasta comprar otro.

Oliver pareció horrorizado con esa información.

—¿Qué? ¿Por eso tenías menos muebles?

Yo lo miré extrañada.

—¿Entraste a mi departamento?

—Entramos...

—Grecia...

Nadie más que ella tenía una llave de emergencia.

Oliver se levantó de la arena y se comenzó a sacudir.

—Bueno, entonces nos iremos al mío mientras... llévales sus cosas a los gatos.

Yo solté una risa.

—Este podría ser el mayor error de tu vida —dije, poniéndome de pie.

—Estoy dispuesto a arriesgarme —dijo con una sonrisa para luego darme otro beso.

Entonces él tomó a Marie y a Piere con sus correas y yo tomé la manta con cosas para ir a la cabaña que estaba arrendando con el dinero que me había entregado mi padre, en donde se encontraban Grecia y Carter.

Cuando me vieron, los dos corrieron a abrazarme y a regañarme por desaparecer y renunciar, pero bueno, era algo que esperaba que algún día pasara, no pretendía quedarme en el mismo trabajo para siempre.

Esa misma tarde nos devolvimos a casa. Oliver y yo íbamos en la parte de atrás del auto, con Piere y Marie y entonces sentí que eso no era tan mala idea. Tal vez, todos esos años yo solo estaba pensando mal las cosas, autosaboteándome porque pensaba que eso jamás sucedería y que Oliver jamás me querría como yo a él, pero ahí estábamos, admitiendo, después de casi una década, que nos queríamos de la misma forma.

Apoyé mi cabeza en el hombro de Oliver, debía admitir que lo había extrañado.

Él puso su mano sobre una de mis piernas y la apretó.

—¿Cuándo le vas a decir a los gatos que soy su nuevo padre?

Yo solté una risa.

—Tranquilo, yo les había dicho que, en caso de mi muerte, tú eras su tutor legal. De hecho, lo tengo escrito en un papel. Vas a tener que legalizarlo.

Oliver rio y me dio un beso en la frente.

¿Quién diría que dos personas tan diferentes podían amarse algún día? Definitivamente yo no, pero como me alegraba equivocarme.

Fin.

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