Capítulo 33: La Muerte

Trish

Estaba en el baño intentando aguantar las lágrimas que no dejaban de salir. No quería que mi maquillaje se corriera o que los ojos se me hincharan lo suficiente para que los demás notaran que había estado llorando.

Yo era dura, resistía muchas cosas, muchos insultos... ¿pero por qué eso me había dolido tanto? La desgraciada de Ely había logrado romperme por un momento, pero ni siquiera sabía la razón. Nunca me había interesado lo que esa tipa dijera o pensara de mí, pero esa vez había sido diferente.

Ely me había traído a la realidad de una forma dura, recordándome lo que ya sabía, pero que me costaba admitir o no quería hacerlo: yo no era para Oliver, era muy poca cosa para un hombre como él, y jamás podríamos estar juntos, por más que lo quisiera.

Lo otro que me había dolido era que claramente, Oliver no me había defendido y era obvio por qué: pensaba lo mismo que Ely.

Me quedé en el baño varios minutos, intentando mantener mi maquillaje lo más intacto posible e intentando relajarme para no ponerme a llorar cuando saliera de ahí.

Una vez que logré salir, pasé por la sala y me encontré con que Oliver estaba ahí sentado y no se veía muy bien. Intenté pasar desapercibida, pero cuando pasé por frente de él, de inmediato llamó mi nombre.

—¿Qué haces aquí dentro?

—Nada... ¿qué haces tú aquí adentro?

—Nada —respondió, con la clara intención de molestarme.

—No estoy para tus bromas ahora.

Oliver se puso de pie y se acercó a mí.

—¿Estuviste llorando? —me preguntó.

—N-no...

Oliver tomó mi rostro con sus manos delicadamente y entonces pasó sus pulgares por mis mejillas para limpiar los rastros que quedaban de las lágrimas.

—¿Qué pasó? —me preguntó.

Quité sus manos de mi rostro bruscamente.

—¿Por qué no le dijiste nada a Ely? ¿Por qué dejaste que hablara así de mí frente a ti? ¿No se supone que somos amigos?

—¿De qué hablas? Claro que le dije algo, no iba a dejar que hablara de ti así...

—Pues yo no lo escuché —le dije.

—Pero se lo dije y tienes que creerme —me pidió—. Y no puedes creer esas cosas que dijo, no tiene idea de nada...

Pero si tenía algo de razón. Yo sabía que yo no era para Oliver, éramos demasiado diferentes. Él era un abogado, introvertido, de carácter suave, moralmente correcto, serio y adicto al trabajo. Yo, por otro lado, era una desquiciada, extrovertida, moralmente cuestionable, de un carácter fuerte, un alma libre y que no se tomaba la vida con la seriedad que algunos pensaban que se debía tomar. ¿Qué íbamos a hacer uno al lado del otro?

—Algo de razón tiene —admití.

—No, no la tiene.

—Sí... tú y yo no tenemos sentido juntos. Somos incompatibles como el acetileno y el bromo —dije.

Oliver me quedó mirando sin entender.

—¿Cómo abogados y policías?

—Ah, claro... —entendió—, ¿pero por qué estás tan segura de eso? No es como si alguna vez hubiéramos intentado algo de verdad.

—Oliver... —dije como si fuera obvio—, solo mirarnos y piénsalo.

—Solo veo dos amigos que alguna vez fueron amigos con ventaja y que alguien está ocultando sus verdaderos sentimientos.

Yo me quedé pensando. ¿Qué significaba eso? ¿Oliver me estaba insinuando lo que creía que me estaba insinuando? ¿Se había dado cuenta de mis sentimientos por él? No imaginé que algún día lo hiciera, para esas cosas emocionales era un idiota ¿Qué se suponía que debía decir o hacer?

Pestañeé varias veces y entonces decidí decir algo lo más ambiguo posible:

—Porque uno aquí no siente nada por el otro.

Oliver me quedó mirando, como si me estuviera intentado leer la mente, por lo que comencé a ponerme nerviosa.

—Voy a volver a la fiesta y no te preocupes, si Ely pregunta, tú y yo incluso estamos pensando en casarnos —le dije, para luego guiñarle el ojo y hacer parecer todo lo más relajado posible.

Entonces me alejé de él y caminé lo más rápido posible de vuelta al patio, donde comencé a beber algo para pasar el mal momento que acababa de sufrir.

Durante lo que quedó de fiesta no estuve muy cerca de Oliver, aunque para que Ely no notara algo raro, debí acercármele unas cuantas veces y fingir que era feliz a su lado, pero intenté que fuera lo menos posible.

Una vez que la fiesta terminó y nos fuimos de vuelta al hotel, pude dejar de fingir comodidad o normalidad junto a Oliver y aunque debimos dormir nuevamente en la misma cama, esa sería la última noche que debería soportar, luego solo me quedaría aguantarlo en el avión... casi un día completo. Qué mala suerte la mía.

Esa noche, como las anteriores, pusimos la pared de almohadas y a diferencia de las otras noches, no cruzamos ninguna palabra una vez acostados.

Debía admitir que me daba algo de tristeza la situación. Después de eso que había pasado, dudaba que nuestra amistad fuera a ser la misma. Oliver era complicado y una vez confirmado que tenía sentimientos más fuertes por él que como un simple amigo, entonces comenzaría a actuar distinto.

«Bueno, Trish, la verdad siempre sale a la luz... ¿recuerdas esa vez que pensaste que estabas embarazada a los diecisiete y pensaste que tu madre nunca se enteraría de que te habías hecho una prueba de embarazo y entonces se te salió como una anécdota en la cena familiar cinco años después? No es como que esta situación se parezca, pero entiendes el punto... soy tu conciencia después de todo».

Sí, entendía el punto, no era necesario traer ese recuerdo a mi mente, pero bueno... ni yo entendía a mi conciencia.

[...]

Debía decir que no amaba volver al trabajo. La boda, el viaje eterno en avión y el asunto con Oliver me había dejado mentalmente destruida y se estaba proyectando en mis músculos. Sentía como si una bicicleta o un monopatín me hubiera pasado por encima (porque un auto o un camión era muy exagerado).

Estaba saliendo a almorzar cuando sentí mi celular vibrar en mi bolsillo. Pude ver que era un numero desconocido, por lo que no contesté, simplemente colgué la llamada. Unos segundos después, el mismo número volvió a llamar, por lo que decidí contestar en caso de que fuera algo importante.

—¿Aló?

Hola, disculpe, ¿habló con Trish Cullen? —me preguntó una voz masculina al otro lado.

—Sí, ¿quién es?

Soy Richard Harris, abogado del señor Daniel Cullen, quiero informarle por petición de él que ha fallecido hoy en la madrugada debido a su avanzado cáncer de estómago. Él me pidió la contactara en esta situación.

Se había muerto, ¿pero cuál era la diferencia para mí si no había tenido padre desde los cinco años?

Yo sé que usted es su hija, éramos amigos cercanos, así que conozco su historia —me aclaró—. Imagino que, si bien no tenían una relación como tal, esto debe ser una noticia dura para usted.

—No, no la verdad. Muchas gracias por informarme. Saludos —y entonces corté la llamada.

No me interesaba saber más de la muerte de mi papá, ni siquiera estaba invitada al velorio y funeral porque ahí estaría toda su familia actual que no conocía mi existencia, ¿entonces que me interesaba? Ya, estaba muerto, era todo, no necesitaba pésames ni nada por el estilo.

Durante el día seguí pensando un poco en la noticia de la muerte de mi padre porque, aunque no me dolía, era chocante saber que el hombre que me había procreado se había muerto... muerto de verdad, no como se había muerto para mí el día que se había marchado.

Esa noche llegué a mi casa y cuando me vi en el departamento sola, sin nada más que hacer que atender a mis gatos, pensamientos sobre la muerte comenzaron a llegar a mi cabeza.

En un momento tomé el cheque que mi padre me había dado, el que tenía guardado intacto en mi mesa de noche, y me quedé mirándolo, pensando en que eso era todo lo que me quedaba de él... un papel con números que significaban dinero.

De pronto, comencé a sentirme vacía y a pensar en lo cerca que podía estar la muerte a veces. ¿Qué pasaba si mañana me decían que tenía un cáncer terminal como mi padre? ¿Estaría satisfecha con la vida que había llevado? ¿Moriría feliz?

Entonces comencé a pensar en algunos cambios que debía hacer... quizás mi papá no era tan inútil después de todo. Esa vez había logrado abrirme los ojos.

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