Capítulo 22: Pijamada

Oliver

Hasta ese momento nada me había sucedido. No tenía dolores de cabeza, tampoco tenía mareos y menos vómitos; pero me alegraba tener a Trish ahí de todas formas.

Ya estábamos preparándonos para acostarnos a dormir. Yo ya estaba dentro de la cama, viendo algo en la televisión y Trish estaba en el baño lavándose los dientes.

Una vez que Trish terminó, salió de mi baño y se metió a la cama conmigo.

—¿Qué demonios estamos viendo?

—Creo que es una telenovela coreana.

En realidad, yo había dejado un canal puesto al azar y me había quedado viendo el celular, por lo que ni siquiera había procesado lo que estaba puesto.

—Dios mío, cámbiala.

Le hice caso, tomé el control remoto y comencé a cambiar la televisión esperando a que ella me dijera cuando detenerme.

—No hay nada decente —comentó.

—Los coreanos no estaban mal. Al menos los planos dramáticos hacen reír.

—Está bien, deja los coreanos —aceptó.

Volví al mismo canal anterior y me detuve ahí. Lo cierto era que tampoco me interesaba ver algo, tenía el plan de quedarme dormido pronto.

—Estas cosas hacen ver al amor tan patético —comentó Trish.

—Bueno, esa es la idea —le dije—. Hay gente a la que le gusta el concepto de amor patético.

—Claro, a la gente patética.

En realidad, mi concepto de amor tampoco era como el de los dramas coreanos, pero tampoco era tan frio como el de Trish... o bueno, como suponía que era el de Trish, pues nunca habíamos hablado de eso realmente.

Las únicas razones por las que tenía una imagen del concepto de amor de Trish era por sus comentarios y las pocas relaciones que había tenido y me servían como referencia.

—¿Y cómo prefieres tú que sea el amor? —me atreví a preguntar.

Obviamente, Trish pareció sorprendida con mi pregunta, tal como yo me esperaba. Esa clase de preguntas no era el tipo de pregunta que nos solíamos hacer en nuestra amistad, más que nada porque ambos éramos un poco reacios a compartir nuestros sentimientos y opiniones en esos temas, fuera con quien fuera.

—Eh... no sé qué quieres que te diga.

—Oye, esa es una frase estrictamente masculina.

—Sí, y bastante idiota por lo demás, pero he aprendido que la gente se desilusiona con esa frase y no espera otra respuesta después de eso.

—Pues parece que eso solo funciona con las mujeres, yo sigo esperando una mejor respuesta —dije.

—No me interesa.

Rodé los ojos con fastidio.

—¿Tanto miedo te da que yo sepa tus ideales amorosos? —la provoqué.

Con Trish Cullen no había una manipulación que funcionara mejor que provocarla y hacerla ver como una cobarde. El solo insinuar que ella era una cobarde con cosas tan simples significaba herir su orgullo.

—No es miedo.

—Ah, ¿no? ¿Entonces qué es?

—Es solo que son cosas de mi vida privada que no te importan —respondió.

—Sí, claro —dije, acomodándome en la cama—. Yo creo que más bien no quieres que yo sepa que en el fondo eres cursi y sensible, aunque ya lo sospechaba.

—No soy cursi y sensible —dijo, a la vez que se sentaba en la cama de forma brusca.

—Yo no estaría tan seguro de eso —dije para seguir provocándola.

Trish dio un golpe sobre la cama con sus manos, claramente irritada.

—Ya sé lo que estás haciendo y se llama manipulación —se quejó—. Conmigo no te funciona eso, Oliver... quizás eres inteligente como abogado, pero en todo lo demás eres un idiota.

—Y tú eres cursi y sensible —seguí, sonriendo a la vez.

Trish se quitó de encima las sábanas y se arrodilló sobre la cama, para luego tomarme con sus manos de mi camiseta de pijama, provocando que nuestros rostros quedaran a tan solo unos diez centímetros de distancia.

—Repite eso —me dijo con un tono de amenaza.

—Tú eres cursi y sensible —dije, divertido.

Trish me empujó con sus manos para dejarme recostado sobre la cama y luego tomó la almohada que ella estaba usando para comenzar a golpearme con ella.

—¡Retráctate! —me exigió, sin dejar de golpearme.

Yo comencé a reír.

—¡Olvídalo! ¡No tenemos diez años, Trish!

Era una estupidez bastante infantil que ella se sintiera pasada a llevar solo porque le había dicho "cursi y sensible", en especial porque no tenía nada de malo serlo, pero aún más infantil era que mi castigo fuera golpes con almohadas como si estuviéramos en una pijamada.

—¡¿Entonces quieres que siga?!

Por unos segundos, Trish dejó de golpearme, supuse que estaba recuperando algo de fuerzas y entonces aproveché para tomar mi almohada y contraatacar.

—¡Oye! —se quejó cuando comenzaron a llegarle los golpes—. ¡Eso es violencia intrafamiliar!

—Trish, yo soy abogado, esto se llama defensa propia y cualquier juez lo aceptaría en una corte —la corregí, para volver a golpearla.

Luego de unos segundos, Trish comenzó a reír. No podía creer que su masoquismo iba al nivel en que disfrutaba recibir golpes.

—¿De qué te ríes? —pregunté.

—De que golpeas como un osito cariñosito —respondió entre risas.

—Claro que regulo mi fuerza, no es mi plan matarte —le dije.

Aunque estaba seguro de que ni usando toda mi fuerza lograría lastimarla con una almohada, probablemente más gracia le daría con lo rara que era Trish.

—Ah, claro, ahora regulas tu fuerza...

Sabía exactamente a lo que se refería con eso, por lo que un recuerdo de hace años llegó a mi cabeza.

Era día de cita para Carter y Grecia, lo que significaba para mí que era día de cuarto a solas.

Le había enviado un mensaje a Trish por la mañana y habíamos quedado de vernos en los cuartos de la universidad a las siete de la tarde, que era cuando ella terminaba sus clases en el laboratorio los viernes.

Yo estaba en camino a la residencia después de quedarme estudiando en la biblioteca unas horas. Como era mi último semestre en la universidad, por fin, había días que me quedaba hasta la madrugada estudiando para levantarme unas horas después y seguir estudiando. No iba a permitir que algo me retrasara de titularme, por lo que había duplicado mi esfuerzo.

Aun cuando me mataba estudiando como un desquiciado, había al menos un día a la semana en el que necesitaba una actividad para quitarme el estrés y esa actividad solía ser tener sexo con Trish.

Ella también solía estar bastante estresada toda la semana, en especial los días que tenía malos momentos en el laboratorio o debía estar todo el día haciendo cosas, por lo que ella también consideraba estar conmigo como una actividad reductora de estrés y debía tenerla al menos una vez a la semana.

Subí a mi piso por el ascensor y caminé por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi cuarto. Saqué la llave y cuando la inserté en la ranura, me di cuenta de que estaba sin seguro.

«Si Carter ya volvió lo voy a sacar a patadas». No iba a permitir que algo arruinara ese día, ni siquiera mi amigo, después de todo, yo siempre le dejaba el cuarto cuando él lo necesitaba.

Abrí la puerta y cuando creí que me encontraría a Carter adentro, me había equivocado.

Hola, ¿Qué tal?

¿Trish?

Trish estaba ahí, acostada en mi cama con una pierna sobre la otra y leyendo un libro que, por lo que sabía, era de Carter.

No, soy tu amiga imaginaria... claro que soy yo, imbécil.

¿Cómo entraste? pregunté, para luego dejar mis cosas sobre el escritorio y cerrar la puerta.

Saqué una copia de las llaves de Carter, uno nunca sabe cuándo podría necesitarlas... como hoy dijo.

—Eso no es del todo legal.

—Mi existencia no es del todo legal si lo pensamos, pero para eso soy amiga de un futuro abogado tan listo como tú.

Yo rodé los ojos. Ya podía imaginarme en un futuro no tan lejano salvándole el trasero a Trish en varias situaciones legales.

Antes de que pudiera decirle algo, se levantó de la cama y tiró el libro a la cama de Carter, para luego acercarse a mí y besarme.

Yo decidí no seguir con la conversación y simplemente seguirle el juego con eso, agarrándole el trasero con mis manos.

En no mucho tiempo más, los dos estábamos sin ropa en mi cama, estando yo sobre ella mientras la ahorcaba con mis manos como a ella le gustaba que lo hiciera... y a mí también me gustaba hacerlo.

—Más fuerte —me pidió, tocándome los brazos para hacerme entender que se refería al ahorcamiento.

Yo sentía que ya lo estaba haciendo bastante fuerte, de hecho, su voz había salido como un hilo, probablemente porque no le estaba pasando mucho aire.

—Hazlo —siguió insistiendo.

Mi parte lógica me decía que no le debía aplicar más fuerte en un lugar tan delicado como su cuello, pero mi parte no lógica me decía que debía hacerle caso, después de todo, ella debía conocer sus límites.

Normalmente, mi parte lógica no funcionaba mucho cuando se trataba de sexo y estaba seguro de que era algo que les pasaba a muchas personas, por eso había tantos casos de gente que llegaba a urgencias con verduras metidas en el ano o en la vagina. Así, decidí hacerle caso a Trish y aplicarle más fuerza.

Todo parecía marchar normal, aunque con cada segundo que pasaba sus gemidos se escuchaban con menos fuerza, pero no me daba ninguna señal de alto. Entonces comencé a sentir que su cuerpo se estaba relajando mucho y, de pronto, ya no se escuchaba ningún sonido salir de su boca.

—¿Trish? —le pregunté, deteniendo mis embestidas.

Ninguna respuesta.

Saqué mis manos de encima de su cuello de inmediato y comencé a moverla, intentando que reaccionara.

—¡Trish! —la llamé, ya desesperado.

En ese momento se me vino a la cabeza una escena de mí en un juzgado por haber cometido un homicidio involuntario... el que no se veía tan involuntario cuando la había ahorcado.

—¡Trish, maldición! —le di una cachetada en el rostro, pero nada.

No quería tener que ir a urgencias y explicar toda la situación... aunque fuera menos vergonzosa que meterse una verdura por un orificio.

Entonces, tosió. Yo solté un suspiro de alivio y sentí como mi alma volvía a mi cuerpo.

—Trish —la volví a llamar, esta vez más calmado.

Trish pestañeo varias veces.

—¿Qué pasó?

—Te desmayaste —le dije.

Trish se comenzó a levantar con cuidado, quedando sentada en la cama con las piernas estiradas.

—Maldición —comentó.

—Nunca más te hago caso en nada —le dije—. En realidad, eso lo debería saber desde que te conocí.

Trish soltó una risa, como si lo que había pasado recién no hubiera sido algo horrible. Realmente esperaba poder tener una erección nuevamente después de esa experiencia.

—Será una buena anécdota que contarles a mis nietos —bromeó.

Esa mujer me sorprendía cada vez más. Solo Trish Cullen podía tomarse como un chiste esa situación.

Fingí un escalofrío por recordar tal acontecimiento.

—No me traigas de vuelta ese recuerdo, me vas a provocar una disfunción eréctil —bromeé.

—Para mí es un buen recuerdo —dijo ella.

—Estás loca —le dije.

Trish soltó una risa y se sentó en la cama, quedando algo cerca de mí.

—Eso es lo que te gusta de mí.

¿Qué era eso? ¿Me estaba latiendo más rápido el corazón?

—Solo a veces —respondí, intentando sonar lo más natural posible.

La sonrisa de Trish desapareció de su rostro.

—Pero está claro que prefieres a las mujeres más serias y tranquilas como Ely.

Por alguna razón, pude sentir que eso había salido con algo de tristeza de su boca y, realmente, no sabía que responderle.

¡Holis!

¿Cómo están?

Quería contarles que ayer hice un live en mi instagram para celebrar que Alaska va a Los Ángeles llegó a las 500k lecturas y pretendo hacer otro cuando llegue a los 6 mil seguidores (para que estén atentos).

Así que no olviden seguirme en instagram (tori.magic).

¡Besitos!

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