Capítulo 21: Preocupación

Trish

«No puede ser, se murió».

Sí, eso fue lo primero que pensé cuando vi a Oliver caer como peso muerto al suelo luego de bajarse de la montaña rusa. Claro, fue algo exagerado, pero no pude evitar pensar que había tenido un paro cardiaco o algo así.

Carter llegó a su lado y comenzó a hablarle, aunque Oliver no reaccionaba para nada.

—Voy a buscar ayuda —dijo Grecia, para después alejarse de la escena.

Yo me agaché junto a Carter.

—¿Respira?

—Sí, tiene pulso normal —dijo, luego de unos segundos manteniendo sus dedos en el cuello de Oliver—. Solo esta desmayado, pero pudo golpearse fuerte.

—Sí, no lo movamos aún.

Cuando alguien se desmayaba así, podía sufrir de una conmoción cerebral por golpearse la cabeza u otro tipo de lesión, por ejemplo, en el cuello; por esto, era mejor que lo revisara algún paramédico antes de moverlo.

En no mucho tiempo más, Grecia apareció junto a dos paramédicos que se agacharon junto a Oliver para revisarlo y de alguna forma, terminamos los tres afuera de una ambulancia esperando a Oliver que estaba adentro con los paramédicos.

Unos minutos después, los paramédicos ayudaron a Oliver, ya consciente, a bajar de la ambulancia.

—Bien, por lo que revisamos, todo está bien —nos dijo un paramédico—. Pero deben estar atentos en caso de cualquier síntoma como mareos, vómitos o dolores de cabeza. En ese caso, deberá ir a un hospital. Él ya lo sabe también.

—Okey, muchas gracias —le dijo Grecia, tendiéndole la mano—. Estaremos atentos.

Los paramédicos se despidieron de nosotros y comenzamos a emprender el camino hacia el auto de Carter y Grecia.

—¿Por qué no nos dijiste que le temías a las montañas rusas? —pregunté—. ¿No te parece algo tonto aceptar venir a un parque de diversiones en ese caso?

—Bueno, no les temo en particular a las montañas rusas —explicó—. En realidad, ni siquiera estaba seguro de que me dieran miedo, solo lo suponía porque no me gustan las alturas... y tampoco soy fan de la velocidad.

—Sí, ya me pude percatar —dije.

—¿Cómo te puedes subir a un avión entonces? —le preguntó Carter—. Nunca te ha dado miedo eso.

—No, esa clase de altura no me provoca nada —dijo Oliver—. No sé la razón, pero mirar por la ventana de un avión no me provoca miedo como pararme en un balcón o subirme a estas cosas.

—No todas las personas con acrofobia le temen a volar en avión —dijo Grecia, llamando la atención—. Mis hermanos London y Milán también sufren acrofobia, o sea, miedo a las alturas. Como son gemelos, suelen tener los mismos problemas.

—¿En serio? —preguntó Oli.

Grecia asintió.

—Mis hermanos son malos, a veces entre Paris, Chad y Orlando los amenazaban con tirarlos por mi balcón. Muchas veces los encontré forcejeando en mi cuarto —contó—. Y son de las pocas veces que he visto a Milán y London llorar.

—Siempre tan agradables tus hermanos —comenté—. Me sorprende que haber crecido en un ambiente tan masculino no te haya convertido en un ser salvaje y bruto.

—A veces lo es —dijo Carter—. Yo la he visto pasar un día con sus hermanos y créeme, no estoy acostumbrado a esa clase de tratos.

—Claro que no, tu jugabas a la hora del té con tus hermanas —le dijo Grecia.

—Sí, eso me preparo en caso de que el rey o reina de Inglaterra me invite a tomar el té —bromeó.

—Como sea, no volveremos a subir a nada alto contigo —le dijo Grecia a Oliver—. No queremos que te mueras.

—No todavía —dije yo.

Grecia me dio un palmazo en el hombro.

—¡Auch! —me quejé.

—No queremos que se muera nunca. Eso no significa que no lo haga, pero si pudiéramos impedir que muriera, lo haríamos.

—Habla por ti.

Otro palmazo.

—Retiro lo dicho sobre que no eres salvaje y bruta.

—Deja de provocarme, Trish —advirtió.

En ese momento llegamos al auto y los cuatro nos subimos en los mismos lugares que solíamos tener.

—Vamos a ir lento para que nada le pase a Oliver —advirtió Grecia, quien iba a manejar.

—No te preocupes tanto...

—No recibo sugerencias de alguien que casi se provoca un infarto solo —le dijo.

Yo solté una risa y Carter intentó reprimir una, por lo que pude oír.

—Bien, me calló —dijo Oliver.

—Así está mejor —le dijo Grecia—. Ya gritaste demasiado, cuida tu garganta.

[...]

—¿Seguro de que te puedes quedar solo hoy? —le preguntó Grecia.

—Claro que sí —le dijo Oliver—. Me siento bien, no pasa nada.

Sí, era cierto que parecía estar bien, pero yo (al igual que Grecia y Carter) no me sentía muy segura con que se quedara solo en su departamento cuando podía ser que en realidad había sufrido una contusión grave o algo así.

Oliver se despidió de una vez por todas y bajo del auto para ir a su edificio.

Después, Grecia condujo a mi departamento y me dejaron ahí.

A penas llegué, alimenté a Pierre y Marie. Luego fui a darme un baño, ya que me había mojado bastante en los juegos que implicaban agua y, al igual que en las piscinas, era agua con cloro.

Una vez que estuve fuera de la ducha, hice mi rutina de peinado porque, como toda persona con rizos, no me era fácil cepillarme el cabello y debía hacerlo cuando estaba mojado o quedaban con un horrible friz.

Mientras me aplicaba mi crema para cepillarme, Oliver vino a mi cabeza. Me había quedado algo preocupada por él, por lo que, luego de terminar mi rutina de cepillado, decidí llamarlo. Esperé varios tonos, hasta que entró el buzón, lo que me asusto un poco.

Intenté no entrar en pánico por el hecho de que mi amigo no contestara y decidí llamarlo unas dos veces más, pero tampoco contestó.

«¿Y si está en el suelo convulsionando?».

Intenté sacar esos pensamientos de mi mente, pero pasaron los minutos y Oliver no me devolvía la llamada.

«O quizás se durmió... Sí, eso debe ser... ¿pero tan temprano? Aun no son las nueve de la noche».

Quizás algunas personas se dormían antes de las nueve de la noche, pero Oliver no era una de esas personas, por más que estuviera cansado. No había conocido persona con peores hábitos de sueño en la vida, lo que implicaba que le costaba quedarse dormido antes de las once de la noche y que además se despertaba al menos unas dos veces entremedio.

Sin pensarlo mucho más, me puse ropa para salir y fui a la cocina para servirles agua y comida a mis gatos, la suficiente para que pasaran la noche y unas horas de la mañana.

Una vez que dejé todo listo para mis gatos, tomé una mochila, metí ropa para dormir y mis artículos de aseo y pedí un auto por una aplicación para poder ir al edificio de Oliver.

En unos minutos llegué al edificio. A penas entré, saludé al conserje y le dije el número del departamento al que iba, él me dejó subir y entonces fui a los ascensores.

Cuando llegué al piso en el que vivía Oliver, me acerqué a su puerta y toqué el timbre, esperando a que respondiera. Podía tener el teléfono en silencio o podía estar lejos de él, pero si estaba con vida, entonces no podía no escuchar el timbre... en ese caso, estaba muerto o inconsciente.

Luego de tocar dos veces seguidas, oí ruido dentro, lo que me tranquilizó bastante, y segundos después, la puerta se abrió. Oliver estaba frente a mí en pijama, con una toalla alrededor del cuello y el cabello mojado.

—¿Trish? ¿Qué haces aquí?

—¿La verdad? No iba a poder dormir sabiendo que aun te puedes morir —le dije.

Oliver rodó los ojos.

—No me voy a morir, no seas exagerada.

Sin pedirle permiso, lo empujé hacia un lado y pasé por la puerta para entrar a su departamento.

—No soy exagerada... —lo pensé un momento—. Bueno, quizás lo soy, pero...

No supe como seguir la frase. En realidad, en mi cabeza si sabía cómo continuar: "pero es porque te quiero"; pero no podía decirlo en voz alta, no en ese momento. Ya de por si siempre me había costado decirle a Oliver que lo quería, pero se me había comenzado a hacer mucho más difícil desde que había asumido en mi cabeza que ese cariño era más que por una simple amistad.

—¿Pero? —preguntó Oliver, luego de cerrar la puerta principal.

—Pero siempre es mejor prevenir que lamentar —mentí.

—Dijo la persona menos preventiva que he conocido en la vida —me molestó, dándome una sonrisa burlesca.

Yo puse los ojos en blanco y me metí en la cocina para buscar algo que comer.

El departamento de Oliver era muy distinto al mío. El estilo decorativo de Oliver era bastante minimalista, lo que calzaba perfectamente con su personalidad y, por lo tanto, no solo tenía pocas cosas y de diseños simplones, sino que todos los colores de su departamento eran sobrios. Lo único que quizás tenían en común nuestros departamentos era que la cocina y sala de estar se encontraban en un ambiente, por lo que alguien podía estar en la sala y ver a alguien que estaba en la cocina.

—¿Te vas a quedar? —me preguntó Oliver, acercándose a la mesa de desayuno que había en la cocina.

—Pues claro... no te vine a estas horas de la noche para irme y que me maten en el camino —dije, dramatizando—. De todas maneras, es tu culpa por no responder mis llamadas y asustarme.

—Parece que estás algo dramática hoy —bromeó—. Y no contesté porque tomé un largo baño de tina.

—Ah, eso explica muchas cosas —dije, entendiendo que había exagerado un poco—. Bueno, debo estar así porque no he fumado... ¿Vas a comer?

Oliver rio, imaginé que por mi confianza excesiva estando en su casa.

—Sí, comamos.

—Bien, ayúdame —le dije casi como una orden.

Ambos comenzamos a preparar algo para la cena, bromeando y molestándonos de vez en cuando, como siempre que estábamos juntos.

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