Capítulo 20: Adrenalina

Oliver

Nunca pensé que estaría un sábado en la mañana haciendo una fila para entrar a un parque de diversiones con todos esos juegos adrenalínicos y altos que no me emocionaban para nada.

«Solo hazlo por Trish... ella enfrentaría sus miedos por ti».

En realidad, no estaba tan seguro de eso. No creo que Trish pudiera quedarse sin marihuana por mí. No, estoy seguro de que me vendería por un porro sin pensarlo más de dos minutos. Pero bueno, yo era un abogado, tenía más criterio y moral que Trish... cada uno tenía su forma de expresar su cariño.

Una vez que entramos, comencé a sentir un sentimiento de arrepentimiento. Debía haberle dicho a Carter que me había indigestado o para evitar mentir, debía haberme tomado un laxante y decirle que no podía salir de mi baño.

—¿A qué vamos primero? —preguntó Trish—. ¿A ese? —apuntó una montaña rusa—. ¿O a ese? —apuntó un juego de aviones que giraban a cierta altura.

Al final, nos terminamos por decidir (en realidad, yo no) por un juego de una balsa que se deslizaba por lo que parecía una resbaladilla, pero gigante y por la que corría agua. Sí, era alto, pero no duraba mucho y no daba tantas vueltas, por lo que supuse que podía resistirlo.

Efectivamente, había cerrado los ojos y había resistido sin entrar tanto en pánico.

Fueron varias horas y múltiples juegos de tortura, pero parecía estar disimulando bien, ya que ninguno de los tres me había preguntado algo al respecto.

—Ahora sí, la montaña rusa —dijo Trish.

—Sí, creo que merece ser el final —concordó Grecia.

Había hablado antes de tiempo.

No pensé que nos subiríamos a algo más cuando había dado por hecho que había aguantado bien.

No dije nada, en realidad, estaba demasiado nervioso para decir algo. Esa montaña rusa era definitivamente más alta que todo a lo que nos había subido hasta ese momento y también mucho más rápida y brusca.

Llevábamos diez minutos en la fila cuando oí mi nombre salir de la boca de Trish.

—Perdón, ¿qué? —pregunté. Lo cierto era que estaba perdido en mis pensamientos, por lo que no estaba escuchando nada de lo que mis amigos estaban hablando.

—¿Estás bien?

—Ah, sí, ¿por qué?

—Estas raro... más callado de lo normal.

Yo intenté fingir tranquilidad y me encogí de hombros.

—Creo que ya me dio sueño, han sido muchas emociones para alguien como yo —bromeé, intentando soltar una risa.

Trish me sonrió y me puso una mano en el hombro para apretármelo.

—No te preocupes, esto te va a despertar.

Yo intenté sonreír y fingir felicidad genuina, aunque no estaba muy seguro de que me hubiera funcionado. Debía reconocer que yo no era buen actor.

Trish no volvió a preguntarme si estaba bien y lo agradecía porque no estaba seguro de que pudiera mentirle una vez más, en realidad, era más posible que mis nervios me traicionaran y terminara poniéndome a llorar del pánico.

Carter y Grecia tampoco preguntaron nada, aunque pude notar unas miradas de curiosidad mezclada con preocupación de vez en cuando.

Pasaron otros diez minutos cuando fue hora de que nosotros pasáramos a sentarnos en los carritos de la montaña rusa. Rápidamente fueron poniéndonos la seguridad de los asientos y asegurándose de que estuviera todo bien, y en un minuto más dieron la orden de que encendieran el juego mecánico.

—No recuerdo cuando fue la ultima vez que hice algo así —dijo Trish, claramente emocionada, mientras el carrito iba subiendo una cuesta—. ¡Que genial!

Yo iba a su lado, apretando con mucha fuerza los fierros que habían para agarrarse, de hecho, podía ver que mis manos se estaban poniendo rojas.

—Trish, ¿te puedo decir algo? —pregunté, cuando estábamos por llegar a la cima de esa subida.

—¿Qué cosa? —preguntó con algo de preocupación.

Yo tomé aire y entonces los carritos se dejaron caer por la cuesta, tomando bastante vuelo.

—¡Le tengo miedo a las montañas rusas!

—¡¿Qué?! ¡¿Estás jugando?!

Comenzamos a dar vueltas a rápida velocidad.

—¡No! ¡Me voy a morir! —grité, ya cegado por el pánico.

—¡Claro que no! ¡A menos de que tengas una afección cardiaca de la que no seamos conscientes!

—¡Ah! —chillé.

—¡Aunque lo dudo! —dijo para intentar tranquilizarme.

—¡¿Qué demonios les pasa?! —oí gritar a Carter, quien iba adelante mío.

—¡Pasa que Oliver es un idiota!

—¡¿Algo que no sepamos?!

—¡Quiero bajarme! —los interrumpí.

—¡¿Qué?! —pregunto Grecia esta vez.

—¡Dejen de hacer preguntas y detengan esta cosa! —pedí, comenzando a intentar mover la seguridad que me afirmaba al asiento.

Entonces volvimos a una cuesta y comenzamos a ir más lento. Lamentablemente, era una cuesta aun más alta que la primera.

—¡Deja de mover eso! ¡Está asegurado y menos mal o te morirías! —me dijo Trish.

—¡No me hables de muerte!

Definitivamente oír la palabra muerte o las conjugaciones del verbo morir no me ayudaban a calmar el pánico que sentía en ese momento. Tampoco me ayudaba sentir que mi corazón latía tan rápido que Trish podía tener razón y yo sufría de alguna afección cardiaca.

—¡Solo es un juego, no pasa nada!

—¡No lo sé!

—¡Te lo juro!

Trish acercó su mano a la mía y, haciendo un poco de fuerza, me separó del fierro para entrelazar su mano con la mía. Esa acción me tranquilizó un poco, pero justo en el momento en que mi respiración se estaba regulando y mi corazón estaba dejando de latir tan fuerte, se me ocurrió la maravillosa idea de mirar hacia un lado y luego hacia abajo.

«Maldición, está tan alto que seria un buen lugar del que saltar para suicidarte». Sí, ese fue el pensamiento de mi conciencia. Si lo hubiera dicho en voz alta y alguien me hubiera oído, probablemente me hubiera sugerido conseguir ayuda psiquiátrica.

—¡Me quiero bajar!

Entonces los carritos descendieron a toda velocidad.

—¡Todo está bien! —me gritó Trish.

—¡No lo está!

—¡Sí!

—¡No!

Y así fuimos discutiendo hasta que los carros volvieron al lugar de inicio y por fin fue hora de bajarnos.

A penas soltaron las seguridades, yo corrí unos metros lejos y me quedé algo agachado, afirmando mis manos en mis piernas e intentando regular mi respiración.

—¡Oliver!

Cuando me intenté voltear para mirar a Carter, quien era quien me había llamado, comencé a ver todo borroso y de un momento a otro, todo se oscureció.

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