Capítulo 16: Padre
Oliver
Trish estaba más extraña que nunca y suponía que tenía que ver con el asunto de su padre.
La verdad, no me gustaba la idea de que Trish viera a su padre nuevamente porque sabía que saldría mal de alguna forma. En mi cabeza, había varios escenarios posibles ante el reencuentro de Trish con su padre y el más suave era que ella le tiraría un café hirviendo encima a él.
—Trish, ¿podrías quedarte quieta?
Si bien, yo estaba durmiendo en un colchón inflable a un lado de la cama de Trish, podía sentir el crujido de la madera que se provocaba cuando ella se daba vuelta como si fuera una salchicha de supermercado.
—Tú duérmete —me dijo, casi como una orden.
Dios, estaba de un pésimo humor.
Decidí no responderle e intentar quedarme dormido, pero entonces la situación solo empeoro. Parecía ser que mi comentario solo la había molestado más y más vueltas se estaba dando en la cama, y con mucha más brusquedad.
Yo quería a Trish, en serio, aunque a simple vista no lo pareciera por nuestra relación tan… bueno, simplemente era una relación extraña. Quizás éramos muy bruscos el uno con el otro, pero siempre iba en broma, bromas que gente externa no entendía muy bien.
Aun recordaba lo que Eli me había dicho cuando había presenciado mi trato con Trish por primera vez:
—¿Ustedes son amigos de verdad o solo fingen por Carter y Grecia?
—Somos amigos… aunque al principio no lo éramos, ni fingíamos serlo tampoco —le contesté—. No me interesaría complacer a Grecia y a Carter en estupideces.
Era cierto que jamás habíamos fingido llevarnos bien por Carter o Grecia, estaba seguro de que a los dos no nos interesaba su opinión en esa situación. Nadie podía ser obligado a ser amigo de otro alguien y Carter y Grecia lo sabían. Ellos dos jamás siquiera habían intentado forzar nuestra amistad, solo nos juntaban en ciertas situaciones, en especial cuando se estaban conociendo y fingían ser novios, suponía que para sentirse menos incómodos.
—Trish —la volví a llamar—, sé que estás molesta, pero intenta quedarte quieta.
Trish se sentó en la cama de golpe y supuse que no me respondería nada bien.
—Esta es mi habitación, no vas a venirme a decir que hacer en mi habitación —dijo bastante enojada—. Aunque fueras el Papa o el Rey de Inglaterra, no me podrías dar órdenes.
—No veo una razón por la que el Papa o el Rey de Inglaterra estarían en tu cuarto, pero está bien, entiendo tu punto —acepté—. Es solo que me pones nervioso y no sé cómo ayudarte.
—No me puedes ayudar, Oliver, ni siquiera creo que puedas entender lo que se siente todo esto —me dijo—. Tu papá y mamá siempre han estado en tu vida.
Sí, era cierto. Yo tenía a mis dos padres presentes, era el único de nuestro grupo que no sabía lo que era ser criado por una sola persona… lo que era bastante triste.
—No, no puedo ponerme en tu situación del todo, pero podría ayudarte… en algo —le dije—. No es que yo sea un ser apático e insensible.
Podía ser muchas cosas: amargado, aburrido, pesado, desagradable entre muchas otras; pero no creía ser una persona insensible que no se condolía del dolor ajeno. Si alguna vez mi sueño había sido convertirme en abogado era para defender a personas desafortunadas o en situaciones de injusticia.
Podía decir que una de las razones por las que mis padres nunca me habían logrado convencer de hacerme sacerdote era por las polémicas de abusos ocultos por la iglesia católica y no, yo jamás hubiera estado de parte de una institución que era capas de cosas tan asquerosas. No generalizaba, no creía que todas las personas que pertenecían a la iglesia católica eran degenerados o cobardes que hacían vista gorda, ocultos detrás de un hábito; pero jamás me hubiera sentido cómodo siendo parte de la institución.
Ya las otras razones eran variadas: había dejado de creer en Dios a los cinco años, quería una vida familiar algún día y me había dado cuenta de mi gusto por otras cosas como la lectura, la historia y el derecho.
—No dije que lo fueras, pero es difícil de entender y no hay nada que puedas hacer —insistió Trish—. A menos de que decida demandar a mi padre por todos los años que no pagó pensión alimenticia, entonces no te necesito.
—Oye, no solo soy tu abogado, también soy tu amigo —le dije—. Al menos te puedo escuchar si quieres desahogarte.
Me senté en el colchón inflable y miré hacía el lado en el que estaba Trish. Ella estaba con la mirada pegada al frente o era lo que podía ver en la oscuridad.
Trish no dijo nada, solo soltó un suspiro y siguió mirando al frente.
Yo decidí levantarme del colchón y sin preguntarle a Trish, me senté en su cama, junto a ella.
—¿Qué haces? —me preguntó Trish, con apenas voz.
Rara vez Trish se sentía tan mal al punto de llorar. No era una persona insensible, pero si era poco demostrativa cuando se trataba de tristeza. Aun así, yo sabía cuando ella estaba por llorar y ese momento era uno.
La rodeé con mis brazos para abrazarla y, casi de inmediato, comenzó a soltar lágrimas. Se apoyó en mi pecho y metió algunos de sus rizos detrás de la oreja para que no le cubrieran el rostro.
—Es normal que te sientas así, Trish, y no está bien que te reprimas —le dije—. No eres débil por sentirte mal.
Trish no dijo nada y sabía que no lo diría, cada vez que lloraba, se limitaba a quedarse en silencio.
Yo solo seguí abrazándola y luego de un rato, comencé a acariciar su cabello. Me encantaban sus rizos locos.
—¿Te puedes quedar conmigo aquí? —fue lo único que pregunto, en voz baja.
—Claro —le di un beso en la frente y nos recostamos en la cama.
Yo no la solté, seguí rodeándola con mis brazos hasta que me di cuenta de que por fin se había dormido.
[…]
Cuando desperté en la mañana, Trish seguía dormida entre mis brazos. No nos habíamos movido casi nada, lo único era que Trish se había volteado, por lo que la estaba abrazando por la espalda.
No quería despertarla, se veía demasiado tranquila así. No quería que despertara y volviera a su triste realidad. Si lo pensaba bien, ese debía ser uno de los momentos de la vida de Trish en que peor la estaba pasando… si es que no era el peor, simplemente.
Trish tenía, generalmente, una vida tranquila y ella era bastante dura, por lo que no cualquier cosa le afectaba de manera profunda. Esta situación con su padre se salía bastante de lo común y era un tema bastante delicado, por lo que no me sorprendía que Trish estuviera tan abatida.
Separé un poco mi cabeza de la almohada para poder mirar por sobre Trish e intentar comprobar si era que seguía dormida y sí, aun tenía sus ojos cerrados. Podía ver que tenía alrededor de los ojos algo hinchado y enrojecido, y debía admitir que me daba tristeza recordar como había llorado la noche anterior.
Me acerqué un poco a ella y dejé un pequeño beso en su cien, con cuidado de no despertarla. Después de asegurarme de que no despertaría fácil, comencé a moverme para salir de la cama y poder ir a darme un baño.
Si bien, en esa época las temperaturas en Minnesota ya no eran tan bajas, de todas formas, en la mañana amanecía algo helado, por lo que no había nada mejor para mí que tomar un baño de agua caliente. Además, después de la no muy buena noche que había pasado, necesitaba eso para relajarme.
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