Capítulo 13: Padres
Trish
—Puede que esté muriéndose de hambre y quiera dinero —dije.
—Creí que ganaba bien, ¿no es el gerente de una empresa?
—Sí... de una fábrica de cajas —le conté—. Nadie que no sea patético trabaja en una fábrica de cajas.
—A Marie y Pierre les gustan las cajas —dijo—. Al menos a sus versiones gatunas.
Sí, a mis gatos les gustaban las cajas... a los científicos, no sabía.
—Sí, bueno, quizás Ed Cullen sea popular entre los gatos y las cajas, pero no con sus hijos —le dije.
Hubo un momento de silencio.
—¿No has pensado en pedirle una explicación? Creo que eso puede ser de ayuda —dijo Oliver.
—Sí, lo he pensado, pero es un cobarde —dije—. Dudo que vaya a ser capaz de darme una respuesta verdadera y que valga la pena...
—Ninguna valdrá la pena, Trish. Nadie puede explicar la razón por la que abandonó a sus hijos.
Eso era cierto. Cualquiera de las excusas que Ed me pudiera dar no tendría sentido porque no existía una buena excusa, no una que no implicara un secuestro y posterior tortura por un grupo terrorista o un naufragio en el atlántico en donde debió llegar a una isla solitaria en la que vivió por años de su orina y carne de animales salvajes que cazó con armas fabricadas por él. Ninguna de esas excusas serían las de papá porque él había tomado todas sus cosas un día y se había marchado fuera de la ciudad para luego terminar trabajando en una fábrica de cajas.
—Lo sé...
—Aunque tal vez te pueda dar algo más de tranquilidad el que te intente explicar algo —dijo Oliver—. Creo que es peor que no haya dicho nada en todos estos años.
Solté un suspiro. No estábamos llegando a ninguna conclusión.
—Oli, no te quiero ofender, pero no me has ayudado en absolutamente nada —comenté—. De hecho, solo me has confundido más.
—Lo siento, no es una situación fácil de resolver, menos para mí, mis papás ni siquiera se han divorciado porque, ya sabes, eso es pecado —me explicó.
Entonces, eso me llevó a una duda.
—Momento... nunca me dijiste que dijeron tus papás cuando les contaste que te divorciaste de Ely —le dije.
Oliver comenzó a golpear el vaso que tenía entre sus manos con sus dedos, mirando hacía el frente.
—¿No les has dicho? —cuestioné.
—Bueno, les dije que estaba pasando un mal momento con Ely y que estaba intentando resolverlo, pero que nos daríamos un tiempo...
—No dijiste la palabra divorcio —concluí.
—No...
—Ya han pasado varios meses, ¿cómo es que no les has dicho?
—Cuando llaman solo les digo que las cosas siguen igual y ya —contestó—. Mamá me da su sermón sobre el amor, el matrimonio y la familia... le digo que sí a todo, que tengo trabajo que hacer y le cortó. Simple.
—Como toda la vida...
Desde que conocía a Oliver había sido así. No era un super rebelde, pero tampoco era tan obediente. Cuando su mamá le decía algo, él simplemente asentía, pero al final hacía lo que se le daba la gana. Sus padres siempre estaban ahí intentando controlarlo, pero imaginaba que ya sabían que no ganarían mucho. Por ejemplo, su madre casi se muere cuando supo que Oliver no se casaría por la iglesia y por más que había intentado hacerlo cambiar de opinión, no había cedido.
—En algún momento se los diré —me dijo—. Estoy esperando el momento correcto.
—¿En su lecho de muerte?
—Esa es una buena opción —bromeó.
Yo rodé los ojos, al mismo tiempo que solté una risa.
En su caso, tal vez yo también haría algo así. La verdad, decirles a sus padres que se había divorciado, solo le traería problemas. Aunque deberían alegrarse de que no lo había empeorado casándose por la iglesia.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Oliver, después de un rato.
Me encogí de hombros.
—Creo que lo mejor será que lo intente y si en ese momento me arrepiento, pues lo abandono... como él lo hizo conmigo —bromeé.
Oliver soltó una risa.
—Es normal que este asustada, de todas formas, yo también lo estaría —me dijo—. Quizás, sería buena idea que alguien te acompañara...
Giré mi cabeza para verlo.
—¿Me quieres acompañar a Minnesota? —cuestioné—. ¿Vas a gastar en un pasaje para un viaje de unas seis horas?
—¿Por qué no? No sería la primera vez que voy allá contigo —me dijo.
—Pero ahora... ¿te tomarías vacaciones solo para ir conmigo hasta allá?
—Sí, Trish —dijo, algo fastidiado—. Puedo pagar unos cientos de dólares, viajar unas seis horas, pedir vacaciones y si no quieres que me quede en tu casa, puedo pagar un hostal.
—¿Estás loco? Si me vas a acompañar, al menos vas a quedarte en mi casa.
Mi mamá quería bastante a Oliver, así que, en vez de tener problemas con que lo llevara, estaría feliz de verlo, porque la última vez que lo había visto había sido antes de que se casara.
—Entonces, te acompañaré, está dicho.
—¿Has bebido mucho?
No lo veía raro, pero si había bebido un par de tragos en el bar y una vez que habíamos llegado a mi departamento le había dado una cerveza.
—No, no estoy ebrio, Trish —dijo—. Te quiero mucho y si puedo estar contigo para evitar que pases un mal rato sola, entonces lo haré.
No sabía si era porque estaba ovulando y cualquier cosa que me dijera un hombre podría ser cautivadora porque mi útero quería un bebé, pero de la nada, comencé a sentir unas grandes ganas de subirme sobre Oliver y besarlo.
Esa tonta fantasía provocada por mis instintos femeninos comenzó a traerme recuerdos bastante vividos de cómo era besarlo y lo bueno que era... pues en otros aspectos.
En esos momentos me sentía como los hombres que pensaban con el pene, pero con mi vagina.
—... Trish —oí, de pronto—, ¿me estás escuchando?
—Ah, sí... lo que quieras.
Supuse, por su expresión, que Oliver captó que no lo estaba escuchando realmente.
—Bueno, ya es algo tarde, así que mejor me voy —Oliver tomó vuelo para luego levantarse de mi sofá.
Y mi vagina siguió en control de mi cerebro.
—Puedes quedarte... si quieres.
Oliver me miró desde arriba, mientras yo me quedé quieta en el sofá.
—Bueno... no sé.
—No hay problema —insistí.
Claro que en esos momentos no tenía problemas, de hecho, dormir con él en la misma cama sonaba como una increíble idea.
Oliver pareció pensarlo un momento y luego soltó un suspiro.
—Bueno, me quedaré.
Yo le di una sonrisa y me levanté del sofá con algo de dificultad. Quizás tenía solo treinta años, pero tener un sofá a ras de suelo no me facilitaba las cosas.
Le di a Oliver uno de los cepillos de dientes nuevos que tenía guardados en el baño y él se quedó en el baño, mientras yo iba a mi cuarto.
Pierre y Marie estaban durmiendo juntos en un sitial que tenía en la esquina de mi cuarto y donde solía dejar ropa que me daba flojera guardar.
Comencé a buscar un pijama limpio para ponerme, o sea, una camiseta vieja con algunos pantalones de pijama que no combinaban para nada.
Una vez que Oliver apareció en mi cuarto, yo fui a lavarme los dientes al baño y cuando volví, me lo encontré metido en la cama con Marie y Pierre amasándolo como si fuera un pan. Esos gatos se aprovechaban del pánico apenas tenían una mínima oportunidad.
Rodeé la cama para meterme al otro lado, el que estaba vacío y yo siempre ocupaba, y me acosté.
Luego de un rato, Marie y Pierre se acomodaron a los pies, quedando enrollados como si fueran bolas de pelo.
—Buenas noches —le dije a Oliver.
—Buenas noches, duerme bien —me dijo.
Apagué la luz de mi lampara y la habitación quedó a oscuras.
Si lo pensaba bien, haber invitado a Oliver a quedarse había sido una pésima idea. Gracias a su presencia no podía conciliar el sueño.
«Tú no aprendes a dejar de tomar malas decisiones, eh».
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