Capítulo 1: Noticias

Trish

—¿Quieres que les pida que cambien la televisión?

—Trish, ya han pasado ocho años, está más que superado ese asunto —me dijo Grecia, restándole importancia.

Yo sabía que no era cierto. Ver como Sawyer Stewart se había convertido en una estrella de la NFL le causaba dolor, ira y a veces problemas gastrointestinales, y la comprendía perfectamente. Después de todo, el infeliz de Sawyer la había dado el empujón que necesitaba para casi recaer en su anorexia y tener que volver a una larga terapia. Yo, como mínimo, hubiera ido a Florida a tirarle huevos y papel higiénico a su casa.

—Sí, claro, pero a nadie en tu lugar le agradaría ver a ese patán jugando el Super Tazón —le dije—. Y no necesito que me lo niegues, sabré que mientes.

Grecia no dijo nada, solo soltó un suspiro agotado.

Yo estaba por empezar una nueva conversación cuando dos rostros conocidos aparecieron en el bar.

Carter dejó atrás a Oliver y corrió para sentarse junto a Grecia y darle un beso en la mejilla, asustándola un poco.

—Te he dicho que me asusta que me beses cuando aun no alcanzo a procesar que eres tú —se quejó Grecia, pero no estaba enojada.

Rara vez había visto a Grecia molesta y cuando se trataba de Carter las situaciones eran contadas con los dedos de mis manos. Además, las pocas peleas serias que recordaba entre los dos eran realmente estúpidas, por ejemplo, como esa vez que habían discutido por el modelo de auto que querían comprar.

Oliver se sentó a mi lado, como siempre, y luego pedimos más tragos.

Carter y Grecia nos habían dicho que querían vernos ese día para darnos una sorpresa. Yo había llegado con Grecia antes porque Carter salía más tarde del trabajo ese día y luego de una semana de trabajo intensa, necesitaba una inyección de inhibidor alcohol.

Respecto a la sorpresa, yo le había apostado diez dólares a Oliver que Grecia estaba embarazada y con lo fértil que había sido su madre, podían ser gemelos o mellizos.

—Bien, ¿podrían dejar de hacerse de rogar y decir cuál es su gran sorpresa? —preguntó Oliver.

Yo crucé los dedos por debajo de la mesa, pidiendo que fuera un embarazo. Sí, ambos eran un poco jóvenes para ser padres a mi gusto, pero tenían buenos ingresos y un departamento grande en la increíble ciudad de Seattle, y yo quería diez dólares, con más ganas si eran de Oliver... cualquier cosa con la que pudiera fastidiar a Oliver valía la pena.

—Bueno, todo comenzó hace unos meses cuando...

Carter comenzó a hablar de algo que no me importaba, mientras Grecia parecía estar apretando los dientes, intentado no abrir la boca.

—... Entonces, en nuestro último viaje a Verona en diciembre decidí...

—¡Nos vamos a casar! —lo interrumpió Grecia, mostrando el anillo de compromiso en su mano.

Estaba segura de que acababa de ponerse ese anillo bajo la mesa porque no lo había visto antes y con lo brillante que era, no pasaba desapercibido.

«Mierda», pensé al procesar la noticia.

Oliver se inclinó hacia mí para susurrar:

—Me debes diez dólares.

—¿Una mamada puede compensar esos diez dólares? —bromeé.

—Trish, soy abogado, no puedo avalar la prostitución... Solo son diez dólares, no seas tacaña —insistió.

—¿Apostaron algo?

—Trish creyó que sería tía —le dijo Oliver a Grecia.

Grecia me miró desagradada.

—Claro que no, si así fuera, estaría devastada —aseguró—. No tenemos una casa con patio, ni un auto muy grande...

—¿Cuántos hijos quieres tener? —pregunté, horrorizada. No creía que alguien necesitara tanto si quería tener uno o dos hijos.

—Al menos tres —dijo, como si fuera lo más natural del mundo.

Carter no dijo nada y, aunque suponía que ya sabía esos deseos de Grecia de formar una familia numerosa, no creía que él concordara mucho. Ya proyectaba una futura pelea entre esos dos: cantidad de hijos que tendrían. Pero claramente sería cuando Carter tuviera las bolas para decirle que no quería tantos hijos... o sea, en al menos dos años.

—Bien, ¿y cuándo será la boda? —preguntó Oliver.

Carter se acomodó en su asiento y luego puso los codos sobre la mesa, uniendo sus manos.

—Si, bueno, hay un pequeño detallito con eso...

Oliver lo miró a los ojos sin expresión.

—¿Se van a casar en Italia?

Carter lo miró con sorpresa.

—¿Cómo adivinaste?

—Recuerdo una conversación en la universidad en la que me dijiste que, si te casabas antes de que muriera tu nonna, tendrías que hacerlo en Italia —explicó—. Y tu nonna sigue con vida.

—Sí, precisamente, y ya mamá le dijo que nos comprometimos así que, obviamente, ya está asumido que nos casaremos allá y luego validaremos el matrimonio aquí —dijo Carter—. Tú me ayudaras con eso.

—¿Tengo opción?

—Solo necesito un poco de asesoría con los tramites, no un abogado, y te pagaré.

—¿Para qué están los amigos si no es para ayudar? —preguntó Oliver, tirándose hacia atrás con una sonrisa complacida.

—Ah, y otro detalle —habló Grecia—. Serán nuestro padrino y madrina, porque así es la tradición en Italia, así que no hay opción de no ir.

—No pensaba faltar tampoco, son vacaciones en Italia con fiesta, alcohol y comida incluidas —dije—. Tal vez drogas también.

—No vayas a meter nada en tu maleta, Trish —pidió Grecia—. No quiero verte en alerta aeropuerto, ni menos que faltes a la boda.

—Bien, bien, tranquila...

Si no era mucho tiempo, podría desistir de mi preciada hierba, después de todo, con el tiempo me había visto obligada a dejarla. Entre las responsabilidades como el trabajo y el miedo a que una mancha en mis papeles me pudiera poner problemas en mis próximos proyectos, no podía arriesgarme a estar drogada en público. En ese entonces, me limitaba a fumar sola en mi departamento de vez en cuando.

Para ese momento los cuatro estábamos viviendo en Seattle. Grecia y Carter se habían mudado primero, hacía siete años cuando decidieron vivir juntos. Tres años después, Oliver encontró trabajo en Seattle en un bufete de abogados.

En cuanto a mí, había llegado tan solo tres años atrás, ya que me había decidido quedar un tiempo en Minnesota por mi familia. Había tomado la decisión de mudarme recién cuando Carter me había comentado de una vacante en el laboratorio en el que trabajaba. Así que, hasta ese entonces, éramos compañeros de laboratorio.

Más o menos a las nueve, Grecia y Carter se fueron a su departamento. Habían elegido un bar cerca para no tener que conducir con alcohol en sus venas, así que se fueron caminando juntos.

Una vez que nuestros amigos se habían ido, me quedé esperando a que Oliver se marchara, pero no parecía querer hacerlo.

—¿No te vas a ir?

En el último tiempo, él y yo no compartíamos mucho tiempo a solas debido a una dificultad con nombre y apellido: Ely Davis.

Ely había sido compañera de trabajo de Grecia en una editorial, mientras Grecia traducía libros, Ely los revisaba, ya que había estudiado literatura.

Así sonaba a que ella no tenía nada que ver con Oliver y conmigo, pero seis años atrás, la habíamos conocido en una fiesta de cumpleaños de Grecia. Ambos habíamos viajado a Seattle para organizarle una celebración junto a Carter y entonces, conocimos a muchos de sus compañeros, entre ellos, Ely.

Mi primera impresión sobre Ely había sido que perdía el tiempo trabajando en una aburrida editorial cuando con su estatura y carisma podía ser una modelo, pero dio una mejor impresión de la que debía. Luego del paso del tiempo me di cuenta de que era una persona un tanto aterradora.

Lamentablemente, Oliver no había tenido la misma impresión que yo de ella y con el solo propósito de poder tener oportunidad de conquistarla, se había mudado a Seattle. Al idiota le había gustado tanto Ely que había sido capaz de hacer el examen y todos los papeleos correspondientes para ejercer como abogado en el estado de Washington.

Al cabo de unos meses, Ely había caído ante los nulos encantos del abogado desabrido y hacía dos años se habían casado. Sí, así era, Oliver Harris se había casado...

Cuando hablaba del tema así, sonaba a que estaba celosa de Ely o envidiosa de Oliver, pero no eran así las cosas. En realidad, era Ely la que se ponía celosa de mí, cuando Oliver le había dejado en claro que lo que fuera que habíamos tenido, había terminado algo así como un año después de que él saliera de la universidad.

En resumen, era gracias a Ely y sus celos injustificados que Oliver y yo evitábamos el tiempo a solas la mayor parte del tiempo.

—Prefiero quedarme un tiempo más, necesito otro trago...

Había algo raro en toda esa situación. Desde que trabajaba, Oliver ya no solía verse tan demacrado, pero en ese momento parecía estar viendo a su versión universitaria: ojeroso y agotado.

—¿Estás durmiendo bien?

—¿Sinceramente? Hace ya dos semanas que no.

Lo más raro de todo era que no me estaba mirando directamente.

—Oliver —lo llamé—. Sea lo que sea que te pase, puedes decírmelo y no se lo diré a nadie, ni siquiera a Carter o a Grecia.

Por fin se dignó a mirarme.

—Le pedí el divorcio a Ely.

Bueno, eso no era lo que esperaba y, si era sincera, no sabía si era algo que no se me fuera a escapar delante de Grecia.

¡Holis!

Aquí está el primer capítulo de esta nueva historia que espero que les guste tanto como la de Grecia y Carter.

Las actualizaciones serán los jueves y sábados, así que atentos.

Para mi gente de Chile, espero que se encuentren bien con las lluvias y no estén teniendo complicaciones.

Que tengan un lindo día todos. ¡Besitos!

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