Capítulo 34: No Decirlo
Carter
—No juegues conmigo —me pidió Oliver.
—No estoy jugando. Necesito que cambies esa hoja y le agregues el mes más —le dije, refiriéndome al contrato de relación falsa que algún día Grecia y yo habíamos firmado.
—¿Sabes qué? Hay un pequeño detallito —dijo, con un tono que me dejaba en claro que me reprendería por algo—. Resulta que ese maldito contrato ya lo hicieron pedazos con todo lo que han hecho...
—No es...
—Te refresco la memoria: seis meses, no más, no menos; nada de sexo... está claro que esa cláusula pendía de un hilo hace rato; nada de sentimientos —negó con la cabeza—. Ni siquiera voy a explicar porque esa última ya se rompió en mil pedazos.
—Pues escribe uno nuevo —dije, como si fuera una idea increíble.
—Así no funcionan los contratos Carter... —me dijo, molesto—. ¿Por qué no en vez de escribir estúpidos contratos para una relación falsa no tienes las pelotas suficientes para decirle que pasa de verdad?
—No, porque...
—Ella aceptó un mes más, ¿no te preguntas por qué? —cuestionó—. Quizás porque tampoco te quiere soltar, pero al mismo tiempo no quiere decirte lo que le pasa... que le gustas en serio.
Yo negué.
—Grecia no...
Y volvió a interrumpirme. Sentía que ni siquiera quería escucharme y en parte, debía ser cierto. Estaba muy molesto.
—Grecia está en una terapia para evitar recaer en una anorexia, ¿en serio estás esperando a que ella de el primer paso? —me preguntó—. Te digo de inmediato que ella se tira al suelo sin una razón real, jamás va a pensar que tú la ves como algo mejor de lo que ella se ve.
—Ya lo sé, pero también sé que sus motivaciones en todo esto tienen que ver con Sawyer —le recordé.
—Sawyer es una excusa, a ella ya no podría importarle menos —me dijo—. Si tuviera que elegir entre casarse contigo y cagarle la vida al imbécil de Sawyer elegiría la primera.
Yo solté una risa.
—Sí, como tú digas.
No creía que Grecia se quisiera casar tan joven, menos con un idiota como yo.
Oliver solo emitió un quejido, tomó unos libros de su escritorio y salió del cuarto, dando un portazo. Nunca lo había visto tan enojado.
Yo había llegado al edificio una hora atrás y estaba desempacando.
Cuando abrí mi armario para meter unas zapatillas, me di cuenta de que estaba más desordenado de lo que yo lo había dejado. Había ropa arrugada y mal doblada y, aunque yo no era un experto en doblar ropa, estaba seguro de que eso no había quedado así cuando me había ido.
«Quizás Oliver se metió a sacar algo».
Le preguntaría cuando lo viera y estuviera más calmado... sin ganas de matarme.
[...]
—¿No se lo dijiste?
—No.
—¿Es broma?
Trish y Oliver tenían sus diferencias, pero definitivamente compartían las mismas opiniones respecto al asunto de mi relación con Grecia.
—No.
—Te la cogiste, pero no puedes decirle que te gusta —concluyó Trish—. Vaya, Carter, tienes pelotas para unas cosas y para otras no.
Yo puse los ojos en blanco. No quería escuchar el mismo sermón que Oliver me había dado el día anterior, pero esta vez no viniendo de un aspirante a abogado demacrado, sino que de una hippie marihuanera que no tenía filtro. Estaba seguro de que Trish podía ser incluso más dura que Oliver.
—Mejor concéntrate en pasar bien los datos...
Estábamos dentro de una sala de estudios de la biblioteca, arreglando unas cosas de nuestro informe de laboratorio, el que debíamos tener hasta cierto punto para una revisión y saber que no estábamos haciendo una estupidez de informe.
—Yo sé lo que hago —aseguró.
—Bien...
Hubo un silencio de unos segundos.
—¿Y cuantas veces fueron? —preguntó, de pronto.
Yo levante la vista, despegándola de mi cuaderno con anotaciones. No entendía de que me estaba hablando.
Trish hizo unos movimientos con sus manos intentando imitar el acto sexual.
—Ay, Dios, ¿por qué te importa eso?
—Pues porque me parece un dato relevante... si me cuentas de lo que pasó con ella, yo te cuento lo que pasó antes de ayer entre Oliver y yo —me dijo.
Yo abrí los ojos con sorpresa.
—¿En tu historia también hay desnudos? Porque si no los hay, no es justo —le advertí.
—Te daré un adelanto: por fin Oliver les dio un mejor uso a sus corbatas que para parecer abogado —me dijo, con una sonrisa traviesa.
Eso fue suficiente para convencerme.
Le terminé por contar a Trish lo que había hecho con Grecia los dos días que estuvo en mi casa. Como habíamos tenido relaciones unas cuatro veces en la noche y como después habíamos visto Cinema Paradiso en mi televisión. Porque no había nada como ver algo para llorar después de tener sexo. Luego, al día siguiente, habíamos cocinado pastas con la abuela y Grecia había terminado por comunicarse en italiano con ella la mayoría de las veces. También le conté lo mucho que me había dolido llevarla a con mi mamá a su casa por la tarde, porque no hubiera querido soltarla en toda la semana.
—¿Y viste su papá y a sus hermanos después de que te la cogiste?
—Intenté no hacerlo, pero no me quedó opción, siento que Paris huele el miedo —le comenté.
—No me sorprendería, por lo que me ha contado Grecia —me dijo.
—Bien, ahora tu historia —le dije, con emoción.
—Bueno, todo empezó en una noche de primavera, donde el viento soplaba con fuerza. Yo había regresado de Minnesota recién, estaba desempacando y Oliver apareció. Dijo que me había visto cuando estaba entrado, él estaba cocinándose algo en la cocina —me explicó—. Se veía peor que de costumbre, según él por algo de la iglesia y su familia... no le presté atención a eso.
—Ah, sí, los padres de Oliver lo han estado presionando para que se convierta en sacerdote —le dije—. Me dice que cada vez que los ve lo presionan para que deje la universidad.
Trish soltó una risa.
—¿Sacerdote? ¿Oliver? —soltó un resoplido—. Después de lo que hicimos, Dios no le permitirá poner un pie en su iglesia.
—¿Fue tanto?
—No quieres ver como me quedaron las piernas y... —Trish se quitó el pañuelo colorido que tenía amarrado alrededor del cuello—. Esto no me lo hice por accidente.
Pude ver como tenía algunas marcas por el cuello, dejándome en claro que alguien la había ahorcado. Dios, nunca había imaginado a Oliver tan desatado.
—Tampoco quieres mirarle la espalda a él... —me dijo—. Creo que no se dio cuenta, pero le estaba sangrando un poco.
—Dios, me alegro de que fuera en su cuarto y no en el mío... ¿las marcas de las muñecas también fueron por eso?
Trish se analizó las muñecas un momento, como si no se hubiera dado cuenta hasta ese momento.
—Sí, bueno, técnicamente fue su corbata... la misma con la que lo vi hoy —me dijo, divertida.
—¿Y va a volver a pasar?
—Si vuelve a ser así, pues bienvenido sea —respondió.
Eso me dejaba en claro que Trish disfrutaba del sexo duro y, para mi sorpresa, Oliver parecía hacerlo también. Quizás era su forma de desahogar su ira contra sus padres por querer arruinar sus sueños para que fuera sacerdote, cuando él solo había ido a la iglesia toda su vida por obligación.
Después de todo, esos dos si se llevaban bastante bien.
[...]
—Así que eres todo un macho alfa, Oliver, eso no me lo esperaba —bromeé, apenas entré en el cuarto.
Oliver estaba sentado frente a su escritorio, leyendo algo, con sus lentes ópticos puestos. Se veía tan serio cuando usaba traje y esos lentes. Además, parecía un hombre recto y que no mataba una mosca... no como uno que tenía sexo salvaje y sadomasoquista.
—Ah, Trish te fue con el chisme —me dijo—. Si, bueno, ya me da igual... me gusta cogerme a Trish y ya, ¿contento?
—Lo estoy gozando como no te imaginas —dije, riendo.
Oliver no respondió, estaba más concentrado en lo que fuera que estuviera leyendo, por lo que decidí no seguir molestándolo, ni siquiera con el tema de mi armario desordenado, eso podría esperar.
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