Capítulo 31: Cosas Italianas
Grecia
—Bien, hay unas reglas antes que debes saber —me dijo Carter, cuando estábamos a quince minutos de Dayton.
—Claro, cuéntame.
Llevaba todo el camino moviendo las manos y las piernas como si no pudiera contener la energía de su cuerpo y, aunque tenía unas leves ganas de ahorcarlo con mis propias manos, intentaba entender que eso lo ponía nervioso, tal como me había puesto a mí presentarlo a mi familia.
—Okey, lo primero es que mamá no ama Italia, así que no hagas preguntas sobre su vida allá, tampoco preguntes de mi papá, si ella te cuenta, tú solo escucha y luego di una de esas frases típicas como "me hubiera gustado conocerlo" o "que pena, era tan joven" —me explicó.
—Que insensible eres, era tu papá.
—Tenía seis años, ya es asunto superado, pero no para mamá, ella lo tuvo muchos años, así que aun lo extraña y con razones —me dijo—. Segundo, nada de las guerras mundiales, menos vayas a decir el nombre Mussolini...
—¿Por qué hablaría yo de las guerras mundiales?
—No sé, pero es mejor prevenir que lamentar —respondió—. ¿Has visto La vida es bella?
Yo asentí. Esa película era una de las películas más tristes y bonitas, al mismo tiempo, que había visto en mi vida y había llorado mucho con el final.
—Bueno, los abuelos de mi mamá estuvieron en el único campo de concentración de la Italia fascista, el que representan en esa película, así que es un tema sensible para ella también.
—¿Alguno murió ahí? —pregunté, preocupada.
—No, por suerte ese centro de concentración no duro mucho tiempo y lograron salir —respondió—. Unos años después tuvieron a mi abuela.
—Qué bueno.
—Pero no será bueno si nombras a Mussolini, tampoco a Hitler, por si acaso.
De todas maneras, yo no tenía la intención de ir a la casa de mi novio falso a hablar sobre política y las guerras mundiales, sabiendo que toda mi familia era estadounidense y que mis bisabuelos habían peleado en la Segunda Guerra Mundial y le había ganado a Italia... de donde era toda la familia de Carter.
—¿Por qué tus papás te pusieron Carter?
Él me miró sin entender.
—Digo, no es un nombre muy italiano...
—¿Qué parte de que los italianos son mis papás y no yo no has comprendido? —me preguntó, un poco harto—. Yo apenas he pisado Italia un par de veces y si mi refrigerador tiene tantos imanes es porque mis abuelos los han traído y le rogamos a mamá que no los tirara a la basura.
—Realmente tiene algo contra Italia, ¿no?
Carter asintió.
—Pero, aun así, tus papás son italianos, debieron pensar nombres italianos para sus hijos —insistí.
—A mi hermana le pusieron Donatella... ya sabes, por Donatella Versace.
—¿Y tú y Julia?
—Julia es un nombre de cualquier lugar —me respondió—. Y Carter, bueno, creyeron que se quedarían en Estados Unidos toda su vida, así que supongo que quisieron un nombre de aquí.
—¿Nunca has preguntado?
—No realmente.
En mi familia había toda una costumbre de poner nombres de localidades y en la de Carter ni siquiera ponían nombres italianos cuando ellos lo eran. Mi hermano Milán tenía un nombre más cercano a Italia que Carter.
—Aunque si tengo un segundo nombre italiano —dijo, de pronto.
Yo lo miré con atención y él pareció dudoso sobre si decírmelo.
—Pero es la peor cosa que me ha pasado en la vida.
—Tranquilo, no le diré a nadie —aseguré—. Ni siquiera a Trish o a Oliver.
Carter tragó saliva.
—Es de otro diseñador de moda...
—¿Gianni Versace?
Carter me miró con algo de sorpresa, por lo que pensé que había acertado y su segundo nombre era Gianni, hasta que dijo:
—Pronunciaste bien Versace...
—Claro que sí, he escuchado cómo se pronuncia.
De hecho, también sabía pronunciar el nombre Gianni con acento italiano, pero no quería decirle a Carter aun que sabía italiano porque temía que su familia me preguntara y pudiera hacerlo mal.
No había tomado italiano en la universidad porque había hecho un curso durante un año entero cuando iba en la escuela, también sabía chino mandarín por otro curso de idioma, pero con lo poco que practicaba, era muy fácil que estuviera algo oxidada y mi pronunciación en algunas cosa no fuera la mejor.
—Bueno, no es ese.
—¿Giorgio Armani?
Negó.
—Hubiera deseado que fuera ese.
—¿Piero Tosi?
—Veo que sabes de moda italiana.
—Sí, cuando era modelo tenía sueños de ser diseñadora de vestuario algún día, así que sé algo de moda, en especial italiana y francesa —le expliqué.
—Ese tema es bueno, a mamá le gusta la moda.
—¿Stefano Gabbana?
—Muy cerca...
—Dios, ¿te llamas Domenico? ¿Cómo Domenico Dolce?
Debía admitir que llamarse Carter Domenico Bianco no debía ser de todo el gusto de alguien.
—Eligieron el peor de todos —dijo Carter—. Ahí tienes tu nombre italiano puesto por mis padres italianos, disfrútalo.
—Tranquilo, no es como que vaya a usarlo en algún momento... al menos no en público —dije dándole una sonrisa divertida.
—No voy a permitir que nadie me llame Domenico, ni siquiera en la cama —me advirtió.
—¿Aunque fuera yo quien lo dijera?
Carter se giró a mirarme.
—¿Eso es una insinuación?
Yo sonreí, intentando disimular mi nerviosismo.
—Tómalo como quieras, Carter Domenico.
Carter puso los ojos en blanco, pero estaba sonriendo. Me gustó la idea de que su segundo nombre salido de mi boca no le molestara tanto.
[...]
—Espero que te guste el spaghetti ragù alla bolognese.
Carter se giró a verme desde el asiento del copiloto del auto.
—O sea, espagueti con ragú a la boloñesa —me tradujo Carter, aunque yo seguía sin saber muy bien que comida era—. Es bueno, supongo que te va a gustar.
—No supongas por ella —lo reprendió su madre.
—Mamá, estoy de tu lado... le estoy diciendo que le va a gustar la comida que tú hiciste.
—Sí, pero eso no lo sabes, Carter —le dijo.
A veces no entendía muy bien si ellos se llevaban bien o mal, quizás tenían una relación complicada, porque sus personalidades no parecían ir muy bien juntas, pero era obvio que ambos se amaban.
—¿Cómo van tus rodillas? ¿Están donde deben?
—Claro que sí, si no, te hubieras enterado —le respondió Carter.
—Ninguna lesión en unos meses... eso es bueno.
No tardamos más de veinte minutos en llegar a la casa de Carter, la que estaba ubicada en un barrio de clase media bastante bonito y colorido.
Una vez que nos bajamos del auto con los bolsos, nos dirigimos a la entrada de la casa, la cual tenía un color amarillo por fuera y un patio con césped cortado de forma muy prolija, pero no con muchos arbustos ni flores. Era más pequeña que mi casa, por supuesto, pues ellos eran significativamente menos personas.
Una vez que entramos, noté voces que estaban hablando en otro idioma, lo que me pareció algo extraño, después de todo, el mismo Carter había dicho que vivían en Ohio y no tenían necesidad de hablar italiano ahí. ¿Por qué razón sus hermanas menores hablarían italiano?
Entonces una voz masculina. En esa casa no vivían hombres más que Carter y él estaba callado y... asustado.
Cuando entramos a la sala, una mujer canosa, con bastantes arrugas y algo robusta, se levantó de uno de los sofás.
—¡Mio nipote! —exclamó la señora, lanzándose a abrazar a Carter, para luego darle besos—. Sei ogni giorno più bello, mi Domenico.
—Mamá, no se llama Domenico, es Carter —le dijo la madre de Carter—. Y, por favor, no hables en italiano, nuestra invitada no entiende.
Pensé si debía decirles que sí entendía, quizás no podría decir mucho por mi poca práctica hablando, pero sí entendía lo que estaban diciendo después de todo y que, según la abuela de Carter, él se veía cada vez más guapo.
—No me dijiste que iban a estar los abuelos —le masculló Carter a su madre.
—Llegaron ayer de sorpresa y ya no tenía caso decirte —le masculló ella.
—Ah, la novia —dijo la abuela, en un inglés un poco peculiar, para luego mirarme.
Yo estaba atrás de Carter, un poco escondida, por los nervios y el dilema de los idiomas, ¿era muy egoísta de mi parte hacerlos hablar inglés cuando yo sabía hablar italiano y la mayoría ahí sabía hablar italiano a la perfección?
—Que bella, ragazza —dijo, mezclando los idiomas. Eso estaba mejor.
—Hola...
«Pudiste decirle "ciao" sin problemas...». No, si lo pronunciaba mal temía que fuera peor que obligarlos a hablar en mi idioma.
—¿Cuál es tu nombre?
—Grecia —le dije.
De pronto, se acercó a mí y me dio besos en las mejillas, como si nos conociéramos de toda la vida.
—Un piacere, Grecia. Yo soy Francesca.
Un nombre italiano, no como el primer nombre de su nieto.
—Un placer conocerte... —dijo Carter, traduciendo.
El abuelo también me saludo y se presentó:
—Giorgio —me dijo, para luego darme los besos también, aunque con mucha más delicadeza que su esposa.
—Un gusto.
—È una ragazza molto magra, ha bisogno di mangiare di più —le dijo Francesca a la mamá de Carter—. Non potrete avere i vostri nipotini in questo modo.
—Mamma, silenziosa —le respondió.
—Nonna —la reprendió Carter—, anche in italiano, evitare di dire cose del genere.
—Ma se non voglio che tu mi capisca.
—Amore, per favore —le pidió Giorgio—. È una ragazza molto bella.
Escucharlos hablar de mí en italiano me hizo dar el paso que tanto me temía.
—Sono sempre stata un po' magra, ma non credo che questo mi impedirà di procreare bene.
Todos, incluso las hermanas de Carter, se giraron a verme, como si por fin se acordaran de que yo estaba ahí y, peor que eso, había entendido que la abuela me había dicho que estaba muy delgada y dudaba de mi capacidad de dar bebés. Yo había respondido que siempre había sido así, pero que dudaba que eso me impidiera procrear como se debía. Después de todo, mi anorexia ya estaba controlada y mis aparatos reproductivos no debían tener problemas en ese entonces.
—¿Sabes hablar italiano? —preguntó Carter, muy avergonzado.
—Entiendo mejor de lo que hablo —aclaré, aunque eso no era mejor para ellos.
—Menos mal —dijo la Francesca—, pero, per favore, llámame Nonna.
Yo asentí con una sonrisa. Quizás era una mujer un poco dura y directa y sí se había quejado de mi pronunciación, pero al menos me había pedido que la llamara Nonna, me conformaba con eso.
Entonces, Elena se me acercó, mientras los abuelos salieron de la sala. Supuse que habían ido a la cocina.
—¿Cómo aprendiste italiano? No me digas que lo hiciste por nosotros porque espero que Carter te haya explicado que no hablamos italiano más que cuando sus abuelos vienen —me dijo.
Yo la miré algo avergonzada y negué.
—No... hice un curso a los dieciséis, después de ver una película italiana que me gustó mucho —le conté.
Era una historia un tanto tonta. Haber querido aprender un idioma por una película...
—¿Qué película?
—Cinema Paradiso...
Carter me hizo unas señas de peligro con las manos y su expresión me indicaba que se avecinaban problemas.
El rostro de Elena me indicó que eso le había causado algo de tristeza, como si le trajera malos recuerdos.
—Ay, Grecia, discúlpame un momento —me dijo—. Voy a servir la comida, deben tener hambre.
Una vez que salió de la sala, Carter se me acercó.
—Mala elección de película —me dijo.
—Es una película muy bonita —le dije, sin entender.
—Exacto, ¿y que me dices de la música?
—Es preciosa.
—Sí, tiene uno de los temas románticos más hermosos que he escuchado —me dijo—. Mi papá pensó que sería muy buena idea dedicársela a mamá porque, justamente, se llama Elena el interés romántico de Salvatore.
Yo lo miré algo apenada.
—Dios, nunca pensé...
—No, está bien, yo no te lo dije —se excusó—. En mi defensa, no cualquiera conoce y disfruta una película como esa.
—Tomaré eso como un cumplido —dije, sintiendo como mis mejillas se calentaban.
Carter me dio una sonrisa.
—Bueno, vamos a dejar las cosas y luego a ver si te gusta lo que hizo mamá —me dijo.
Me tomó de la mano y me guio hacía las escalaras para ir a su cuarto.
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