Capítulo 30: Más Calumnias
Carter
—¡Sigue cogiéndote mis desechos, Carter!
Sawyer aun no se calmaba, aun cuando ya se estaba alejando con Nina en otra dirección.
«Si supiera que ni siquiera me la he cogido...». Pero si algún día llegaba a hacerlo lo haría mil veces mejor que él, eso podía asegurarlo, empezando porque yo realmente valoraba a Grecia.
Los meseros del restaurante habían sido bastante amables con nosotros, especialmente porque no habíamos sido nosotros los que habíamos lazado un golpe, incluso le habían llevado un poco de hielo a Oliver para que se pusiera en la mejilla.
—Nunca más te defiendo, a ti ni a nadie —le dijo Oliver a Grecia—, después de todo, Carter puede ayudarte con eso.
—¿Y a Trish? —preguntó Grecia.
Oliver la miró con fastidio y luego soltó un suspiro.
—Dije que a nadie. Estoy seguro de que Trish puede hacer algo mucho mejor de lo que yo haría —dijo.
—Claro que sí —aseguró Trish—. Tengo un tipo que vende cocaína y con un poco de eso que encuentren en el cuarto de alguien...
—Dios, no quiero saber —dijo Oliver.
Los cuatro comenzamos a caminar por la vereda, en dirección a la residencia.
—Bueno, quizás no eres bueno defendiendo en cierto sentido, pero como abogado defensor, estoy seguro de que podrías salvar a Trish —le dije.
—Trish no tiene salvación. No sé como es que no está ahora mismo cumpliendo una condena por tráfico o consumo...
—Porque soy una ciudadana norteamericana blanca —dijo Trish—. Jamás soy sospechosa para la policía, no mientras existan afroamericanos y latinos.
Eso tenía algo de lógica.
[...]
Cuando todos creían que Oliver pasaría su vida universitaria siendo apenas conocido por sus compañeros de carrera, no pudimos estar menos equivocados.
Ahora, Oliver era el futuro abogado que se acostaba con la novia de su compañero de cuarto y con la drogadicta de Trish.
¿Qué había dicho Sawyer exactamente? No tenía idea, pero probablemente se había sacado una gran historia después de lo que había pasado en el restaurante dos días atrás.
Todos mis compañeros de equipo que no eran mis amigos cercanos me miraban con pena como si fuera un cornudo... ¿Por qué a Sawyer nadie lo había mirado así cuando se suponía que Grecia también le había sido infiel? Ah, claro, porque él supuestamente había dejado a Grecia por la mejor animadora que encontró. Por otro lado, yo seguía con Grecia... hubiera deseado que como su verdadero novio y no uno falso.
Desde metros de distancia podía oler la ira de Sawyer contra mí y su complejo de macho alfa le estaba haciendo pedazos la cabeza porque Grecia seguía conmigo en vez de haber corrido de vuelta con él para rogarle. Suponía que él no esperaba que Grecia se viera tan bien estando sin él y menos que durara más de un mes conmigo.
Él no quería a Grecia, pero sí que amaba la atención de las mujeres, en especial de las que todo mundo tenía conciencia que eran bellas. Aunque él dijera que Grecia era fea, gorda y asquerosa, sabía muy bien que no lo pensaba y solo lo decía para bajarle la autoestima un poco más y mantenerla vulnerable.
—Oliver no sería capaz de hacerte eso, ¿no? —me preguntó Tony, una vez más en ese día—. Llevas compartiendo cuarto con él cuatro años...
—Exacto y Oliver es Oliver —dije, como si Tony conociera a Oliver de la misma forma que yo—. Las chicas y el sexo no están en su top cinco de prioridades de la vida.
Su top cinco era: pasar todos los ramos, sacar su carrera, tener dinero, comprarse un departamento y viajar a España... la última nunca me la había explicado muy bien, pero debía tener sus razones para ponerla antes que conseguir una novia y tener sexo más de una vez al año.
—Bueno, te creo —dijo Tony—. El problema es que, después de que Sawyer te dejó como un desquiciado frente a media universidad, no todos te creerán.
Yo lo pensé un momento y luego me encogí de hombros.
—No me voy a torturar por lo que unos idiotas que se creen todo lo que les dicen, piensen de mí.
Tony me dio unas palmadas en la espalda con una sonrisa y ambos nos levantamos de la banca para ir al centro de la cancha y oír las instrucciones para el entrenamiento del día.
[...]
¿Qué mentira les decía a mi mamá y hermanas para explicar que Grecia no iría a casa unos días? Conociendo a mamá, sabría que era yo el que había presionado a Grecia para no ir porque ya había notado que yo no quería llevarla.
«Si terminaras con esta farsa y tuvieras la valentía de decirle a Grecia lo que te pasa, no estarías metido en este lio».
—Ya lo sé —le dije a mi conciencia.
Pero no podía hacerlo. No podía decirle a mi familia que había metido a una chica en un trato de una relación falsa para molestar a un tipo como si tuviera quince años... eso me llevaría a problemas peores. Mantendría a mi mamá y a mis hermanas al margen de eso por siempre.
«¿Y si la llevas? Solo serán unos días...».
Solo serían unos días. No. Eso sería suficiente para que mamá ya me casara con ella en su mente, en especial porque sabía que amaría a Grecia. Era una chica bonita, simpática y sin ascendencia italiana.
No entendía muy bien la razón por la que mamá no quería que nos llegáramos a emparejar con personas italianas o de ascendencia italiana, pero simplemente no le gustaba la idea. Tampoco le gustaba la idea de volver un día a Italia y sospechaba que tenía que ver con papá.
Un poco antes de su muerte, ambos habían comprado una casa en Verona, el pueblo natal de mamá. Su idea era volver a vivir en Italia en algún momento de sus vidas, posiblemente tenían la idea de hacerlo antes de que naciéramos, pero el dinero no se las había puesto fácil y yo había sido una sorpresa que solo hizo que debieran retrasar un poco más sus planes.
Aun recordaba cuando debimos viajar a Italia a ver la casa e intentar venderla porque mamá no pretendía vivir ahí sin papá. Al final, la casa la habían ocupado los abuelos, papás de mamá, con la intención de que la casa siguiera a nombre de mamá y nos quedara a nosotros algún día.
Cuando había conocido Verona me había gustado mucho. Le había pedido a mamá que nos quedáramos ahí, que viviéramos en Italia y que aprendería a hablar italiano, aunque me costara.
—No, yo no voy a volver a vivir aquí, jamás —me dijo, con más dureza de la que jamás había tenido.
Y desde entonces, solo dos veces habíamos vuelto a poner un pie en Italia y una de ellas había sido en Roma, por la boda de una amiga de la infancia de mamá.
Los abuelos solían ir a vernos a casa, aunque no lo disfrutaban del todo. Los papás de mamá eran muy italianos y Estados Unidos no era un lugar que les gustara, pero lo hacían por mamá, porque sabía que Italia le traía más recuerdos de papá que incluso nuestra casa.
Un mensaje de mamá llegó a mi celular en ese mismo instante, como si la hubiera llamado con la mente. "¿Gnocchi o tortellini?" "¿Cuál crees que le guste más?".
Claro, despreciaba a Italia y su geografía, pero ahí estaba preguntando que clase de comida italiana iba a preferir mi novia y escrito en italiano, por supuesto. También usaba la pronunciación italiana cuando lo decía.
Le respondí que cualquiera le gustaría, al mismo tiempo que me di cuenta de que ya era muy tarde y tendría que llevar a Grecia o lamentaría el resto de mis días.
[...]
—¿Y hablas italiano? —me preguntó Trish, mientras hacía mis maletas.
Ella y Oliver estaban fumando algo de hierba y Grecia estaba sentada en mi cama ayudándome a doblar ropa para meter en un bolso.
—Claro que sí, mi mamá es italiana y mi papá lo fue —le recordé.
—Pero tú no —se quejó Trish—. Solo tienes un horrible apellido y te gusta la pasta... más allá de eso podrías ser de cualquier lado. Por las pecas diría que incluso eres irlandés.
—Pero no soy pelirrojo.
—Pero si pecoso.
—Eso... agh —decidí no discutirle.
—¿Tú lo has escuchado hablar italiano? —le preguntó a Oliver.
—No... ni siquiera por teléfono.
—Claro que no, ¿con quién hablaría italiano?
—Tu mamá es italiana.
—Pero vivimos en Ohio, aquí no se habla italiano.
Dios, que difícil era Trish a veces.
—Di algo en italiano —siguió, luego de un rato.
Yo la miré fastidiado y luego suspiré.
—Chiudi la bocca, per favore.
Oliver y Trish me quedaron mirando con curiosidad y unos segundos después, les dije la traducción.
—Tú cierra la boca —me dijo Trish—, maldito italiano farsante.
No pude evitar soltar una risa, igual que Grecia y Oliver. Había que admitir que Trish era la payasa del grupo.
Una vez que terminé, miré a Grecia y le di una sonrisa.
—El bus sale en dos horas... ¿quieres comprar un café antes?
Ella asintió y los cuatro fuimos al Starbucks más cercano para poder tomar el último café antes de que empezaran las vacaciones de primavera.
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