Capítulo 2: El enemigo de Sawyer

Carter

—Pobre André —comentó Tony—. Va a tener suerte si puede estar bien para fin de año... y obviamente no podrá jugar en los partidos que quedan de la temporada.

El pobre André había tenido una fractura y, aunque no era lo mismo que cuando la rodilla se te salía del surco, me logró recordar ese terrible dolor que había sentido cuando Sawyer se me había tirado encima con claras intensiones de lastimarme.

Todos creían que Sawyer me había tacleado como todos lo hacíamos para practicar, pero yo sabía que lo había hecho de cierta forma en la que saliera lastimado, todo después de que se enterara de que yo me había acostado con su exnovia.

Podía sonar como a que yo era el malo, pero no era así. Primero, Sawyer jamás había sido mi amigo, por lo que ese tonto bro code no corría con nosotros y, segundo, ya habían terminado meses atrás, el que tenía un grave problema mental era él.

No era normal que un hombre siguiera obsesionado con una ex después de meses, al punto de lastimar físicamente a alguien por involucrarse con ella, era toxico y enfermo.

—Dante es muy fuerte, se le pasó la mano, pero debió ser sin querer —le dije.

Dante era un linero defensivo, por lo que era uno de los jugadores más grandes que había. Estaba seguro de que, si él quería, podía levantar a cualquiera de nosotros y tirarnos lejos, el problema era que él jamás querría hacer algo como eso, pues era uno de los jugadores más amables y dulces del equipo, era probable que en ese momento se sintiera extremadamente culpable por haber lastimado así a André.

Una vez que me duché y terminé de vestirme, me fui en dirección a los cuartos para descansar un poco.

El entrenamiento había sido duro, parecía que el entrenador nos estaba castigando por haber perdido un juego contra una universidad que no destacaba por tener una gran liga de fútbol americano.

Una vez que entré a mi cuarto, me encontré con que Oliver estaba ahí. No sabía si estaba durmiendo con los ojos abiertos o estaba muerto.

—¡Oliver! —lo llamé.

—¿Eh? —balbuceó.

—¿Estás bien?

—No... me fue como la mierda en el examen de derecho penal.

Oliver estudiaba derecho, era un chico muy brillante y estudioso, y siempre decía que le iba como la mierda en todo, para después darse cuenta de que no había sido así, por lo que no le hice mucho caso.

—¿Cómo te fue a ti?

—A mí, bien, pero no puedo decir lo mismo por André y Dante.

Oliver se sentó en la cama y me miró, desatándose la corbata, la cual ya estaba bastante desparramada.

—¿Por qué?

—Dante tacleó a André demasiado fuerte y no sé exactamente como, pero, al parecer, le fracturó el peroné.

Oliver fingió un escalofrío.

—No sé cómo te puede gustar un deporte de bestias, tú que te ves tan caballero y decente, ¿no te gustaría jugar otra cosa?

Comencé a sacar mi ropa sucia del bolso para dejarla en la canasta.

—Cuando niño jugaba hockey en hielo —le conté.

—¿Es en serio?

Yo asentí con una sonrisa, recordando los buenos tiempos en que practicaba ese deporte.

—Esos tipos dejan de jugar para agarrarse a puñetazos.

—Sí, una vez a uno de mis compañeros le volaron un diente y eso que teníamos ocho años, por suerte era un diente de leche.

—Oh, sí, eso mejora mucho la historia —dijo, con clara ironía.

—¿Sabes? Jugar fútbol americano es mejor que estudiar derecho, me permite tener más vida y chicas —le dije, con la intención de molestarlo.

—Oye, yo si consigo chicas... el problema es que...

—Es que no tienes tiempo y te distraen —terminé por él—. Ese era precisamente mi punto.

—Bueno, al menos no es medicina. Yo solo seré responsable de que alguien vaya a prisión, no de su vida.

Yo rodé los ojos con una risa y me acerqué a mi escritorio para sacer unas cosas de mi mochila y ponerlas ahí encima.

—Oye, ¿qué me recomiendas para quitar rápido el dolor de cabeza?

—Yo no soy médico —le dije, dándole una mirada extrañada.

—No, pero estudias química, ¿no sirve?

Yo suspiré.

—Toma un ibuprofeno, agua y duerme mejor —le recomendé.

Oliver soltó una risa divertida.

—¿Dormir bien? —preguntó, parándose a mi lado—. Eso quisiera, pero no depende de mí.

Le di unas palmadas en la espalda como consuelo y luego, él fue a buscar ibuprofeno para que se le quitara el dolor de cabeza, el que tenía bastante recurrente debido a sus malos hábitos se sueño.

[...]

Las fiestas universitarias ya no se me hacían la gran cosa. Luego de casi cuatro años de asistir a esas fiestas, a veces prefería quedarme durmiendo, leyendo o viendo alguna serie acostado en mi cama, sin frio, sin molestias, sin tener que aguantarme las ganas de hacer pipi porque algunos desconocidos estaban cogiendo en el baño más cercano.

Aunque en ese momento, lo que más me estaba molestando eran mis ganas de vaciar mi vejiga, había otra gran cosa molesta rondando por ahí: Sawyer y su grupo de amiguitos que me lazaban unas miradas llenas de odio.

No sabía exactamente qué era lo que le había contado Sawyer a su círculo cercano, pero suponía que me dejaba como el peor ser que pisaba la Tierra.

Decidí correr al segundo piso de la casa para buscar otro baño, el que definitivamente debía existir, pues ninguna casa de dos pisos tan grande como esa y que albergaba tantos universitarios tenía un solo baño... quizás, tenía incluso tres.

Efectivamente encontré dos baños más, uno lleno de vomito que por poco me hace vomitar a mí y otro en el que no se veía nada por la cantidad del humo de hierba que se había acumulado.

—¿Carter Bianco? —preguntó una voz, entre el humo.

Yo entrecerré los ojos para enfocar a través del humo y ver quien demonios me hablaba.

En eso, logré divisar a Trish metida dentro de la tina con una pipa de agua, de la que probablemente estaba fumando.

—¿Trish?

Trish soltó una risa, la típica risa de una persona drogada con hierba.

—¿Cómo estás? Tantos años...

—Trish, nos vimos ayer en la biblioteca —le recordé.

Trish estudiaba química también, pero era de un año más abajo, así que nos conocíamos, pero no compartíamos muchas clases. Alguna vez habíamos compartido unos electivos, pero en ese semestre no teníamos clases juntos.

—¡Oh! Había olvidado eso —dijo, riendo—. ¿Qué haces aquí?

—No, nada...

Lo cierto era que no quería molestarla, el solo pensar en que tenía que salir de la tina en ese estado me preocupaba porque no pensaba bajarme los pantalones con ella ahí, aunque no se viera mucho entre el humo. El gran problema era que, si salía, era muy probable que se cayera y quizás saldría lastimada, no quería ser responsable de eso.

—¿Quieres un poco? —me preguntó, alzando la pipa con una de sus manos.

Yo negué.

—No, tranquila, tú sigue divirtiéndote o lo que sea...

Estaba por irme hasta que ella volvió a hablar:

—¡Espera, espera! ¿Me haces un favor?

—¿Qué cosa? —pregunté, algo asustado.

Trish comenzó a buscar algo en los bolsillos de su chaqueta, hasta que levantó un billete y lo estiró hacia mí.

—Toma —me dijo.

Yo me acerqué inseguro y tomé el billete.

—¿Para qué es esto?

—Necesito que busques a Stefan Stone y le compres cinco gramos de hierba, por favor —me respondió.

Yo la quedé mirando, intentando saber si hablaba en serio o no y, al notar que, si iba en serio, asentí. Solo accedí por la misma razón por la que no la saqué del baño, porque no quería que muriera.

Rápidamente fui al primer piso, el cual estaba más lleno de gente, para preguntar por Stefan, un idiota que llevaba como siete años estudiando filosofía y a veces creía que se atrasaba solo para poder seguir teniendo un negocio entre los universitarios drogadictos. Lo poco que había hablado con él había sido agradable, pero casi no me lo topaba más que en las fiestas.

Una de las personas me dijo que Stefan estaba en uno de los cuartos del segundo piso, vendiendo su buena hierba, por lo que volví a subir y le compré los cinco gramos que Trish me había pedido.

—¿Desde cuándo tú le haces a esto, Carter?

—Es para una de tus clientes estrella, Trish Cullen.

—¿Trish? —preguntó con una sonrisa—. Mi muchacha, ¿por qué no vino ella?

—No está sus facultades mentales en este momento.

—Bueno, le daré seis porque la aprecio mucho —me dijo, armando una bolsita plástica con hierba que luego cerró y me entregó.

Tomé la bolsa y le entregué el dinero.

—Gracias, nos vemos.

Salí de la habitación para ir al baño donde estaba Trish, mientras mis ganas de orinar aumentaban con el paso del tiempo.

Una vez que llegué, le entregué la bolsa a Trish, quien me miró con una amplia sonrisa y los ojos completamente enrojecidos.

—Gracias, Carter.

—De nada, pero ahora me tengo que ir —le dije—. Nos vemos.

—Adiós.

Rápidamente volví a bajar, decidido con tener que orinar afuera de la casa, en algún lado que estuviera lo más oscuro y desolado posible.

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